El Terror (57 page)

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Authors: Dan Simmons

Tags: #Terror, #Histórico

BOOK: El Terror
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Crozier reconoce el bote. Es uno de los de veintiocho pies del
Terror,
una de las pinazas. Ve que se ha aparejado adecuadamente para navegar por el río. Las velas están arrizadas y atadas; con sus obenques y congeladas.

Trepando a una roca y mirando hacia el bote abierto, como si mirase por encima del hombro de M'Clintock, Crozier ve dos esqueletos. Los dientes de las dos calaveras parecen sonreír a M'Clintock y a Crozier. Uno de los esqueletos es apenas una pila de huesos visiblemente masticados y mordidos y parcialmente devorados, arrojados en un montón descuidado en la proa. La nieve ha desperdigado los huesos.

El otro esqueleto está intacto, sin alterar, y todavía vestido con los harapos de lo que parece un sobretodo de oficial, y capas y más capas de ropa de abrigo. La calavera tiene unos restos de gorro encima. Aquel cadáver está despatarrado en las bancadas traseras, y con las manos esqueléticas tendidas a lo largo de las bordas, hacia dos escopetas de doble cañón apoyadas allí. Ante los pies del cuerpo, calzados con botas, yacen pilas de mantas de lana y ropa de lona y un saco de arpillera parcialmente cubierto por la nieve lleno de cartuchos con pólvora. Colocado en el fondo de la pinaza, a mitad de camino entre las botas del hombre muerto, como un botín pirata que hay que conservar y atesorar, se encuentran cinco relojes de oro y lo que parecen ser trece, quizá dieciocho kilos de trozos de chocolate envueltos individualmente. También hay cerca veintiséis cubiertos de plata, y Crozier puede ver, y sabe que M'Clintock también lo ve, el emblema personal de sir John Franklin, el del capitán Fitzjames, los de seis oficiales más y el suyo, el de Crozier, en los diversos cuchillos, cucharas y tenedores. Ve también platos y dos bandejas de plata de servir que sobresalen del hielo y la nieve grabados de forma similar.

A lo largo de unos siete metros y medio del fondo del bote, separando los dos esqueletos, se encuentra un enorme revoltijo de chucherías que sobresalen de los pocos centímetros de nieve que se han acumulado: dos rollos de lámina metálica, una cubierta de lona para bote completa, ocho pares de botas, dos sierras, cuatro limas, un montón de clavos y dos cuchillos junto a la bolsa de cartuchos con pólvora que hay al lado del esqueleto de popa.

Crozier también ve remos, velas dobladas y rollos de cordel junto al esqueleto vestido. Más cerca del montón de huesos parcialmente devorados a proa se encuentra una pila de toallas, pastillas de jabón, varios peines y un cepillo de dientes, un par de zapatillas hechas a mano a pocos centímetros de los huesos de los pies y los metatarsos desperdigados, y seis libros, cinco Biblias y un ejemplar de
El Vi
cario de Wakefield,
que ahora se encuentra en un estante en la sala Grande del
HMS Terror.

Crozier quiere cerrar los ojos, pero no puede. Quiere apartarse de aquella visión, de todas las visiones, pero no tiene control sobre ellas.

De repente, el rostro vagamente familiar de Francis Leopold M'Clintock parece fundirse y colgar; luego se vuelve a formar y adopta el aspecto de un hombre más joven a quien Francis Crozier no conoce. Todo lo demás sigue igual. El hombre joven, un tal teniente Wiliam Hobson, a quien Crozier ahora conoce, aunque sin saber cómo lo conoce, está de pie en el mismo sitio desde donde M'Clintock atisbo el bote abierto, con la misma expresión de incredulidad que Crozier había visto en el rostro de M'Clintock un momento antes.

Sin previo aviso, el bote abierto y los dos esqueletos han desaparecido. Crozier se encuentra echado en una caverna de hielo junto a Sophia Cracroft desnuda.

No, no es Sophia. Crozier parpadea, sintiendo que la clarividencia de Memo Moira arde en el interior de su cerebro dolorido como un puño de fiebre, y ahora ve que está echado desnudo junto a
Lady Silenciosa
, también desnuda. Están rodeados de pieles y echados en una especie de repecho de nieve o de hielo. Su espacio lo ilumina una parpadeante lámpara de aceite. El techo curvado está formado por bloques de hielo. Los pechos de
Silenciosa
son morenos, y su pelo es largo y muy negro. Ella se apoya en un codo entre las pieles y mira a Crozier con gravedad.

«¿Tú sueñas mis sueños?», le pregunta ella, sin mover los labios ni abrir la boca. No ha hablado en inglés. «¿Estoy soñando yo los tuyos?»

Crozier la «nota» dentro de su mente y su corazón. Le produce la misma impresión que el mejor whisky que ha tomado jamás.

Y luego llega la pesadilla más terrible de todas.

Aquel extraño, esa mezcla de M'Clintock y de alguien llamado Hobson, no mira abajo al bote abierto con los dos esqueletos, sino que está contemplando al joven Francis Rawdon Moira Crozier, que asiste en secreto a una misa católica con su bruja papista, Memo Moira.

Fue uno de los secretos más profundos de la vida de Crozier haber hecho aquello, no sólo asistir al servicio prohibido con Memo Moira, sino participar de la herejía de la eucaristía católica, la muy ridiculizada y prohibida Sagrada Comunión.

Sin embargo, aquella forma medio M'Clintock medio Hobson está de pie como un monaguillo mientras un tembloroso Crozier, ora niño, ora hombre cincuentón lleno de cicatrices, se aproxima a la barandilla ante el altar, se arrodilla, echa atrás la cabeza, abre la boca y tiende la lengua para recibir la Hostia Prohibida, el Cuerpo de Cristo, puro canibalismo transustanciado para todos los demás adultos del pueblo, de la familia y la vida de Crozier.

Sin embargo, pasa algo extraño. El sacerdote de cabello gris que se alza ante él con su ropaje blanco está goteando agua en el suelo, y en el altar, y en la barandilla, y en el mismo Crozier. Y el sacerdote es demasiado grande incluso desde el punto de vista de un niño: enorme, húmedo, musculoso, pesado, arrojando una sombra por encima del comulgante arrodillado. No es humano.

Y Crozier está desnudo allí, arrodillado, echa la cabeza atrás, cierra los ojos y extiende la lengua para el sacramento.

El sacerdote que se alza ante él, chorreando, no lleva oblea alguna en la mano. No tiene manos. Por el contrario, la aparición goteando se inclina ante la barandilla del altar, demasiado cerca, y abre su propia mandíbula inhumana como si Crozier fuera la hostia que va a devorar.

—¡Jesucristo, Dios todopoderoso! —susurra la forma de M'Clintock-Hobson, que aguarda.

—¡Jesucristo, Dios todopoderoso! —susurra el capitán Francis Crozier.

—Ha vuelto con nosotros —dice el doctor Goodsir al señor Jopson.

Crozier gime.

—Señor —dice el cirujano a Crozier—, ¿se puede incorporar un poco? ¿Puede abrir los ojos y sentarse? Así, muy bien, capitán.

—¿Qué día es hoy? —grazna Crozier.

La débil luz que procede de la puerta abierta y la luz aún más débil de la lámpara de aceite amortiguada son como explosiones de dolorosa luz solar ante sus ojos sensibilizados.

—Es martes, 11 de enero, capitán —dice su mozo. Y Jopson añade—: Del año de nuestro Señor 1848.

—Ha estado muy enfermo una semana —dice el cirujano—. Varias veces en los últimos días estábamos seguros de que íbamos a perderle. —Goodsir le da un poco de agua para que beba.

—Estaba soñando —consigue decir Crozier después de beber el agua helada. Huele su propio hedor en el nido de ropa de cama helada que le envuelve.

—Ha estado quejándose muy fuerte las últimas horas —dice Goodsir—. ¿Recuerda alguno de los sueños de la malaria?

Crozier sólo recuerda la sensación de ingravidez y de volar de sus sueños, pero al mismo tiempo el peso, el horror, el humor y las visiones que han huido como jirones de niebla ante un fuerte viento.

—No —dice—. Por favor, señor Jopson, sea tan amable de traerme agua caliente para que me asee. Quizá tenga que ayudarme a afeitarme. Doctor Goodsir...

—¿Sí, capitán?

—¿Sería tan amable de ir a proa y decirle al señor Diggle que el capitán quiere tomar un desayuno muy abundante esta mañana?

—Son las seis campanadas de la noche, capitán —dice el cirujano.

—Es igual, deseo un desayuno muy abundante. Galleta. Las patatas que haya. Café. Cerdo también, de algún tipo..., beicon, si queda.

—Sí, señor.

—Y una cosa, doctor Goodsir... —dice Crozier al cirujano que ya sale—. ¿Sería también tan amable de pedirle al teniente Little que venga a popa a informarme de la semana que me he perdido y también de decirle que me devuelva mi... propiedad?

28

Peglar

Latitud 70° 5' N — Longitud 98° 23' O

29 de enero de 1848

Harry Peglar lo había planeado de forma que recibió el encargo de llevar un mensaje al
Erebus
el día que volvió el sol. Quería celebrarlo, en la medida en que se podía celebrar algo aquellos días, con alguien a quien quería. Y alguien de quien había estado enamorado una vez.

El jefe de oficiales de mar Harry Peglar era capitán de la cofa de trinquete del
Terror,
elegido como líder de los gavieros, hombres cuidadosamente seleccionados que trabajaban en lo más alto de la obencadura y las vergas de gavia y juanete, ya fuera a plena luz del día o en la oscura noche, así como en alta mar y con el peor tiempo que se podía encontrar un buque de madera. Era una posición que requería fuerza, experiencia, liderazgo y, sobre todo, valor, y Harry Peglar era respetado por todos esos rasgos. Ahora tenía casi cuarenta y un años de edad y se había probado a sí mismo cientos de veces no sólo ante la tripulación del
HMS Terror,
sino también en una docena de buques en los cuales había servido en su larga carrera.

Era sólo levemente curioso, por tanto, que Harry Peglar hubiese sido analfabeto hasta convertirse en guardiamarina a los veinticinco años. Leer era ahora su placer secreto, y ya había devorado más de la mitad de los mil volúmenes que contenía en aquel viaje la sala Grande del
Terror.
Fue un simple mozo de la corbeta de exploración
HMS Beagle
quien transformó a Peglar en un hombre alfabetizado, y fue ese mismo mozo quien hizo que Harry Peglar reflexionara y pensara en qué consistía ser un hombre.

Ese mozo era John Bridgens. Ahora era el hombre más anciano de toda la expedición, de lejos. Cuando navegaban desde Inglaterra, la broma tanto en el castillo de proa del
Erebus
como del
Terror
era que John Bridgens, humilde mozo de los oficiales subordinados, era de la misma edad que el anciano sir John Franklin, pero veinte veces más sabio. Harry Peglar sabía perfectamente que eso era cierto.

Los ancianos por debajo del rango de capitán o almirante raramente podían alistarse en las expediciones del Servicio de Descubrimientos, así que las tripulaciones de ambos buques supieron con regocijo que la edad de John Bridgens en la lista oficial se había invertido, o bien por accidente, o por parte de un sobrecargo con sentido del humor, y figuraba como «26». Se le hicieron también muchas bromas al canoso Bridgens sobre su juventud e inmadurez, así como sobre supuestas proezas sexuales. El apacible mozo sonreía y no decía nada.

Fue Harry Peglar quien buscó a un Bridgens más joven a bordo del
HMS Beagle
durante su viaje de exploración científica alrededor del mundo bajo el mando del capitán FitzRoy, desde diciembre de 1831 a octubre de 1836. Peglar seguía a un oficial con el cual había servido en el
HMS Prince Regent,
un teniente llamado John Lort Stokes, desde el buque de línea de primera, de 120 cañones, al humilde
Beagle.
El
Beagle
era sólo un bergantín de clase
Cherokee
de diez cañones, adaptado como buque de investigación, y no era el tipo de barco que un gaviero ambicioso como el joven Peglar escogería normalmente, pero ya entonces Harry estaba interesado en el trabajo de investigación científica y exploración, y el viaje del pequeño
Beagle
bajo FitzRoy había representado para él una educación, en muchos sentidos.

El mozo Bridgens tenía entonces ocho años más que Peglar ahora, a finales de la cuarentena, pero ya era conocido como el contramaestre más sabio y leído de toda la flota. También era un sodomita confeso, hecho que no preocupaba a Peglar, entonces de veinticinco años. Había dos tipos de sodomitas en la Marina Real: los que buscaban su satisfacción sólo en tierra y nunca llevaban sus actividades a alta mar, y los que continuaban con sus hábitos en el mar, seduciendo a los jovencitos casi siempre presentes en los buques de la Marina Real. Bridgens, y todo el mundo en el castillo de proa del
Beagle
y en la Marina lo sabía, era de los primeros, un hombre a quien le gustaban los hombres cuando estaba en tierra, pero que nunca alardeaba de ello ni trasladaba sus inclinaciones sexuales al mar. Y, a diferencia del ayudante de calafatero del actual buque de Peglar, Bridgens no era ningún pederasta. La mayoría de sus compañeros de tripulación pensaban que un chico en el mar estaba más a salvo con el mozo de suboficiales John Bridgens que con el vicario de su parroquia en tierra.

Además, Harry Peglar vivía con Rose Murray cuando se embarcó en 1831. Aunque no se llegaron a casar formalmente, porque ella era católica y no pensaba casarse con Harry a menos que se convirtiera, cosa que él no se decidía a hacer, eran una pareja feliz cuando Peglar estaba en tierra, aunque el analfabetismo de Rose y su falta de curiosidad por el mundo reflejaban la vida del Peglar más joven, y no del hombre en quien más tarde se convertiría. Quizá se hubieran casado si Rose hubiese tenido hijos, pero ella no podía tenerlos, un estado al que se refería como «castigo de Dios». Rose murió mientras Peglar estaba embarcado en el largo viaje del
Beagle.
El la amó, a su manera.

Pero también amó a John Bridgens.

Antes de que los cinco años de misión en el buque de exploración
HMS Beagle
hubiesen acabado, Bridgens, al principio aceptando con renuencia su papel de mentor, pero al final cediendo bajo la ansiosa insistencia del joven guardiamarina de la gavia, enseñó a Harry a leer y escribir no sólo en inglés, sino también en griego, latín y alemán. Le enseñó filosofía, historia e historia natural. Más aún: Bridgens enseñó a aquel joven inteligente a pensar.

Fue dos años después de aquel viaje cuando Peglar buscó al hombre mayor en Londres, ya que Bridgens había permanecido de permiso en tierra con la mayor parte del resto de la flota en 1838, y le pidió que le siguiera enseñando. Por entonces, Peglar ya era capitán de la cofa de trinquete del
HMS Wanderer.

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