El viajero (12 page)

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Authors: Mandelrot

BOOK: El viajero
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—Muchas gracias por vuestra hospitalidad. No os molestaré, si me indicáis cuáles son los mejores caminos para ir al sur mañana seguiré mi viaje.

—¿Hacia el sur? —dijo una mujer que se acomodaba en un colchón cercano—. No podrás cruzar el estrecho hasta que esté helado.

—Tala tiene razón —dijo Ollmon, que tenía el colchón junto al de Kyro—. Si vas al sur tendrás que esperar un poco más hasta el comienzo del invierno.

—¿El invierno? ¿Esto no es el invierno? —dijo Kyro, sorprendido.

—¿De dónde vienes, Kyro el extranjero, que no sabes ni siquiera que aún no han llegado los cien días de invierno? —Pilka le miraba con curiosidad—. Y no sabía que hubiera nada más que hielo al sur, ¿es allí donde está tu casa?

Habló Lund, ya acostado sobre otro de los colchones:

—Nunca había oído que al sur vivieran hombres enanos.

—Ni yo —añadió Tala—, y menos que fueran capaces de matar taggors con las manos desnudas.

—Dejad en paz a nuestro visitante —les cortó Ollmon—; yo tengo sueño y seguro que él también.

Así acabó la conversación. Kyro se tumbó en su colchón sintiendo un gran alivio por todo el cuerpo; trató de descansar a pesar de los ruidos de tanta gente en la misma habitación. El agotamiento y el dolor que arrastraba, unidos a la comodidad y la sensación de seguridad de aquel lugar, le ayudaron a quedarse dormido en seguida.

Ya estaban a la mitad del día cuando el grupo casi llegaba a lo más alto de la colina. Ollmon, Pilka, Tala y Lund acompañaban a Kyro; la piel blanca con la que le habían confeccionado la ropa al muchacho contrastaba con las otras más oscuras que llevaban sus compañeros.

—¡Ya casi estamos! —le dijo Lund al chico—. Ah, ¡estoy viejo para esto!

Kyro sonrió y Lund rió palmeándole suavemente el hombro; fue como si le hubiera caído encima el tronco de un árbol. Sin embargo no se quejó.

Llegaron por fin a la cima y se detuvieron.

—Mira, Kyro —le dijo Ollmon—. ¿Ves el estrecho allá en la costa, donde se acaba el bosque y empieza el hielo? Ese es el único paso al sur, pero aún hace demasiado calor para que se cierre. Tendrás que tener un poco de paciencia si quieres cruzarlo.

Desde allí se podía apreciar la zona a la que se refería Ollmon. El bosque en el que estaban terminaba justo frente al mar, de un azul mucho más intenso y limpio de lo que hasta ahora el viajero conocía, y poco más allá empezaba una interminable extensión de hielo también azul, que vista desde allí al viajero le pareció como un manto brillante de gran belleza.

—¿Podría cruzar con un bote? —preguntó.

—La corriente es demasiado fuerte, si volcara morirías congelado —le contestó Tala—. ¿Tanta prisa tienes?

—El chico está lejos de los suyos, es normal que quiera volver cuanto antes —intervino Pilka.

—En realidad no vengo de allí, pero es a donde me dirijo —dijo Kyro—. Nunca había estado en estas tierras, pero sé que tengo que seguir en esa dirección.

—¿Y entonces de dónde vienes? ¿Y por qué viajas solo? —le preguntó Lund—. ¡Los humanos estamos hechos para vivir juntos! Porque... —entrecerró los ojos, interrogante—. Tú eres humano, ¿verdad? Aunque seas tan pequeño. En las ciudades del norte viven muchas criaturas extrañas.

—Sí, soy humano —respondió el chico, sonriendo fugazmente—. Mi pueblo fue destruido, yo... estoy... viajando tras los pasos de mi abuelo —aquello era cierto.

—Pues si pasó por aquí nunca se encontró con nuestro clan —dijo Pilka—. Ni con ningún otro, que yo haya oído.

—Dentro de unos días partiremos para la Gran Cacería de otoño —habló Ollmon—. Nos reuniremos los cinco clanes, quizá encuentres a alguien que haya oído hablar de tu abuelo. Y ahora ¡vamos a comer! El paseo me ha abierto el apetito.

Dieron la vuelta y empezaron el descenso, todos menos Kyro que se quedó un momento más mirando pensativo al sur. Solo fueron unos instantes, tras los cuales comenzó a andar siguiendo a los demás.

El hacha voló hasta clavarse con gran fuerza en el tronco del árbol.

—¿Ves? Está equilibrada y si lanzas bien el golpe es poderoso.

El que hablaba era Ragon, uno de los jóvenes del clan. Era ya un poco más alto y robusto que Kyro, aunque aún le faltaba para llegar a ser como sus mayores. Había otros chicos con ellos, todos de edades similares a la de Ragon.

—Estas son más manejables, aunque siguen siendo algo pesadas para mí. ¿Vosotros nunca usáis espadas?

—¿Espadas? —Ragon se sorprendió—. No, dicen que la gente del norte las usa, pero para nosotros el hacha es un arma noble. Tampor, nuestro dios de la guerra, lleva un gran hacha de hielo. ¿Quieres probar?

Kyro cogió la más pequeña de las que tenían junto a ellos y apuntó al árbol. La lanzó con fuerza, y voló hasta clavarse justo debajo de la que acababa de lanzar Ragon y exactamente en la misma posición. Las hojas se hundían en la corteza separadas por menos de un dedo de distancia.

—¡Impresionante! —La voz era de Lund, que se acercaba al grupo—. Kyro el extranjero, ¿dónde has aprendido a lanzar así?

—¡Lund! —le saludó Ragon, avanzando unos pasos hacia él—. ¡Mira lo que me ha enseñado Kyro!

—¿Qué es, Ragon?

—Ya verás: pégame —el muchacho puso los brazos en jarras, ofreciendo el blanco para el golpe.

—¿Cómo? No haré eso —dijo con seriedad—, aún eres muy joven y yo soy más grande; un miembro del clan no hace daño a otro miembro del clan. Deberías saberlo, jovencito.

Hubo una risita general en el grupo de adolescentes; Kyro sonrió. Ragon continuó, desafiante.

—No te preocupes, Lund, no podrás ni siquiera tocarme.

—¿Que no podré...? —el gigante tuvo un momento de sorpresa y en seguida frunció el ceño, molesto—. Está bien, si tú lo dices te haré caso. Luego no me vengas llorando por el coscorrón.

Ragon levantó la barbilla sin moverse más, esperando el ataque. Lund soltó un gruñido, y le lanzó una mano muy despacio; era más un susto que un golpe en serio. El joven lo esquivó con facilidad.

—Así no, pégame de verdad. ¿Es que tengo que enseñarte cómo se hace?

De nuevo hubo una risilla en el grupo, que no se detuvo con la mirada enfadada del gran Lund.

—Tú lo has querido, y espero que con esto aprendas la lección.

Repitió el movimiento mucho más rápido y con fuerza; pero Ragon estaba preparado. Se hizo a un lado y el puño del hombre le pasó rozando, lo que aprovechó para sujetarle el brazo y con un giro del cuerpo retorcérselo hasta llevarlo a la espalda del propio atacante. El joven empujó con su peso y Lund cayó de rodillas con un gemido, exactamente igual que había ocurrido con Kyro en su primer encuentro.

El grupo de chicos se puso a reír, gritar y saltar dando vítores. Ragon soltó la presa al momento, lo que hizo que Lund se apoyara con las manos adelante también igual a como había hecho la primera vez.

—Gracias Lund, te aseguro que he aprendido la lección muy bien.

Los jóvenes se fueron corriendo; Kyro ayudó al gigante a ponerse en pie.

—Esto ha sido idea tuya, ¿verdad? —dijo Lund.

—Les enseñé el movimiento, no sabía que lo usarían contigo —contestó Kyro sonriendo—. Espero que no te haya molestado.

—No, no te preocupes; no hacen nada realmente malo, aunque aún les queda por entender lo que significa respetar a sus mayores. ¿Peleaban siempre así tus hermanos?

—Lo cierto es que yo tuve un... entrenamiento especial, y aprendí muchos tipos de combate. Además era soldado. Vosotros no tenéis ejército, por lo que he visto. Ni siquiera jefes.

Lund negó con la cabeza.

—Hubo guerras hace tiempo, pero ya nadie viene tan lejos a pelear. Cada uno de nuestros cinco clanes toma las decisiones en grupo y para nosotros es impensable luchar contra uno de los nuestros. Aparte de una buena pelea de amigos de vez en cuando, claro —añadió sonriendo; Kyro sonrió también.

Era de noche y todos estaban reunidos en la casa, en pie hacia donde brillaba el fuego. Llevaban sus hachas en la mano, Kyro sostenía la que había lanzado con Ragon unos días antes. Miraban a la mujer que, también sosteniendo su arma, hablaba junto a las llamas mirando hacia arriba.

—Crokk, dios del bosque y de la caza, mañana dejaremos nuestro hogar para la Gran Cacería del otoño que nos alimentará durante los cien días del frío. Algunos no regresarán; que nuestros muertos permanezcan a tu lado para servirte en pago por tu bendición. Ayúdanos y concédenos la carne del mejor de tus hijos, que honraremos por darnos la vida. Dormiremos esta noche sabiendo que los que no vuelvan a descansar con sus hermanos les habrán servido sacrificando sus vidas para que los demás vean la primavera.

Tras esto se hizo el silencio. Hubo unos momentos en los que solo se movió el fuego, y entonces sin decir palabra todos los presentes se dirigieron al que podría ser su último sueño en casa.

Por la mañana empezó el camino, dejando atrás su hogar. Junto a la puerta de la casa donde hacían vida común quedaron dos mujeres embarazadas, un hombre cojo que se sostenía en pie con una muleta y el grupo de niños que eran demasiado jóvenes para participar en la cacería; todos en silencio, mirando partir a los suyos.

Kyro acompañaba a los gigantes en medio del grupo. Sus cicatrices habían mejorado mucho; pronto no habría rastro de las heridas.

—Ollmon —se dirigió a este, que caminaba a su lado—. ¿Puedo hacerte una pregunta?

—Claro, Kyro el extranjero. ¿De qué se trata?

—Vosotros tenéis varios dioses, ¿no es así?

—Sí, nuestros padres que nos esperan en la otra vida y nos guían en esta.

—Y cada uno de ellos tiene su reino y vive separado de los demás.

—Eso es. Todos salvo Hama, la diosa de la música y la inspiración. No tiene un lugar fijo donde vivir, viene y va y cuando alguien le gusta se queda con él hasta que decide irse a otro sitio.

El chico hizo una pausa, pensativo.

—¿Conocéis a un dios llamado Varomm?

—Ese —habló Baggel, la mujer que había rezado la oración junto al fuego la noche anterior, y que ahora caminaba cerca— era el nombre del dios de los sacerdotes del norte.

—¿Sacerdotes? —contestó Kyro, sorprendido.

—Sí —continuó Ollmon—, se cuenta que hace muchos años vinieron del norte unos sacerdotes que rezaban a otro dios. Era una época menos tranquila que esta, nosotros también hacíamos expediciones a otros lugares y a veces había duras batallas. Cuando llegaron estos hombres, si es que lo eran, fueron acogidos según nuestras costumbres; pero ellos parecían solo interesados en saber cómo vivíamos y si teníamos magia. Llegó un momento en que decidimos que no eran bienvenidos y hubo un enfrentamiento, pero según la historia aquellos sacerdotes mostraron una magia tremendamente poderosa: uno de ellos destruyó completamente una casa solo con señalarla y lanzarle un rayo de luz. Luego se marcharon sin decir palabra, nosotros convocamos una reunión de los cinco clanes, y decidimos que lo mejor era quedarnos aquí sin volver a viajar a otras tierras y defender nuestro hogar y a nuestros hermanos hasta la muerte si una invasión llegaba por fin; no vino nadie más, aunque desde aquel día aún vivimos según estos principios.

—¿Es Varomm tu dios? —le preguntó Baggel al viajero.

—Era... el dios al que rezaba mi pueblo. Pero fue él quien lo destruyó.

—¿Ese dios Varomm acabó con sus propios hijos? —se sorprendió Ollmon—. Ha de ser muy cruel además de poderoso. ¿Qué hicisteis para hacerle enfadar hasta ese punto?

Kyro hablaba despacio, escogiendo las palabras.

—No todos eran sus fieles. Entre ellos había quienes pensaban que... que es un tirano y que debe morir. Varomm lo supo y no perdonó a nadie.

—¿Tú también crees que es un tirano? —preguntó Baggel—. Al fin y al cabo ha matado a tus hermanos.

Kyro bajó la cabeza un momento.

—Yo... No lo sé. No sé qué pensar. Solo viajo.

Ollmon le pasó una mano por los hombros, y le sonrió con simpatía; Kyro sonrió también, aunque con cierta tristeza. Tras esto todos siguieron su camino en silencio.

Llevaban caminando casi todo el día, cuando se oyó a los que iban delante del grupo lanzar gritos de júbilo.

—Hemos llegado —anunció Ollmon con alegría.

En un claro entre suaves colinas encontraron a muchos otros que les esperaban; su grupo estaba compuesto de unos cuarenta hombres y mujeres, y los que ya estaban allí debían ser más de cien. Hubo saludos efusivos, risas, camaradería por todas partes. Algo más tarde llegó otro de los clanes, y se repitieron las mismas imágenes de feliz reencuentro.

Kyro estaba sentado sobre un enorme tronco caído mirando las escenas que tenía alrededor: abrazos, grupos conversando, sorpresas al verse de nuevo... Aquella gente era una verdadera familia, se trataban unos a otros como verdaderos hermanos y parecían desconocer el significado de la soledad. El viajero pensó que él nunca había conocido realmente esa sensación: su único amigo de verdad había sido un príncipe, con las barreras que eso conllevaba, y ni siquiera entre sus compañeros soldados había sido uno más. Quizá las únicas personas a quienes hubiera podido llamar "familia" eran sus maestros, con los que pasó la mayor parte de su tiempo; pero estos gigantes que le rodeaban sentían que vivían entre iguales. Kyro no podía saber qué era eso: no había nadie como él.

—¿Tú eres el extranjero que mató a Taggor con sus manos?

Eran tres jóvenes, dos chicas y un chico, de un clan que no era el que Kyro conocía. Parecían muy curiosos.

—Sí, soy yo —les sonrió.

—¿Esa es su piel? —el chico señaló las ropas del viajero, que asintió—. ¿Podemos tocarla?

—Claro.

Los jóvenes se acercaron y la rozaron con sus dedos.

—Qué suave —dijo una de las muchachas.

—¿Cómo alguien tan pequeño pudo con un taggor? —preguntó la otra—. ¿Tienes magia?

—No fue magia, solo suerte.

—El extranjero no tiene magia —intervino Lund, acercándose—, ni tampoco paciencia para aguantaros. Id a curiosear a otra parte.

—Hola, Lund —sonrió la segunda chica, con mucha malicia—. ¿Cómo están tus rodillas? Nos ha contado Ragon que últimamente no te sostienen muy bien... —Los tres jóvenes soltaron una risita.

—¡Serás...! —Lund pareció muy irritado—. ¡Largaos ya de aquí! —gritó con un gesto amenazante.

Los tres muchachos se fueron corriendo.

El gigante se sentó junto a Kyro; al hacerlo el enorme tronco se movió un poco.

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