El Terror (53 page)

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Authors: Dan Simmons

Tags: #Terror, #Histórico

BOOK: El Terror
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—Francis —susurró el capitán James Fitzjames—. Tenemos que irnos.

Los muros de la sala Verde se estaban desmoronando, pero en el hielo que había más allá sólo se veían más llamas. Las fisuras y los zarcillos y dedos del fuego, que avanzaban con rapidez, se habían extendido al fin hacia los dos compartimentos finales.

Tapándose la cara con la mano libre, Crozier cargó hacia delante a través de las llamas, llevándose a los últimos juerguistas que huían delante de él.

Afuera, atravesando la sala Morada en llamas, iban tambaleándose los supervivientes, y Crozier los dirigió hacia la sala Azul, que ardía. El viento del noroeste aullaba ahora con fuerza, uniéndose a los gritos y rugidos y siseos que quizás estuvieran sólo en la cabeza de Francis Crozier, por lo que sabía en aquel momento, y las llamas soplaban a través de la abertura de la sala Azul, creando una barrera de fuego.

Un grupito de una docena de hombres, algunos todavía envueltos en jirones de disfraces, se habían quedado parados ante aquellas llamas.

—¡Moveos! —rugió Crozier, aullando con su voz más imperiosa y profunda.

Un vigía en la cruceta del palo mayor, a unos sesenta metros por encima de la cubierta, habría oído claramente la orden con un viento de ochenta nudos y olas de unos doce metros estrellándose a su alrededor. Y habría obedecido. Aquellos hombres también obedecieron, saltando y chillando, y corrieron entre las llamas con Crozier justo detrás de ellos; todavía llevaba a Chambers cruzado encima del hombro derecho y tiraba de la manga de Fitzjames con la mano izquierda.

Una vez fuera, con las ropas humeantes, Crozier siguió corriendo y recogió al pasar a algunas docenas de hombres que se desperdigaban en todas direcciones en la noche. El capitán no vio de momento a la criatura blanca entre los hombres, pero todo estaba muy confuso allí fuera, aunque las llamas arrojaban luz y sombras a unos ciento cincuenta metros en todas direcciones, y luego estaba demasiado ocupado buscando a gritos a sus oficiales e intentando encontrar una plataforma de hielo en la cual dejar al inconsciente George Chambers.

De pronto, se oyó el pop, pop, pop del fuego de mosquetes.

Aquello era increíble, imposible, obsceno. Una fila de marines justo por fuera del círculo de luz de las llamas habían echado rodilla a tierra en el hielo y estaban disparando hacia los grupos de hombres que corrían. Aquí y allá una figura, todavía triste y absurdamente vestida con un disfraz, caía al hielo.

Tras soltar a Fitzjames, Crozier corrió hacia delante, metiéndose en la línea de fuego y agitando los brazos. Las balas de mosquete pasaron rozándole las orejas.

—¡Cesen el fuego! ¡Malditos sean sus ojos, sargento Tozer, le degradaré a soldado por esto y haré que le cuelguen si no hace que CESE DE INMEDIATO ESE MALDITO FUEGO!

Los disparos se espaciaron y cesaron.

Los marines se colocaron en posición de firmes, y el sargento Tozer gritó que la criatura blanca estaba allí fuera entre los hombres. La habían visto iluminada por las llamas. Se llevaba a un hombre entre las mandíbulas.

Crozier no le hizo el menor caso. Gritando y agrupando a los del
Terror
y los del
Erebus
por igual en torno al hielo, y tras enviar a los hombres que tenían graves heridas o quemaduras al barco de Fitzjames, más cercano, el capitán buscaba a sus oficiales o a los oficiales del
Erebus,
o a alguien a quien pudiera dar una orden y que llegase a los grupitos de hombres aterrorizados que todavía corrían por los seracs y las crestas de presión hacia la aullante oscuridad ártica.

Si aquellos hombres no volvían, se helarían hasta morir ahí fuera. O la cosa los encontraría. Crozier decidió que nadie iba a volver al
Terror
hasta que no se hubiesen calentado en la cubierta inferior del
Erebus.

Sin embargo, primero Crozier tenía que hacer que se calmasen sus hombres, y que se ocupasen sacando a los heridos y los cuerpos de los muertos de lo que quedaba de los compartimentos quemados del carnaval.

En los primeros momentos sólo encontró al primer oficial del
Erebus,
Couch, y al segundo teniente Hodgson, pero luego apareció el teniente Little entre el humo y el vapor, pues los pocos centímetros de la parte superior del hielo se estaban fundiendo y formando un radio irregular en torno a las llamas, y enviaban una espesa niebla por el mar de hielo y hacia el bosque de seracs; saludó torpemente, con el brazo derecho quemado, y dispuesto para cumplir con su obligación.

Con Little a su lado, Crozier encontró mucho más fácil recuperar el control de los hombres, devolverlos al
Erebus
y empezar a evaluar los daños. Ordenó que los marines volvieran a cargar las armas y se colocaran en una línea defensiva entre la masa acumulada de hombres tambaleantes junto a la rampa de hielo del
Erebus
y aquel infierno que aún rugía.

—Dios mío —exclamó el doctor Harry D. S. Goodsir, que acababa de salir del
Erebus
y estaba de pie junto a él, quitándose su ropa de abrigo y su sobretodo—. Realmente hace mucho calor aquí, con las llamas.

—Sí, es verdad —dijo Crozier, notando el sudor en su cara y su cuerpo.

El fuego había elevado considerablemente la temperatura. Se preguntó ociosamente si el hielo se fundiría y acabarían por ahogarse todos.

—Vaya a ver al teniente Hodgson y dígale que empiece a calcular el número de muertos y heridos y que se los lleve a usted —le dijo a Goodsir—. Busque a los demás cirujanos y prepare la enfermería del
Erebus
en la sala Grande de sir John..., prepárela como les enseñan a ustedes los cirujanos cuando hay un combate en el mar. No quiero que los muertos se queden aquí fuera en el hielo, esa cosa anda todavía por ahí, en alguna parte..., de modo que dígale a sus marineros que los lleven al pique de proa en la cubierta inferior. Volveré a ver qué tal le va dentro de cuarenta minutos... Tenga una lista de bajas completa para mí por entonces.

—Sí, capitán —dijo Goodsir.

Cogiendo sus ropas exteriores, el cirujano corrió hacia el teniente Hodgson en la rampa de hielo del
Erebus.

Las lonas, los aparejos, los mástiles introducidos en el hielo, los disfraces, las mesas, los barriles y otros muebles, en aquel infierno que habían sido las siete salas de colores, continuaron ardiendo toda la noche, y mucho después también, en la oscuridad de la mañana siguiente.

26

Goodsir

Latitud 70° 5' N — Longitud 98° 23' O

4 de enero de 1848

Del diario privado del doctor Harry D. S. Goodsir:

Martes, 4 de enero de 1848

Soy el único que queda.

De los Cirujanos de la Expedición, soy el único que queda. Todos estamos de acuerdo en que hemos sido increíblemente Afortunados al perder sólo a Cinco ante el Horror y Conflagración del Gran Carnaval Veneciano, pero el hecho de que Tres de esos Cinco fueran mis Compañeros Cirujanos, es, cuando menos, Extraordinario.

Los dos Cirujanos en jefe, doctores Peddie y Stanley, murieron por las Quemaduras. El Ayudante de Cirujano del
HMS Terror,
el doctor McDonald, sobrevivió a las llamas y a la Bestia Furibunda sólo para acabar Abatido por una Bala de Mosquete de un Marine, al huir de las tiendas ardientes.

Las otras dos Bajas Mortales son también Oficiales. El Primer Teniente James Walter Fairholme del
Erebus
acabó con el pecho aplastado en la sala Ébano, presumiblemente por la criatura que había allí. Aunque el Cuerpo del Teniente Fairholme fue encontrado Quemado entre las ruinas y el hielo fundido de aquel Espantoso Laberinto de Tiendas, mi examen post mórtem mostraba que había Muerto Instantáneamente cuando su Caja Torácica aplastada le pulverizó el Corazón.

La última víctima mortal del Fuego y Tumulto de Año Nuevo fue el Primer Oficial del
Terror,
Frederick John Hornby, que fue Eviscerado en aquel Recinto de Lona al cual los hombres llamaban sala Blanca. La triste ironía de la muerte del señor Hornby es que el caballero había estado de Guardia a bordo del
Terror
la mayor parte de la noche, y fue relevado por el teniente Irving menos de una hora antes de que se desatara la Violencia.

El Capitán Crozier y el Capitán Fitzjames ahora se encuentran sin tres de sus Cuatro Cirujanos y sin el Consejo y los Servicios de dos de sus oficiales de mayor confianza.

Otros dieciocho hombres resultaron heridos, seis de gravedad, durante la Pesadilla del Carnaval Veneciano: el patrón del hielo señor Blanky, del
Terror,
el Oficial Carpintero Wilson, también de ese barco (los hombres le llaman con afecto «Wilson,
el Gordo»),
el marinero John Morfin, con quien yo había Viajado a la Tierra del Rey Guillermo hacía unos meses; el mozo del sobrecargo, señor William Fowler, el marinero Thomas Work, también del
Erebus,
y el contramaestre del
Terror,
el señor John Lane. Me complace informar de que todos ellos sobrevivirán (aunque es otra ironía que el señor Blanky, que había sufrido unas heridas menos graves por parte de la Misma Criatura menos de un Mes Atrás, heridas a las cuales los cuatro Cirujanos aplicamos todo nuestro tiempo y experiencia, no resultase quemado en el Tumulto del Carnaval, sino que recibiese una nueva herida en la pierna derecha, que fue desgarrada o mordida por la criatura del hielo, según cree él, aunque dice que él estaba saliendo a través de la Lona y Aparejos ardientes en aquel momento. Esta vez he tenido que amputarle la pierna derecha justo por debajo de la rodilla. El señor Blanky sigue estando notablemente animado para haber sufrido tantos daños en un Tiempo tan Breve).

Ayer, Lunes, todos los Supervivientes presenciamos los Azotamientos. Era el primer Castigo Corporal de la Marina que yo presenciaba, y ruego a Dios que no vuelva a ver ninguno más.

El Capitán Crozier, que se encontraba visiblemente consumido por una Ira Sin Palabras desde el Fuego del último Viernes por la noche, reunió a todos los Miembros Supervivientes de la Tripulación de ambos buques en la cubierta inferior del
Erebus
a las diez de la mañana de ayer. Los Marines Reales formaron una fila con los mosquetes colocados en posición vertical. Se tocaron los tambores.

El mozo de la santabárbara del
Erebus,
señor Richard Aylmore, y el ayudante de calafatero del
Terror,
Cornelius Hickey, así como el enorme marinero llamado Magnus Manson, fueron conducidos con la cabeza desnuda y vestidos sólo con pantalones y camisas hasta un lugar ante la Estufa del buque, donde se había colocado una Tapa de Escotilla de madera verticalmente. Uno por uno, empezando por el señor Aylmore, fueron Atados a aquella Escotilla.

Pero antes de eso, los hombres fueron obligados a permanecer de pie, Aylmore y Manson con la cabeza agachada, Hickey muy tieso y desafiante, mientras el Capitán Crozier leía los cargos.

Para Aylmore había cincuenta azotes por Insubordinación y Conducta Temeraria por poner en peligro el buque. Si el tranquilo mozo de la santabárbara hubiese llevado a cabo la idea de las salas de colores, simplemente, una idea que reconoció procedente de una Revista de Historietas Fantásticas Americanas, el Castigo habría sido cierto, pero menos Severo. Pero además de ser el Principal Planificador del Gran Carnaval Veneciano, Aylmore había cometido el Error de disfrazarse él mismo de almirante decapitado..., una Impropiedad Gravísima, dadas las circunstancias que rodearon la muerte de Sir John, y que según todos comprendimos podía haber derivado en la horca para Aylmore. Todos habíamos oído relatos del testimonio privado de Aylmore ante los capitanes, en el cual éste describía cómo había Chillado y luego se había Desmayado en la sala Ébano al Darse cuenta de que la Criatura del Hielo estaba allí en la Oscuridad con los actores.

En cuanto a Manson y a Hickey, fueron cincuenta azotes por Coser y Ponerse las pieles de Osos Muertos, una violación de todas las Órdenes previas del Capitán Crozier de que no había que llevar Fetiches Paganos semejantes.

Se comprendía que había cincuenta hombres o más que eran Cómplices a la hora de Planificar, Aparejar, Teñir las Velas y Poner en Marcha todo el Gran Carnaval, y que Crozier podía haber condenado a un Número Igual de Azotes a todos ellos. En cierto sentido, esa Triste Trinidad de Aylmore, Manson y Hickey estaba recibiendo el Castigo por el mal juicio de la Tripulación Entera.

Cuando los tambores dejaron de sonar y los Hombres se situaron en fila ante las Tripulaciones Reunidas, el Capitán Crozier habló. Espero recordar exactamente sus palabras aquí:

»Estos hombres están a punto de Recibir Azotes por Violaciones del Reglamento del Buque por su Conducta Impropia, en la cual todos los hombres de a bordo participaron. Incluso yo mismo.

»Que se sepa y se recuerde por Todos los aquí Reunidos que la Responsabilidad Última por la locura que se ha llevado la vida de Cinco de nuestros Compañeros, la Pierna de Otro, y que dejará Cicatrices en un Puñado Más, es mía. Un capitán es responsable de todo lo que ocurre en su Buque. El líder de una Expedición es doblemente responsable. El hecho de que yo permitiera que estos planes tuvieran lugar sin mi Atención o Intervención ha sido Negligencia Criminal, y así lo admitiré durante mi Inevitable Consejo de Guerra..., inevitable, desde luego, si Sobrevivimos y escapamos de los hielos que nos Ligan. Estos azotes, y más, deberían ser para mí y «serán» para mí cuando caiga sobre mí el inevitable Castigo impuesto por mis superiores.

Entonces yo miré al capitán Fitzjames. Ciertamente, cualquier Culpa Propia que el Capitán Crozier quisiera arrojar sobre sí mismo también se aplicaría al comandante del
Erebus,
ya que fue él, y no Crozier, quien supervisó la mayor parte de los arreglos del Carnaval. El rostro de Fitzjames estaba impasible y Pálido. Su mirada parecía ausente. Sus pensamientos estaban en otro lugar.

»Hasta el día en que rinda cuentas por mi Responsabilidad —concluyó Crozier—, procederemos con el Castigo de Estos Hombres, debidamente juzgados por los Oficiales del
HMS Erebus
y el
Terror
y Hallados Culpables de Violación del Reglamento de a Bordo y del Crimen Adicional de Poner en Peligro las vidas de sus Camaradas. Contramaestre Johnson...

Y allí Thomas Johnson, el contramaestre del
HMS Terror,
robusto y competente, antiguo Camarada de a Bordo del Capitán Crozier, habiendo servido cinco años en los Hielos del Polo Sur en el
Terror
con él, se adelantó e hizo una seña para que el primer hombre, Aylmore, fuese atado a la Rejilla.

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