El viajero (36 page)

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Authors: Mandelrot

BOOK: El viajero
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—Pero... ¡Me quedan cinco días! Aún no tengo el dinero, ¡no puedo pagarte todavía!

Kyro levantó una mano para hacerle callar, mientras miraba a su alrededor.

—Tu nombre es Dillman, ¿no es así?

—Sí... Sí, señor.

El viajero asintió.

—Pareces un buen hombre, Dillman. No deberías vivir en este lugar.

—Señor —el artesano parecía muy nervioso—, yo... Yo no tengo nada más que lo que ves. Mi padre me dejó este pequeño taller y mi mujer murió antes de poder darme hijos que me ayudaran en el negocio; ocurrió antes de que la ciudad de Yar degenerara hasta ser lo que es hoy. Ya soy viejo y no tengo nadie a quien transmitir mi habilidad, he perdido la ilusión de empezar de nuevo en un sitio mejor.

—Comprendo —Kyro había escuchado, pensativo; tras esto siguió hablando—. En realidad he venido a verte por otra razón.

—Si puedo ayudarte, señor...

Dillman pareció calmarse un poco, extrañado por el tono de su interlocutor.

—He oído que tú has estado en las Tierras Prohibidas —dijo Kyro, mirándole fijamente. El hombre se quedó lívido al escuchar esas palabras.

—Pues... Bueno, yo...

—No te preocupes, no me interesan los detalles de tu pasado. Solo quiero información, yo me dirijo hacia allí.

—Señor... Las Tierras Prohibidas no... No se pueden pisar. Nadie vuelve de allí, y si lo hiciera sería ahorcado por incumplir las órdenes del rey. ¿Quién te ha dicho...

—No sabes mentir, anciano —le cortó el viajero; Dillman enmudeció instantáneamente—. Necesito saber qué voy a encontrar y por qué es un lugar tan peligroso. Y también cómo conseguirse regresar.

El artesano parecía no saber qué decir; se sentó en una silla cercana. Kyro habló de nuevo.

—Ayúdame y no te preocupes por el dinero para Creet; yo me encargaré de eso. Y ahora habla, tus palabras quedarán entre nosotros.

Dillman le miró por un instante, y entonces asintió.

El viajero dejó la calle iluminada por el sol de media tarde en una taberna de mala muerte; humanos de distintas razas se mezclaban con otros seres de todo tipo. Kyro se dirigió directamente al fondo del local, donde varios se sentaban a una mesa; uno de ellos comía con las manos lo que parecía carne grasienta y los demás hablaban en voz baja.

—Lo he encontrado —dijo Kyro al acercarse—. En un par de días lo tendré.

El que comía tenía forma humana, aunque presentaba algunos rasgos que eran diferentes: ojos grandes, completamente rojos y muy rasgados; orejas puntiagudas, y una piel acartonada que en un lado de la cabeza aparecía contraída por lo que debía haber sido una gran quemadura. En esa parte además no tenía pelo, que en el resto del cráneo era largo y negruzco. Al oír esas palabras se detuvo por un instante, sonrió con maldad enseñando la boca llena de comida y unos dientes marrones y afilados como púas, y se limpió con el antebrazo apartando el cuenco.

—Bien, bien. ¿De dónde lo has sacado?

—Eso no importa —respondió el viajero—. Prepara a tus hombres para el viaje.

—Nadie da órdenes a Creet —se levantó con actitud agresiva otro de los que estaban a la mesa; era grande y tan musculoso que no parecía natural, de piel amarilla y sin pelo. De su espalda, hombros, brazos y cabeza le salían lo que podían ser los extremos de huesos que acababan en punta como espinas.

Kyro no se inmutó, ni dejó de mirar al jefe.

—Tranquilo, Warka. Tranquilo —dijo este; el gigante le miró y volvió a sentarse despacio mientras Creet seguía hablando—. Sí, ese era el trato; cuando tengas el mapa saldremos hacia el norte. ¡Bofor, más bebida!

El tabernero, un hombre grande y muy gordo, sucio hasta apestar a sudor acumulado desde hacía mucho, estaba en ese momento sentado en un taburete recostado en una viga de madera, hurgándose los dientes con un dedo; levantó la cabeza al oír su nombre y asintió.

—¡Ram, bebida para la mesa de Creet! —llamó.

Poco después salió un niño de la cocina llevando una bandeja con varias jarras. Estaba flaco y se le veía tremendamente cansado; caminaba con la cabeza agachada, como con vergüenza.

Cuando pasó por donde estaba Bofor este le dio una palmada en las nalgas sonriendo con evidente lascivia, sin que el chico se detuviera o pareciera sorprendido; por fin llegó hasta la mesa y dejó las copas sin levantar la mirada.

—¿Y el dinero del viejo? —le preguntaba Creet a Kyro.

El viajero se soltó la bolsa que colgaba junto a su espada y la dejó sobre la mesa.

—Está todo.

—Hum, ha debido tener una buena racha —sonrió—. Le haremos una visita cuando regresemos.

Se echó a reír y los que le acompañaban lo hicieron también; Kyro siguió serio. Cuando el niño había colocado las jarras y ya se iba el viajero le detuvo con la mano.

—El tabernero y el chico vienen con nosotros —dijo; todos, incluyendo a Ram, se sorprendieron mucho al oírlo. Ram le miró por primera vez.

—¿Y para qué quieres a ese asqueroso inútil y al crío en un viaje tan peligroso? —le preguntó Creet.

—Tú llevas a tus hombres, yo a los míos.

—Hum, sí, es razonable —Creet hablaba pensativo, hasta que al final asintió—. Está bien, haz lo que quieras.

—Bofor no movería el culo de su asiento ni por el mayor tesoro del mundo —dijo otro de los que estaba en la mesa.

—Tendrías que prometerle un harén infantil para él solo —dijo otro, y todos se echaron a reír.

El viajero miró a Ram.

—Ve a decírselo.

El niño, asustado, se alejó rápidamente y sin decir palabra. Creet se acercó el cuenco de comida de nuevo, cogió un trozo y lo mordió; habló con la boca llena mostrando sus sucios dientes puntiagudos.

—Entonces saldremos en tres días. Pronto sabremos si esos tesoros existen de verdad.

Kyro no dijo nada más; se dio la vuelta y se dirigió a la salida.

Caminaba entre las mesas cuando Bofor le cortó el paso, poniéndole una mano en el hombro para frenarle.

—¡Eh, espera un momento!

El viajero le miró con tranquilidad; su tono al hablar fue suave, aunque tenía algo que asustaba al oírlo.

—No me toques.

El tabernero dudó y bajó la mano.

—¿Qué es esa estupidez de un viaje? ¿Estás loco o qué?

—Salimos en tres días.

Bofor puso los brazos en jarras, enfadado.

—Si te has creído que voy a...

—Cierra la boca o te mataré a golpes aquí mismo —el tono de Kyro fue ahora mucho más duro.

El tabernero se desinfló instantáneamente, mientras comprobaba en el rostro del viajero que hablaba en serio. Este simplemente le rodeó, llegó hasta la puerta y salió.

Era de noche. Un hombre, pequeño y rechoncho, corría como podía por las calles mal iluminadas y desiertas huyendo asustado.

Llegó hasta una esquina y al doblarla apoyó la espalda en la pared, tratando de recuperar el resuello. Asomó la cabeza para mirar atrás pero no parecía seguirle nadie; respiró hondo, aliviado, y trató de seguir andando.

No pudo: ante él tenía a tres seres extremadamente flacos y con piel verdosa. Todos llevaban cuchillos y le miraban con ojos de reptil en rostros sin expresión.

—Ya no se te ve tan orgulloso —siseó el del centro—. ¿Eh, Jilu?

El hombre levantó las manos tratando de hacer que se detuvieran, mientras los otros tres se separaban para acorralarle.

—No... No...

Estaba perdido; los tres atacantes se le acercaron y, sin que pudiera defenderse, le clavaron los cuchillos con mucha agresividad varias veces hasta hacerle caer. Estaban agachados para rematarle cuando el que había hablado antes levantó la cabeza, mirando a los lados, y vio a una figura que se acercaba entre las sombras.

—¡Vámonos de aquí! —susurró. Los otros le miraron, vieron que alguien venía, y los tres se fueron corriendo hacia el otro lado.

La silueta se fue aproximando, hasta quedar algo más iluminada por una antorcha: era el viajero. Caminaba despacio y en silencio.

El hombre herido, tendido allí en el suelo lleno de sangre, se movió con mucha dificultad alargando el brazo hacia Kyro.

—¡Ayuda... ayuda...!

Este siguió andando sin inmutarse; siguió su camino calle abajo dejando al moribundo atrás.

Poco después aparecieron otras dos figuras: la primera era la de alguien muy alto, similar a un humano excepto porque tenía cuatro brazos en lugar de dos; y la segunda pertenecía a un hombre más bajo y de aspecto fuerte. Seguían al viajero y no prestaron apenas atención al herido del suelo que les pedía ayuda ya sin poder hablar.

Vieron a su objetivo girar entrando por una callejuela estrecha, se miraron y ambos asintieron; el de los cuatro brazos sacó con cada mano un cuchillo, el otro desenfundó una espada corta que llevaba a la espalda, y ambos fueron a por él a paso rápido.

Llegaron a la callejuela y se adentraron en la oscuridad. Al cabo de un momento se oyeron varios golpes secos, el crujido de algo rompiéndose y gemidos de dolor.

—Decidle a Bofor que esté listo mañana temprano —dijo Kyro, saliendo de nuevo a la calle por la que había venido con total tranquilidad. Tras esto siguió su camino.

La puerta se abrió y Dillman dejó entrar al viajero.

—Ven conmigo —le dijo después de cerrar; sujetó una pequeña lámpara y fue hasta una mesa, encendiendo otra que estaba junto a ella para ver mejor—. Mira, aquí lo tienes.

Señalaba un mapa hecho en piel fina y flexible que estaba extendido sobre la mesa.

—Las proporciones no estarán bien, supongo; no soy un experto en esto —dijo el anciano—. Pero sé que mi memoria no me falla, sigue las indicaciones y llegarás. Sin embargo debo decirte algo importante que aún no sabes; es acerca de la Ciudad de Cristal. ¿Sabes lo que es el cristal?

—No.

—Es algo bello —Dillman sonrió, visualizándolo con su mente— es... como una piedra, pero se puede ver a través de él como del agua; cuando se encuentra en láminas finas es frágil y se hace astillas que cortan la piel y se clavan con facilidad.

—Creo que sé a qué te refieres —dijo lentamente Kyro, pensativo—. Cristal.

El anciano parecía momentáneamente perdido en sus pensamientos.

—Ah, la Ciudad de Cristal es realmente única. Pero recuerda —añadió volviendo a la realidad—, mírala desde lejos; no traspases sus límites o morirás. Sea lo que sea lo que busques en las Tierras Prohibidas, que no sea en ese lugar. Si buscas riquezas, dicen que en el castillo de la roca está aún intacto el tesoro del antiguo rey; ve allí.

—¿Por qué no fuiste tú a buscarlo?

Dillman sonrió de nuevo.

—Lo que yo perseguía era mucho más valioso que el mayor de los tesoros —dijo con cierta melancolía.

El viajero le miró.

—¿Lo encontraste?

—No —respondió el anciano—; no pude llegar hasta donde estaba. Pero regresé con vida.

—Esto debe ser el comienzo del río —Kyro señaló un punto en el mapa.

—Así es, justo después de los túneles de la Bestia de los que te hablé. Parece muy peligroso pero no debes preocuparte: el agua corre templada y no hay rápidos ni tramos difíciles, sujétate a un tronco o a algo que flote y simplemente déjate llevar; pasarás por debajo de las montañas y llegarás sin problemas hasta el poblado de Tihac que ya no está lejos de aquí.

Dillman comenzó a enrollar la piel, que en uno de sus lados tenía atada un cordel para mantenerla sujeta. El viajero estaba pensativo.

—¿Tienes la bolsa? —le dijo cuando el artesano le entregó el mapa.

—Sí, aquí está.

Le dio una bolsita de piel ligera pero resistente, con una tira corta que la cerraba y que podría servir además para sujetarla a algún tronco no demasiado grueso.

—¿Es esto lo que querías? —preguntó Dillman.

—Sí, así está bien. Te agradezco tu ayuda.

—Mi trabajo vale mucho menos que el dinero que has pagado a Creet; debo darte las gracias yo a ti.

Kyro ya se dirigía a la puerta cuando respondió.

—No te preocupes más por él ni por sus hombres; no volverán por aquí. Nadie más vendrá a molestarte.

—Te diré algo —el anciano le había seguido hasta la salida, y habló con preocupación—. Nosotros éramos doce cuando cruzamos las montañas y nos internamos en esas tierras; solo quedábamos dos cuando regresamos. Más tarde nos separamos y nunca volví a saber del otro. He vivido todo este tiempo temiendo que un día se descubriera nuestro secreto, y tu presencia aquí confirma mi preocupación. Ahora solo me pregunto a quién más le contará esta historia.

—No hablará con nadie.

—Te lo dijo a ti; ya nunca podré estar seguro.

—No hablará —repitió el viajero—; ya no. Está muerto.

Tras esto se marchó; Dillman se quedó mirando cómo desaparecía en la oscuridad de la noche.

A la mañana siguiente Creet y sus mercenarios, nueve en total, se preparaban para el viaje con sus caballos junto a una de las puertas de la ciudad cuando aparecieron Kyro montado en el suyo y Bofor con Ram en una carreta ligera. El tabernero no decía nada, pero se le veía muy irritado.

—Estamos listos —dijo Creet cuando llegaron hasta ellos.

—Vamos —respondió el viajero.

Montaron y se pusieron en marcha. El paisaje era bastante árido, aunque se veían aquí y allá lo que parecían extrañas plantas de formas retorcidas; a lo lejos, hacia el horizonte, se adivinaban formas montañosas. No había nada más, solo el camino polvoriento que se alargaba hasta perderse donde acababa la vista.

Dejaron atrás la ciudad mientras el sol ascendía y el calor empezaba a apretar. Bofor, que no dejaba de mirar de reojo a Kyro con gran enfado, estaba completamente empapado de sudor; se secó la frente con el antebrazo y habló a Ram.

—Dame vino —le dijo.

El chico se dio la vuelta para coger un odre y se lo acercó sin levantar la mirada. El tabernero le dio las riendas y lo levantó para beber, pero justo en ese momento la carreta tropezó levemente con un pequeño bache y se le derramó parte del líquido.

—¡Idiota! —le gritó, lanzándole inmediatamente el brazo y golpeándole con el puño en la cara.

El niño no pudo protegerse y el impacto le hizo sangrar la nariz. Pero no se quejó; simplemente levantó un poco el hombro agachando la cabeza para protegerse de otro posible golpe, aún manejando la carreta mientras Bofor le dejaba para echarse un trago. Tras esto el hombre le arrancó las riendas de las manos empujándole bruscamente con el odre de vino, que Ram tomó entre sus brazos y volvió a colocar en la parte trasera. Entonces se limpió tímidamente la sangre con el dorso de la mano, tratando de no llamar más la atención del tabernero.

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