Authors: Mandelrot
El que hablaba ahora, más bajo que el resto y de aspecto especialmente frágil, con el cabello amarillo muy chillón peinado hacia arriba como si pudiera sostenerse por sí solo, parecía enfadado.
—Dos mil quinientos años preparando este plan y lo mejor que tenían era un hombre de las cavernas. Es increíble.
—Tranquilízate, Alexis —dijo uno de los que había venido con él.
—¿Que me tranquilice? Me parece que no te has dado cuenta de la situación. Llevamos dos milenios y medio esperando la llegada del libertador del que hablan todas las historias. El graaaaan salvador que acabará con el terrible tirano —añadió de forma grandilocuente—. Y resulta que, después de tanto tiempo, lo único que tenemos es un saco de músculos que no tiene ni idea ni de cuál es su mano derecha.
Kyro le miraba impasible, sin decir nada. El otro gesticulaba hablando con voz chillona, era evidente que disfrutaba siendo el centro de atención.
—¡Si hasta cree que somos magos! A ver, hombre de las cavernas —se dirigió al viajero levantando un dedo hacia él, amenazante—. ¿Sabes... Sabes siquiera de qué va todo esto? ¿Sabes hacer algo además de usar un garrote para llevar comida a la cueva?
Sostuvo el dedo delante de la cara del viajero, esperando que reaccionara. No fue así.
—Déjalo ya, Alexis —intervino Sarah—. Oídme, ha venido hasta aquí para ayudarnos y le estáis presionando nada más llegar. Antes de hacer nada más deberíamos ver qué puede contarnos sobre la situación en otros planetas y darle información que pueda serle útil para cumplir con el objetivo de todos.
—Tienes razón, Sarah —dijo la mujer que había llegado con los demás—. Además el consejo debe reunir a todos sus miembros. Nuestras especialidades son técnicas, tú eres la historiadora; ¿puedes encargarte tú del trabajo?
—Sí, claro —respondió ella, algo sorprendida.
—De acuerdo; mañana te mandaremos a alguien para ayudarte. Averiguad todo lo que podáis y presentadnos un informe con los resultados lo antes posible; entonces tomaremos decisiones.
Los demás asintieron, excepto el hombrecillo de pelo levantado que hizo gestos exagerados de exasperación. Por fin los miembros del Consejo se dirigieron a la puerta, pero la voz de Kyro les detuvo.
—Un momento.
Se detuvieron, sorprendidos, y le miraron.
—¿Dónde está la siguiente esfera? —preguntó.
Por un momento todos se miraron con ojos culpables.
—Es... Una larga historia —respondió la mujer que había hablado antes—. Para explicar...
—No siento su llamada. ¿Está aquí o no?
De nuevo hubo un momento de silencio incómodo entre ellos; la mujer volvió a hablar, esta vez dirigiéndose a Sarah.
—¿Podrías contárselo?
—Sí —respondió esta—. Yo lo haré.
—Gracias.
Se fueron como si ahora tuvieran prisa por salir de allí. El viajero miró a Sarah.
—Contestaré a tu pregunta —dijo la mujer—. Pero antes tengo que explicarte algunas cosas; no es tan fácil, ¿sabes? Te diré todo lo que quieras saber, ¿puedes tener un poco de paciencia?
Kyro asintió.
En ese momento se abrió la puerta y entró precipitadamente Jon, el chico que había venido con el arma al principio.
—Sarah, ahí fuera hay un caos. Se ha corrido la voz de que ha llegado el viajero —miró a Kyro un instante— y todo el mundo quiere verlo.
—Menos mal que no había clases. ¿Dónde están?
—En la entrada principal, Carl la ha cerrado y está con el jefe de seguridad tratando de tranquilizar a la gente.
Sarah parecía pensativa.
—Solo hay un acceso y no sería buena idea que te quedaras aquí —dijo hacia Kyro, aunque pensando para sí misma—; no hay otra solución. En fin, de todas formas supongo que es algo inevitable.
En la puerta de acceso al departamento de Historia, Carl hablaba a la multitud mientras un hombre algo mayor que él, con dos más que le ayudaban, trataba de contenerles.
—Tranquilos, ¡Tranquilos, por favor! Sí, es cierto. No, no lo sabemos aún. No ha habido tiempo... Esperad, tranquilizaos, ¡no arreglamos nada con empujones...!
Se detuvo al ver que, de repente, la muchedumbre se había quedado como congelada y en completo silencio. Los que habían estado intentando resistir su empuje se giraron y se quedaron estupefactos como los demás, y el propio Carl se giró también para ver que tras él se había abierto la puerta y en ella estaban ahora Sarah con el viajero.
Nadie parecía portar ninguna clase de arma, al menos de las que Kyro hubiera visto antes, y no parecían peligrosos. Todos allí eran de constitución muy delgada y vestían ropas similares; se distinguían por el color de su piel, que iba desde el pálido enfermizo hasta tonos muy oscuros, y sobre todo por el de sus cabellos. Aunque muchos tendían a llevarlos azules había gran variedad y a primera vista no parecían seguir un patrón.
Estaban en algo parecido a un túnel muy espacioso y bien iluminado; ahora todos miraban al viajero con cara de absoluto asombro, nadie se movía.
—Vamos —dijo Sarah, y Kyro la siguió. Ese fue el momento en que la gente reaccionó: si antes habían empujado para acercarse a la puerta, ahora retrocedieron reflejando cierto miedo en sus rostros.
Les dejaron mucho espacio para pasar; el repentino y completo silencio hacía la situación más impresionante. El viajero vio a muchos de ellos sacar de entre sus ropas pequeños objetos alargados como el que antes Carl había usado, aunque estos no desprendían ninguna luz; le apuntaron con ellos y por un momento estuvo a punto de reaccionar pensando que podían ser armas. Pero Sarah parecía no sobresaltarse y tras unos instantes, al ver que no ocurría nada malo, Kyro pensó que todo aquello no debía ser más que un grupo de curiosos.
—Espera, Sarah, os escoltaremos —le dijo uno de los hombres que habían estado tratando de contener a la gente, el que parecía mayor de los tres—. ¿Adónde vais?
—A mi casa. Gracias, Jefe.
El hombre hizo una seña y se colocó por delante de ellos, mientras que los otros dos se situaban detrás; debían ser soldados de alguna clase. En cualquier caso no eran necesarios para mantener la distancia con el gentío: nadie se atrevía a acercarse.
Recorrieron varios túneles más o menos amplios, bajaron escaleras y siguieron por pasillos ya no tan espaciosos. Se encontraban a su paso con gente que, al ver a Kyro, casi siempre se apartaba asustada o bien directamente salía corriendo. Un hombre, que llevaba de la mano a un niño, tuvo el acto reflejo de cogerlo en sus brazos y apretarse a la pared protegiéndolo con su cuerpo.
Por fin llegaron a una gran sala, de techo alto y muy espaciosa, con muchas puertas en todas las paredes; había asientos con aspecto cómodo, algo que podrían ser muebles pero que el viajero no pudo identificar, y grandes mesas con sillas en el centro de aquel espacio. Aquí y allá había algunas personas sentadas o en pie hablando; algunos, los que estaban en las sillas que rodeaban las amplias mesas, tenían ante sí pequeños rectángulos mágicos ligeramente brillantes flotando ante ellos a los que parecían prestar atención muy concentrados. Cuando entraron el viajero y sus acompañantes, sin embargo, todas y cada una de aquellas personas dejaron lo que estaban haciendo para mirarles con gran asombro.
—Es ahí.
Sarah señaló hacia una de las puertas. No se diferenciaba en absoluto de las demás salvo por un rectángulo en ella con un punto de color rojo y los caracteres “A19”, que pudo reconocer aunque no fueran exactamente como los había estudiado. Kyro vio que en la puerta contigua estaba el mismo punto rojo y decía “A20”, y supuso que sería algún tipo de clasificación para distinguirlas.
La mujer dio las gracias a los agentes de seguridad y estos se marcharon; tras esto sacó de su ropa un objeto pequeño y alargado igual al que llevaban los demás, apuntó con él a la puerta y esta se abrió deslizándose ligeramente a un lado sin que nadie la hubiera tocado. Entonces tiró de un pequeño pomo para hacer que se abriera del todo, hizo una seña al viajero y ambos entraron.
La estancia era minúscula y muy sencilla: de la pared de la izquierda sobresalía una especie de asiento alargado, de la que quedaba enfrente asomaba un saliente que podría usarse de mesa con una extraña silla junto a él, y en la derecha había dos pequeñas puertas cerradas, demasiado estrechas para una persona, y otra más grande. Todo era blanco y se veía desnudo.
—Mi hogar —dijo Sarah abriendo una de las puertecitas de la pared; el interior parecía un espacio para guardar ropa y objetos personales—. Eso de ahí es cuarto de aseo; como los que te he enseñado antes en la universidad, pero individuales.
—¿Estamos bajo tierra? —preguntó Kyro.
—Sí. Y tenemos un problema de espacio, no hay viviendas suficientes y casi todos tienen que compartirlas. Yo soy una privilegiada por mi puesto, pero supongo que ahora tendremos que arreglárnoslas aquí; nadie más querrá alojarte.
—No quiero molestarte; estoy acostumbrado a dormir en cualquier sitio.
Ella sonrió.
—Creo que no lo entiendes, Kyro; aquí no hay otro sitio.
Más tarde caminaban dando una especie de paseo, si es que podía llamarse así a caminar por túneles y pasillos. La gente con la que se cruzaban les miraba con asombro y algunos les apuntaban con sus pequeños objetos alargados. El viajero miraba a su alrededor mientras Sarah hablaba.
—Esta ciudad fue excavada a partir de unas instalaciones subterráneas destinadas a fines de investigación científica. Ahora somos dos mil doscientas personas, buena parte vinculados a la universidad; hay once ciudades más en distintos puntos del planeta, pero aunque tenemos comunicación constante la localización de cada una es secreta.
—¿Corréis peligro? —preguntó Kyro.
—Por eso no podemos salir a la superficie —respondió la mujer—. Hay agentes de Varomm patrullando por todas partes.
El viajero se detuvo.
—¿Agentes de Varomm?
—Sí. En otro tiempo intentamos combatirles, pero son muy poderosos y acabar con cada uno de ellos nos costaba cientos de vidas. Quedamos muy pocos en todo el mundo, no podemos permitirnos más bajas.
—Y ahora os ocultáis aquí.
—Algunos tienen que subir a veces, pero solo en situaciones muy concretas. Y si les descubrieran tendrían que suicidarse antes de ser atrapados para no delatarnos. Mientras Varomm no sepa que estamos aquí nos mantendremos a salvo.
Habían vuelto a caminar; el viajero seguía la conversación, pero parecía pensativo. Sarah continuó.
—Nos hemos adaptado a la vida bajo tierra y tenemos una sociedad estable; cada ciudad se ha especializado en distintas áreas y ahora somos bastante eficientes.
—Aquí es donde se enseña ciencia.
—Sí... Sí, se puede decir que en general sí; nos esforzamos para que no se pierda, aunque hemos retrocedido mucho en nuestra capacidad tecnológica. Cada persona tiene que trabajar medio día en su actividad concreta, en mi caso la Historia, y el otro medio hacer trabajos para la comunidad. Hasta que has llegado yo llevaba dos meses trabajando en uno de los comedores —sonrió.
—¿No tenéis tiempo de descanso?
—Seis días de trabajo, uno libre. Lo normal es que todo el mundo aproveche para socializar. Me refiero a conocer gente, hacer amigos o pasar tiempo con tu familia si es que tienes.
Siguieron caminando en silencio unos instantes, hasta que Kyro habló de nuevo.
—He visto antes situaciones como la que vivís aquí. Pero siempre eran pueblos que habían pasado por una guerra y trataban de reorganizarse para sobrevivir.
Ahora fue ella la que se detuvo.
—Pero Kyro, es que hubo una guerra. Y la perdimos.
Se encontraban de vuelta en el espacio que Sarah llamaba su casa. Estaban sentados, el viajero en el asiento alargado que según la mujer le explicó era su cama, y ella en la silla junto a la pequeña tabla que hacía de mesa.
—Espera, pondré las imágenes en la pared frente a ti y me sentaré a tu lado.
Tocó con un dedo la superficie de la mesita y ante ella apareció, flotando en el aire, un rectángulo de luz. Deslizó los dedos de las dos manos sobre la mesa mientras una especie de dibujos y luces se dibujaban en el rectángulo, hasta que volvió a tocar con un dedo y se sentó junto a Kyro sacando de entre su ropa el objeto pequeño y alargado con el que había abierto la puerta, similar al que parecían tener todos.
Hizo un pequeño movimiento en el aire con él y el recuadro flotante desapareció, para aparecer otro más grande en la pared frente a ellos; la mujer habló mirándolo.
—Fichero de grabación número uno para el informe. Título: el viajero —miró a Kyro—. Grabaré esta conversación para elaborar el informe para el Consejo.
—No sé qué es grabar.
—Ah —pareció sorprendida—. Lo siento, había olvidado que... De acuerdo, creo que lo mejor es que te lo enseñe para que lo comprendas.
Hizo otro movimiento con el objeto de su mano.
—Prueba de grabación, hola Kyro, esto es solo un ejemplo. Muy bien.
Un nuevo gesto; en el rectángulo de la pared Kyro se vio a sí mismo sentado junto a Sarah, como si fuera una ventana por la que estuvieran viendo a dos personas exactamente iguales a ellos. El viajero abrió completamente los ojos por la sorpresa.
La Sarah de la pared hizo un movimiento con la mano: "prueba de grabación, hola Kyro, esto es solo un ejemplo. Muy bien". Volvió a mover la mano exactamente igual que lo había hecho antes y la imagen se desvaneció quedando solo el rectángulo de luz.
—¿Lo has entendido? —la mujer sonrió al ver la cara de asombro de Kyro; parecía divertida.
Él se levantó sin decir nada, y se acercó a la pared. Tocó con cuidado donde estaba el rectángulo luminoso, sin poder creerlo. Tras esto miró a Sarah.
—¿Esto es ciencia? —preguntó.
—¿Ciencia? —se sorprendió ella—. Pues... Sí, podría decirse que sí. ¿Entiendes ya lo que es la grabación?
El viajero pensó un instante y después asintió.
—Creo que sí. Como escribir algo en un pergamino, pero con imágenes y sonidos. Escribes lo que pasa para poder verlo después, es lo que vas a hacer con esta conversación.
—Extraordinario —ahora era la mujer la que parecía asombrada—. Nunca habías visto algo así, ¿no es cierto?
—No —Kyro se sentó de nuevo, mirando aún el rectángulo brillante—. Vuestra ciencia supera todo lo que había conocido hasta ahora.
—Pues lo has comprendido increíblemente bien. De verdad, estoy impresionada.