Authors: Mandelrot
—¡Vamos, tenemos que alejarnos de aquí! —ordenó el viajero. Los otros se acercaron como pudieron: Warka el primero, y con él Creet y Bofor casi a cuatro patas.
Cuando estuvieron todos juntos Kyro se quitó del hombro a Ram y se lo dio a Bofor.
—Llévalo y no lo sueltes. Corred, vosotros delante.
No había tiempo para discusiones: Creet a la izquierda, Warka a la derecha, en el centro Bofor llevando a Ram y unos pasos tras ellos Kyro. Avanzaban con toda la rapidez que podían.
El viajero oyó el siseo tras él, y tuvo el tiempo justo de darse la vuelta y con la inercia lanzar un mandoble con toda la fuerza que le quedaba. La espada chocó contra la sombra, desviándola un poco; pero aún así impactó contra él lateralmente. Notó como algo se le clavaba en el hombro izquierdo y lo desgarraba, mientras el golpe le hacía rodar sobre la sal.
La cosa se alejaba y los que quedaban del grupo también, pero vio cómo estos dejaban algo atrás. Kyro se levantó ignorando el fuego de sus heridas abiertas y corrió siguiéndoles; recogió del suelo el cuerpo inconsciente de Ram y les alcanzó. Siguieron corriendo todo lo que podían para salir cuanto antes de aquel lugar maldito.
Por fin la niebla empezaba a clarear; seguía sin distinguirse nada más que siluetas borrosas a cierta distancia, pero ya tenían la impresión de ver algo mejor. Ahora todos andaban, el niño también, y ya no llevaban sus armas en las manos.
—No puedo más —resopló Bofor—. Necesito descansar un poco.
—Paremos un momento —dijo Creet—; aquí no parece haber peligro.
Se detuvieron; el tabernero se dejó caer pesadamente en el suelo, mientras los demás se agachaban también descolgándose las bolsas para comer y beber. Solo Kyro permanecía en pie; miró a su alrededor, y una vez comprobó que no había nada extraño se acercó a Bofor.
—Eh... Oye, extranjero —dijo este con inquietud—, no te molestes por lo de haber dejado al crío antes. Esa cosa nos perseguía y...
No pudo seguir: el viajero le propinó una potentísima patada en la cara que le lanzó hacia atrás y le dejó inconsciente en el suelo, sangrando abundantemente por la boca y la nariz. La mitad del rostro empezó a hinchársele al momento. Tras esto Kyro se sentó también y sacó de su bolsa unas tiras de comida seca, mientras Warka le miraba con odio apenas contenido.
Ya no quedaba mucho tiempo de luz, cuando vieron allá adelante unas grandes manchas oscuras aún imposibles de distinguir. Parecían inmóviles, y desde donde estaban solo se podía apreciar que eran muchas.
Al verlas nadie dijo nada; se miraron, y tras asentir se acercaron con cuidado y sin hacer ruido.
Lo que vieron les sorprendió a todos: eran barcos. Navíos de madera, enormes, encallados en la sal y algunos medio hundidos como si aquello fuera un cementerio para ellos.
El grupo se acercó con mucha cautela, pero allí parecía no haber nadie; solo aquella fantasmagórica colección de naves en medio de la niebla.
—Busquemos un sitio para pasar aquí la noche —dijo Creet.
Aquel lugar resultaba una mezcla extraña entre la belleza y la muerte. Las enormes figuras se adivinaban majestuosas entre la espesa bruma, y al mismo tiempo daban sensación de absoluta soledad como si estuvieran perdidas en un limbo eterno; atraían y asustaban igualmente.
Mientras caminaban entre ellos sintieron como si el tiempo se hubiera detenido entre aquellos inmensos cadáveres de madera.
Algo después subieron a un gran velero con un gran boquete en el casco por el que podía pasar holgadamente un hombre y, encendiendo pequeños faroles que había en el mismo barco, exploraron la nave sin encontrar rastro alguno de vida ni los restos de los que hubieran debido ser sus ocupantes. Finalmente decidieron acomodarse en lo que parecían los camarotes de los oficiales, no muy espaciosos pero de aspecto más confortable que el resto.
Kyro estaba tumbado ya en su cuarto cuando oyó a lo lejos un grito: era Creet. Un instante después, cuando ya se estaba levantando y cogiendo su espada, apareció en la puerta Bofor jadeando de correr.
—¡Extranjero! ¡Extranjero, hay algo en este barco!
El viajero no dijo nada; simplemente cogió su espada y se acercó al tabernero, que señaló al fondo del pasillo sin resuello. Cogió el farol que este llevaba en la mano.
—¡En la bodega, se ha llevado a Creet!
Kyro, seguido por Bofor, bajó hasta el nivel inferior y avanzó por el pasillo hasta la puerta tras la cual se encontraban las escaleras a la bodega. Abajo no se veía nada.
—Quédate aquí —dijo el viajero sin dejar de mirar a la oscuridad, mientras empezaba a descender.
Podía oír a algo o alguien respirando agitadamente entre las sombras. También notaba el olor de Creet. Estaba completamente concentrado en lo que tenía delante, y por eso se sorprendió cuando escuchó el crujir de un escalón tras él.
—Quédate... —comenzó a repetir, girando un poco la cabeza hacia atrás. Demasiado tarde.
Sintió un impacto brutal en el cráneo, algo metálico y pesado que le hizo perder el equilibrio y rodar escaleras abajo dejando caer el farol y la espada. Apenas hubo chocado contra el suelo, entre la conmoción y los golpes, sintió sin poder reaccionar cómo le golpeaban con algo cortante en un lado del pecho, casi rompiéndole las costillas, y alguien se agachaba para coger su espada y subía corriendo hacia la puerta.
—¡Cierra, rápido!
—¿Le has matado?
—No lo sé, ¡date prisa!
Oyó el golpe de la pesada hoja al cerrarse acompañado de un chasquido, tras el cual siguió la voz de Warka dirigiéndose a él.
—¡Eh, tú, extranjero!, ¿estás vivo aún? —esperó un instante antes de continuar—. Me hubiera gustado matarte yo mismo; dale las gracias a Creet que no quiere correr riesgos. De todas formas si has sobrevivido no saldrás de aquí.
El viajero les oyó alejarse, y trató de incorporarse sin que le fuera posible: la cabeza le latía dolorosamente y estaba mareado, y sentía que el corte del pecho debía ser profundo. Entreabrió los ojos un momento pero no pudo ver en la oscuridad, así que volvió a cerrarlos y trató de recuperarse.
Algún tiempo después consiguió por fin empezar a moverse, aunque parecía que la cabeza le fuera a estallar. Trató de tocarse el cráneo pero al mover el brazo le ardió el costado hasta dejarle sin respiración; volvió a intentarlo más lentamente y esta vez lo consiguió: lo notaba hinchado, pero no parecía estar roto. Tampoco las costillas; sus fuertes huesos eran lo único que le habían evitado una muerte segura.
A su alrededor todo era oscuridad y silencio. Solo arriba daba la impresión de que había un rectángulo menos negro que el resto; supuso que debía ser la rejilla que daba a cubierta, porque notaba el aire fresco de la noche. En cualquier caso el techo estaba muy alto, al menos cuatro veces su propio tamaño; imposible llegar hasta allí. Kyro respiró para coger fuerzas y, despacio, trató de levantarse para inspeccionar el lugar.
Allí no había más que algunos barriles vacíos, nada que pudiera servirle. Las paredes de la bodega eran los gruesos troncos del propio casco del barco, imposibles de atravesar o romper con sus manos. Una vez descartado lo demás subió las escaleras hasta la puerta por la que había entrado: tenía una ventana atravesada por gruesos barrotes de metal, además de los remaches y las planchas que la atravesaban. Definitivamente, allí no había salida. El viajero estaba agotado y sentía mucho dolor, así que simplemente se sentó apoyando la espalda en la puerta para descansar.
No pasó mucho antes de que le alertara un leve sonido que se acercaba desde el otro lado: pasos. Era Ram.
Kyro se levantó para asomarse por entre los barrotes.
Ram llegó hasta la puerta en la oscuridad; Kyro sintió cómo se apoyaba en la puerta; sacó la mano y le tocó el hombro. El chico dio un respingo, sobresaltado, pero no hizo ruido.
—¿Kyro? No puedo abrirla...
—Mi espada —susurró el viajero.
—No sé dónde está —contestó el niño en voz igualmente baja—. Bofor duerme muy profundo pero no puedo quedarme mucho o me descubrirán.
Kyro pensó un momento.
—En cubierta hay cabos —dijo finalmente—. Ata uno a un lugar firme y échamelo por la rejilla de arriba si eres capaz de moverla.
—Sí.
Antes de que se fuera el viajero le sujetó el hombro.
—No te arriesgues. Si no puedes hacerlo fácilmente olvídame y vuelve con ellos.
El chico no contestó, solo se alejó sigilosamente.
Los momentos siguientes se le hicieron eternos, hasta que por fin escuchó algo moverse en el techo sobre él. No podía ver prácticamente nada, pero distinguió una sombra y un hueco que se abría, y tras esto notó cómo algo caía desde allí; después oyó pasos alejándose sobre la cubierta y volvió el silencio.
Se acercó hasta donde debía estar la cuerda y la encontró, y dio unos tirones para comprobar que estuviera bien sujeta; entonces se agarró para tratar de subir, pero al iniciar el esfuerzo el dolor en su costado fue tan intenso que cayó al suelo retorciéndose. Unos momentos después se tocó y notó que la herida sangraba bastante; volvió a levantarse con dificultad, y buscó en la oscuridad uno de los barriles vacíos. Lo acercó, se subió sobre él y, respirando intensamente para prepararse, saltó y se agarró de nuevo a la cuerda quedando colgado en el aire. El costado le latía como si se lo estuvieran desgarrando, notaba la sangre resbalando por su piel, pero haciendo un esfuerzo imposible Kyro consiguió alargar un brazo para sujetarse un poco más arriba y empezar lentamente a subir hasta la salida.
—¿Lo ves? —dijo Creet.
—No, pero no se distingue mucho ahí dentro —contestó Warka, que se asomaba por los barrotes de la puerta—. ¿Quieres que entre a rematarlo?
—No seas estúpido; no serviría para nada, deja que se pudra ahí. Vámonos.
Fuera ya era pleno día; Creet, Warka, Bofor y Ram abandonaron el barco por el mismo sitio que les había servido de entrada. El viajero les observaba desde la cubierta. Cuando se alejaban de allí se tocó el costado, que aún le ardía; la mancha de sangre seca le bajaba por la pierna. Miró un instante al grupo que se alejaba, y él también se puso en marcha.
La niebla acabó al mismo tiempo que dejaban el mar de sal; delante tenían de nuevo una zona montañosa. El cielo aparecía limpio y luminoso.
—¡Por fin! —dijo Bofor—. Creía que nunca volvería a ver el sol.
—¿Qué dice el mapa? —preguntó Warka a Creet.
El aludido lo estaba consultando.
—Hay un camino siguiendo las montañas —respondió—. Podríamos rodearlas cruzando algo llamado "Ciudad de Cristal", pero aquí dice que debemos seguir todo recto hasta el castillo.
—¿Por qué? —dijo Bofor—. ¿No podemos ir antes a la ciudad? Puede que allí podamos descansar.
—No hay nada más —le contestó Creet—. De todas formas el tesoro debería estar donde vivía el rey, y quiero llegar cuanto antes.
—Vamos —interrumpió Warka con voz sonora—, ¡tengo prisa por hacerme rico!
Tras esto se pusieron de nuevo en marcha a través de las montañas. Kyro les seguía con cuidado para no ser descubierto.
El paisaje era bastante escarpado, aunque habían ido encontrando progresivamente algo de vegetación; con las plantas encontraron también algunos pequeños animales que pudieron cazar para comer. Ya llegaba la noche cuando, siguiendo el camino que rodeaba un alto risco, vieron a lo lejos algo que les llamó enormemente la atención.
—¿Qué es eso? —señaló Bofor.
Allá a lo lejos, entre los picos, se veía una extensa llanura con un punto brillante en el centro. Aún había algo de luz en el ambiente, pero la que desprendía aquel lugar destacaba mucho sobre los alrededores.
—Debe ser la Ciudad de Cristal —respondió Creet.
—Magia —dijo Warka.
—Sí. Ahora entiendo por qué la ruta del mapa la evita. Vamos, busquemos un lugar para pasar la noche.
Poco más adelante se detuvieron en una zona resguardada por un voladizo de rocas. Creet y Warka se sentaron, y este último se descolgó de la espalda uno de los animales cazados que llevaba consigo y empezó a cortarlo para comer.
—Nosotros vamos a descansar ya —dijo Bofor, sonriendo maliciosamente, y miró a Ram—. Necesitamos recuperar fuerzas, ¿verdad, querido?
Le pasó una mano sudorosa por la cara y luego por la espalda, atrayendo al niño hacia sí y pegándolo contra su enorme barriga; Ram mantenía baja la cabeza. Los otros no contestaron, y el tabernero se alejó unos pasos hasta un sitio algo más apartado.
Desde un poco más arriba les miraba el viajero. Pasaron unos momentos antes de que se alejara, retrocediendo hasta llegar a un lugar desde el que pudo ver de nuevo la Ciudad de Cristal; se quedó mirando aquel punto brillante con gran preocupación.
—¡Ahí está!
Por fin tenían delante el castillo. Era imponente, una fortaleza de piedra blanca inexpugnable que parecía colgada de la pared vertical de una gran montaña como si se abriera saliendo de su interior. El grupo se detuvo un momento a contemplarla: había en lo alto una gran explanada con jardines, y del bloque bajo ella sobresalían balconadas distribuidas en varios niveles.
—El rey que vivía allí debió ser muy poderoso —dijo Creet.
—Y rico —añadió Warka.
—Si es verdad lo que dicen —preguntó Bofor—, ¿por qué desaparecería toda la gente? Ahí debe caber una ciudad entera.
—Lo único que me interesa es el tesoro —respondió el mismo Warka—. Tiene que estar ahí esperándonos.
Tuvieron que dar un rodeo para acceder hasta la entrada, al otro lado de la montaña; el camino se hacía muy empinado y estaba flanqueado por dos líneas de torres con grandes arcos entre ellas, de los que asomaban rejas de gruesos barrotes de metal que podían dejarse caer para contener a un posible enemigo. Ahora estaban ambas levantadas, y la puerta de entrada al corazón de la montaña abierta de par en par.
Al entrar el grupo se encontró en un gran salón sostenido por dos hileras de enormes columnas de aquella preciosa piedra blanca. La luz entraba por numerosos huecos circulares hechos en la roca, y a los lados había muchas puertas de distintos tamaños. Al fondo una escalinata central salía de un amplio arco decorado lujosamente, y se adivinaba luz natural iluminando el espacio tras él; aquella podría ser la zona destinada al rey.
Nada se movía en aquel lugar, no se escuchaba ni un susurro. Los únicos sonidos eran los de los pasos de los cuatro recién llegados.