Authors: Mandelrot
—Hace muchos años —volvió a hablar la mujer—, antes de que nuestra generación hubiera nacido, las dos células estaban juntas. De repente la que habíamos abierto tuvo una sobrecarga y casi hizo estallar toda la ciudad: los técnicos dijeron que el motor se había colapsado por la excesiva demanda de energía, y solo nos quedaba esperar que, si esto se debía a que ya habías pasado, hubieras podido seguir tu viaje... Y si no, que al menos la célula estropeada no fuera la de llegada. De ser así cuando vinieras morirías sin siquiera llegar a materializarte.
Daniel concluyó con una tímida sonrisa.
—Al menos sabemos que en eso tuvimos suerte... Estás aquí.
El viajero no había dicho ni una sola palabra desde entonces. Estaban solos, de vuelta en la habitación de Sarah; ella le había dicho que era hora de dormir, aunque allí las luces hacían imposible distinguir el día de la noche, y después de prepararse para el sueño la mujer sacó de debajo del asiento alargado un bloque rectangular compacto que quedó a ras de suelo y que, según le explicó, sería su cama.
—Espero que puedas descansar —dijo.
Kyro simplemente asintió.
Se tumbó después de que ella lo hubiera hecho, y la luz se atenuó hasta que la estancia quedó casi completamente a oscuras. El viajero se quedó bocarriba, con los ojos abiertos y expresión dura, perdido en sus pensamientos.
Mucho después Sara rompió el silencio.
—Kyro, lo siento. Lo siento mucho.
—Ya está hecho —contestó él por fin.
Notó como ella se incorporaba a medias para asomarse en la penumbra.
—Has sufrido mucho hasta llegar aquí, ¿no es así? Se te nota.
El viajero no dijo nada y la mujer volvió a tumbarse; pero más tarde comenzó a hablar de nuevo.
—¿Puedo preguntarte algo? Me gustaría saber... Has cruzado muchos planetas distintos.
—Sí.
—¿Cuántos?
—No lo sé.
—No lo sabes, ¿ni siquiera un número aproximado? ¿Diez, cincuenta, cien?
—Muchos más. No podría contarlos.
Unos instantes más de silencio.
—Y aproximadamente ¿cuánto tiempo podías pasar en cada uno?
—A veces días, a veces años. Pero ni las jornadas ni las estaciones duran lo mismo en un mundo que en otro.
Por fin vio en la penumbra cómo la silueta de Sarah se asomaba otra vez.
—Kyro, ¿qué edad tienes?
—... Así que es imposible saberlo. Realmente ¡es fantástico!
El hombre de lo que Sarah había llamado "laboratorio de biología" sonreía mirando a Kyro con ojos chispeantes. Parecía disfrutar enormemente con su descubrimiento.
Había allí otras personas, algunas ocupadas con sus tareas pero la mayoría simplemente participando del acontecimiento; todos querían saber más sobre Kyro. Este estaba reclinado en un extraño asiento adaptado a la forma del cuerpo, y Sarah permanecía de pie junto a él.
—Johann, ¿Me estás diciendo que tenemos aquí a un hombre inmortal? —dijo ella con asombro.
—Los de mi raza podemos morir —intervino Kyro—, pero no envejecemos.
—Y con un sistema inmunológico como el tuyo —habló de nuevo Johann, sonriendo cada vez más— supongo que nunca habrás estado enfermo. ¿Me equivoco?
—No.
—Te recuperas muy rápido de las heridas, ¿no es así?
El viajero asintió.
—Los k'var éramos guerreros; normalmente ocupábamos los puestos más peligrosos. Ninguna otra raza de hombres habría sobrevivido.
En ese momento intervino una chica joven que estaba sentada a unos pasos. Todos se volvieron a mirarla.
—Espera un momento —dijo. ¿Cómo se llama tu raza?
—K'var —respondió Kyro.
Ella asintió con expresión pensativa.
—Claro —murmuró.
—¿Qué pasa, Sumie? —le preguntó Johann.
—Venid, os lo enseñaré.
Sarah, Kyro y Johann la siguieron por un pasillo que recorría con paso decidido. El viajero se sorprendió al ver que todos los demás que habían estado allí venían detrás también.
—Sumie es especialista en genética —les apuntó Johann mientras la chica les guiaba hasta una pequeña habitación con una extraña mesa triangular y varias sillas. El viajero no sabía qué era “genética”, pero se mantuvo en silencio.
La chica se sentó frente a la mesa y tocó suavemente su superficie mientras sacaba uno de esos pequeños objetos alargados que allí parecía tener todo el mundo; un rectángulo brillante apareció flotando ante ella. Deslizó los dedos unos momentos, hasta que habló de nuevo.
—Aquí está. Variante K: los exploradores. Sentaos y escuchad esto, creo que os interesará.
Todos lo hicieron. En el umbral de la puerta aún había muchos curiosos que se apelotonaban para tratar de enterarse de lo que ocurría.
—Supongo que no conocéis los detalles de la historia de la genética —Sumie echó una mirada a Sarah.
—No creo que tengamos datos precisos en nuestro archivo; te agradecería que me mandaras lo que pudieras.
—De acuerdo —dijo la chica y se concentró en el recuadro brillante—. El momento de la explosión de los viajes espaciales fue también el de los mayores avances en manipulación genética. Aunque se encontraron muchos planetas habitables las condiciones eran muy variables entre ellos, así que se creó un programa adjunto al de colonización en el que se mejoraba a los individuos para adaptarse mejor al medio; a veces las modificaciones se hacían partiendo de cero, a veces se incorporaban características de los seres autóctonos y también se llegó a usar propiedades encontradas en un mundo en colonos que iban a otro si es que les podían ayudar.
Sarah asintió y miró a Kyro.
—Ahí tienes la respuesta exacta a tu pregunta: por qué hay seres parecidos a los humanos en mundos tan distintos. ¿Lo has entendido?
El viajero tenía la mirada fija en Sumie.
—¿Vosotros creasteis a los de mi raza?
La chica tardó un instante en asentir.
—Pues... Sí, según parece lo hicieron nuestros antepasados.
Kyro no dijo nada más. Sumie volvió a mirar el recuadro y continuó.
—Los individuos se clasificaban en variantes, y dentro de estos se establecían series específicas. Esperad, ampliaré las características de la variante K.
El viajero había bajado la vista y parecía concentrado en sus pensamientos.
—Aquí está —dijo la chica de nuevo—. Variante K, los exploradores. En muchos casos el primer contacto con el planeta se hacía mediante humanos a los que se desarrollaban las cualidades necesarias para adaptarse a ambientes hostiles, y capaces de sobrevivir en medios muy distintos —hizo una ligera pausa—. Vaya, la lista de mejoras es impresionante: fuerza, resistencia, recuperación, respuesta inmune... Es larguísima.
—¿Hay información sobre su esperanza de vida? —intervino Johann.
—Un momento... Sí, creo que es esto. Se utilizaron ocho series de forma masiva, y hubo una serie nueve que llegó a probarse en uno de los últimos planetas en colonizarse; pero el comienzo de la Gran Guerra Universal interrumpió el proyecto antes de que solucionaran algunos problemas y ahí acabó todo. Pero según la teoría en los variante K serie nueve, además de llevar al máximo las mejoras de las anteriores, no existiría el envejecimiento ni la muerte natural.
—Has hablado de problemas —intervino de nuevo Kyro.
—Pues... Parece que había cierta incompatibilidad con el sistema hormonal femenino; había que criarlos en incubadoras y las niñas no sobrevivían al parto. Pero el programa se abandonó antes de que pudieran superar esos fallos y ni siquiera pudieron traer de vuelta a los exploradores que quedaron allí.
El viajero endureció la expresión.
Llevaba en aquel lugar todo el día; Sarah le había dicho que tenía que trabajar en el informe que debía elaborar para su Consejo, y el viajero aceptó quedarse a responder las preguntas de los científicos. Pero estaba empezando a cansarse de todo aquello. Se sentía como un objeto curioso en exhibición, y esa gente no se parecía a la idea que tenía de unos poderosos magos: discutían constantemente para decidir quién sería el siguiente en hablar con él, se hacían comentarios personales ofensivos y una vez hubo que separar a dos de ellos que comenzaron a golpearse.
Eran como chiquillos alborotados.
Estuvo describiendo criaturas que había visto en otros mundos y hablando de sus semejanzas y diferencias, identificando imágenes que le mostraron, hablando del clima, las relaciones sociales y los sistemas políticos; le hicieron todo tipo de preguntas extrañas, como los colores de la tierra y si había huesos de determinadas formas en determinados sitios; habló de la dominación de Varomm y de cómo influía en la vida de los hombres, y lo que los hombres pensaban sobre él. Y así uno tras otro, en un larguísimo interrogatorio.
—Es suficiente —dijo por fin, poniéndose en pie.
Ante él había una nueva disputa por ver quién tenía derecho a ser el siguiente en preguntar. Los tres científicos se quedaron mudos de repente, mirándole con sorpresa.
—Pero... No hemos terminado —habló otro de los que esperaban.
—Yo sí.
La manera en que dijo estas palabras, pero sobre todo su mirada, dejaron claro que no se admitían objeciones; nadie se atrevió a hacerlas. Todos se apartaron con cierto miedo cuando fue hasta la puerta y la abrió para marcharse de allí.
Sarah le encontró en uno de los comedores; había más gente allí pero Kyro comía solo, todos evitaban sentarse cerca y le miraban con reparo.
—Hola —le saludó, sentándose con él.
El viajero solo asintió levemente como respuesta; tenía expresión muy seria. La mujer pareció un poco incómoda.
—He terminado el informe y el Consejo se reunirá mañana; los investigadores con los que has hablado también presentarán sus conclusiones de acuerdo a la información que les has dado.
Kyro la miró momentáneamente y siguió comiendo.
—Veo que te las has arreglado bien tú solo —señaló con la cabeza a la comida.
El viajero se detuvo.
—Tratáis a las personas como animales —dijo.
Sarah se quedó sorprendida por sus palabras; Kyro continuó.
—Cuando me hablaron de los magos pensé en hombres sabios, en seres superiores. Al llegar aquí y ver todo lo que sois capaces de hacer me sentí un ignorante que había vivido toda su vida en la oscuridad. Ahora me doy cuenta de que sois como niños manejando un poder de dioses.
—Kyro, yo no...
—Creasteis mi raza al igual que otras muchas, sacrificándonos para vuestros propios fines. Para vosotros somos individuos con los que hacer pruebas y buscar mejoras como los que cruzan el ganado para que den más alimento. Hoy he estado todo el día satisfaciendo la curiosidad de esos científicos tuyos, todos se peleaban por sacar de mí lo que buscaban sin más y a nadie se le ha ocurrido en ningún momento ni siquiera darme las gracias por mi paciencia.
La mujer se había quedado callada, sin saber qué decir y con ojos de vergüenza. El viajero, aunque en voz baja y conteniéndose, siguió hablando.
—Y ahora habéis hecho fracasar mi misión de liberar a todos aquellos que se han sacrificado para que yo siguiera adelante, estropeando la... célula de teletransporte, o como quiera que la llaméis, para que vosotros podáis tener bonitas luces y agua limpia. Esa esfera valía más que las vidas de todos vosotros juntos; si os merecierais la libertad hubierais elegido la muerte antes que arriesgaros a interrumpir mi viaje. Puede que Varomm sea un tirano, pero vivir en sus mundos me parece mucho mejor que vivir en el vuestro. Ahora entiendo por qué él ha prohibido la magia: los humanos no estamos preparados para poseerla.
No esperó a escuchar la respuesta de Sarah; simplemente se levantó y se alejó sin mirar atrás.
El Consejo estaba reunido en una gran sala; los ocho ocupantes se sentaban tras una mesa alargada, y llevaban ya bastante tiempo escuchando a los que exponían sus informes, entre ellos la propia Sarah, y viendo las imágenes que mostraban para ilustrar sus explicaciones. Kyro estaba sentado a un lado, escuchando.
El último orador terminó. Una de las mujeres del Consejo, la que había venido a ver al viajero cuando este llegó y que había sido presentada como Nadia, fue la que habló a continuación.
—Una vez terminada la exposición de los informes, el Consejo ha acordado elaborar con todos los datos un dossier conjunto que será entregado a las autoridades de las otras once ciudades; ya han sido puestos al corriente de la situación. Ahora tenemos que discutir el siguiente problema: cómo hacer que el viajero pueda seguir su viaje. Daniel, por favor.
El aludido se puso en pie; Kyro se fijó en que antes de hablar echaba una mirada a Sarah, que estaba sentada en una hilera de asientos al otro lado de la sala.
—Todos sabemos que ahora mismo la célula de salida está inoperativa —dijo—. No tenemos planos del aparato y la tecnología es desconocida para nosotros, pero parece que está claro que se ha debido a una sobrecarga del motor de pulsos que ha provocado la destrucción por exceso de calor de una parte de los circuitos del sistema de teletransporte.
Hizo una ligera pausa para comprobar que todos le seguían, y continuó.
—He estado hablando con los especialistas y ven muy difícil reconstruir las piezas sin planos ni guías, pero se puede intentar a partir de lo que ha quedado en un estado mínimamente aceptable para el análisis y con piezas de otra célula. En realidad ahí no está el verdadero problema, sino en que da la impresión de que también algunos almacenes de información se han perdido; y eso sí que es irreemplazable. Lo intentaremos con todas nuestras fuerzas, pero las posibilidades son remotas.
El viajero, que había estado escuchando y tratando de entender el sentido de aquellas palabras, endureció aún más la expresión sin romper su silencio.
—La otra salida —siguió Daniel— estaría en llevar al viajero hasta una célula de teletransporte que funcione, o bien hasta el mismo planeta Duva 11 donde todo indica que Varomm sigue teniendo su base de operaciones. Esta última posibilidad presenta más riesgos porque no sabemos qué sistemas de detección o defensa puede haber en esa zona, de manera que la mejor opción es encontrar un lugar donde haya una célula que permita continuar el viaje.
—¿Sabemos dónde hay alguna? —preguntó Nadia.
—Hay muchas posibilidades de que sea así. Según consta en los registros de comunicaciones secretas de la Resistencia durante la guerra, había muchas transmisiones a un planeta del sistema Gliese 581; esto solo puede significar que hubo una base importante allí también. Es lógico pensar que los que construyeran las células de teletransporte lo hicieran en mundos que les ofrecieran seguridad y donde pudieran recibir ayuda. En cualquier caso, todo esto nos lleva al siguiente problema: cómo llegar hasta allí.