Authors: Mandelrot
Tiró con fuerza de la baldosa hasta conseguir levantarla; su rostro quedó iluminado al asomarse a mirar abajo.
Yo solo seguía mi camino, sintiendo que en realidad nada de aquello tenía sentido.
Se introdujo por la abertura y, desde dentro, tiró de la piedra hasta tapar el hueco. Todo volvió a quedar a oscuras.
El tronco del gran árbol rojo no llegaba a tocar el suelo: sus raíces sobresalían mucho, como si llegado a un punto la planta se esparciera en todas direcciones hasta hundirse finalmente en la tierra. Por entre aquellas múltiples piernas apareció el viajero, abriéndose paso con esfuerzo.
Eran ya muchos los mundos que cruzaba; cada uno tenía cosas nuevas para mí.
Miró alrededor con sorpresa: estaba en lo que parecía una mezcla entre bosque y selva bastante densa. Había gran variedad de colores en la vegetación, totalmente distinta de lo que Kyro había conocido hasta ese momento. Hacía calor y se notaba algo de humedad en el aire.
Se fijó en algunos pequeños animales que se movían entre los árboles: eran de un tono rojizo anaranjado no muy distinto al de los troncos entre los que saltaban, aunque algunos llegaban a ser de un amarillo intenso muy llamativo. No parecían peligrosos. Había otros seres moviéndose aquí y allá, aunque ninguno daba la impresión de ser una amenaza.
Lecciones que aprender, pruebas que superar, victorias y derrotas a las que enfrentarme.
Unos instantes más estudiando el entorno para entonces comenzar a actuar. Se volvió de nuevo hacia las raíces, sujetando una de aquellas ramas con sus manos: parecía bastante resistente.
Se agachó y recogió dos piedras, una de ellas con forma redonda y aplastada, y un momento después comenzó a golpearla con la otra para darle forma.
Mi único objetivo: sobrevivir hasta llegar a la siguiente esfera.
Melló a golpes el borde hasta hacerlo un filo cortante; tras esto se irguió de nuevo, mirándola, y con ella empezó a cortar la raíz del gran árbol rojo.
Mi única estrategia: aprender, adaptarme, esperar lo inesperado, hacerme cada día más fuerte.
Poco después el viajero ya avanzaba por entre la selva. Llevaba en la mano un arma fabricada con la piedra afilada atada a un trozo de rama rojiza a modo de hacha, y se había protegido los pies y los genitales con trozos de una fina membrana vegetal como tela que había sacado de una de las muy variadas plantas que encontraba; con ella también se había hecho una bolsa improvisada que llevaba colgada a la espalda.
Sin embargo, aunque estuviera preparado para cualquier cosa, nunca dejaba de sorprenderme lo que encontraba en mi viaje.
Llegó al borde de un pequeño risco y se detuvo, mirando asombrado la vista que tenía ante sí.
La selva continuaba a una altura más baja que donde él estaba, de manera que podía ver lo interminable de aquella extensión multicolor. Por encima de la alfombra vegetal se distinguían aquí y allá criaturas de forma ovalada y suave color rosado flotando en el aire, unidas al suelo cada una por un hilo que las mantenía en su sitio; debían ser muy grandes para ser visibles a aquella distancia. El cielo era de un azul intensísimo y brillante, iluminado por un sol que era solo un pequeño puntito luminoso pero que dejaba sentir su calor ante la exposición directa.
Pero lo más impactante, lo más espectacular de ese paisaje, era algo que también se encontraba por encima de Kyro.
Era absolutamente indescriptible. Como un sol que no brillaba, como una luna de las que a veces el viajero había visto antes en otros mundos; pero enorme, muchísimo más grande que la mayor de ellas, hasta llegar a ocupar gran parte del cielo. Parecía un círculo iluminado por el lado del sol que se iba volviendo invisible por el opuesto, y era de un color verde intenso con líneas más oscuras paralelas atravesándolo completamente. Y lo más llamativo de todo, se veía rodeado por una especie de anillo blanco precioso, brillante, que flotaba a su alrededor.
Tiempo después caminaba sorteando la vegetación cuando apoyó el pie en una raíz que sobresalía. Esta se rompió con un crujido, y Kyro perdió momentáneamente el equilibrio cayendo hacia delante. Dio dos pasos para conservar la verticalidad, cuando se dio cuenta de que la tierra que pisaba no era como el resto: estaba en el centro de un amplio círculo bastante bien definido, de un color ligeramente más claro y, sobre todo lo más sorprendente, cuya superficie era bastante pegajosa.
Se irguió, extrañado, para comprobar que tenía los pies ya completamente sujetos; no podía moverlos. En ese momento los bordes del círculo empezaron a levantarse lentamente: Kyro reaccionó con alarmada sorpresa al darse cuenta de que iba a ser envuelto completamente. Sin pensarlo dos veces cogió su hacha y cortó las membranas que había atado como calzado, y tomando impulso saltó lo más alto que pudo para salir de la trampa. Al caer fuera de ella rodó por el suelo y terminó el movimiento en posición defensiva con el arma en la mano, aunque a su alrededor lo único que se movía era la piel de aquella criatura cerrándose sobre lo que debía haber sido su comida y que ahora era simplemente aire.
El viajero miró a su alrededor por un instante y siguió su avance, caminando despacio y sin perder atención al suelo.
Había llegado a un riachuelo de agua fresca y limpia. Probó un sorbo y esperó para comprobar que no le causaba ningún efecto nocivo, tras lo cual se agachó para beber más; entonces se descolgó la bolsa de la espalda y sacó algunas hojas enrolladas, que comió con avidez. Unos momentos más de descanso y se puso en pie para continuar su camino bajando por el curso del riachuelo.
El paisaje iba cambiando haciéndose menos denso a la vez que el río iba ensanchándose algo más; aún se podía cruzar fácilmente pero se notaba que aumentaba el caudal y se hacía más profundo. Kyro llevaba el hacha atada a la espalda con la bolsa, y ahora en la mano sostenía un palo largo y afilado en uno de los extremos como una lanza. Caminaba buscando algo en el suelo; por fin llegó a un punto en el que lo encontró. Se agachó, miró a los lados, y por fin hacia arriba hacia una de las gruesas ramas que sobresalían de entre los árboles y que pasaba justo por encima de donde él estaba.
Ya era de noche, aunque aún quedaba bastante luz por el reflejo verdoso de la gran luna anillada. El animal se acercó a beber; trotaba despacio y se detenía cada pocos pasos mirando a su alrededor. Su piel marrón rayada en negro contrastaba con el colorido del ambiente; esto, unido a sus grandes ojos saltones, daba la impresión de que se trataba de algún ser de vida nocturna. Su tamaño era de algo más de la mitad de un ser humano, y se movía grácilmente sobre sus cuatro patas a pesar de no tener un aspecto ágil. Llegó a la orilla y miró a su alrededor; tras esto comenzó a beber.
Solo pasó un instante antes de que, en completo silencio, una sombra le cayera encima: Kyro clavó su lanza justo sobre el centro del lomo del animal, que lanzó un sonoro quejido mientras el viajero rodaba sobre sí mismo para amortiguar la caída. Su presa se movió solo por unos instantes más y en seguida quedó inerte, tumbada y atravesada por la rama junto al río.
Momentos después Kyro, después de mirar alrededor, sacó de su bolsa una piedra pequeña alargada y afilada en uno de los extremos con forma de cuchillo; con ella se acercó al infortunado animal que acababa de cazar.
El fuego ardía sobre un montoncito de piedras que lo elevaban un poco sobre el suelo. La carne se tostaba sobre ella, ensartada en una rama sujeta por otras que la mantenían a distancia de las llamas. Kyro bajó del árbol donde había estado comiendo, tiró al suelo un hueso mientras se pasaba el dorso de la mano por la boca y se acercó a por más.
Arrancó otro trozo, dejó la rama con el resto de la carne donde estaba y anduvo dos pasos hacia el árbol antes de quedarse completamente inmóvil mirando a la oscuridad a su alrededor. Dejó caer la comida y se llevó la mano a la espalda buscando su hacha; en un instante estaba en posición de defensa y con su arma en la mano, preparado para el combate.
Poco después se oyó el primer gruñido. Primero fue solo uno, pero luego se escucharon varios más provenientes de los lados. El viajero retrocedió hasta quedar con el fuego a su espalda, esperando a que se dejaran ver las criaturas que se acercaban.
Unos momentos después aparecieron: eran cinco y parecían canna.
Se decía que los canna habían acompañado al hombre desde siempre, incluso que eran sus mejores amigos; Kyro nunca había tenido uno pero en el ejército los usaban para labores de rastreo y ataque, y para sus cuidadores eran como sus hijos de sangre. Los había de muchísimas razas, completamente distintas entre sí, y eran usados para las más variadas tareas aunque había incluso quien los había adoptado como si fueran miembros más de su familia.
Pero aquellos canna no eran amistosos. El gruñido común fue aumentando, y Kyro se encontró parcialmente rodeado de lejos por cinco animales con tamaños y aspectos variados pero con un objetivo común. Y era evidente que estaban dispuestos a todo para conseguirlo.
No tenía muchas oportunidades si les dejaba la iniciativa y lo sabía. Se agachó despacio y sin volver la vista, para buscar con la mano libre las piedras sobre las que estaba la hoguera; entonces miró atrás solo por un instante, lo justo para saber dónde estaba lo que quería recoger. Sujetó una de las ramas ardiendo y la arrojó a su izquierda, hizo lo mismo con otra rama a su derecha, y tras esto repitió la operación varias veces a ambos lados hasta que solo quedó libre el terreno ante él. Tras esto volvió a erguirse lentamente, mirando fijamente al que parecía el líder y que tenía justo enfrente: fuerte, de pelo gris y abundante, en él destacaban sus fieros ojos amarillos.
Los canna habían avanzado despacio, y ahora parecían algo desconcertados por el fuego. Uno de ellos se acercó por un lado pero al notar el calor se detuvo; Kyro lo había visto pero se mantenía concentrado en el que tenía delante.
Aunque estaba en desventaja por su número, el viajero conocía lo suficiente a los canna para saber lo que tenía que hacer. Clavó su hacha en el suelo donde pudiera recogerla rápidamente y, abriendo los brazos, lanzó un grito amenazador. El animal ladró y los demás le imitaron; Kyro volvió a gritar, en aquella exhibición de fuerza. El líder avanzó unos pasos enseñando los colmillos con tremenda agresividad, y el viajero se preparó para el ataque.
Por fin sucedió: mientras los demás a los lados ladraban sin atreverse a atravesar las ramas ardientes, su jefe se lanzó hacia adelante saltando contra Kyro. Pero este reaccionó más rápido aún, agarrándole de las patas en el aire y tirando violentamente hacia abajo. El canna cayó de lado mientras la mano del viajero se cerraba poderosamente sobre su cuello y le aplastaba contra el suelo con todas sus fuerzas, lo que hizo que el animal se defendiera revolviéndose hasta colocarse patas arriba. Aunque le arañó la piel con sus uñas haciéndole sangrar, Kyro no dejó de sujetarle la garganta mientras le aplicaba la rodilla sobre el abdomen aplicándole el peso de su cuerpo hasta inmovilizarlo. El canna gruñía y gemía, intentando inútilmente morder o escapar, mientras los otros dudaban al ver cómo su líder era superado. El viajero cogió de nuevo el hacha con la mano libre y la agitó en el aire, gritando de nuevo para intimidarles.
Al poco su presa se fue rindiendo, hasta quedar finalmente exhausta. El brazo de Kyro sangraba bastante pero no aflojó; al ver que había logrado controlar la situación lo que hizo fue clavar de nuevo su hacha, y con la mano que quedaba libre empezó a acariciar la cabeza del animal. Este trató de resistirse solo un momento más, pero en seguida se dejó hacer.
Los otros ya estaban completamente quietos y en silencio, expectantes. Cuando estuvo un poco más seguro de que el líder no se revolvería, Kyro empezó a rascarle el cuello también con la mano con la que le sujetaba; aunque aún no la movió de allí y siguió con su rodilla encima para evitar sorpresas. Alargó el brazo libre hasta coger el trozo de carne que había soltado cuando sintió la amenaza, lo desgarró un poco con los dientes y se lo puso al animal delante del hocico.
Este olfateó la comida, se relamió y comió el trozo mansamente. Kyro lo repitió varias veces mientras alejaba la mano del cuello para rascar el costado del animal, y finalmente con el último trozo se lo dio levantando la rodilla para liberar al canna. Se puso en pie sujetando una vez más su hacha y el animal retrocedió un poco; el viajero, moviéndose con seguridad, cogió la rama en la que tenía ensartado el resto de la carne y fue arrancando trozos y arrojándoselos a la manada.
Durante los siguientes días Kyro avanzaba solo, aunque sabía que era seguido a distancia por los canna. Cazaba más de lo que necesitaba para sí mismo, y al calentar al fuego aparecían esperando a que él les repartiera su parte de comida. Los iba conociendo poco a poco e incluso les había puesto nombres: Jefe era el líder, y luego estaban el Blanco y la Blanca aunque esta última tenía manchas marrones, el más grande y peludo de color completamente negro se llamaba Kamor porque le recordaba a su maestro, y por último la Princesa de color dorado y que era la única que venía sin necesidad de ser atraída por la comida porque le gustaba que la acariciaran.
Normalmente Kyro alimentaba a la manada cuando oscurecía, y tras esto se subía a algún árbol para pasar la noche en algún hueco mínimamente cómodo que encontrara entre las ramas más gruesas; y al cabo de un rato los canna se iban. Pero una noche muy calurosa, estando en un claro en el que la vista de la enorme luna verde anillada era espectacular ya que se apreciaba el gran disco en su totalidad, el viajero se quedó un largo rato allí sentado tras haberse apagado el fuego contemplando tranquilamente el paisaje. Princesa dormía patas arriba junto a él para que le rascara el vientre, Kamor roncaba ruidosamente un poco más allá, los blancos jugaban algo más alejados como siempre y Jefe, que había estado limpiándose las patas tras la cena, sorprendió a Kyro levantándose y acercándose a él. Le olfateó un momento y el viajero le acarició la cabeza haciendo que el animal estirara el cuello cerrando los ojos, tras lo cual este simplemente se giró y se tumbó a dormir enroscado apoyando el lomo contra su muslo. Kyro sonrió, le rascó un momento más y siguió admirando la vista.
Pero aquello fue como una señal para los demás: los blancos dejaron sus juegos y también se acercaron a dormir buscando su contacto, Princesa se le subió al regazo y volvió a estirarse patas arriba, y poco después incluso Kamor cuando se despertó vino a continuar su ruidoso sueño con los demás. Así que el viajero se encontró rodeado de canna durmiendo plácidamente junto a él; esa noche no subió a ningún árbol, simplemente se recostó buscando un hueco entre los demás para dormir como uno más de la manada.