El viajero (28 page)

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Authors: Mandelrot

BOOK: El viajero
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—Vamos —dijo simplemente.

Hokan miró al capitán, que asintió desde su cubierta; entonces gritó al timonel.

—¡Gíralo!

A aquella velocidad el viraje fue tan brusco que estuvo a punto de tirarles a todos al suelo; tuvieron que agarrarse a lo que podían mientras el barco hacía un giro de ciento ochenta grados.

La otra nave tardaría en reaccionar al ser más grande y haberles cogido por sorpresa.

Hokan habló al que manejaba el lanzador.

—¡Cuando casi estemos en paralelo dispara a su línea de flotación, lo más cerca de la proa que puedas!

—¡Entendido!

Los siguientes instantes parecieron eternos, hasta que llegó el momento: se oyó la explosión sorda y la bola salió disparada hasta tocar el casco del barco enemigo y salir los ganchos que se quedaron clavados a él. El impacto había sido perfecto, muy cerca de la parte delantera y rozando la superficie del agua. Kyro no lo pensó dos veces: sujetando fuertemente el garfio lo usó para colgarse de la cuerda metálica, y se deslizó por ella hacia el navío de la armada mientras encendía el termolátigo y lo hacía lo más corto posible con un rápido movimiento de muñeca.

El impacto fue brutal, a punto estuvo de hacerle caer; pero el viajero logró mantenerse agarrado al garfio y sin soltar el termolátigo. El barco pirata ya estaba en paralelo, ahora venía lo más duro: la cuerda que llevaba a la cintura se tensó al máximo, y cuando casi parecía que le iba a partir en dos Kyro se soltó del garfio cayendo al agua, al mismo tiempo que clavaba la corta y potentísima línea de calor de su arma en el casco y el tirón en dirección contraria le arrastraba haciendo que lo rajara de adelante a atrás como una fina piel. Cuando llegó al final notó una violentísima turbulencia que le hizo girar hasta casi perder el sentido, luego unos momentos más en los que trató de llegar a la superficie de nuevo para respirar a pesar de la gran velocidad a la que se desplazaba, y por fin consiguió mantenerse a flote casi deslizándose sobre el agua mientras veía a los piratas saltando y haciendo gestos de alegría y de victoria, mientras tiraban de él para subirle de nuevo a bordo.

Habían pasado varios días y la tripulación no había acabado de celebrar el triunfo sobre el buque de la armada. De nuevo Kyro no se relacionaba con los demás, se limitaba a sentarse a mirar al océano en silencio. Estaba atardeciendo, cuando se levantó y se dirigió tranquilamente hacia la cubierta del capitán. Los marineros le saludaron a su paso y Hokan le miró sin decir nada; el viajero les ignoró a todos, simplemente subió la escalera.

—Hemos llegado —le dijo a Strak.

Este se asomó para hacerle un gesto a Hokan.

—¡Alto! —le decía el pirata al que pilotaba el barco, mientras el capitán ya se volvía hacia Kyro.

—¿Estás seguro de que es aquí?

El viajero no respondió; simplemente se dio la vuelta y comenzó a andar hacia el borde de la cubierta.

—Espera —le llamó Strak.

Kyro se volvió de nuevo. El capitán habló de nuevo.

—Sé lo que buscas —dijo.

Le miré a los ojos y vi que, efectivamente, lo sabía.

El viajero no dijo nada.

—Te vi pelear cuando asaltamos el carguero —continuaba Strak—. Y sabías lo que te pasaría cuando elegiste castigar a Trugha.

Quizá aquellas cicatrices ocultaran algo más en su pasado que una vida de crímenes.

Kyro no hablaba, simplemente le miraba en silencio.

—Y cuando me contaste lo de esa locura contra el barco de la armada... —bajó la vista haciendo un gesto de asombro, y tras esto volvió a mirarle—. Entonces estuve completamente seguro.

Quizá me comprendiera mejor de lo que él mismo pensaba.

—Soy un maldito pirata, pero no soy un desagradecido. Te debo mi vida y la de mi tripulación: puedo ayudarte si quieres.

Cogió un termolátigo que colgaba junto a él y lo encendió, dejando la banda corta. Kyro se quedó mirando fijamente la mortal línea rojiza.

Me ofreció la libertad, pero no pude aceptarla.

—No —respondió el viajero—. Sería un suicidio; no puedo hacerlo así.

Strak asintió, pensativo, y apagó el arma.

—Como quieras. Date prisa, antes de que lleguen los shoara.

Lo deseaba, pero yo no podía tomar esa decisión. No tenía el poder de renunciar a la responsabilidad que otros habían cargado sobre mis hombros.

No hubo más palabras; el viajero se dirigió al borde de la cubierta y desde allí saltó al mar.

Seguí mi viaje esperando encontrar pronto la muerte.

Se hundió en las tranquilas aguas dejando tras de sí solo unas ondas en la superficie. Momentos después habían desaparecido.

Capítulo 3: Elzeman

El amanecer encontró a los ocho guerreros en silencio, perdidos cada uno en sus propias reflexiones o quizá buscando quedar en paz consigo mismos, conscientes de que aquella sería la última vez que verían el sol.

Por fin, el día había llegado.

Estaban en lo alto de un promontorio, una suave colina baja en aquella tierra árida y rojiza; los caballos unos pasos más allá. Hacía frío y recibieron la tibia luz solar apreciando la sensación como solo se aprecian las pequeñas cosas cuando se está a punto de perderlas.

La muerte, la libertad.

Todos vestían gruesas pieles, todos llevaban espadas largas manchadas de sangre por los terribles combates de las últimas jornadas, todos tenían aspecto duro y curtido. Todos mostraban heridas que hablaban de la violencia de la batalla, de la crudeza de la derrota.

El fin del dolor y la esclavitud, el fin de aquella maldita misión.

Eran los últimos. No se rendirían.

No recordaba cuándo había sido la última vez que me sentí feliz.

Los demás estaban serios, mostraban expresión grave; pero Kyro sonreía con los ojos cerrados levantando la cara para que le diera bien el sol. Después de unos instantes miró al frente, y finalmente se puso en pie.

—Es el momento —dijo.

Los otros le miraron: el viajero tenía un aspecto imponente, grandioso. Estaba preparado. Sus compañeros se levantaron también, y Kyro les miró a los ojos con energía. Asintieron.

Se colocaron los yelmos, subieron a sus monturas y se dirigieron al borde de la cima con el sol a sus espaldas. Disfrutaron del espectáculo: el ejército enemigo estaba ahí abajo, esperándoles.

Diez mil hombres en formación aguardando una orden.

Por fin sacaron sus espadas. El viajero tenía fuego en los ojos: no podía esperar más. Salió un grito de sus entrañas, y los ocho guerreros se lanzaron al ataque colina abajo.

Era indescriptible. Sangre, golpes, cuerpos cayendo uno tras otro. Los jinetes atacando en cuña, liderados por el mismo Kyro, chocaron con las primeras líneas de infantería y abrieron una brecha a fuerza bruta.

El tiempo transcurría extrañamente despacio; el viajero solo escuchaba silencio en medio de todo aquel estruendo. Nada a su alrededor importaba, era su momento. Vio a los demás caer de sus caballos antes de que derribaran también a su montura, pero él saltó en el último instante consiguiendo mantener el equilibrio al llegar al suelo. Su espada, larga y pesada, se movió con increíble rapidez barriendo todo lo que encontraba a su paso: carne, huesos, acero.

Sus oponentes eran muchos, pero solo veía miedo en ojos de campesinos reclutados por obligación. No había allí nadie remotamente capaz de acabar con él como no fuera asesinándole cobardemente por la espalda; de haber tenido tiempo para pensar sería eso lo único que habría lamentado.

Pero se dio cuenta de algo: retrocedían. ¡Retrocedían! Aquella basura se hacía atrás haciendo espacio a su alrededor; los únicos que no se alejaban eran los muertos tirados en el suelo.

Kyro miró alrededor, desesperado. ¿Cómo era posible? Eran miles contra uno, ¿ni entre todos querían enfrentarse a él?

Y entonces, entre su propia respiración y el ruido de la multitud, escuchó lo que decían.

—¡No le matéis! ¡Es una orden del rey!

Se repetía una y otra vez, podía oírlo en todas direcciones. El viajero no podía creer lo que estaba ocurriendo. Avanzaba unos pasos y veía a todos hacerse atrás; se daba la vuelta y ocurría lo mismo. Se quitó el yelmo sin dejar de mirar a su alrededor con impotencia: se había preparado para todo excepto para aquello.

Entonces apareció. Vio a los soldados apartarse, y un jinete se acercó lentamente. Cuando estuvo a unos pasos de Kyro desmontó, se quitó también su yelmo, sacó su espada y la clavó en el suelo.

—Soy Crodan, rey de Doria. He esperado largo tiempo el momento de encontrarme contigo.

—Vienes a enfrentarte a mí —Kyro pronunció esas palabras con alivio.

—Acabar a manos de la tropa hubiera sido indigno para ti. Necesitas un rival de tu talla.

—Entonces recoge tu espada.

Crodan le miró fijamente.

—Tu rey ha muerto; tus amigos también. Estás solo.

—Yo no tengo rey, ni tengo amigos. Recoge tu espada y acabemos de una vez.

Sin embargo el viajero no esperaba lo que vino a continuación.

—La recogeré —dijo el monarca— si me dices que no reconoces esto.

Y levantó la mano con los dedos curvados. Era el signo del viajero.

La expresión de Kyro cambió a la del más absoluto asombro. Tardó unos instantes en contestar.

—¿Cómo conoces eso? —su voz era ahora un susurro.

—Lo conozco —el rey habló con más seguridad—, y me alegra comprobar que tú también. Parece que Koldar estaba en lo cierto.

Estaban en la cómoda y espaciosa tienda de campaña de Crodan. Kyro estaba sentado, entre conmocionado por la sucesión de sorpresas y abatido por la oportunidad perdida; el rey, en pie, le hablaba con pasión.

—Te necesitamos; llevamos mucho tiempo esperando a alguien como tú. Por favor, Kyro, ayúdanos.

—Solo soy un hombre, vosotros miles. No tengo nada que daros —contestó mirando a la nada; en sus ojos se adivinaba un gran pesar.

—No —Crodan sonrió—, eres mucho más que eso. Eres una leyenda, el símbolo que infundirá valor en los corazones de mis soldados. Que les dará fe. Todos saben ahora que estás aquí: si te vas no habrá manera de levantar su moral.

Se sentó, mirando fijamente al viajero.

—Escúchame, por favor. Se acerca una batalla: la más grande de todas. Pronto se decidirá la supremacía del mundo, hombres contra neohombres. Ellos llevan años preparando un ejército y no pasará mucho tiempo antes de que crucen las montañas del norte para venir a acabar con nosotros. Nosotros hemos estado desunidos por la corrupción y la codicia de reyes como al que serviste tú hasta hoy; pero ese tiempo ha terminado, ahora los humanos somos por fin capaces de sostener una sola espada. Sin embargo ellos son más fuertes y están mejor preparados, y todos lo sabemos. Koldar fue el más grande guerrero que jamás se haya conocido, su ayuda nos llevó hasta la victoria en otra época y ahora que tú estás aquí tenemos una esperanza de triunfar de nuevo.

Kyro no había dejado de mirar al vacío mientras el rey hablaba.

—No me importa vuestro mundo. Hombres o neohombres, qué más da. Estoy seguro de que sois todos iguales. Solo tenía un deseo y estaba a punto de conseguirlo cuando tú me lo robaste.

—Si lo que buscas es morir en combate contra un oponente a tu altura —Crodan hablaba con gravedad— jamás tendrás mejor oportunidad: los neohombres nos superan en todo. Ningún humano hubiera podido vencer a Koldar; fue un neohombre quien le mató.

Ahora sí, el viajero miró por fin al rey. Este se puso en pie de nuevo.

—Te dejó una carta —miró al exterior de la tienda—. Dijo que tú sabrías dónde encontrarla.

Kyro cabalgaba en solitario, atravesando el desierto. El aire estaba tan frío que le hacía daño en la cara y las manos, lo único en su cuerpo que no estaba protegido por las pieles. Durante muchos días no hizo otra cosa que avanzar, parando únicamente para descansar o dormir junto al fuego. Cuando por fin llegó al lugar, una pequeña formación rocosa en medio de la nada, antes de subir se detuvo unos momentos mirando arriba primero y bajando los ojos después, reflexionando. Finalmente se decidió y comenzó el ascenso.

Se trataba de un pequeño hueco, invisible desde abajo, por el que pudo meterse fácilmente.

Dentro estaba oscuro, pero en cuanto entró una luz naranja de tonalidad muy familiar lo invadió todo: la esfera le esperaba. Se abrió la puerta, y por un instante Kyro estuvo tentado de entrar y olvidarlo todo. Pero entonces lo vio.

Era un cilindro de metal en el suelo, justo delante de la entrada a la esfera. El viajero lo cogió, miró a la puerta a otro mundo que se había abierto para él, y por fin se dio la vuelta y salió de allí.

Si estás leyendo esto quiere decir que aquí ha terminado mi viaje. Pronto se librará la batalla final y no sé si sobreviviré para seguir. Quizá seas tú el único capaz de comprender lo difícil que ha resultado para mí tomar esta decisión: sabes lo que hay en juego, que va mucho más allá de lo que pueda ocurrir en un lugar concreto. O al menos eso pensaba yo hasta ahora.

Has recorrido un largo camino hasta llegar aquí. Habrás conocido la vida, la muerte, la verdad y la mentira, el amor y el odio. Y sobre todo, lo más duro, habrás conocido la soledad absoluta. Lo habrás perdido todo, como me ocurrió a mí. Me habría gustado tanto que nos hubiéramos encontrado... ¡Hay tanto de que hablar, tantas historias, tantas sensaciones, tanto que compartir y nadie con quien hacerlo! Pero aquí estamos: yo intentando explicarte, o quizá explicarme a mí mismo, por qué pongo en peligro la misión traicionando la confianza de los míos y la esperanza del resto; y tú descubriendo por qué fracasó el primer viajero y has tenido tú que sacrificarte también.

Entre nuestras experiencias hemos conocido también la injusticia. Habríamos deseado cambiar las cosas, quedarnos aunque fuera un poco más; pero todas esas veces fue más importante sobrevivir, cruzar la esfera, cumplir con la misión. Me ha ocurrido a mí y sé que tú habrás pasado por lo mismo. ¿Cuántas veces has tenido esa sensación, y cuántas has tenido que tragarte tu conciencia para cumplir con el deber que te impusieron?

Bien, pues yo ya no puedo más. Es aquí como hubiera podido ser en cualquier otro lugar: pero no me mantendré por más tiempo al margen de lo que sucede a mi alrededor. No puedo dejar que otros sufran, que el mal triunfe, sabiendo que quizá habría estado en mis manos cambiar las cosas. No puede haber una causa absolutamente justa que encierre en sí misma la injusticia, y no puede haber un bien absoluto que para llevarse a cabo necesite tolerar el mal. Y una vez reconocemos que la valoración moral de nuestra misión es relativa, debemos ser nosotros los que decidamos subjetivamente qué hacer en cada caso. Esto nos hace la situación más difícil a ti y a mí, porque ya no tenemos una regla inmutable que elija por nosotros: debemos implicarnos, y yo esta vez he decidido tomar parte. Solo soy un hombre y no lo puedo todo; si la consecuencia de mis actos y el riesgo que estoy a punto de correr significa que la misión fracasará, me condenaré y asumiré las consecuencias. He hecho lo que he podido, he llegado hasta donde he podido. Nadie me juzgará con más dureza que yo mismo.

No sé quién eres; no conozco tus circunstancias, ni tu situación, ni qué podrá ocurrirte de aquí en adelante. Ambos hemos visto magia, hemos conocido maravillas inexplicables, nos hemos hecho preguntas sin respuesta. Tenemos experiencias en común, pero tú sigues tu propio camino interior que quizá sea muy distinto al mío. Simplemente, antes de partir quizá para morir, quería que conocieras mis motivos. Quería sentir que por una vez puedo compartir todo esto con alguien, que hubo un momento antes del final en que no estuve completamente solo.

Quedo en deuda contigo; que mis palabras te ayuden cuando estés perdido, y que ese sea mi pago.

Elige, viajero. Decide por ti mismo. Luchamos por la libertad de muchos, y por eso mismo es valiosa también la nuestra propia. Tus decisiones afectarán a otros, pero nadie puede hacerte responsable de las vidas de los demás solo porque tengas el poder de cambiarlas. Olvida lo que te dijeron: eres libre.

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