El viajero (24 page)

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Authors: Mandelrot

BOOK: El viajero
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Kyro había descolgado su bolsa de la espalda y sacó un papel enrollado. Lo extendió hacia adelante.

—Toma.

Al leer su contenido el militar pareció dudar.

—Es el sello real —murmuró—. Pero el salvoconducto habla solo de su portador; tú puedes pasar, ellos no.

—Dime tu nombre, soldado —Kyro habló con tono autoritario—. Será el que yo pronuncie al rey cuando me pregunte por qué me he retrasado y tenga que hablarle del puente de Gola.

El efecto fue evidente. El guardia miró nerviosamente a sus compañeros, ninguno de los cuales pronunció palabra; algunos miraron hacia otro lado como queriendo quitarse de encima la responsabilidad si el extranjero cumplía lo que acababa de decir. Finalmente el que sostenía el salvoconducto se lo dio de nuevo al viajero.

—Está bien —dijo en voz un poco más baja—. Podéis pasar.

Momentos después reanudaron la marcha y al poco habían dejado atrás a los soldados.

—Muchas gracias, Kyro —le habló Roder—. Una vez más, me alegro de tu compañía en este camino.

—Yo también he de expresarte mi agradecimiento infinito —añadió Agneon—. ¿Puedo preguntar, oh destacado paladín de los indefensos, cómo es que un hombre como tú posee un salvoconducto real? ¿Acaso viajamos con una importante personalidad sin saberlo?

—Si quisiera decírtelo ya lo habría hecho, memo —Bunirda no dejaba de mirar al juglar con irritación—. Métete en tus asuntos —añadió, pero ella misma se quedó después observando al viajero con expresión de curiosidad.

Mientras tanto este no había dejado de mirar al frente, como si nada de aquella conversación le importara lo más mínimo. Roder se dirigió a él de nuevo.

—La posada de la que te hablé ayer está cerca. La noche no nos ha servido para descansar bien a mi esposa y a mí, ¿tendrías inconveniente si nos detenemos a estirar las piernas y comer algo?

—Me parece bien —contestó Kyro sin desviar la vista.

Algo más tarde llegaron al lugar. Era una casa amplia junto al camino, de aspecto acogedor; ataron a los animales fuera y entraron. No había nadie más allí que el posadero, un hombre que destacaba por su enorme tamaño: era más alto y ancho que Kyro, y tenía los brazos gruesos como troncos.

—¡Bienvenidos a mi casa! —les saludó al verles acercándose entre las mesas; al ver a Agneon que venía en último lugar pareció sorprenderse ligeramente, pero no dijo nada al respecto—. Mi nombre es Polt. Sentaos, por favor, donde queráis. ¿Puedo traeros algo de beber para refrescaros?

—Sí, estamos sedientos —dijo Roder—. Y comida, si tienes algo que valga la pena. Tráele lo mejor a nuestro amigo —señaló a Kyro—, y sé generoso con la ración.

—Descuida —Polt sonrió ampliamente—, aquí tratamos bien a nuestros huéspedes.

Los platos eran sabrosos y la bebida ayudaba; sin embargo Roder y Bunirda apenas habían probado bocado.

—Casi no has comido —dijo Kyro al comerciante cuando ya casi acababa su ración—. Fuiste tú quien quiso parar aquí.

—Este estofado no es de mi gusto, no está bien hecho —respondió este mirando a su esposa.

—Es cierto, le faltan especias —añadió ella.

—Pues, sin menospreciar el talento culinario de tan distinguida señora —intervino Angeon, que había terminado el primero— que hizo revivir nuestros estómagos la pasada noche con una de sus delicias, yo encuentro esta cocina rayana en la perfección. La cantidad un poco escasa, quizá. Si no vais a querer más, podría... —añadió, señalando los cuencos de la pareja.

La mujer puso cara de indignación, pero no dijo nada mientras el juglar acababa también con lo que dejaban ambos.

—Ah, esto es otra cosa —Habló de nuevo Agneon al limpiar todo lo que tenía delante; se echó hacia atrás en su asiento palmeándose suavemente la barriga—. Con un estómago satisfecho se compone mejor. Es más, creo sentir que ya viene la inspiración: ah, sí... Las palabras fluyen acompañadas por una suave música que las adorna, como transportadas flotando rodeadas por la armonía de sonidos, esperando a que el sopor tras la pitanza traiga a este modesto creador la paz interior necesaria para...

Mientras el juglar hablaba Kyro se había quedado callado mirando a su plato completamente inmóvil. De repente levantó los ojos y vio cómo Roder y Bunirda le miraban con gran expectación. Algo más allá vio a Polt, el dueño de la posada, asomando por la puerta a la cocina con la misma expresión. Volvió al comerciante y su mujer: no decían nada, solo le miraban con los ojos abiertos. Su expresión era culpable.

El viajero se levantó violentamente sacando su espada, lo que casi volcó la mesa con los cuencos. Agneon interrumpió su charla y no pudo reaccionar por la sorpresa, pero Roder y Bunirda parecían esperarse algo porque instantáneamente se levantaron y corrieron hacia atrás.

Nada más ponerse en pie Kyro notó que todo empezaba a darle vueltas; trastabilló un poco cerrando los ojos. Pudo entrever cómo el comerciante y su mujer se parapetaban tras el enorme cuerpo de Polt, que se adelantaba unos pasos sonriendo satisfecho. Lo último que pudo escuchar fueron las palabras de Bunirda:

—¡No dejes que escape el juglar! ¡Acaba con él también!

Y después todo se hizo oscuridad y silencio.

Lo primero fue el frío: la sensación de humedad helada sobre su piel, seguramente lo que acabó de reanimarle. El viajero aún no podía moverse; percibía los olores de la naturaleza a su alrededor, la hierba bajo su cuerpo, pero sobre todo tenía un terrible dolor en el estómago que le hacía pensar que se lo estuvieran retorciendo desde dentro. Trató de llevarse las manos al vientre, pero no pudo.

Lentamente entreabrió los ojos: todo estaba oscuro. Al ir entrando poco a poco en la consciencia llegó a la conclusión de que era de noche. Seguía sin poder moverse adecuadamente, pero ya consiguió empezar a controlar los dedos de las manos y a sentir el resto de sus miembros. Más tarde, cuando por fin el cuerpo empezó a responderle de nuevo, su primera reacción instintiva fue sujetarse el abdomen recogiendo las piernas y girarse un poco hasta quedar tumbado de costado en medio de la oscuridad. Se quedó así tratando de resistir el dolor.

Al llegar el día el viajero estaba por fin en pie. Notaba aún el malestar en el estómago, pero cada vez era menos fuerte y ya podía moverse bastante bien.

Se encontraba en la parte de atrás de la posada; miraba cinco cadáveres que evidentemente habían sido dejados allí para que nadie los viera al llegar. Todos tenían rotos varios huesos, algunos la cara desfigurada por uno o varios golpes; entre ellos estaba el de una mujer, quizá la auténtica dueña de la posada, y un poco más allá el cuerpecillo de Agneon. Kyro se acercó a este último: tenía el cuello y la espalda retorcidos en una postura imposible. Le habían destrozado el espinazo.

El viajero miró a su alrededor un momento, y tras esto se dirigió a la parte delantera de la posada. Llegó hasta el camino, y empezó a andar en dirección a Clamila.

En el cielo, a lo lejos, nubes negras anunciaban tormenta.

Esa noche llovía con tremenda intensidad sobre la ciudad. El manto de agua impedía ver nada más allá de uno o dos pasos, excepto en los instantes en que un rayo iluminaba todo de repente. El trueno que venía a continuación hacía temblar hasta la última piedra de cada casa.

Roder, vestido con un camisón, miraba al exterior por una ventana entreabierta.

—Esperemos que pare pronto —dijo en voz alta—, o habrá destrozos.

—Nosotros estamos seguros —se oyó a su esposa desde la habitación contigua—, los que tienen que preocuparse son los de la ciudad baja. Allí irá toda el agua.

—Pero esto es malo para el negocio —contestó el comerciante, cerrando la hoja de madera—. Si la gente gasta su dinero en arreglos no podrá emplearlo en comprar telas para sus vestidos; ¿no te parece?

Apagó una luz y se dirigió al otro cuarto.

—¿No me has oído? —dijo al entrar. Bunirda estaba sentada en la cama, muy pálida y con todo el cuerpo en tensión—. ¿Qué te pasa?

Sintió cómo la puerta se cerraba tras él. Era el viajero: su aspecto daba auténtico miedo.

—¡Tú... Tú!

Roder pareció ablandarse como si su cuerpo fuera de papel mojado. Dio un paso atrás, tropezó con la cama y casi cayó al suelo, y finalmente retrocedió hasta quedar sentado junto a la mujer.

Se abrazaron.

—¿Vienes de entre los muertos? ¿Vas a...? —tembló—. ¿Vas a llevarnos contigo?

—¡Nosotros solo hicimos lo que nos dijeron! —dijo Bunirda—. ¡Solo te llevamos allí! ¡Fueron los hombres del conde, ellos querían matar al correo! Solo teníamos la descripción que dio uno al que capturaron, ni siquiera estábamos seguros de que fueras tú...

—¡Sí! —siguió su esposo—. Sí, ¡fue ese asesino, Polt! Él te envenenó y mató al juglar. ¡Casi nos mata también a nosotros cuando no encontró lo que buscaba!

—Nos dijo que tenía instrucciones de dejarnos vivir para otras misiones —Bunirda comenzó a sollozar—. Se quedó con nuestra paga, ¡nos arriesgamos por nada y ahora vamos a morir!

Kyro no se movió.

—¿Dónde está vuestra carreta? —fueron sus únicas palabras.

El comerciante y su mujer se miraron muy sorprendidos.

—La... ¿La carreta? —Roder no acertaba a comprender—. ¿Nuestra carreta?

El viajero no respondió. Roder pareció darse cuenta de lo que le preguntaban.

—La carreta... Está en el cobertizo al final de esta calle. Aquí no... no tenemos sitio...

—Llévame allí —le interrumpió Kyro.

Los dos caminaban bajo la fuerte lluvia. Al viajero parecía no importarle, pero Roder se veía torpe tratando de ver y andar sin resbalar en el barro. Llegaron a una casa que tenía un portón y el comerciante introdujo una gran llave en la cerradura.

Al abrir entraron a un pequeño establo. Roder encendió una luz para dejar ver que la carreta estaba en el centro, y a un lado atado a la pared junto a un cajón de comida estaba el caballo que había tirado de ella.

El viajero se acercó a la carreta, se agachó y sacó de debajo de esta un trozo de papel doblado.

Mientras lo metía bajo su ropa, Roder soltó una exclamación.

—¡Así que estaba ahí! Ya me pareció que aceptabas acompañarnos con demasiada facilidad. Por Varomm, ¡la llevábamos todo el tiempo con nosotros y no lo sabíamos...!

—¿Dónde está mi caballo?

—Tu... Bueno, verás, es que mi mujer...

Kyro se acercó, amenazante.

—¡Lo vendimos! Lo hemos vendido en el mercado. Yo... Lo siento...

El viajero no se quedó a escuchar nada más: fue directamente a la puerta y desapareció bajo la lluvia.

—¿Al rey? ¿Tú?

Los guardias soltaron una carcajada. Eran cuatro, de la misma especie que los que les habían detenido en el bosque; estaban bajo el arco que daba paso a la entrada al castillo, resguardados de la lluvia que caía furiosamente a solo unos pasos. Mientras ellos reían Kyro permanecía serio.

—¿Y por qué crees que el rey va a querer verte a ti? —el soldado le habló con cierto desprecio.

—Traigo una carta importante —respondió el viajero—. Solo ha de ser leída por él.

—Oooh, una carta importante —siguió hablando con burla el mismo guardia—. Tiene que serlo, si pretendes despertar a un rey en mitad de la noche.

—Ha muerto gente para que él pueda leerla.

—Hum, ya —el soldado pareció perder el humor—. Mira, te diré lo que vamos a hacer. Dame tu carta, yo se la daré mañana a su consejero y si hay recompensa para ti podrás recogerla por la noche cuando vuelva a estar yo de guardia. ¿Qué te parece?

Extendió la mano con la intención de que el viajero le diera el documento. En su lugar Kyro habló dando un paso adelante en actitud desafiante.

—Yo te diré lo que vamos a hacer. Me llevarás ante el rey y le daré la carta. Si no es importante me cortaréis la cabeza, y si yo estoy en lo cierto y me ofrecen recompensa pediré que te corten la tuya y me la traigan en una bandeja. ¿Qué te parece?

Los dos soldados conducían al viajero por un pasillo alfombrado.

—Más te vale haber dicho la verdad, extranjero —mascullaba el de antes con gran irritación—. Porque si no te juro que tu cabeza será lo menos importante que vas a perder.

Kyro parecía ajeno a lo que el guardia pudiera decir; simplemente caminaba como perdido en sus pensamientos. Llegaron a una estancia donde había dos centinelas más flanqueando una gran puerta.

—Espera aquí.

Kyro se detuvo mientras los otros hablaban un momento. Finalmente uno de los centinelas abrió la puerta y entró, mientras que los demás se quedaron a esperar allí también.

Pasó un largo rato antes de que aparecieran el centinela que se había marchado, dos más, y tras ellos el que debía ser el rey. No era muy alto y parecía demasiado viejo, pero su presencia eclipsaba la de todos los demás.

—Se me ha dicho que tienes algo importante que darme —le dijo.

El viajero no habló, simplemente sacó la carta y se la dio. El rey la abrió allí mismo y empezó a leer; tras unos momentos su cara se quedó lívida y se le desencajó la expresión.

—Una silla —hizo un gesto a los soldados sin apenas mirarles.

Estos se la acercaron inmediatamente y el monarca se sentó despacio sin dejar de leer. Un poco más tarde bajó por fin el documento, y con mirada de enorme preocupación miró a Kyro.

—¿Sabes lo que es esto? —le dijo.

—No me interesa vuestra política.

—En esta lista hay personas muy poderosas —el rey hablaba más para sí mismo, más por el impacto de lo que acababa de conocer, que por comunicarle algo al extranjero—. ¿Quién está enterado de que estás aquí? —añadió, levantándose de nuevo.

—Los únicos que saben que no estoy muerto son un comerciante llamado Roder y su mujer.

El rey hizo un gesto a un guardia.

—Encontradlos, apresadlos inmediatamente y traedlos aquí. Que no hablen con nadie hasta que yo mismo les interrogue; no les matéis... Aún.

El subordinado agachó la cabeza y salió inmediatamente de la habitación.

—Y detened también a mi consejero Dolyan —añadió; había cansancio y pesar en sus palabras—. Llevadle a una mazmorra y que permanezca incomunicado. Nadie debe saber nada de todo esto, ¿está claro?

—Sí, mi señor.

Entonces levantó la vista hacia Kyro.

—¿Quién más ha leído este documento?

—Nadie.

—¿Tú tampoco? No está lacrada. ¿Vas a decirme que no has tenido siquiera curiosidad?

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