Authors: Mandelrot
—Así es; todo lo que percibes no es más que una interferencia en los centros receptores de tu cerebro; no es real. Aunque tú creas que te desplazas será el suelo el que se mueva, y tanto los accidentes del terreno como los objetos no son más que campos neutros de energía. Pero para ti estarán ahí.
—Pero... Siento el calor del sol, puedo oler las plantas —por más que se lo explicaran no podía creerlo.
—Tu mente cree sentirlo, pero no es así.
—Qué magia... —empezó a murmurar el viajero, y se interrumpió—. Ian, ¿esto es ciencia?
El programa pensó un instante antes de contestar.
—No comprendo muy bien tu pregunta. La aplicación de la ciencia está presente en toda esta estación orbital; también en esta herramienta de simulación, claro. No sé si te referías a eso.
—Sí. Es lo que pensaba.
Por un momento le vinieron a la mente algunas preguntas: ¿era por su gran poder por lo que Varomm había prohibido la magia? ¿Podía la más poderosa, esta ciencia, acabar con él?
Decidió quitarse eso ahora de la cabeza, y concentrarse en lo que Ian llamaba "la simulación".
—De acuerdo, vamos allá.
Al principio todo fue cuestión de un par de saltos hasta dar con su objetivo: demasiado fácil.
Habían ido aumentando la dificultad, y por primera vez Kyro iba a enfrentarse al grado máximo.
—¿Estás seguro de que puedes hacerlo? Este nivel incluye enfrentamientos y, aunque no te matarán, podrías hacerte daño.
—No te preocupes —el viajero estaba concentrado, la conversación le estorbaba—. Adelante.
—Recuerda que puedes detenerlo cuando quieras.
—Empieza.
Estaba subido en la gruesa rama de un árbol; no se veía el suelo allá abajo ni parecía haber un límite de altura. A su alrededor había muchos más árboles como el suyo, también con ramas por todas partes que cruzaban de un lado a otro.
—¿En qué dirección está el objetivo? —dijo.
—Todo recto hacia adelante —respondió Ian.
Se movió hacia un lado para acercarse al tronco, y saltó a otra rama un poco más abajo que crecía en aquella dirección. Avanzó haciendo equilibrios hasta pasar por debajo de otra, entonces saltó y se agarró con las manos, y subió para seguir hasta otro grueso tronco vertical y desde allí descolgarse hasta otra rama cercana.
Se sujetaba con los dedos, colgado en el aire, balanceándose para dejarse caer hasta un tronco torcido que había debajo, cuando escuchó un levísimo sonido tras él. Giró la cabeza justo en el último momento para esquivar instintivamente el golpe: una mancha oscura le pasó rozando la espalda y Kyro le vio caer justo donde él pensaba hacerlo. Tenía forma humana pero sin rasgos en el rostro, ni ojos para ver, y era de color completamente negro.
Tiró de sus brazos y se subió a la rama de la que había estado colgado; de alguna manera inconsciente percibió movimiento junto a él y saltó antes de que otra figura como la primera, también en equilibrio a su lado, lograra golpearle. Kyro miró automáticamente a su alrededor y vio a dos más acercársele desde un poco más arriba.
Actuó sin tener que pensarlo. Su atacante más próximo trató de golpearle con el puño mientras el de antes subía hasta donde estaban; Kyro esquivó el golpe y le sujetó la muñeca, doblándosela mientras tiraba de él hasta hacerle perder el equilibrio y caer. No esperó a que llegaran los demás: cogió dos pasos de carrera y saltó hacia una rama más baja.
Logró sujetarse y saltó a la siguiente justo en el momento en que una de las figuras caía en la que acababa de dejar. Instantáneamente lanzó la pierna hacia atrás, golpeando al otro por encima del pie y haciendo que quedara en el aire sin apoyo; el atacante braceó tratando de agarrarse a algo, pero no pudo sujetarse y cayó.
El viajero avanzaba lanzado: corría, saltaba, se sujetaba para subirse a otra rama, volvía a correr en equilibrio perfecto hasta saltar otra vez. Veía de reojo a los dos que quedaban seguirle con facilidad y se dio cuenta de que le alcanzarían; cuando uno de ellos estaba ya justo tras él Kyro dio dos pasos muy rápidos, pero en lugar de saltar a la siguiente rama lo hizo directamente hacia el tronco y con los pies por delante. Encogió las piernas completamente para tomar impulso, y sin mirar se lanzó hacia atrás.
El otro no esperaba aquello: Kyro le impactó con la cabeza en el estómago y los dos cayeron de espaldas. Perdieron el equilibrio y ambos lograron sujetarse con las manos en lugar de caer; el viajero lograba ponerse primero en pie cuando sintió un fuerte golpe entre los hombros, casi en la nuca. No perdió el equilibrio por poco; empezó a girarse pero no pudo evitar una patada que impactó contra su costado haciéndole mucho daño. Rápidamente logró saltar por encima del atacante que ya conseguía levantarse, dejándolos a los dos del mismo lado; sin dejarle reaccionar le lanzó un codazo directo a la cara que le hizo temblar todo el cuerpo, y le empujó con fuerza para hacerle caer sobre el que ahora tenía detrás.
Solo tenía un instante, pero para un guerrero como Kyro fue más que suficiente: avanzó como una flecha hacia sus adversarios y golpeó el primero tan fuerte que lo levantó por el aire hasta impactar sobre el otro; ambos perdieron el equilibrio y cayeron, perdiéndose en el vacío.
Kyro miró a todas partes; no parecía haber ninguno más. Dio unos saltos más hasta encontrar en un tronco cercano la palanca roja, tiró de ella hacia abajo, y de repente se encendieron las luces y apareció de nuevo en el centro de la habitación blanca en la estación orbital.
—Muy bien, Kyro —dijo Ian—. Enhorabuena.
El viajero sonrió, respirando con fuerza; había fuego en sus ojos. Hacía tiempo que no experimentaba aquella sensación.
Comía cuando tenía hambre, dormía cuando tenía sueño, vivía sin importarle nada más. Kyro seguía pasando la mayor parte del tiempo en el mirador, la mirada perdida y sus pensamientos también; aunque de vez en cuando se sometía a largas y muy intensas sesiones en el simulador. Hablaba poco, solo contestando cuando Ian se dirigía a él; pero el programa solo lo hacía cuando por alguna razón era necesario.
Acababa de bajar la palanca roja; las luces se encendieron, Kyro jadeaba por el esfuerzo y se tocaba un brazo dolorido.
—Cada vez lo haces más fácil —se escuchó la voz de Ian.
—Estos enemigos son predecibles. Da igual que haya cinco o cincuenta, no son un reto.
—Lo siento, Kyro; estás usando el simulador a la dificultad máxima. No me es posible hacer más.
El viajero salía de la zona de ejercicios y se dirigió a la cabina de limpieza. Depositó la ropa en el cajón correspondiente y dejó que la luz caliente le bañara por completo durante el momento que duraba el proceso; después de esto cogió otras prendas exactamente iguales de otro cajón y se vistió de nuevo. Salió de allí caminando despacio, meditabundo.
Apenas levantó la vista mientras comía algo; esta vez el bloque era rojo, y su sabor igual de insípido que siempre.
—Discúlpame por molestarte —dijo Ian—. ¿Te encuentras bien?
—Sí —el viajero tardó un momento en contestar.
Su tono daba a entender que no quería hablar, y el programa pareció entenderlo.
Después de un rato en que siguió sentado pero sin comer nada más, Kyro simplemente se levantó y se fue directamente al mirador. Allí contempló los dos enormes cuerpos celestes que estaban más cerca de la nave, un planeta y su satélite según le había enseñado el programa; ambos eran preciosos vistos desde allí, un gran disco plateado y algo más allá el otro más pequeño de color rosado intenso. El sol brillaba como un punto en la lejanía, y más allá las estrellas brillando en el manto negro que era el Espacio.
—Echaré mucho de menos todo esto —dijo.
—Tu afirmación implica que vas a abandonar la estación orbital —respondió Ian.
El viajero bajó la cabeza por un momento con expresión pensativa.
—¿Por qué existes? —preguntó finalmente.
—He sido creado con una serie de fines concretos, ya los conoces. No sé si te refieres a eso.
—Tú aprendes, evolucionas, mejoras. Avanzas hacia algún sitio.
—Mi existencia se basa en mis objetivos. Mi evolución me hace más eficiente para conseguirlos.
—Y cuando no tengas objetivos que cumplir desaparecerás.
—Así es. No tendría sentido existir sin una razón.
Unos instantes de silencio, y el viajero habló de nuevo.
—¿Podrías decidir abandonar tu misión? ¿Eres un ser libre?
—No. No puedo ir en contra de mi programación; supongo que a otro nivel es lo mismo que ocurre con otros seres que no pueden ir contra su naturaleza. ¿Puedes tú?
—Sí. Los humanos podemos cambiar de objetivos, o renunciar a tenerlos. Muchos viven así toda su vida, pasando los días sin que haya nada más.
—¿Tienes tú una misión en tu vida?
Kyro sonrió con tristeza.
—Buena pregunta.
—Discúlpame, Kyro; no puedo entender lo que dices, es posible que sea por mi propia limitación al haber sido creado como soy. Creo que si yo no tuviera una razón para existir no habría ninguna diferencia entre vivir conscientemente o estar en modo de espera hasta que se agotara la energía del sol.
De nuevo el viajero tardó algún tiempo en contestar.
—Así es —asintió con voz grave—. Sin un destino al que dirigirse no hay un camino que recorrer, y entonces la vida solo se reduce a dejar pasar los días esperando la muerte.
Ninguno de los dos volvió a hablar. Kyro dejó que su mirada se perdiera en el firmamento; siguió así durante mucho tiempo.
Al fin lo había comprendido.
Disfrutaba de la vista, de aquella maravilla inigualable, sabiendo que sería su última vez.
A veces nos damos cuenta de lo que hemos tenido cuando lo perdemos. Encerrándome en mi pequeño mundo descubrí qué era lo único que tenía yo.
Finalmente bajó la mirada, se dio la vuelta y salió del mirador.
No tenía amigos. No tenía familia. No tenía nada, salvo una misión.
Caminó despacio mirando a su alrededor, dirigiéndose a la puerta que había cruzado al llegar.
Era lo que daba sentido a mi vida. No había más.
Se quitó la ropa en la antesala donde la había encontrado colgada la primera vez; abrió junto al espejo un cajón igual al de la zona de aseo, y dejó allí las prendas. Lo cerró, miró la señal del viajero en la pared y apoyó la mano.
No tenía ninguna posibilidad de conseguirlo y lo sabía; pero moriría en el intento.
Donde antes solo había superficie lisa se dibujó el contorno de una puerta, y se abrió. Kyro cruzó de nuevo el umbral e inmediatamente la esfera que le esperaba se despertó.
Al menos hasta el último momento de mi vida habría una razón para seguir adelante.
Dio unos pasos y vio que había algo en la pared: sobre un recuadro de fondo gris se leía "eliminando información del programa anfitrión". Y unos momentos después, "borrado completo". El viajero se dirigió a la esfera abierta.
Estaba preparado. Tenía una misión.
Entró, la abertura se cerró y un momento después allí solo quedó silencio y oscuridad.
Esperaban en medio de aquella gran tormenta de arena. El grupo de hombres, completamente cubiertos por sus ropas para defenderse del agresivo calor e inmóviles sobre los flexibles y escamosos Dalcs que montaban, miraba a la nada a través del viento y del polvo.
Aún pasó largo tiempo antes de que divisaran algo entre la ventisca. Una silueta se acercaba a pie.
—¡Por Varomm, ha funcionado! —Exclamó uno de los que estaba en la parte de atrás del grupo.
—Increíble —susurró el que estaba junto al primero. Este era el único que mantenía su impasividad, como si no le afectara.
El hombre que se acercaba llegó hasta ellos. Era un soldado con el uniforme roto y lleno de tierra y sangre; parecía agotado. Llevaba en su mano una lujosa corona.
Llegó hasta el grupo y se detuvo frente al que estaba al frente, agachándose y dejándola en el suelo ante su montura.
—El enemigo ha sido vencido, general Kyro.
—Bien. Ya sabes lo que tienes que hacer. Nos veremos en el campamento.
El viajero dio la vuelta y se alejó, seguido por su grupo; el soldado recogió la corona del suelo y volvió por donde había venido, internándose de nuevo en la tormenta.
Por fin le entendía.
El ejército regresaba a casa; las inmensas murallas de Yoarad aparecieron por fin tras las colinas.
Al principio le veía como un hombre duro, un déspota cruel que trataba a su hijo como un esclavo.
Los soldados, de muy diversas razas, caminaban sonrientes, contentos por regresar a casa tras la victoria. Se les veía cansados, heridos, castigados por la dura campaña; pero nada de eso parecía importarles. Marchaban en perfecta formación con disciplina absoluta, pero en sus ojos se notaba que sus pensamientos iban por delante de sus pasos.
La última vez que le vi pensé en él como un padre severo, pero que en el fondo me quería.
Kyro, por el contrario, montaba pensativo y ajeno a lo que sucedía a su alrededor. Su expresión era grave, rocosa.
Ahora comprendía la verdad: él me perdería como perdió a su propio padre. En el fondo no era más que un hombre que había tenido que renunciar a lo más importante que tenía, y que se aferraba a lo único que le quedaba en la vida: su deber.
Llegaron a la ciudad, y al cruzar sus puertas la población les recibió con gran júbilo. Las calles estaban adornadas, de las casas colgaban guirnaldas, y la multitud era una marea de formas y colores que les vitoreaba hasta hacer un ruido ensordecedor. Los guerreros desfilaban henchidos de orgullo; al general no parecía importarle lo más mínimo todo aquello.
Yo había recorrido un largo camino de renuncia, de pérdida. Solo me quedaba mi misión para dar sentido a mi vida, y me aferraría a ella hasta el final. Por encima de todo lo demás, por encima de mí mismo. Por fin entendía a mi padre.
La calle principal desembocaba en una gran plaza, justo delante del gigantesco castillo que presidía la ciudad. El público se agolpaba a los lados contenido por la guardia real; al fondo, al final de una ancha escalinata, esperaba el comité de honor con el mismísimo rey Crondol al frente.
El ejército se detuvo como un solo hombre. Se hizo el silencio en la multitud; el general Kyro desmontó, y un soldado se le acercó con una bandeja sobre la que estaba la corona del monarca vencido. La cogió y avanzó con seguridad hacia Crondol, que se adelantó unos pasos para recibirle.