Sir John celebró el oficio de difuntos, con su potente voz bien audible para los ciento diez hombres reunidos a su alrededor. El ritual les era familiar a todos. Las palabras eran consoladoras. Las respuestas eran conocidas. Al final, el frío viento quedó olvidado para muchos a medida que las frases familiares hacían eco en el hielo.
—Por tanto, entregamos este cuerpo a las profundidades para que se convierta en corrupción, esperando la resurrección del cuerpo, cuando el mar devuelva a sus muertos, y la vida del mundo venidero, a través de nuestro Señor Jesucristo, que a su venida cambiará nuestro vil cuerpo terrenal para que sea como su glorioso cuerpo, y mediante su obra omnipotente someterá a sí todas las cosas.
—Amén —dijeron los hombres convocados.
Los doce hombres del destacamento de honor de la Marina Real elevaron sus mosquetes y dispararon tres salvas, la última sólo de tres tiros en lugar de los cuatro de las dos precedentes.
Al oír el sonido de la primera descarga, el teniente Le Vesconte hizo una seña, y Samuel Brown, John Weekes y James Ridgen quitaron las tablas de debajo del pesado ataúd, que quedó entonces suspendido sólo por los tres gruesos cabos. Al oír el sonido de la primera descarga, el ataúd, se bajó hasta que tocó casi las aguas negras. Al oír la descarga final, se dejaron deslizar lentamente los cabos hasta que el pesado ataúd, con su placa de cobre, y las medallas del teniente Gore y su espada también colocadas encima de la caoba, desaparecieron bajo la superficie del agua.
Hubo un ligero chapoteo en el agua helada, los cabos se izaron y se arrojaron a un lado, y el rectángulo de agua negra quedó vacío. Hacia el sur, los falsos soles y el halo habían desaparecido y sólo un sombrío sol rojo brillaba bajo la cúpula del cielo.
Los hombres se dispersaron silenciosamente hacia sus buques. Sólo eran las dos campanadas en la primera guardia de cuartillo. Para la mayoría de los hombres, era ya la hora de cenar y la de su segunda ración de ron.
Al día siguiente, sábado 5 de junio, ambas tripulaciones se acurrucaron en las cubiertas inferiores de sus buques, ya que se desencadenó encima de ellos otra tormenta eléctrica veraniega ártica. Se llamó a los vigías desde las cofas, y los pocos que hacían guardia en cubierta se alejaron de todo objeto de metal a medida que los relámpagos iban centelleando entre la niebla, resonaban los truenos, caían grandes rayos eléctricos y volvían a caer en los pararrayos colocados en los mástiles y techos de los camarotes, y los dedos azules de los fuegos de San Telmo trepaban por los palos y se deslizaban entre las jarcias. Unos vigías demacrados que bajaban después de las guardias contaban a sus compañeros asombrados que había esferas de luz rodando y saltando por encima del hielo. Más tarde, cuando los relámpagos y los fenómenos eléctricos transmitidos por el aire se hacían cada vez más violentos, los vigías de la guardia de cuartillo informaron de que algo blanco, demasiado blanco para ser un simple oso blanco, iba merodeando y caminando por las crestas entre la niebla, escondiéndose, luego haciéndose visible a la luz de los relámpagos durante un segundo o dos. A veces, decían, la silueta caminaba a cuatro patas como un oso. Otras veces juraban que caminaba con soltura sobre sesenta centímetros, como un hombre. La cosa, decían, daba vueltas en torno al buque.
Aunque el mercurio estaba cayendo, el domingo amaneció claro y quince grados más frío, la temperatura a mediodía era de veintidós bajo cero, y sir John envió recado de que aquel día era obligatorio asistir a un oficio religioso en el
Erebus.
El oficio religioso era obligatorio cada semana para los hombres y oficiales del buque de sir John. Éste lo celebraba en la cubierta inferior durante todos los meses oscuros del invierno, pero sólo los más devotos tripulantes del
Terror
hacían la travesía sobre el hielo para asistir. Como era obligatorio en la Marina Real, tanto por tradición como por ley, el capitán Crozier también celebraba un oficio religioso el domingo, pero sin capellán a bordo la verdad es que resultaba bastante abreviado, a veces poco más que una lectura de las Ordenanzas Navales, y duraba veinte minutos en lugar de los entusiastas noventa minutos o incluso las dos horas de sir John.
Aquel domingo no había elección.
El capitán Crozier fue con sus oficiales, suboficiales y hombres por encima del hielo por segunda vez en tres días, aquella vez con los abrigos y bufandas encima de los uniformes, y se vieron muy sorprendidos al llegar al
Erebus
y ver que el oficio iba a tener lugar en cubierta, y que sir John pensaba predicar desde el alcázar. A pesar del pálido cielo azul, ya que aquel día no había cúpula dorada ni cristales de hielo ni soles falsos simbólicos, el viento era muy, muy frío, y la masa de hombres se acurrucaban muy juntos para al menos tener una ilusión de calor en la zona que quedaba debajo del alcázar, mientras los oficiales de ambos buques permanecían en pie detrás de sir John en el costado de barlovento de la cubierta como una sólida masa de monaguillos con abrigo. Una vez más se llamó a los marines para que formaran, aquella vez en el costado de sotavento de la cubierta principal, con el sargento Bryant delante, mientras los oficiales de mar se congregaban ante el palo mayor.
Sir John permanecía en pie junto a la bitácora, que estaba cubierta con la misma Union Jack que había envuelto antes el ataúd de Gore, «para hacer las funciones de pulpito», según las normas.
Predicó durante sólo una hora, y no se perdieron dedos de pies ni de manos como resultado de ello.
Como era un hombre del Antiguo Testamento por naturaleza e inclinación, sir John se explayó con varios profetas, concentrándose un tiempo en el juicio sobre la tierra de Isaías: «Y he aquí que el Señor hizo la tierra estéril y la hizo yerma, y la volvió del revés, y sobre ella extendió a sus habitantes...», y lentamente, a través del aluvión de palabras, se hizo evidente hasta para el más lerdo de los marineros entre la masa de abrigos, bufandas y guantes de la cubierta principal que su comandante estaba hablando en realidad de su expedición para encontrar el paso del Noroeste y su actual situación helada en las yermas extensiones de la latitud 70° 05' N, longitud 98° 23' O.
—La tierra quedará completamente vacía, completamente yerma, porque el Señor ha dicho su palabra —continuó sir John—. El temor, el pozo y la trampa están junto a vosotros, oh, habitantes de la Tierra. Y ocurrirá que aquellos que huyan del ruido del temor, caerán en el pozo; y que aquel que salga del pozo caerá en la trampa, porque las puertas del Cielo están abiertas, y temblarán los cimientos de la tierra... La tierra quedará rota, la tierra quedará deshecha, la tierra se moverá extraordinariamente. Todos vagarán arriba y abajo como borrachos...
Como para probar aquella sombría profecía, llegó un gran gemido del hielo en torno al
HMS Erebus,
y la cubierta se inclinó bajo los hombres que permanecían de pie. Los palos y mástiles cubiertos de hielo por encima de ellos parecieron vibrar, y luego formaron pequeños círculos contra el débil cielo azul. Ningún hombre rompió la formación ni profirió sonido alguno.
Sir John pasó de Isaías a la revelación, y les mostró imágenes más terribles todavía: lo que esperaba a aquellos que abandonasen a su Señor.
—Pero ¿qué ocurrirá entonces con aquél entre ellos..., entre nosotros..., que no rompa la alianza con nuestro Señor? —preguntó sir John—. Os encomiendo a Jonás.
Algunos de los hombres suspiraron, llenos de alivio. Conocían bien a Jonás.
—A Jonás, Dios le encargó la misión de ir a Nínive y gritar en contra de ella, debido a su maldad —exclamó sir John, con su voz, que a menudo era débil, ahora alzándose con un volumen tan fuerte como la del predicador anglicano más inspirado—, pero Jonás, como todos sabéis, compañeros de navegación, Jonás huyó de aquella misión y de la presencia del Señor, y se fue a Joppa para tomar un camarote en el primer barco que salía de allí, y que casualmente estaba destinado a Tarshish, una ciudad más allá de la frontera del mundo conocido entonces. Jonás, tontamente, pensó que podía navegar más allá de los límites del Reino del Señor.
»Pero el SEÑOR le envió un viento terrible en el mar, y hubo una gran tempestad en el mar, de modo que el buque acabó roto. Y ya conocéis el resto..., sabéis cómo gritaban aquellos marineros, preguntándose por qué les había caído encima aquella maldición, y cómo lo echaron a suertes y la suerte le tocó a Jonás. Y entonces le dijeron: «¿Qué haremos contigo, para que el mar se calme con nosotros?». Y él les dijo: «Llevadme arriba y arrojadme al mar; así el mar se calmará con vosotros, porque yo sé que por mi culpa ha caído esta gran tempestad sobre vosotros».
»Pero al principio los marineros no arrojaron a Jonás por la borda, ¿lo hicieron, compañeros de navegación? No..., eran hombres valientes y buenos marineros, y profesionales, y remaron duramente para llevar su buque en peligro a tierra. Pero finalmente se debilitaron, invocaron al Señor y luego hicieron el sacrificio de Jonás, arrojándole por la borda.
»Y dice la Biblia: «Pues bien: el Señor había preparado un gran pez para que se tragase a Jonás. Y Jonás estuvo en el vientre del pez tres días y tres noches».
«Observad, compañeros, que la Biblia no dice que Jonás fuese tragado por una «ballena». ¡No! No había beluga ni yubarta ni rorcual ni cachalote ni esperma ni aleta como las que podríamos ver en estas elevadas aguas de la bahía de Baffin en un verano ártico normal. No, Jonás fue tragado por un «gran pez» que el Señor había preparado para él, y eso significa que era un monstruo de las profundidades que el Señor Dios Jehová había hecho en el momento de la Creación sólo para este objetivo, para tragarse a Jonás algún día, y en la Biblia, ese monstruo o gran pez a veces se llama Leviatán.
»Y del mismo modo nosotros hemos sido enviados en nuestra misión más allá del extremo conocido del mundo, compañeros navegantes, más lejos que el Tarshish, que en realidad era sólo España; hemos sido enviados fuera, al lugar donde los elementos mismos parecen rebelarse, donde los relámpagos estallan en cielos helados, donde el frío nunca ceja, donde hay bestias blancas que caminan por la helada superficie del mar, y donde ningún hombre, civilizado o de cualquier tipo, podría establecer jamás su hogar.
»Pero no estamos fuera del Reino de Dios, amigos míos. Como Jonás no protestó por su destino, ni maldijo su castigo, sino que más bien rezó al Señor desde el vientre del pez durante tres días y tres noches, así nosotros tampoco debemos protestar, sino aceptar la voluntad de Dios en este exilio de tres largas noches de invierno en el vientre de este hielo, y como Jonás, debemos rezar al Señor, diciendo: «Me expulsaste de tu mirada, y sin embargo yo vuelvo a mirar hacia tu sagrado templo. Las aguas me alcanzaron, hasta el alma misma; las profundidades se cerraron a mi alrededor, las algas envolvieron mi cabeza. Bajé hasta las profundidades de las montañas: la tierra con sus barreras me cubrió para siempre y, sin embargo, tú has salvado mi vida de la podredumbre, oh Dios, Señor mío. Cuando mi alma desfallecía en mi interior, yo recordé al Señor, y mi plegaria se alzó hasta ti, a tu sagrado templo. Aquellos que observan las vanidades y mentiras prevén su propia misericordia. Pero yo te haré sacrificios, oh, Señor, con la voz de la acción de gracias; yo cumpliré aquello que he jurado. La salvación está sólo en el Señor».
»Y el Señor habló al pez, y éste vomitó a Jonás en tierra firme.
»Y, amados compañeros de navegación, sabed en vuestros corazones que hemos hecho y debemos continuar haciendo sacrificios al Señor con el agradecimiento en nuestra voz. Debemos mantenernos fieles a nuestros juramentos. Nuestro amigo y hermano en Cristo, el teniente Graham Gore, que descanse en el seno del Señor, vio que no habría liberación del vientre de este invierno Leviatán hasta el verano. No hay escapatoria posible al frío vientre del hielo este año. Y éste es el mensaje que nos habría traído, de haber sobrevivido.
»Pero tenemos nuestros barcos intactos, amigos míos. Tenemos comida para este invierno, y más aún, si hace falta..., mucha más. Tenemos carbón para quemar y calentarnos, y el calor mucho más profundo de nuestro compañerismo, y la calidez más honda aún de saber que nuestro Señor no nos ha abandonado.
»Un verano más, y luego el invierno aquí en el vientre de este Leviatán, compañeros de viaje, y os juro que la divina misericordia de Dios procurará que salgamos de este lugar terrible. El paso del Noroeste es real; sólo está a unos kilómetros por encima de ese horizonte, hacia el sudoeste, el teniente Gore casi pudo verlo con sus propios ojos hace una semana nada más, y nosotros navegaremos hacia allí y a través de ese horizonte, y pasaremos por él, y estaremos fuera dentro de unos pocos meses, cuando este invierno tan singularmente extenso acabe, porque lloraremos de aflicción ante el Señor y él nos oirá desde el mismísimo vientre del Infierno, porque El ha endurecido mi voz y la vuestra.
«Mientras tanto, compañeros de navegación, estamos afligidos por el negro espíritu de este Leviatán en forma de malévolo oso blanco, pero es sólo un oso, sólo un animal torpe, por mucho que ese ser se proponga servir al enemigo, y como Jonás, nosotros rogaremos al Señor que también ese terror se aleje de nosotros. Y con la certeza de que el Señor oirá nuestras súplicas.
»Matad a ese simple animal, compañeros de navegación, y el día que lo hagáis, sea por la mano de cualquiera de nosotros, juro que pagaré a todos y cada uno de vosotros diez soberanos de oro de mi propio bolsillo.
Hubo un murmullo entre los hombres reunidos en el combés del buque.
—Diez soberanos de oro a cada hombre —repitió sir John—. No sólo una recompensa para el hombre que mate a la bestia, igual que David mató a Goliat, sino una recompensa para todo él mundo..., compartida por igual. Y además de todo eso, continuaréis recibiendo vuestra paga del Servicio de Descubrimientos y el equivalente de vuestra paga por adelantado en extras, os lo prometo este día, a cambio de pasar un invierno más comiendo buena comida, permaneciendo calientes y esperando el deshielo.
Si la risa hubiese sido algo imaginable durante el oficio religioso, entonces habría habido risas. Pero los hombres se limitaron a mirarse los unos a los otros con los rostros blancos, casi congelados. «Diez soberanos de oro por hombre.» Y sir John había prometido un extra equivalente a la paga por adelantado que había persuadido a muchos de aquellos hombres a alistarse, ya en un primer momento: ¡diez kilos para la mayoría de ellos! En unos tiempos en que un hombre podía pagarse un alojamiento por sesenta peniques por semana..., cinco kilos y medio por un año entero. Y eso además de la paga normal de los marineros del Servicio de Descubrimientos, de sesenta libras por año, más de tres veces lo que cualquier trabajador de tierra adentro podía ganar jamás. Setenta y cinco libras para los carpinteros, setenta para el contramaestre, nada menos que ochenta y cuatro libras para los ingenieros.