Authors: Mandelrot
Aquellos hombres me habían recibido según su costumbres; yo les había ayudado lo mejor que podía.
Se acercó, lentamente y aún cojeando un poco, al borde de la tarima y bajó. La multitud se abrió ante él.
Pero aunque me hubiera ganado su amistad nunca llegarían a mirarme como a un igual.
Caminó hasta alejarse; los demás le miraban marcharse en absoluto silencio.
Mientras fuera útil a su sociedad, mientras fuera bueno para ellos, sería aceptado. Pero en el fondo de su corazón seguiría siendo un extranjero.
Se perdió entre el bosque sin mirar atrás.
Y así sería siempre, fuera adonde fuera.
Kyro llegó hasta el estrecho, ya cerrado, donde empezaba el hielo del sur. Avanzó hacia su destino, una mancha gris sucio sobre una brillante y preciosa capa azulada.
Era una dura lección que jamás olvidaría.
Llegó a un punto en el que se detuvo; comenzó a cavar un agujero con las manos desnudas.
Haría aliados, quizá incluso amigos, pero siempre sería un extraño; siempre estaría solo.
Cuando hubo terminado se puso en pie, miró a los lados por última vez, y se metió bajo el manto de hielo azul.
—Eso es. Ahora coloca la tapa con mucho cuidado —dijo el más alto.
Los dos jóvenes estaban completamente absortos en su tarea. La mesa sobre la que trabajaban estaba llena de tubos, vasijas, papeles y otros utensilios aparentemente desordenados.
La habitación entera parecía estar llena de objetos extraños. Había también muchos libros en estanterías rudimentarias o también apilados en algunos rincones, lo que le daba al lugar un aspecto a medias entre lugar de conocimiento y de caos. No había ventanas, y la única comunicación con el exterior parecía ser una pequeña escalera que bajaba desde una abertura en el techo junto a la pared.
Uno tras otro los mundos se sucedían.
—Muy bien, y ahora la llama.
—Espera, primero voy a sellar la tapa con brea —dijo el otro.
—De acuerdo.
Cada uno distinto de los demás.
—¿Listo?
—Sí, acerca el calor.
Pero tenían algo en común: me sentía un extraño en todos ellos.
—Ahora según el libro tenemos que esperar justo al momento en que empiece a hervir para añadirle el polvo de huesos.
—Oye, estoy pensando...
—¿Qué?
—Pues... ¿Cómo vamos a poder añadirlo si está tapado?
Los jóvenes se quedaron un momento mirándose, sorprendidos. Tras ese breve instante se pusieron a trabajar frenéticamente.
Encontraba aliados, encontraba enemigos,
—¡Destápalo, destápalo!
—¡Pero aparta el fuego, que me voy a quemar!
—¡La culpa es tuya, "mejor taparlo para que no se derrame al hervir"!
—Habla el señor "voy-a-sellar-la-tapa-con-brea". ¡Me resbalan las manos, no puedo abrirlo!
—Oh, vaya, ¡como se enfríe del todo habrá que volver a empezar desde el principio!
—¿Por qué se me ocurriría mezclarme con estúpidos como tú?
—Eso mismo podría decir...
El que hablaba se quedó petrificado a media frase, mirando hacia adelante. El otro seguía concentrado en su labor.
pero sabía que en el fondo estaba solo.
—¿Pero qué haces? ¿Por qué no...?
Vio a su compañero, que tenía la boca abierta, y se volvió a medias hacia lo que este estaba mirando. Al verlo él también soltó un ligero grito, muy sobresaltado, dejando caer al suelo el frasco que tenía en las manos; este se abrió con el golpe derramando a sus pies un líquido oscuro. Con el movimiento también se movió la lamparita ardiente que había en la mesa, empezando a quemar unos papeles.
Frente a los chicos, y junto a una trampilla abierta en el suelo, estaba el viajero completamente desnudo y mirándoles fijamente con seriedad.
Señaló a la mesa.
—Fuego —dijo simplemente.
Los jóvenes tardaron un momento en reaccionar; cuando cayeron en la cuenta apagaron las llamas torpe y precipitadamente. Tras esto se quedaron de nuevo mirando a Kyro con estupefacción.
El viajero vio que ambos llevaban delantales para proteger sus ropas; en el frontal se apreciaba claramente bordado el signo de la mano que había conocido junto a la primera esfera.
—Tú vienes de... —balbuceó el más alto, señalando a la trampilla.
—Sí —contestó el viajero—. ¿Quiénes sois?
—Este es Mardog —dijo, muy nervioso, el más bajo—; quie-quiero decir, yo soy Mardog.
—Y yo Fiamm. Somos... Somos...
—Somos tus amigos. Te estábamos esperando.
—Oye, ¿en serio vienes de... —Mardog parecía tener reparos al pronunciarlo— de la esfera? ¡Es increíble!
—Espera que se entere Dompo, ¡no se lo va a creer! —Fiamm estaba muy emocionado.
El viajero avanzó unos pasos mirando alrededor.
—No, no podéis hablar de esto.
—¡Pero Dompo es de los nuestros! Él vendrá cuando acabe en el trabajo con su madre, ¡no podemos ocultarle algo así! —dijo Mardog.
—Es muy peligroso. Para vosotros y para mí. ¿Podéis darme algo de ropa?
Los chicos se miraron.
—¡Oh! Sí, sí, claro —contestó Fiamm. Los chicos apartaron la vista pudorosamente del viajero al darse cuenta de que este estaba aún desnudo.
Algo más tarde los tres estaban sentados junto a una mesa. Kyro comía algo de pan y queso de un cuenco que tenía delante, deteniéndose a veces para beber de una jarra. Mardog hablaba.
—Y al morir el padre de Dompo nos contó lo de la esfera. No tenemos otros amigos, así que no había peligro de que se lo contáramos a nadie más.
—Nosotros somos ahora los únicos miembros de la resistencia aquí —añadió Fiamm.
—¿La resistencia? —interrumpió Kyro.
—Sí —siguió Mardog—. Ninguno de nosotros quiere seguir bajo la tiranía de Varomm.
Kyro había dejado de comer por un momento, mirando fijamente a Mardog al escuchar esto.
Fiamm siguió hablando con cuidado.
—Bueno... La verdad es que aún no hemos pasado a la acción, pero... ¡Pero estamos preparados! Conocemos muchas sustancias con propiedades extrañas, algunas explosivas, y —añadió susurrando— otras que pueden adormecer a un hombre con solo olerlas intensamente...
—A un hombre o a una mujer... añadió Mardog, mirando a Fiamm con mucha picardía.
Los chicos intercambiaron miradas cómplices y se echaron a reír.
—Pensaba que a Varomm no le gustaba la magia —dijo Kyro, volviendo a comer—. ¿No está prohibida aquí?
La pregunta pareció incomodar a los dos jóvenes.
—Lo que hacemos no es magia —respondió Fiamm, tratando de parecer solemne—. ¡Alquimia! Esto es ciencia, amigo mío —buscó confirmación mirando a Mardog, que asintió para añadirle convencimiento a la frase.
—Ciencia —dijo Kyro para sí mismo—. No conozco esa palabra. Pero en mi mundo si os encontraran aquí con esas sustancias os matarían por magos.
Mardog habló con cierto embarazo, mirando de reojo a su compañero.
—Pues... En realidad, técnicamente hablando... No hacemos magia, pero...
—... Pero si nos descubren con todo esto, aquí también...
—... Nos matarían, probablemente.
—Técnicamente, sí.
—Técnicamente.
El viajero se limitó a mirar a los dos jóvenes en silencio mientras comía.
De repente se puso en tensión mirando hacia el hueco en el techo por el que bajaba la escalera.
Un momento después se oyó un chasquido y alguien comenzó a descender los escalones.
—No te preocupes —dijo Fiamm en voz baja—. Es Dompo, que vuelve de la panadería.
El que apareció fue un chico aproximadamente de la edad de los otros dos; este era un poquito más bajo y más regordete que sus amigos. Bajaba rápido los escalones hablando sin mirar alrededor.
—¡Ya estoy aquí! ¿Cómo ha ido el experimento? —llegó hasta el final de la escalera y miró a los lados—. ¿Dónde...?
Se detuvo, sorprendido, cuando vio a los tres sentados a la mesa.
—Hola, Dompo —le saludó Mardog.
—Hola —el recién llegado habló con precaución. Se acercó despacio hasta la mesa, sin dejar de mirar a Kyro.
—Nuestro... amigo Kyro —habló Fiamm. Ha venido... a vernos... desde... —No supo seguir.
—Desde lejos —terminó la frase Mardog.
—Sí. Desde muy lejos. Muuuuy lejos —Fiamm abrió mucho los ojos, asintiendo.
El viajero les cortó.
—Vengo de la esfera. Soy el que estabais esperando —miró a los otros dos, y añadió—: no sé si lo que hacéis aquí será magia o no, pero a la vista de vuestras habilidades para ocultar información tenéis suerte de seguir vivos.
La ciudad parecía muy grande, al menos por lo que el viajero había podido ver hasta ese momento. El ambiente de mercadeo y los seres de muy distintas especies que veía yendo y viniendo le recordaron un poco a su ciudad de origen, Vassar'Um, aunque esta no tuviera ni de lejos la majestuosidad de la capital del mundo donde él había nacido.
—… Así que estamos en guerra —hablaba Mardog— por las minas de Zall; el rey ha hecho ya dos levas para enviar soldados a la frontera y se respira un ambiente tenso por aquí.
Habían llegado hasta tener ante ellos el castillo real. Sus altos muros terminaban en salientes donde estaban las almenas, lo que hacía imposible escalar hasta arriba porque sería como colgarse de un techo sin sujeciones. Se veían algunos soldados haciendo guardia en lo alto, aunque probablemente harían más de vigías que realmente de protección ya que no era probable que esperaran invasión alguna en este momento.
La fortaleza estaba rodeada además por un foso ancho y, aunque desde donde estaban no se podía ver el fondo, era fácil imaginar que lo que habría allí sería muy peligroso. Por último, flanqueando la entrada levadiza, la pared se curvaba hacia fuera convirtiéndose en dos torres incrustadas pensadas evidentemente para atacar desde ambos lados a cualquier agresor que intentara pasar.
El lugar era impenetrable.
—No estarás pensando entrar ahí, ¿verdad? —dijo Fiamm.
Mardog de repente abrió mucho los ojos y la boca y señaló al castillo.
—¿Es que la otra esfera...? —Kyro le cortó con la mirada.
Los chicos se miraron mientras el viajero seguía observando el lugar.
—¡Ahora está todo claro! —susurró Dompo. Los demás asintieron.
—¿A qué te refieres? —le preguntó Kyro.
—Será mejor que vengas —habló Mardog—. Tenemos algo que enseñarte.
Los otros dos apartaron los papeles de la mesa mientras Mardog dejaba sobre ella un grueso libro lleno de polvo.
—Nosotros descubrimos la ciencia gracias a estos libros; los primeros miembros de la resistencia escribieron en ellos mucho sobre sus conocimientos. Hay muchas cosas que no hemos llegado a comprender, pero sí estamos seguros de que antes del tiempo de Varomm el saber era mucho más avanzado que hoy día.
—¿Cuándo fue eso? —preguntó el viajero.
—Hum... No lo sabemos —respondió Dompo—. Pero debió ser hace más años de los que nadie sea capaz de contar.
Mardog continuó su explicación mientras abría el libro y pasaba las páginas buscando algo.
—El problema es que la mayoría de la información que los primeros luchadores contra Varomm nos dejaron está en una lengua que no conocemos. Pero hay cosas que se entienden perfectamente.
Llegó hasta una donde había varios párrafos escritos, y también dibujos muy reveladores: era evidente lo que era aquello, nada menos que planos detallados del castillo del rey.
Kyro llevaba todo el día examinando las ilustraciones; dejó el libro sobre la mesa con expresión pensativa, y Fiamm recogió el documento y habló mientras lo miraba.
—Según los dibujos hay dos murallas que atravesar: los soldados y sirvientes están en la zona exterior del castillo, y dentro de esta hay una especie de ciudadela donde vive la corte. Por lo que se puede entender de las explicaciones del libro no hay pasadizos ni un camino seguro que se pueda conocer de antemano. Entrar ahí parece imposible.
—No hay otra opción —murmuró el viajero.
—¿Qué vas a hacer? —le preguntó Dompo.
Kyro respiró hondo.
—Eso —dijo— es mejor que no lo sepáis. Por vuestra seguridad y por la mía. Escuchadme, os agradezco mucho vuestra ayuda pero a partir de aquí debo seguir solo. Vuestra parte del trabajo ha terminado.
Los tres chicos protestaron a la vez.
—¡Pero...!
—¡No puedes apartarnos así!
—¡No es justo!
—No es cuestión de lo que esté bien o mal —dijo Kyro con un gesto para callarles—. Tengo una misión que cumplir y no podréis ayudarme en el futuro. Habéis hecho todo lo que estaba en vuestras manos, ahora me toca a mí.
Los jóvenes parecían muy decepcionados. El viajero continuó.
—Pero sí hay una última cosa que quería pediros. Antes que yo vino otro, ¿no es así?
—Sí —asintieron.
—Contadme. ¿Qué sabéis de él?
—Dompo, trae el libro —dijo Mardog.
El aludido se levantó y fue a buscar uno de los volúmenes que había apilados en un rincón. Lo trajo sin decir nada, y lo dejó en la mesa frente a Kyro. Este miró a los chicos.
—Está ahí al final —aclaró Fiamm—. No es mucho lo que trata de él pero al menos está en nuestra lengua: vino mucho antes de que nosotros hubiéramos nacido, un antepasado de Dompo le ayudó, se quedó aquí unos días y luego desapareció. No dice nada más.
El viajero abrió el libro y buscó hasta encontrar la información. Efectivamente, no era mucho lo que había; simplemente un relato breve de los acontecimientos que venían a ser lo mismo que le acababa de decir Fiamm. Kyro leyó las notas con cierta decepción.
Pero sí había más. Al pasar la última página encontró algo que no esperaba: un dibujo, con aspecto realista, de la cara de su abuelo. Bajo este simplemente dos palabras: "el viajero".
—Hum, sí, claro que aceptamos mercenarios. ¿Tienes experiencia militar?
—Sé recibir órdenes y manejar una espada.
El hombre sentado tras la mesa miró a Kyro con el único ojo que le quedaba, calibrándole.
—Bien. La paga es de cuatro monedas de cobre cada diez días, si estás en campaña son dos más, y si hay batalla y ganamos hay derecho de saqueo mientras lo autorice el mando. El equipamiento corre de tu parte y como veo que no llevas espada puedes comprarle una al herrero si tienes para pagar; si no tendrás que arreglártelas hasta tu primer sueldo. ¿Cómo te llamas?