—¿Crees que te va a recibir? ¿Piensas que te abrirá su puerta cuando llames a ella? Estoy seguro de que ya se está revolcando con otra. Hay montones de muchachas bonitas, muy dispuestas a levantarse las faldas por una estrella de rock. No tienes nada para ofrecerle que él no pueda conseguir en otra parte, sin tantos problemas emocionales.
Al oír tales palabras, una expresión de dolor atravesó el rostro de Anna, que pareció empezar a hundirse, como un corredor sin aliento, dolorido después del supremo esfuerzo de la carrera.
—No importa que esté con otra persona. Es mi amigo —replicó ella con voz débil.
—No te creerá. Nadie lo creerá, porque todo eso es mentira, querida. Todo es mentira —insistió Craddock, dando un paso hacia ella—. Te estás sintiendo confusa otra vez, Anna.
—Eso es —le apoyó Jessica fervientemente.
—Ni siquiera las fotografías son lo que tú crees. Puedo explicártelo, si quieres. Puedo ayudarte si...
Pero se había acercado más de la cuenta. Anna saltó hacia él. Le puso una mano en la cara, le arrebató las gafas y las aplastó contra el suelo. Puso la otra mano, que todavía sostenía el sobre, en el centro de su pecho y le empujó. Se tambaleó, gritó. Se torció el tobillo izquierdo y cayó. Se desplomó hacia el lado contrario al de los escalones. Anna no le había empujado por las escaleras, aunque Jessica hubiera dicho lo contrario. Aquella acusación era, pues, una falsedad.
Craddock cayó sobre su escuálido trasero, con un ruido sordo que hizo temblar todo el pasillo y sacudió su propio retrato en la pared, dejándolo torcido. Empezó a incorporarse y Anna le puso el tacón en el hombro y lo empujó de nuevo, obligándole a apoyar la espalda contra el suelo. La joven temblaba furiosamente.
Jessica lanzó un chillido y subió corriendo los últimos peldaños, esquivando a Anna, para caer de rodillas junto a su padrastro.
Jude se vio de repente poniéndose de pie. No podía seguir inmóvil por más tiempo. Intuyó que al incorporarse el mundo se iba distorsionar otra vez, y así fue. Se estiró de manera absurda, como si fuera una imagen reflejada en una burbuja de jabón que se dilatara. Retumbó una explosión en sus oídos. Sentía que tenía la cabeza muy lejos de los pies..., a kilómetros de distancia. Y al dar el primer paso hacia delante, sintió que flotaba, que, curiosamente, era casi ingrávido, como un buceador que recorre el fondo del océano. Pero al avanzar por el pasillo deseó que el espacio que le rodeaba recuperara la forma y las dimensiones correctas, y así fue. Su voluntad significaba algo, por tanto. Era posible moverse en aquel universo de pompa de jabón que le rodeaba sin hacerlo explotar; bastaba con tener cuidado.
Le dolían las manos, las dos, no sólo la derecha. Las notaba hinchadas, como si fueran guantes de boxeo. El dolor aparecía en oleadas continuas, rítmicas, sincronizadas con su pulso, «tum-tum-tum». Aquella angustiosa sensación se mezclaba con el repiqueteo y el zumbido del aparato de aire acondicionado de la habitación de Craddock. Aquellos sonidos de fondo se convertían, increíblemente, en un coro tranquilizador.
Deseaba desesperadamente decirle a Anna que saliera, que fuera a la planta baja y escapara de la casa. Pero tenía la fuerte sensación de que no podía involucrarse en la escena que se desarrollaba delante de él sin romper el delicado tejido del sueño. Y de todos modos, el pasado era sólo eso, pasado. No podía cambiar lo que estaba a punto de ocurrir, como tampoco había podido salvar a la hermana de Bammy, Ruth, llamándola por su nombre. No estaba en su mano cambiar nada, pero sí tenía la posibilidad de dar testimonio, ser testigo de lo sucedido.
Jude se preguntó por qué había subido Anna, pero luego pensó que tal vez quería recoger algo de ropa antes de irse. No les tenía miedo a su padre ni a Jessica. Pensaba que ya no tenían ningún poder sobre ella... Exhibía una maravillosa, desgarradora y fatal confianza en sí misma.
—Te he dicho que no te acercaras —dijo Anna.
—¿Estás haciendo esto por él? —preguntó Craddock. Hasta ese momento, había hablado con un elegante acento del sur; pero ya no había nada cortés en su voz, su tono era rudo, nasal, no de caballero sino de campesino sureño sin la menor delicadeza—. ¿Todo esto forma parte de alguna loca idea, de algún plan demencial para recuperarlo? ¿Crees que vas a lograr que se compadezca de ti cuando te arrastres hacia él, contándole la triste historia de cómo tu papaíto te obligó a hacer cosas terribles que te han arruinado la vida? Seguro que te mueres de impaciencia por jactarte de haberme rechazado y empujado hasta hacerme caer, a mí, a un anciano que te cuidó cuando estabas enferma y te protegió de ti misma cuando estabas fuera de tus casillas. ¿Crees que se sentiría orgulloso de ti si estuviera aquí, en este momento, y viera cómo me atacas?
—No —replicó Anna—. Creo que estaría orgulloso de mí si me viera hacer esto.
—Se adelantó dos pasos y le escupió en la cara.
Craddock se estremeció. Luego dejó escapar un bramido sordo, como si hubiera recibido un chorro de ácido en los ojos. Jessica empezó a ponerse de pie, con los dedos curvados como garras, pero Anna la agarró por el hombro y la empujó, para ponerla de espaldas, junto al padrastro de ambas. Anna estaba de pie sobre ellos, temblando, pero no tan furiosamente como hacía un momento. Jude extendió la mano, tratando de alcanzar su hombro. Logró colocar la mano vendada en él y apretó ligeramente. Por fin se había atrevido a tocarla. Anna no pareció darse cuenta. La realidad se deformó por un instante al producirse el contacto, pero Jude logró que todo volviera a la normalidad pensando y concentrándose en los sonidos de fondo, la música de aquel momento: tum-tum-tum, repiqueteo y zumbido.
—Bien hecho, Florida —dijo. Habló sin poder contenerse. Pero el mundo no desapareció.
Anna movió la cabeza hacia atrás y hacia delante. Fue un breve gesto de desdén. Cuando habló, su tono era cansino:
—Y pensar que te tenía miedo...
Se volvió, soltándose de la mano de Jude, y se fue por el pasillo, hacia una habitación que había en el fondo. Entró en ella y cerró la puerta.
Jude escuchó algo que hacía ruido en el suelo. Miró. Era su propia mano derecha, empapada de sangre y goteando sobre el piso. Los botones de plata de la parte delantera de su americana de estilo Johnny Cash brillaron con la última luz rojiza del día. Hasta ese momento no se había dado cuenta de que llevaba puesto el traje del muerto. Le quedaba maravillosamente bien. Jude en ningún momento se había preguntado cómo era posible que pudiera estar viendo la escena que tenía ante sus ojos, pero en ese instante surgió la respuesta a la pregunta no formulada. Había comprado el traje del muerto, y al muerto también. Era dueño del fantasma y de su pasado. Aquellos momentos, por tanto, también le pertenecían.
Jessica estaba agachada junto a su padrastro. Los dos respiraban con dificultad y tenían los ojos clavados en la puerta cerrada de la habitación de Anna. Jude escuchó ruidos de cajones que se abrían y se cerraban allí dentro. La puerta de un armario ropero se cerró ruidosamente.
—El anochecer —susurró Jessica—. El anochecer por fin.
Craddock asintió con la cabeza. Tenía un rasguño en la cara, debajo del ojo izquierdo, donde Anna le había arañado con una uña cuando le había arrancado las gafas. Una gota de sangre colgaba de su nariz. La secó con el dorso de la mano y al hacerlo dejó una mancha roja sobre la cara.
Jude miró hacia la gran ventana del vestíbulo. El cielo era de un color azul intenso y sereno, que se iba oscureciendo en su implacable avance hacia la noche. Sobre el horizonte, más allá de los árboles y los tejados, al otro lado de la calle, había una línea de color rojo profundo, allí donde el sol acababa de desaparecer.
—¿Qué vas a hacer? —preguntó Craddock. Habló quedamente, con un tono de voz cercano al de un susurro. Aún temblaba de rabia.
—Me dejó hipnotizarla un par de veces —le informó Jessica, hablando en el mismo tono bajo—. Para ayudarla a dormir. En aquellas ocasiones le dejé en el inconsciente una sugestión hipnótica.
En la habitación de Anna se produjo un breve silencio. Luego Jude oyó claramente el tintineo de un vaso, el golpe de una botella contra el vidrio, seguido por un suave gorgoteo.
—¿Cuál es esa sugestión hipnótica? —preguntó Craddock.
—Le grabé en la mente la idea de que el anochecer es un buen momento para echar un trago. Le dije que era su recompensa después del largo día. Tiene una botella en el último cajón.
En el dormitorio de Anna se produjo un largo y terrible silencio.
—¿Y eso de qué va a servir?
—He puesto fenobarbital en la ginebra —informó Jessica—. Últimamente la hago dormir como una campeona.
Se escuchó ruido de vidrio al golpear sobre el suelo de madera en la habitación de Anna. La caída de un vaso.
—Muy bueno, lo tuyo —susurró Craddock—. Ya sabía que tenías algo preparado.
—Papá —dijo Jessica—, tienes que hacerle olvidar... las fotos, lo que encontró, todo. Todo lo que ha ocurrido. Tienes que hacer que todo eso desaparezca.
—No puedo hacer eso —explicó Craddock—. No soy capaz de conseguirlo desde hace mucho tiempo. Cuando era más joven... Cuando confiaba más en mí. Tal vez tú...
Jessica movía la cabeza.
—No puedo llegar más al fondo. Es así de simple. No me deja..., lo he intentado. La última vez que la hipnoticé, para ayudarla con el insomnio, traté de hacerle preguntas sobre Judas Coyne. Quería averiguar qué había escrito en las cartas que le enviaba, si ella alguna vez le había dicho algo... sobre ti. Pero cada vez que entraba en un terreno demasiado personal, cuando le preguntaba algo que ella no quería decirme, se ponía a cantar una de las canciones de su novio. Como si quisiera mantenerme alejada. Nunca he visto nada similar.
—Coyne es el culpable —afirmó Craddock, con la boca torcida en un gesto desagradable—. Él la destruyó. —Subrayó esas palabras—. La puso en contra de nosotros. La usó para sus fines, arruinó todo su mundo y luego nos la envió a nosotros para que destrozase el nuestro. Habría dado lo mismo que nos remitiese una bomba por correo.
—¿Qué vamos a hacer? Tiene que haber alguna manera de detenerla. No puede irse de esta casa en el estado en que está. Ya la has escuchado. Se llevará a Reese, apartándola de mí. Te arrastrará con su locura. Te detendrán a ti, y también a mí, y nunca más volveremos a vernos, salvo en la sala de un tribunal.
Craddock respiraba lentamente en ese momento, y de su rostro había desaparecido toda expresión de sentimientos. Sólo quedaba una mirada llena de hostilidad densa y oscura.
—En algo tienes razón, mi niña. No puede salir de esta casa.
Pasó un momento antes de que Jessica pareciera comprender la seca afirmación. La joven dirigió una mirada sobresaltada y perpleja a su padrastro.
—¿Papá? ¿Papá?
—Todos conocen el estado mental de Anna —continuó él—. Saben lo desdichada que siempre ha sido. Todo el mundo ha imaginado siempre de qué manera podía terminar: cualquier día puede abrirse las venas en el baño.
Jessica empezó a agitar la cabeza. Hizo un intento de incorporarse, pero Craddock la sujetó por las muñecas y la obligó a mantenerse de rodillas.
—La ginebra y las drogas no nos causarán problemas, tienen sentido. Muchos se toman un par de tragos y algunas pastillas antes de hacerlo. Antes de matarse. Así es como superan sus miedos y aplacan el dolor —explicó.
Jessica continuó moviendo la cabeza, con cierta desesperación, con los ojos brillantes, aterrorizados y ciegos, ya sin ver a su padrastro. Respiraba mediante breves estallidos... Estaba cerca de la crisis de ansiedad.
Hubo un silencio terrible. Cuando Craddock volvió a hablar, su voz era regular, tranquila:
—Basta ya. ¿Quieres que Anna se lleve a Reese? ¿Quieres pasar diez años en una institución penitenciaria del condado?
—Apretó las muñecas de su hijastra y la acercó más hacia él, de modo que pudo hablarle directamente frente a la cara. Finalmente, los ojos de Jessica volvieron a enfocarse en los de él y su cabeza dejó de moverse de un lado a otro. Craddock continuó—: No es culpa nuestra, sino de Coyne. Él es quien nos ha arrinconado de esta manera, ¿me escuchas? Él fue quien nos envió a esta desconocida que quiere destruirnos. No sé qué ha ocurrido con nuestra Anna. No recuerdo cuánto tiempo hace que no veo a la verdadera Anna. La Anna que creció contigo está muerta. Coyne se ocupó de que así fuera. Para mí es como si él hubiera terminado con ella. Es como si ya le hubiera cortado las venas de las muñecas. Y va a pagar por ello. Créeme. Le voy a enseñar lo que significa meterse con mi familia. Ahora, tranquila. Respira con calma. Escucha mi voz. Saldremos adelante. Te sacaré de esta situación, tal como lo he hecho cada vez que ha ocurrido algo malo en tu vida. Confía en mí como siempre. Respira hondo. Vamos. Otra vez. ¿Te sientes mejor?
Los ojos azules de la chica estaban muy abiertos, con expresión de avidez. En trance. Su respiración era un silbido, una sucesión de largas y lentas exhalaciones.
—Puedes hacerlo —continuó Craddock—. Sé que puedes. Por Reese, eres capaz de afrontar lo que sea necesario.
—Trataré de hacerlo —respondió Jessica—. Pero tienes que decirme qué y cómo. Debes guiarme. No puedo pensar.
—Eso está bien. Yo pensaré por los dos —aseguró Craddock—. Y tú no tienes que hacer nada. Ahora levántate y ve a tomar un buen baño caliente.
—Sí. Está bien.
Jessica empezó a ponerse de pie otra vez, pero Craddock sujetó sus muñecas y la mantuvo junto a él un momento más.
—Y cuando hayas terminado —ordenó Craddock—, ve abajo y busca mi viejo péndulo. Necesitaré algo para las muñecas de Anna.
Dicho esto, la dejó alejarse. Jessica se puso de pie con tanta rapidez que tropezó y tuvo que apoyar una mano en la pared para no caerse. Le miró por un momento con ojos deslumbrados y estupefactos, luego se volvió, en una especie de trance, y abrió la puerta que había a su izquierda. Entró en un baño de azulejos blancos.
Craddock permaneció en el suelo hasta que oyó el ruido del agua llenando la bañera. Entonces se incorporó y quedó, hombro con hombro, junto a Jude.
—Maldito viejo bastardo —murmuró el cantante. El mundo de pompa de jabón se deformó y se tambaleó. Jude apretó los dientes hasta que el entorno recuperó su forma normal.
Los labios de Craddock eran delgados y pálidos, estirados sobre sus dientes en una mueca mordaz y fea. La carne vieja de la parte trasera de sus brazos se balanceó. Se dirigió a paso lento hacia la habitación de Anna, tambaleándose un poco. El empujón recibido y la caída lo habían afectado. Abrió la puerta. Jude fue tras él, pisándole los talones.