El último argumento de los reyes (14 page)

BOOK: El último argumento de los reyes
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—Está bien. Le olfatearé yo solo —los dos se apartaron. Logen no sonrió precisamente al pasar junto a ellos. Más bien les enseñó los dientes. Al fin y al cabo, tenía que mantener su reputación—. No os preocupéis —les susurró a la cara—. Soy de vuestro bando, ¿no?

Nadie le dirigió la palabra mientras pasaba por detrás de los Caris para dirigirse a la cabecera de la hoguera. Uno o dos se volvieron para mirarle, pero no era otra cosa que la curiosidad normal que despierta cualquier recién llegado al campamento. No tenían ni idea de quién era, aún, pero pronto la tendrían. El chico y el viejo estarían cuchicheando, los cuchicheos se extenderían por el fuego, como siempre ocurría, y dentro de poco todo el mundo le estaría mirando.

Dio un respingo cuando una gran sombra se movió junto a él. Tan grande era, que al principio la tomó por un árbol. Se trataba de un tipo gigantesco, que se rascaba la barba mientras miraba el fuego con gesto sonriente. Tul Duru. Incluso a media luz el Cabeza de Trueno resultaba inconfundible. No había nadie que tuviera su tamaño. Por enésima vez, Logen se preguntó cómo rayos había conseguido vencerle.

En ese momento sintió el extraño deseo de agachar la cabeza, pasar de largo y perderse en la noche sin volver la vista atrás. Así se habría ahorrado tener que ser una vez más el Sanguinario. Y lo único que habría ocurrido era que un muchachito y un viejo jurarían haber visto un espectro una noche. Podía haberse ido lejos, haber empezado de cero, ser lo que le hubiera dado la gana. Pero ya lo había intentado una vez y no le había servido de nada. El pasado estaba siempre a su espalda, echándole el aliento en el cuello. Ya era hora de darse la vuelta y afrontarlo.

—¡Eh, grandullón!

Tul escudriñó su figura a la luz del crepúsculo. Los reflejos anaranjados y las densas sombras se alternaban en su cabeza berroqueña, en la alfombra que tenía por barba.

—Quién... Un momento...

Logen tragó saliva. Ahora que lo pensaba, no tenía ni idea de cómo iban a reaccionar al encontrarse con él de nuevo. A fin de cuentas, fueron enemigos antes que amigos. Todos habían luchado contra él. Todos habían querido matarle, y por muy buenos motivos. Y, para rematarlo, al final se había largado al sur dejándoles a merced de los Shanka. ¿Y si lo único que recibía después de haber estado separados algo más de un año era una fría mirada?

En ese mismo momento Tul le agarró y estuvo a punto de asfixiarle con su abrazo.

—¡Estás vivo! —le soltó un momento para comprobar que no se había equivocado de hombre y volvió a abrazarle.

—Sí, estoy vivo —jadeó Logen, aunque sus fuerzas apenas le permitían hablar. Bueno, al menos había recibido una calurosa bienvenida.

La cara de Tul era una enorme sonrisa.

—Vamos —e hizo a Logen señas de que le siguiera—. ¡Los muchachos se van a cagar!

Siguió a Tul con el corazón en la boca hasta la cabecera de la hoguera, que era el lugar donde solía sentarse el jefe, en compañía de los Grandes Guerreros que estaban más unidos a él. Y allí estaban todos, sentados en el suelo. El Sabueso en el centro, diciéndole algo al oído a Dow. Hosco al otro lado, apoyado en un codo, revisando el arco y las flechas. Como si nada hubiera cambiado.

—Traigo a una persona que quiere verte, Sabueso —soltó Tul con voz chirriante debido al esfuerzo que estaba haciendo para no descubrir la sorpresa.

—¿Ah, sí? —el Sabueso miró a Logen, pero como estaba escondido a la sombra del gigantesco hombro de Tul, no le reconoció—. ¿No puede esperar a que hayamos comido?

—Me parece que no.

—¿Por qué? ¿Quién es?

—¿Que quién es?

Tul agarró a Logen de un hombro y lo lanzó dentro del círculo de luz de la hoguera.

—¡Es nada menos que el maldito Logen Nuevededos!

Logen pegó un resbalón en el barro, estuvo a punto de caer de culo y tuvo que ponerse a hacer aspavientos con los brazos para mantener el equilibrio. Las conversaciones que estaban teniendo lugar alrededor de la hoguera se interrumpieron de inmediato y todas las caras se volvieron hacia él. Dos hileras de rostros demudados, iluminados por la oscilante luz de las llamas, se le quedaron mirando en un silencio que sólo interrumpía el suspiro del viento y el crepitar del fuego. El Sabueso le miró de arriba abajo, como si tuviera delante a un muerto viviente, mientras la boca se le iba abriendo más y más a cada segundo que pasaba.

—Creí que os habían matado a todos —dijo Logen cuando recuperó del todo el equilibrio—. Hay veces en que uno se pasa de realista.

El Sabueso se levantó muy despacio. Tendió la mano a Logen, y Logen se la estrechó.

No había nada que decir. No entre dos hombres que habían pasado tantas cosas juntos: dos hombres que se habían enfrentado a los Shanka, que habían cruzado las montañas, que habían sobrevivido a las guerras y a lo que vino después. Y así un año tras otro. El Sabueso le apretó la mano, Logen puso la otra encima y el Sabueso se la cubrió con la otra suya. Se sonrieron, asintieron con la cabeza y todo volvió a ser como era antes. No hacía falta decir nada más.

—Hosco, me alegro de verte.

—Hummm —gruñó Hosco, y acto seguido le tendió un tazón y luego volvió a su sitio como si Logen hubiera salido a orinar hacía un minuto y acabara de volver, como todo el mundo esperaba. Logen no pudo contener la risa. No esperaba otra cosa.

—¿Ese que está ahí escondido es Dow el Negro?

—Me habría escondido mejor de haber sabido que venías —Dow miró a Logen de arriba abajo con una sonrisa no del todo amistosa—. Nuevededos en persona. ¿No me habías dicho que se había caído por un barranco? —le ladró al Sabueso.

—Eso fue lo que yo vi.

—Es cierto que me caí —Logen recordó el viento en la boca, las rocas y la nieve dando vueltas, el golpe contra el agua que le dejó sin respiración—. Me caí al agua y la corriente me dejó en tierra, más o menos de una pieza.

El Sabueso le hizo sitio en las pieles extendidas junto al fuego y él se sentó y los demás se acomodaron a su lado.

Dow estaba meneando la cabeza.

—Siempre tuviste la suerte de cara para eso de seguir vivo. Debí suponer que volverías a aparecer.

—Creí que los Cabezas Planas habían dado cuenta de vosotros —dijo Logen—. ¿Cómo conseguisteis salir de allí?

—Nos sacó Tresárboles —dijo el Sabueso.

Tul asintió con la cabeza.

—Nos sacó de allí, nos guió por las montañas y estuvimos huyendo por el Norte hasta llegar a Angland.

—Seguro que protestando todo el tiempo como un grupo de viejas chochas.

El Sabueso miró a Dow con una sonrisa.

—Algún que otro gemido hubo durante el viaje.

—¿Dónde está Tresárboles ahora? —Logen estaba deseando charlar con su viejo camarada.

—Muerto —dijo Hosco.

Logen hizo una mueca de dolor. Había intuido algo al ver que el Sabueso era ahora el jefe.

Tul sacudió su cabezota.

—Murió luchando —dijo—. Al frente de una carga contra los Shanka. Murió luchando contra el bicho ese. El Temible.

—Maldito cabrón hijo de zorra —Dow escupió al suelo.

—¿Y Forley?

—Muerto también —ladró Dow—. Fue a Carleon a advertir a Bethod que los Shanka venían por las montañas. Calder le mandó matar, sólo por pasarlo bien. ¡El muy cabrón! —y escupió de nuevo. A Dow siempre se le había dado muy bien escupir.

—Muertos —Logen sacudió la cabeza. Forley muerto, Tresárboles muerto; una pena. Pero no hacía mucho pensaba que todos estarían en el barro, así que, en cierto modo, que hubiera cuatro vivos era una buena noticia—. Los dos eran buenas personas. Los mejores, y por lo que decís, murieron bien. Dentro de lo que cabe.

—Dentro de lo que cabe, sí —dijo Tul levantando su tazón—. ¡Por los caídos!

Todos bebieron en silencio y Logen se relamió al sentir el sabor de la cerveza. Hacía mucho tiempo.

—Bueno, ha pasado todo un año —gruñó Dow—. Nosotros hemos matado a unos cuantos hombres, hemos andado un montón y hemos luchado en una maldita batalla. También hemos perdido dos hombres y ahora tenemos un nuevo jefe. ¿Y tú, qué has hecho, eh, Nuevededos?

—Pues... es una larga historia —Logen se preguntó qué clase de historia exactamente y se dio cuenta de que no lo sabía a ciencia cierta—. Creí que los Shanka os habían cogido a todos, ya que la vida me ha enseñado a esperar lo peor, así que me fui al Sur y ahí me junté con un mago. Hice con él una especie de viaje por mar a un lugar muy lejano, en busca de no sé qué, pero luego, cuando llegamos resultó que... bueno, que no estaba allí —ahora que lo contaba, todo sonaba como un auténtico disparate.

—¿Qué era? —preguntó Tul intrigadísimo.

—¿Sabéis qué? —Logen se relamió los dientes, que conservaban aún el sabor de la cerveza—. En realidad no lo sé —todos se miraron, como si no hubieran oído una historia más absurda en su vida, cosa que, hubo de admitir Logen, seguramente era el caso—. Pero en fin, ahora ya no importa. Resulta que la vida no es tan cabrona como yo creía —y dio a Tul una palmada en la espalda.

El Sabueso hinchó los carrillos y soltó un resoplido.

—Bueno, la cuestión es que nos alegra que estés de vuelta. Supongo que ahora volverás a ocupar tu puesto, ¿eh?

—¿Mi puesto?

—Sí, tu puesto. Ya sabes, tú eras el jefe.

—Sí, lo fui, pero no tengo intención de volver a serlo. Me parece que los muchachos están satisfechos con cómo están las cosas ahora.

—Pero tú sabes mucho más que yo sobre lo que hay que hacer para mandar hombres y...

—No estoy muy seguro de que eso sea cierto. Que yo fuera el jefe nunca fue muy beneficioso para nadie ¿verdad? Ni para nosotros, ni para los que lucharon con nosotros, ni para los que lucharon contra nosotros —invadido por los recuerdos, Logen encorvó los hombros—. Te aconsejaré alguna vez si quieres, pero prefiero ser yo quien te siga. Mi época ya pasó, y no fue precisamente buena.

Daba la impresión de que el Sabueso había esperado otro resultado.

—Bueno... Si estás seguro...

—Estoy seguro —Logen le dio una palmada en el hombro—. No es fácil, ¿verdad?, ser jefe.

—No —gruñó el Sabueso—. Maldito si lo es.

—Además, seguro que muchos de estos chicos han tenido ya algún enfrentamiento conmigo y no les hace demasiada gracia verme por aquí. —Logen miró a través de la hoguera sus caras endurecidas, oyó murmullos que incluían su nombre, y aunque hablaban en una voz demasiado baja para entender lo que decían, se imaginaba que sus comentarios no serían precisamente elogiosos.

—Cuando llegue el momento de luchar se alegrarán de tenerte a su lado, no te preocupes.

—Tal vez.

Era una lástima tener que ponerse a matar gente delante de unas personas que ni se molestarían en saludarle con un gesto de la cabeza. Desde la parte iluminada le llegaban miradas cortantes que se desviaban en cuanto él las devolvía. Sólo había un hombre que más o menos le aguantaba la mirada. Un joven alto de pelo largo que se sentaba hacia la mitad de la hoguera.

—¿Quién es ése? —preguntó Logen.

—¿Quién es quién?

—Ese muchacho de ahí, el que no me quita ojo.

—Ah, ése es Escalofríos —el Sabueso se relamió sus dientes puntiagudos—. Uno que tiene lo que hay que tener. Ya ha luchado con nosotros varias veces y se le da muy bien. Ante todo quiero que sepas que es una buena persona y que estamos en deuda con él. Pero tengo que añadir que es hijo del Atronado.

Logen sintió una especie de náusea.

—¿Que es quién?

—El otro hijo.

—¿El niño?

—De aquello hace ya mucho tiempo. Los niños crecen.

Puede que fuera hace ya mucho tiempo, pero ahí no había olvido que valiera. Logen lo notó de inmediato. En el Norte nada se olvida. Y jamás debió suponer que tal vez las cosas pudieran ser distintas.

—Debería decirle algo. Si tenemos que luchar juntos... debería decirle algo.

El Sabueso hizo una mueca de dolor.

—No sé si es buena idea. A veces es mejor no hurgar en las heridas. Come, y habla con él por la mañana. Todo se ve más claro a la luz del día. Eso, a no ser que al final decidas no hacer nada.

—Ajá —gruñó Hosco.

Logen se puso de pie.

—Puede que tengas razón, pero es mejor no demorarlo que...

—¿Que vivir temiéndolo? —el Sabueso asintió con la cabeza y con la vista clavada en el fuego—. Te he echado de menos, Logen, te lo juro.

—Y yo a ti, Sabueso. Y yo a ti.

Se abrió paso en medio de la oscuridad, que apestaba a humo, a carne y a hombre, caminando por detrás de los Caris que se sentaban junto al fuego. A su paso, los veía encorvar los hombros y murmurar. Sabía lo que estaban pensando. «El Sanguinario está detrás de mí y no hay peor hombre para tener a tu espalda». Veía a Escalofríos, vigilándole todo el tiempo con un ojo frío que asomaba por detrás de su larga melena, mientras mantenía los labios apretados formando una fina línea recta. Había sacado una navaja para comer, pero lo mismo servía para apuñalar a un hombre. Cuando se sentó a su lado, Logen se fijó en el brillo de las llamas que se reflejaban en su filo.

—Así que tú eres el Sanguinario.

Logen hizo una mueca de dolor.

—Sí, eso parece.

Escalofríos asintió con la cabeza sin dejar de mirarle.

—Así que esta es la cara del Sanguinario.

—Espero no haberte decepcionado.

—No, no. Ni mucho menos. Es bueno poder ponerte una cara después de tanto tiempo.

Logen bajó la mirada, intentando encontrar alguna forma de abordarlo. Un movimiento de las manos, un gesto de la cara, o unas palabras que consiguieran que las cosas empezaran a enderezarse aunque fuera mímicamente.

—Aquellos fueron tiempos difíciles —acabó diciendo.

—¿Más que éstos?

Logen se mordió el labio.

—Bueno, puede que no.

—Supongo que todos los tiempos son malos —dijo Escalofríos con los dientes apretados—. Pero eso no es excusa para la maldita cabronada que hiciste.

—Tienes razón. Lo que hice no tiene excusa. No estoy orgulloso de ello. No sé qué más puedo decir, excepto que espero que puedas olvidarlo y los dos podamos luchar codo con codo.

—Voy a ser sincero contigo —dijo Escalofríos; su voz sonó estrangulada, como si estuviera intentando no ponerse a gritar o a llorar. Tal vez las dos cosas—. Fue demasiado horrible para poder olvidarlo. Mataste a mi hermano, a pesar de que le habías prometido el perdón. Le cortaste los brazos y las piernas y clavaste su cabeza en el estandarte de Bethod —un temblor sacudía sus nudillos, blancos debido a la fuerza con que empuñaba la navaja. Logen veía claro que le estaba costando casi la vida no clavársela en la cara, y, la verdad, no le culpaba por ello—. Mi padre no volvió a ser el mismo después de aquello. Era un muerto en vida. He pasado muchos años soñando que te mataba, Sanguinario.

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