Authors: Mandelrot
—¡Espera! —se le notaba desesperado—. Es... Es un trabajo fácil, solo es ir al norte y dejar una carta en Clamila. Te daré un salvoconducto por si encuentras obstáculos y allí te pagarán muy bien. Yo también te daré dos... tres monedas de oro como adelanto. Vamos, ¿qué dices?
Ahora pudo verle mejor: era algo más bajo que el viajero y tenía algunos kilos de más, vestía buena ropa y al verle jamás se pensaría en alguien metido en aventuras; más bien un escriba o un pequeño comerciante acomodado. Si era el hombre al que buscaban los que se había cruzado antes seguro que no lo habían visto personalmente, o nunca le hubieran confundido con alguien como Kyro.
—Tu salvoconducto al norte me sería útil —dijo por fin el viajero—. ¿Por qué te persiguen?
—Tranquilo, tú no tienes nada que temer porque nadie te conoce. En cuanto a los que me buscan —dudó un momento, y siguió susurrando aún con más cuidado— no sé si sabes que la... la situación ahora es un poco... inestable. La corona tiene enemigos, el conde de Ohad es el más poderoso de ellos; esta información le compromete y no debe ser divulgada. Afecta a personas muy cercanas al propio rey.
—No me interesa vuestra política. De acuerdo, dame la carta y dime a quién debo encontrar.
Por la mañana el viajero salía de la ciudad montado en un caballo en dirección al norte. Estaba bastante transitado, mucha gente a pie y algunas carretas con mercancías para el comercio. Una mujer rolliza, sentada en una de ellas que estaba tirada por un caballo y que en ese momento se encontraba detenida a un lado del camino, habló señalándole.
—Mira, Roder, quizá este guerrero nos pueda ayudar.
De detrás de la carreta salió un hombrecillo barrigón y de aspecto próspero, y le hizo una seña para que parara.
—¡Guerrero! ¡Un momento, por favor!
Kyro se detuvo.
—Me llamo Roder y esta es mi esposa Bunirda; soy comerciante y llevo especias y telas a Clamila, son artículos caros y había contratado a un escolta pero llevamos aquí toda la mañana y no ha aparecido. Tú pareces fuerte y capaz, ¿te interesa el trabajo por unos días?
—El precio, pregúntale el precio —Bunirda, desde el asiento de la carreta, le dio con la punta del pie en la espalda.
—Cállate y déjame a mí, por Varomm —le dijo molesto el comerciante, y continuó sonriendo al viajero—. Con alguien como tú nadie nos molestará. ¿Cuánto quieres por acompañarnos?
El viajero se quedó un instante pensando.
—Yo voy a Clamila —respondió finalmente—. No tenéis que pagarme, viajaré con vosotros mientras no me estorbéis.
—No lo haremos —dijo sonriente Roder.
—¿No quiere dinero? —su mujer le miraba con suspicacia—. ¿A quién no le importa el dinero?
—Calla de una vez, Bunirda —murmuró Roder tratando inútilmente de disimular—. No hagas caso a mi esposa, generoso guerrero. ¿Puedo saber tu nombre?
—Kyro.
—Bien, Kyro, por tu manera de hablar veo que no eres de por aquí. Nosotros conocemos los mejores caminos, si eso al menos puede compensarte por el favor que nos haces.
Una voz desde detrás del viajero les interrumpió.
—No he podido evitar que accidentalmente llegara a mis sensibles oídos la animada conversación que estos distinguidos señores sostenían y el provechoso resultado de la misma. Me pregunto si se permitiría a mi humilde persona participar de tan ventajoso acuerdo.
El que hablaba era un hombrecillo muy flaco y de baja estatura, de orejas largas y estrechas y dedos más largos que los de un humano normal. Vestía ropa de llamativos colores y llevaba a la espalda un hatillo y algo que podría ser un instrumento musical. Hizo una pronunciada reverencia.
—Me llamo Agneon y me dedico a alegrar con mi música y mis versos las vidas de aquellos que quieran escucharlos. Me había permitido la idea de viajar a una gran ciudad como Clamila para buscar allí fama y fortuna, pero ¡ay de mí! Como veis no poseo cualidades para la lucha y no me atrevía a viajar solo a merced de los salteadores. ¿Me permitiríais unirme a vuestra sólida comunidad durante este camino a cambio de mis modestas inspiraciones?
—Un vago —dijo Bunirda con desprecio—. Lárgate y déjanos en paz.
—Espera —intervino Kyro—. Cuantos más seamos menos probabilidades habrá de que los ladrones nos ataquen.
—Mi esposa tiene razón, gran guerrero —dijo nerviosamente Roder, como tratando de halagarle sin estar seguro de hacerlo bien—. Para viajar seguros te tenemos a ti, y el juglar no nos ayudaría mucho en una emboscada.
—Seguro que encima pretenderá compartir nuestra comida a cambio de nada —añadió Bunirda refunfuñando para sí misma.
—La inteligencia de la elegante dama es solo comparable a su sobrecogedora belleza —dijo Agneon—. Ciertamente no dispongo de riquezas para compensar tamaño servicio, pero como veis mi pequeño cuerpo no precisa de gran cantidad de alimento y a cambio espero que me hagáis el honor de permitirme componer una oda para vos —concluyó con una nueva reverencia.
—Vistos de lejos seremos cuatro a asaltar —cortó Kyro—. Vienes con nosotros.
Llevaban ya un largo rato viajando. Kyro montaba en silencio, Agneon iba subido en la parte de atrás de la carreta conducida por Roder con Bunirda a su lado. Esta última hablaba poco, evidentemente disgustada por tener con ellos al juglar que además no paraba de hablar.
—Me ha parecido entender que eres natural de otras tierras, noble Kyro —dijo. El viajero se limitó a mirarle—. Yo he tenido el privilegio de conocer distintos lugares a lo largo de mi vida, quizá mi periplo por el mundo me haya llevado por allí. ¿De dónde vienes?
—De lejos. No es conocido aquí.
—Sin embargo hablas muy bien nuestra lengua —intervino Roder—. ¿Es similar la tuya de origen?
—Conozco un dialecto parecido al que vosotros habláis.
—¿Y qué te trae tan lejos de tu casa? —insistió Agneon—. Si no te molesta la curiosidad, oh poderoso guerrero.
—Voy hacia Clamila —contestó con un tono que dejaba claro que no estaba interesado en aquella conversación.
El juglar tomó su instrumento musical. Era como una concha grande y alargada con algunas cuerdas en su abertura; el conjunto parecía destinado a dar resonancia al sonido de la vibración de las mismas. Tocó unas notas y empezó a recitar mirando al vacío: sus palabras sorprendieron a Kyro, que de nuevo volvió la mirada hacia él.
El viajero
que está perdido y lejos de su casa
busca su destino
hoy hacia el norte, mañana hacia el sur
¿dónde hallará el final de su camino?
solo el dios que todo lo conoce
tiene la respuesta a sus eternas preguntas.
Kyro se había quedado mirando a Agneon fijamente, pero este sonreía levemente mirando a la nada como disfrutando de su momento de inspiración. Tras esto finalmente el viajero volvió de nuevo la vista al frente, sumido en sus pensamientos.
A medida que el día iba pasando y ellos avanzaban en su camino la vegetación se iba haciendo más abundante y frondosa. Agneon, después de mucho tiempo hablando y recitando poemas, llevaba por fin un rato dormitando en la parte de atrás de la carreta; eso hacía que la sensación de silencio fuese mucho más pronunciada. Roder empezaba a mostrarse nervioso.
—A partir de aquí entramos en territorio peligroso —dijo—. La situación política y las revueltas han hecho que el rey envíe soldados a otros lugares y estos bosques han quedado desprotegidos. Doy gracias al gran Varomm por tenerte con nosotros.
—No he visto muchos templos por aquí hasta ahora —comentó Kyro.
—En Clamila hay más, y junto al mismo castillo está el más grande de todo el país. En los pueblos y ciudades pequeñas, donde no hay centros de poder importantes, la presencia de templos es mucho menor.
—Nosotros cumplimos con nuestras obligaciones religiosas —intervino Bunirda.
—Cierto, cierto —asintió su marido rápidamente—. Asistimos a los ritos y siempre intentamos ser ciudadanos ejemplares. Nuestra tienda es pequeña pero respetable —miró a su mujer, que sentenció con un digno movimiento de cabeza.
En ese momento Agneon, que parecía haber despertado con la breve conversación, se dirigió al viajero.
—¿Buscas algún sitio concreto en Clamila?
—¿Te interesa? —le preguntó Kyro.
—Es simple curiosidad, poderoso protector de nuestras vidas; deseo acercarme un poco más a la gloriosa figura que nos protege de todo mal —respondió el juglar sonriendo—. ¿Conoces a alguien allí, o tienes amigos?
—No tengo amigos —fue una contestación seca.
—Ya veo. Una espada y un caballo; eso es todo lo que un guerrero necesita. ¡Qué idea tan romántica para una oda al valor!
—Has sabido elegir bien al tuyo —le dijo Roder señalando a su montura—. Se ve sano y fuerte.
El viajero suavizó por un momento su expresión; palmeó suavemente el lomo del caballo.
—En mi lugar de nacimiento no conocíamos estos animales —dijo—; pero los he visto a veces en otras tierras. Son buenos compañeros.
—Te darán buen dinero por él en Clamila si quieres venderlo —apuntó Bunirda.
—Así es —afirmó también Roder—. Conozco a un ganadero que viene al mercado de Gard, junto a las puertas del castillo, que te lo compraría a buen precio.
—Mis queridos amigos —participó Agneon—, de seguro ofendéis al honorable guerrero con vuestra sugerencia comercial. Su interés ha de ser más elevado que el del frío metal de las monedas.
—Así vives tú —le replicó Bunirda—, despreciando el dinero pero viviendo de los demás.
Kyro se detuvo de repente y levantó una mano mientras miraba al frente.
—Quietos —dijo en voz alta.
La carreta paró inmediatamente. Sus tres compañeros de camino se le quedaron mirando con sorpresa, mientras el viajero escudriñaba con la mirada el bosque allá adelante.
—Descansaremos aquí —habló por fin—.
Desmontó ágilmente, sin dar tiempo a los demás a hacerle preguntas. Antes de que nadie pudiera decir nada fue él quien dio instrucciones.
—Agneon, ve camino atrás a buscar ramas para hacer fuego. Vosotros —señaló a Bunirda y Roder, que se miraron— apartad la carreta de la vía y preparad todo para pasar aquí la noche.
—Pero... Kyro, más adelante hay una posada donde se puede dormir seguro y bajo techo —dijo Roder—; si vamos a buen paso y sin detenernos podemos llegar allí antes de la puesta de sol.
El viajero, que ya conducía su caballo tranquilamente a un lado del camino, le respondió sin mirarle.
—Aquí estaremos mejor —fueron sus únicas palabras.
Llegó la noche y todos comían sentados alrededor del fuego. El caballo de Kyro estaba atado a la parte de atrás de la carreta, a solo unos pasos.
—Permitidme deciros, amable señora —habló Agneon—, que vuestra comida es manjar digno de dioses.
—Por eso comes tanto —respondió Bunirda con desprecio—. Y decías que no precisabas mucho.
—Es alimento para el alma, distinguida dama. Me ayuda a inspirarme en la oda que os estoy componiendo.
—Sí, ya —la mujer se veía de evidente mal humor.
—¿Harás guardia durante la noche? —preguntó su marido a Kyro.
—Sí. Vosotros dormiréis en la carreta, Agneon y yo nos turnaremos para estar despiertos junto al fuego.
—Mi venerado protector —dijo el juglar—, lamentablemente no creo poder serviros de mucha ayuda. Mi vista no es buena en la oscuridad, y tampoco sabría qué hacer en caso de peligro.
—Lo que yo decía, un vago —refunfuñó Bunirda.
—Bastará con que me despiertes. Yo haré la primera guardia.
El resto del fuego estaba aún encendido; Agneon dormía un sueño agitado junto a él. Dio algunas vueltas antes de despertar sobresaltado. Miró alrededor: estaba solo.
Se incorporó hasta quedar sentado, volvió la cabeza a todas partes tratando de ver entre las sombras.
—¿Kyro?
Nadie contestó.
—Kyro, ¿estás ahí? —repitió, con tono asustado.
Se puso en pie sin dejar de girar la cabeza a uno y otro lado.
—Gran... ¡Gran guerrero, contesta!
—¿Qué pasa? —era Roder que asomaba desde la carreta.
—¡No está! —dijo simplemente Agneon, abriendo los brazos—. ¡Nuestro protector se ha ido!
—Su caballo está aún aquí —apareció Bunirda también.
En ese momento se oyó la voz del viajero.
—Todo está bien —se limitó a decir, mientras se acercaba al fuego. Llevaba su espada en la mano; a la luz pudo verse que la hoja estaba llena de sangre, y él mismo tenía salpicaduras por los brazos, el torso y hasta la cara.
—¿Qué ha pasado? —Agneon se había alarmado aún más al verle así.
Kyro clavó la espada en el suelo, junto al fuego, y habló mientras se sentaba para después tumbarse.
—Nada. He estado de caza. Es tu turno de guardia; no te preocupes, no hay peligro.
Tras esto se dio simplemente la vuelta para dormir. Los demás se miraron sin decir palabra.
Ya por la mañana el grupo había vuelto al camino. Kyro, ya sin restos de sangre, montaba tranquilo y sus compañeros estaban también en silencio; le miraban de vez en cuando aunque el viajero parecía sumido en sus propias reflexiones.
—Soldados —dijo Bunirda.
Estaban poco más adelante, y les habían visto también. Cuando llegaron hasta donde estaban les hicieron parar; todos ellos eran de una especie parecida a la humana pero de piel gris oscuro y aspecto más robusto. Sus colmillos que asomaban arriba y abajo de la boca les daban un aspecto fiero, aunque este grupo no parecía agresivo.
—Alto —se adelantó uno de ellos—. Este camino está cerrado por orden del rey.
—Somos comerciantes de Clamila —dijo Roder—, allí nos dirigimos con telas y especias.
—No se puede pasar —el soldado negó con la cabeza—. El único paso abierto es el del puente de Gola, y tendréis que esperar a que os registren.
—¿Por Gola? —insistió Roder—.¡Pero nuestra carreta no pasará por allí! Además Gola está a más de un día de aquí y no llevamos víveres para un rodeo tan largo.
—Entonces tendréis que volver por donde habéis venido —el soldado parecía imposible de convencer.
Agneon intervino.
—¿Podemos saber, oh gallardo defensor de la paz y la seguridad de estas tierras, qué ocurre para haber tomado medidas tan estrictas? ¿Qué buscan quienes registran a todos los que se dirigen a Clamila, famosa siempre por su hospitalidad?
—Cumplimos órdenes —fue la única respuesta que obtuvo—. No pasaréis por aquí.