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Authors: Manuel Mújica Láinez

El viaje de los siete demonios (29 page)

BOOK: El viaje de los siete demonios
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—¿Significa esto —preguntó la envidia de Leviatán al desapego de Belfegor— que el trabajo de Su Excelencia ha sido inútil?

Belfegor dignó contestarle, como si hablara de muy lejos, del corazón de un bosque sonámbulo:

—No, Excelencia, no… La holganza y la huelga son primas. Yo le mostré al Mundo que puede ir a la huelga de brazos caídos, de piernas caídas, de estómagos caídos, holgando, y que en el derecho a la pereza reside el derecho a la libertad. Lo sabían allá antes; ahora tornan a saberlo… y no lo olvidarán. Han reconquistado a la pereza, don sublime, y la felicidad regresa al Mundo. ¿Han pecado… no han pecado? Se han liberado, tal vez pecando, y entonces el pecado, mi pecado, es una evasión… una manumisión… Recuerde que yo soy… el más libre de los demonios… pero no me haga hablar… no me fatigue…

Volaban rumbo a la laguna Estigia. Los siete rodearon al Diablo, que se lamentaba. Lo alabaron, lo adularon, como suelen hacer los cortesanos con sus jefes. Para distraerlo, púsose Lucifer a enseñarle las fotografías que la máquina tomó durante el viaje, a manera de los turistas que agobian con sus «slides»:

—Éste, Señor, es el castillo de Tiffauges. Aquí está la sala principal, que mal se distingue, por las telarañas que la ahogan. Aquí estoy yo, arengando elocuentemente a Madama Catalina, junto a Belfegor, quien hace, ignorándolo, el papel de obispo, de Monsignore Belfega. Aquí nos hallamos en Pompeya, leyendo a Lord Lytton. ¿Me ve Su Majestad, desnudo? Asmodeo me analiza, se inspira, y esculpe la preciosa figura de un fauno danzante. Y aquí bailamos y soplamos, alrededor del Vesubio: sí, sí, éste soy yo. Esta otra foto es curiosa, artística; habría que titularla: «El sueño de la Emperatriz Viuda». Encarnamos a emperadores, a príncipes del Mundo. Yo represento muy bien al Zar de Rusia. Fíjese: acá nos encontramos en Potosí, y formamos una pirámide humana, como saltimbanquis, para fascinar al dictador Melgarejo. No, no soy el que corona la pirámide, soy el que la sostiene; la pirámide reposa sobre mí. ¿Nos ve ahora, reunidos en Nueva York, en la altura del Empire State Building? Note cómo me inclino. Fue cuando Belfegor tuvo que viajar sostenido por globos profilácticos… ya sabe a qué me refiero. Acá, foto de conjunto: el público reunido en el Salón de Baile del palacio Rezzónico, mientras se ofrece una comedia. Éste es Ludovico, Procurador de la Serenísima; ésta, su mujer, la Principessa; y la tía Loredana Savorgnan… yo, de abate veneciano, muy gracioso. ¡Observe, observe!… en la isla de la Tortuga, entre piratas. Monsieur de Lonvilliers de Poincy, Gobernador de San Cristóbal… el grumete bizco… una geisha… Lord Alfred Douglas… Don Juan… un hermafrodita… Yo, en la orquesta antillana, haciendo vibrar el serrucho. ¡Ah, la música! Y, por fin, Bêt-Bêt. No, a mí no me encontrará, Señor Diablo. Yo investigaba la América del Sur, y la máquina se negó, tonta, a acompañarnos. Son imágenes de gente que duerme… gente que duerme… gente que duerme…

Circularon las fotografiar, odoríferas, parlantes. Satanás, Asmodeo, Mammón, Leviatán, Belcebú, hasta Belfegor, pugnaron por recobrarlas, para indicar su posición en las cromadas cartulinas, pero no lo consiguieron, porque ya andaban por las filas diabólicas, de garra en garra, de pezuña en pesuña, de antena en antena, de pinza en pinza, de tentáculo en tentáculo, alentando risas y bromas. El pavo real Canciller torcía el lente y las desestimaba. Algunas escaparon, cayeron, revolotearon y fueron recogidas después por las astronaves, a las que plantearon problemas de interés científico, promoviendo adivinanzas en París; caricaturas en Londres; gastos en la UNESCO; becas en los Estados Unidos; mesas redondas en Buenos Aires; religiones en África; premios en Estocolmo; proclamas en China; expediciones en Bêt-Bêt, y aguzando la bella noción de que la atmósfera es un nido de impenetrables misterios.

Así, entre las protestas de unos, la vanidad de otros, la admiración de escasos, la burla de los más, regresaron al país de los hielos y de las llamas. Humeaban sus chimeneas; sus fuegos herían: todo funcionaba a la perfección.


We are home again
—se alegró Satanás.


Sweet home… sweet home
… —cantó la brigada. También entonó la canción de las juventudes.

Ladró su bienvenida Cancerbero; bramó el toro asirio, oliscando las pasturas ardientes del Tártaro; la sirena se zambulló, con su niño cerdudo, en las aguas del Aqueronte.

—Debo ver a Francesca y Paolo —anunció Asmodeo—. Les llevo una postal.

—Yo a los soberbios.

—Yo a los iracundos.

—Yo a los avaros.

—Yo a los envidiosos. ¡Qué bien se siente uno aquí!

—Yo me encierro en las cocinas. Traigo recetas nuevas, Señor Diablo. Su Majestad se lamerá las extremidades; mientras come con la boca superior, con la inferior beberá. ¿Con quién nos mandó espiar, Majestad Suprema?

—Es un secreto. Top secret. De no haber sido gracias a él, por un pelo, por una crin, por una pestaña, por una pelusa, hubiésemos perdido a la Tierra nutricia —rezongó el soberano—. Quédense en el Infierno, Excelencias. No les confiaré más misiones extramuros. ¡Qué razón tuve, cuando les previne que tuviesen cuidado con Belfegor! Por culpa de ustedes, a punto estuvimos de que nos fusionasen con los ángeles y ¿quién puede predecir cuál hubiera sido entonces nuestro destino común? ¿Qué haríamos, mancomunados, ángeles y demonios? ¿Qué? ¿qué sería de mí… Santo Dios?

—¡Caramba, Majestad, y nosotros que proyectábamos el turismo pecador en gran escala!

Belfegor nada dijo. Dormía, hilvanaba ensueños. Soñaba con un Mundo inmóvil, hermosísimo, definitivamente independizado de pasiones, de angustias, un Mundo que flotaría en los espacios infinitos, como una diáfana pompa de jabón. Los monos, que habían llegado a amarlo, aventaron las moscas de Belcebú, lo cobijaron con una manta púrpura, en el combo lecho de carey, y lo acariciaron, empleando, cada uno, sus cuatro manos sabias.

Cruz Chica, 25 de abril — 25 de octubre de 1973

Manuel Mújica Láinez

MANUEL MÚJICA LÁINEZ nació el 11 de septiembre de 1910 en Buenos Aires, y falleció el 21 de abril de 1984 en Cruz Chica, Córdoba (Argentina). Se educó entre Francia y Gran Bretaña, para finalmente decidirse por el Derecho, carrera que abandonó para escribir en el periódico argentino La Nación, oficio que desempeñaría toda su vida. Escribió su primera obra, Louis XVII, en francés, pero las siguientes serían en español, alternando la novela (sobre todo histórica y de tema argentino) con la crítica artística y literaria y el artículo periodístico; aunque también se dedicó a la traducción de autores tan conocidos como Shakespeare, Racine o Molière. En 1936 se casó con Ana de Alvear Ortiz Basualdo.

Ha recibido numerosos galardones (entre ellos el Premio Nacional de Literatura de Argentina de 1963), y fue miembro de la Academia Argentina de las Letras y de la Academia Argentina de las Bellas Artes, además de recibir el reconocimiento de la Legión de Honor del Gobierno de Francia en 1982 por el conjunto de su obra. Su obra más famosa, Bomarzo, fue transformada en ópera por el compositor Alberto Ginastera, y varias de sus novelas han sido llevadas al cine y a la televisión.

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