El Terror (90 page)

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Authors: Dan Simmons

Tags: #Terror, #Histórico

BOOK: El Terror
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Nadie dijo nada ante aquella Sugerencia tan improbable. La mención de los Esquimales causaba una Silenciosa Consternación desde la masacre del Teniente Irving y de 8 de los Salvajes, el 24 de Abril pasado. Creo que la mayoría de los Hombres, por muy desesperados que estuviesen por hallar Salvación procedente de cualquier Fuente, Temían más que Esperaban otro contacto con los Pueblos Nativos. La Venganza, como sugieren algunos filósofos naturales y respaldan los Marinos, es una de las motivaciones humanas más Universales.

Dos horas y media después de dejar nuestro campamento de la Noche Anterior, la ballenera del Capitán Crozier se abrió paso en el Estrecho Canal hacia un Tramo Abierto de agua. Los hombres que iban en el bote de cabeza y en el mío lanzaron gritos de júbilo. Como si lo hubiesen dejado atrás para Señalar el Camino, un bichero de bote bastante grande sobresalía muy Alto, clavado en la Nieve y el Hielo, al salir de aquel Canal. La nieve y la ventisca helada de la Noche habían pintado la cara noroccidental del bichero de Blanco.

Esos gritos también murieron apenas recién Nacidos, mientras nuestra Fila de Botes iba saliendo al Agua Abierta.

El agua estaba Roja allí.

En unas repisas de hielo a la Izquierda y la Derecha del Canal Abierto, unas vetas de color escarlata que sólo podían ser de Sangre manchaban el hielo plano, y las Caras Verticales de los bordes de hielo. Aquella Visión me provocó un Escalofrío y vi que otros hombres reaccionaban Abriendo la Boca.

—Tranquilos, hombres —murmuró el señor Couch desde la proa de nuestro Bote—. Esto indica que los Osos Blancos han cazado unas focas; hemos visto Sangre de Foca igual antes en Verano.

El Capitán Crozier, en el bote de cabeza, iba diciendo Cosas Similares a sus Marineros.

Un minuto después supimos que aquellas huellas Escarlata de Carnicería no eran el Residuo de ninguna Foca cazada por los Osos Blancos.

—¡Dios mío! —exclamó Coombs en su remo. Todos los hombres dejaron de remar. Las Tres balleneras, cuatro cúteres y Dos pinazas flotaban en una especie de círculo, en el agua teñida de rojo.

La proa de la ballenera del Teniente Little surgía verticalmente del Mar. Su Nombre (uno de los 5 Nombres de bote que no se habían cambiado por el sermón del
Leviatán
del Capitán Crozier en Mayo),
The Lady J. Franklin,
era claramente Visible con Pintura negra. El
bote ha
bía
quedado Roto en Pedazos a poco más de un metro de distancia de la proa, de modo que sólo su Sección Delantera (el Extremo roto de las bancadas destrozadas y el Casco astillado apenas visible debajo de la superficie del Agua Oscura y Helada) flotaba allí.

Cuando el Marinero Ferrier usó un bichero para tirar de lo que parecía un trozo flotante de Chaquetón azul, súbitamente gritó lleno de Horror y casi deja caer el largo artefacto.

Allí flotaba el cuerpo de un hombre, un Cadáver sin Cabeza todavía Ataviado con Lana azul empapada, con los Brazos y Piernas sumergidos en el agua negra. El cuello era sólo un Muñón breve. Sus dedos, quizás hinchados por la muerte y el agua fría, pero extrañamente acortados y formando anchos muñones, parecían moverse en la Corriente, levantándose y cayendo con la Ligera Marea como Gusanos Blancos que se retorcieran. Era casi como si, al no tener Voz, el Cuerpo intentase decirnos algo mediante el Lenguaje de los Signos.

Ayudé a Ferrier y a McConvey a subir los Restos a bordo. Un pez o algún Depredador Acuático había mordisqueado las manos (los dedos habían desaparecido hasta la Segunda Articulación), pero el Frío Extremo había retardado los Procesos de hinchazón y descomposición.

El Capitán Crozier trajo su ballenera hasta que sú proa tocaba nuestro costado.

—¿Quién es? —murmuró un marinero.

—Es Harry Peglar —gritó otro—, reconozco la chaqueta.

—Pero Harry Peglar no Llevaba un Chaleco verde —repuso otro.

—¡Sammy Crispe llevaba uno! —exclamó el Cuarto Marinero.

—¡Silencio! —aulló el Capitán Crozier—. Doctor Goodsir, sea tan Amable de rebuscar en los bolsillos de nuestro desgraciado Compañero de Viaje.

Así lo hice. Del bolsillo más grande del Chaleco Mojado saqué una Bolsita de Tabaco casi Vacía, hecha de piel roja.

—¡Ah, mierda! —dijo Thomas Tadman, sentado junto a Robert Ferrier en mi Bote—. Es el pobre señor Reíd.

Así era. Todos los hombres recordaban que el Patrón de los Hielos Llevaba sólo la Chaqueta y el Chaleco Verde la tarde anterior, y todos le habíamos visto rellenar su Pipa mil veces con aquella vieja bolsita de piel roja.

Miramos al Capitán Crozier como si él pudiera explicar lo que les había Ocurrido a nuestros Compañeros, aunque en el interior de nuestras Almas todos lo sabíamos.

—Sujete el cuerpo del Señor Reid bajo la Cubierta del Bote —ordenó el capitán—. Vamos a buscar en la zona para ver si hay algún Superviviente. No remen ni se alejen fuera de la vista o del alcance de la voz.

Una vez más, los botes se abrieron en abanico. El señor Couch llevó nuestro bote de vuelta al hielo junto a la Abertura de la Ensenada, y Remamos Lentamente a lo largo la Repisa de hielo que se alzaba algo más de un metro por encima del Borde del agua abierta. Nos detuvimos ante cada mancha de Sangre en la superficie de los Témpanos y en la Cara Vertical, pero no había más cuerpos.

—Ah, maldita sea —gimió Francis Pocock, de 30 años, desde su lugar en la Espadilla a Popa de nuestro Bote—. Se ven los huecos ensangrentados de Dedos y Uñas de un hombre en la Nieve. La Cosa debió de arrastrarlo hacia abajo, al Agua.

—¡Cierra la bocaza y no digas Cosas semejantes! —gritó el señor Couch.

Sujetando el largo bichero con facilidad en una mano como un Auténtico Arpón de Ballenera, colocó un Pie con su Bota en la Proa de la ballenera mientras miraba hacia atrás, a los remeros. Los hombres se quedaron silenciosos.

Había tres Lugares Ensangrentados similares en el hielo en el Extremo Noroccidental del Agua Abierta. El Tercero mostraba dónde Alguien había sido Comido a unos tres metros del Borde del hielo. Quedaban unos pocos huesos de las piernas, algunas Costillas mordisqueadas, un Tegumento Desgarrado que podía ser Piel Humana, y algunas Tiras de Tela Rota, pero no había cráneo ni características identificables.

—Bájeme al hielo, señor Couch —dije yo—, y Examinaré los Restos.

Así lo hice. Si hubiese sido en cualquier lugar del Mundo en tierra firme excepto Allí, las moscas habrían revoloteado en torno a la Carne Roja y el Músculo que había quedado allí, sin mencionar los restos de Entrañas que parecían como la Madriguera de algún Roedor debajo de la delgada Cobertura de la Nieve de la última noche, pero allí sólo había Silencio y el suave Viento del noroeste y los Gemidos del Hielo.

Yo llamé de nuevo al Bote (los marineros apartaban los Rostros) y Confirmé que no era posible la identificación. Ni siquiera los Pocos Restos de Ropa Desgarrada me daban pista alguna. No había Cabeza, ni Botas, ni Manos, ni Piernas, ni siquiera un Torso, aparte de las Costillas mordidas, un trocito de columna llena de tendones y media Pelvis.

—Quédese donde está, Doctor Goodsir —me dijo Couch—. Voy a enviar a Mark y a Tadman con usted con una bolsa vacía de municiones para que ponga ahí los restos del pobre hombre. El Capitán Crozier querrá enterrarlos.

Era un trabajo Terrible, pero se hizo con rapidez. Al final ordené a los dos Marineros Asqueados que recogieran sólo las Costillas y el trozo de Pelvis en la bolsa que serviría de Mortaja Funeraria. Las Vértebras se habían helado y fundido con el Témpano, y los otros restos eran demasiado Truculentos para hacer algo.

Acabábamos de bajar del hielo y estábamos explorando el lado Sur del Agua Abierta cuando vino un grito del Norte.

—¡Hemos encontrado un hombre! —gritó un Marinero. Y de nuevo—: ¡Un hombre!

Creo que todos notábamos el Corazón Latiendo con Fuerza mientras Coombs, McConvey, Ferrier Tadman, Mark y Johns remaban con fuerza, y Francis Pocock nos iba dirigiendo hacia un trozo de hielo flotante con el tamaño de un campo de criquet que había ido derivando hacia el centro de Aquellos Cientos de Acres de Agua Abierta, entre los Témpanos Flotantes. Todos queríamos (necesitábamos) encontrar a alguien con Vida del bote del Teniente Little.

Pero no iba a ser así.

El Capitán Crozier ya estaba en el Hielo y me llamó para que fuera hacia el Cuerpo que yacía allí. Confieso que me sentí un poco harto, como si ni siquiera el Capitán fuese capaz de Certificar una Muerte a menos que yo me viera obligado a Inspeccionar otro Cadáver que estaba Indudablemente Muerto. Me encontraba muy Fatigado.

Era Harry Peglar quien estaba allí echado, casi desnudo (ya que las únicas Ropas que le quedaban era Ropa Interior), Acurrucado en el Hielo, con las Rodillas Levantadas casi hasta la Barbilla, las Piernas cruzadas por los Tobillos, como si su última energía la hubiese gastado intentando mantenerse caliente y presionando su cuerpo Más y Más, con las Manos metidas bajo los Brazos mientras se Abrazaba y sufría lo que debieron de ser los Últimos y Violentos Temblores.

Sus ojos azules estaban abiertos y congelados. Tenía la carne también Azul y tan Dura al tacto como Mármol de Carrara.

—Debió de nadar hacia el Témpano, consiguió Trepar a él y se quedó congelado hasta morir aquí —sugirió con delicadeza el Señor Des Voeux—. La Criatura del Hielo no pudo coger a Harry ni atacarlo.

El Capitán Crozier se limitó a asentir. Yo sabía que el Capitán estimaba mucho a Harry Peglar y que contaba con él. A mí también me gustaba el capitán de la cofa del trinquete. Y a la mayoría de los hombres.

Entonces vi lo que miraba Crozier. Alrededor del Témpano de Hielo, en la nieve reciente (y especialmente en torno al Cadáver de Harry Peglar), se encontraban unas enormes huellas de pisadas, parecidas a las que produciría un Oso Blanco, con las garras bien visibles, pero Tres o Cuatro veces Más Grandes que las huellas que dejan las garras de un oso blanco.

La cosa había Rodeado a Harry muchas veces. ¿Observando al pobre Señor Peglar mientras éste yacía allí Temblando, Moribundo? ¿Disfrutando, quizá? ¿Había sido la última y temblorosa Imagen que presenciara Harry Peglar en esta Tierra la de esa Monstruosidad Blanca alzándose ante él y escrutándole con sus Ojos negros e inexpresivos? ¿Por qué no se había comido la cosa a nuestro Amigo?

—La Bestia iba andando a dos patas todo el tiempo que estuvo en el témpano. —Eso fue lo único que dijo el Capitán Crozier.

Otros hombres de los Botes se adelantaban ya con un trozo de Lona.

No había salida en el Lago del Hielo, excepto el Canal que Rápidamente se Cerraba y por el cual habíamos entrado. Dos circunnavegaciones del Cuerpo de Agua Abierta (cinco Botes remando en el sentido de las agujas del reloj, cuatro Botes remando en el sentido opuesto) ofrecieron el Descubrimiento único de ensenadas, Grietas en el Hielo y dos Rastros Sangrientos más en el Hielo, donde parecía como si la tripulación de una de nuestras balleneras de reconocimiento hubiese desembarcado y hubiese corrido, sólo para verse Cruelmente Interceptada y echada atrás. Gracias a Dios, quedaban algunos jirones de Lana azul, pero no se halló ningún otro resto más.

Por entonces ya había caído la Tarde y estoy seguro de que, como un solo Hombre, no teníamos más que un único Deseo: Apartarnos de aquel maldito Lugar. Pero teníamos los tres cuerpos de nuestros Compañeros (o al menos Parte de Algunos) y sentíamos también la Necesidad de Inhumarlos de una forma Honorable (muchos de nosotros suponíamos, me inclino a Creer, y tengo razón, según se ha demostrado, que aquéllos serían los últimos Servicios Funerarios Formales que los reducidos Restos de nuestra Expedición podrían permitirse el lujo de celebrar).

No se encontró ningún Desecho útil flotando en el lago de hielo salvo un Fragmento de Lona Empapada de una de las Tiendas Holland que se encontraban a bordo de la malhadada ballenera del Teniente Little. Éste se usó para inhumar el cuerpo de nuestro amigo Harry Peglar. Los restos parciales y Esqueléticos que yo había investigado junto al Canal quedaron en la bolsa de lona de munición. El torso del señor Reid fue introducido en un saco de dormir extra hecho con mantas.

Es costumbre en los Entierros en el Mar que se coloque una pieza o más de Munición de Artillería a los Pies del hombre que se Entrega a las Profundidades, asegurándose así de que el cuerpo se hundirá con Dignidad en lugar de quedar flotando de una forma Bochornosa, pero, por supuesto, no teníamos Munición de ese tipo aquel día. Los marineros rescataron un Garfio de la Proa flotante del
Lady J. Franklin
y algo de metal de las últimas latas Goldner vacías para poner lastre a las diversas mortajas.

Costó algo de tiempo sacar los Nueve Botes Restantes del agua negra y volver a colocar los cúteres y las pinazas encima de los Trineos. El Montaje de esos Trineos y la colocación de los Botes encima de ellos, con la correspondiente tarea de desmontar todo el equipaje y volverlo a montar, despojó a la esquelética tripulación de las últimas energías que les quedaban. Luego, los marineros se reunieron junto al borde del Hielo, de pie, formando una amplia Media Luna, para no cargar demasiado Peso en ningún punto de la Repisa de Hielo.

Nadie estaba de humor para un Largo Servicio y ciertamente tampoco para la Ironía Previamente Apreciada del legendario
Libro de Le
viatán
del Capitán Crozier; de modo que, con cierta Sorpresa y algo de Emoción, oímos al Capitán recitar de Memoria el Salmo 90:

Señor, tú has sido para nosotros un refugio de edad en edad. Antes que los montes fuesen engendrados, antes que naciesen tierra y orbe, desde siempre hasta siempre tú eres Dios. Tú al polvo reduces a los hombres, diciendo: «¡Tornad, hijos de Adán!».

Porque mil años a tus ojos son como el ayer, que ya pasó, como una vigilia de la noche.

Tú los sumerges en un sueño, a la mañana serán como hierba que brota; por la mañana brota y florece, por la tarde se mustia y se seca. Pues por tu cólera somos consumidos, por tu furor anonadados. Has puesto nuestras culpas ante ti, a la luz de tu faz nuestras faltas secretas.

Bajo tu enojo declinan todos nuestros días, como un suspiro consumimos nuestros años.

Los años de nuestra vida son unos setenta, u ochenta, si hay vigor; mas son la mayor parte trabajo y vanidad, pues pasan presto y nosotros nos volamos.

¿Quién conoce la fuerza de tu cólera, y, temiéndote, tu indignación?

¡Enséñanos a contar nuestros días, para que entre la sabiduría en nuestro corazón!

Vuelve, oh, Señor, al fin, y ten piedad de tus siervos. Sacíanos de tu amor por la mañana, que exultemos y cantemos toda nuestra vida.

Devuélvenos en gozo los días que nos humillaste, los años en que la desdicha conocimos.

¡Que se vea tu obra con tus siervos, y tu esplendor sobre sus hijos!

¡La dulzura del Señor sea con nosotros! ¡Confirma Tú la acción de nuestras manos!

Gloria sea dada al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo;

como era en un principio, ahora y siempre, y en la vida eterna.

Amén.

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