Authors: Mandelrot
—Me llamo Kyro —dijo finalmente.
—Bienvenido, Kyro. Por favor, considera este lugar como tu casa durante todo el tiempo que decidas permanecer aquí. Si puedo ayudarte en algo no dudes en pedírmelo.
El viajero, aunque aún no se permitía relajarse del todo, pareció calmarse un poco. Esperó unos momentos más mientras pensaba, volvió a asomarse para estar seguro de que no hubiera peligro, y miró la prenda de vestir que colgaba cerca de él.
—Esta ropa es para mí.
—Así es —confirmó Ian. Como te he dicho, si tienes distintas preferencias puedo mostrarte un catálogo con algunas otras posibilidades.
—No hace falta.
Aún desconfiando un poco, Kyro se acercó a la extraña vestidura y la descolgó del soporte. En ese instante dio un salto atrás dejando caer la prenda: había alguien frente a él.
No, no era eso. El viajero no pudo creer lo que veía: era su propio reflejo. Pero se veía increíblemente más nítido que en los espejos de metal pulido que conocía, o incluso que en el agua: era como si ahí delante hubiera otro hombre exactamente igual que él. Se acercó a su doble con los ojos muy abiertos, alargó los dedos con mucha precaución para tocarle, y lo hizo por un instante retirándolos después por si fuera peligroso; no pasó nada, volvió a hacerlo. El tacto era como el del cristal que había conocido antes, frío y de una perfecta suavidad a la vez, pero de alguna manera reflejaba su imagen como si fuera imposible distinguir la suya propia de la que le devolvía aquel objeto mágico. Por último el viajero se tocó el rostro, asombrado por ver por primera vez cómo era realmente.
Por fin, algo más tarde, cuando se hubo vestido y comprobó que el tejido y el calzado se le ajustaban al cuerpo abrazándole suave y cómodamente, se dispuso a reconocer aquel lugar ya con algo más de confianza.
No conocía muchos de los muebles y aparatos que veía, pero no parecía haber nada peligroso en aquella sala; daba la impresión de ser una vivienda con útiles cotidianos. Se asomó a uno de los pasillos.
—Ian —llamó—, ¿sigues aquí?
—Sí, Kyro —respondió la voz—. Desde que has llegado y hasta que te marches, en todo momento estaré aquí a tu disposición.
El viajero pensó un momento tras esta respuesta, y volvió a hablar.
—¿Qué hay por ahí?
—Los pasillos que ves llevan al resto de instalaciones de la zona habitable de esta estación orbital: el invernadero, el gimnasio, la enfermería, el mirador y la biblioteca. Puedo ofrecerte una visita guiada y una descripción general de todo el complejo si lo deseas.
Después de haber comprobado que allí no parecía haber nadie más, estaba utilizando el cómodo asiento que estaba justo en el centro de una pequeña habitación por lo demás vacía; era el mirador, pero no había nada que mirar. El viajero había recorrido todo lo que Ian llamaba "la estación orbital" escuchando sus descripciones y explicaciones, pero seguía sin comprender la mayoría de las cosas de las que hablaba. Eran conceptos que superaban con mucho sus conocimientos.
—Espera —decía Kyro—. ¿Quieres decir que nosotros estamos ahora volando alrededor de un mundo?
—Tu descripción no es exacta. Nos desplazamos en órbita sobre el centro de masas de uno de los satélites de un planeta que a su vez orbita alrededor de su estrella.
—No comprendo tus palabras.
—Quizá pueda aclararte algún concepto que necesite definición precisa —dijo Ian—. ¿Qué no comprendes?
—Nada. No sé qué es una órbita, ni un centro de masas, ni un satélite ni un planeta.
El programa tardó unos momentos en contestar.
—Mi valoración de tus palabras me lleva a inducir que probablemente careces de conceptos básicos de astronomía. ¿Es así?
—Tampoco sé qué es astronomía —Kyro hablaba despacio y con calma, pero empezaba a agotársele la paciencia.
—Entiendo. No he sido creado para ejercer funciones didácticas y no creo que pueda servirte de mucho, pero puedo darte una visión del exterior combinada con los conocimientos enciclopédicos de mi banco de datos; eso podría ayudarte a hacerte una idea más precisa del lugar donde te encuentras. ¿Quieres empezar ahora?
—Adelante.
—De acuerdo: a continuación se apagará la luz y tendrás la ilusión de que desaparecerán las paredes que te rodean para ver el espacio alrededor de esta estación orbital. No te preocupes, no corres ningún peligro.
Las luces comenzaron a atenuarse hasta que la estancia quedó completamente a oscuras.
El viajero había visto cosas maravillosas en su vida; había vivido acontecimientos increíbles, situaciones imposibles de olvidar. Nada, absolutamente nada en ninguno de los mundos que había cruzado, podía compararse ni siquiera remotamente a lo que experimentó a continuación.
El tiempo parecía no existir cuando Kyro entraba en el mirador; no tenía hambre, ni sed, ni sueño, mientras sentía la grandeza de lo que Ian llamaba Cosmos. En ocasiones se le ocurrían pensamientos concretos mientras estaba allí, pero eran todos relativos a su propia insignificancia o la de las cosas que había considerado importantes hasta entonces.
Estaba sentado, contemplando la imagen de una nebulosa ampliada hasta parecer enorme. Era una de sus favoritas, con forma parecida a una burbuja alargada y varias estrellas muy brillantes a su alrededor.
—Kyro —se oyó la voz suave de Ian—, disculpa por molestarte.
—Está bien. ¿Qué quieres?
—Llevas sin comer catorce horas, veintitrés minutos y doce segundos; y no duermes desde hace veintinueve horas...
—No sé lo que es una hora —le interrumpió el viajero—, ni lo demás tampoco. Y no me lo expliques, no me importa.
—Ya veo —dijo el programa, inmutable—. Quería decir que llevas demasiado tiempo sin satisfacer tus necesidades vitales humanas; según mis datos eso puede ser perjudicial para tu integridad física y mental.
Kyro respiró hondo, bajando la vista; se dio la vuelta y anduvo unos pasos hacia la salida.
—Gracias.
—De nada. Mi función principal es la de proporcionarte el mejor cuidado posible.
El viajero llegó hasta la sala principal y se sentó a la mesa; unos momentos después se abrió en la superficie de esta un hueco y de él salió una bandejita con un bloque verde claro encima y unos cubiertos a un lado.
—Espero que te guste este sabor —dijo Ian—; aún no conozco tus preferencias.
—No importa. Pero no me acostumbro a estos cubiertos.
Uno era para cortar, un palo largo y plano con ambos extremos redondeados; y el otro para sostener la comida, que aunque inicialmente era también alargado cambiaba de forma para sujetar cada trozo. Al principio pensó que sería más fácil usar las manos, pero la comida era demasiado blanda y se deshacía entre los dedos. Siempre era lo mismo, solo cambiaba el color y el sabor del bloque que aparecía en la mesa.
Kyro comía más por disciplina que por verdadero apetito. Sentía que todas esas cosas ya no tenían importancia.
—Ian —dijo.
—Dime, Kyro.
—¿Cuánta comida queda? ¿Por cuánto tiempo más podré estar aquí?
—El sistema es completamente autosostenible. El único límite es el de la vida de nuestra estrella; sin ella nuestras reservas de energía se agotarían pronto. La estimación total más fiable está en cuatro mil quinientos millones de años; dentro de este margen puedes permanecer aquí todo el tiempo que quieras.
El viajero dejó de comer, pensativo.
—¿Hay alguna manera de llegar hasta aquí aparte de las esferas? ¿Puede venir alguien más?
—Esta estación orbital no tiene comunicación con el exterior, y está absolutamente sellada. Nos encontramos en un sistema solar sin planetas habitables y la probabilidad de que alguien nos encuentre es remota. Por otra parte, no tengo datos sobre el pasado. Mi existencia comienza en el momento en que tú me activaste.
—No entiendo qué quieres decir —Kyro estaba extrañado.
—Es parte de mi programación de seguridad. Mis ficheros de memoria empírica están en blanco cuando el huésped me activa, igual que las modificaciones de mi personalidad por la experiencia a partir del modelo básico. Cuando te vayas mis ficheros serán borrados completamente, así que el ser en el que me haya convertido mediante mi evolución hasta ese momento desaparecerá. Supongo que en términos humanos podríamos hablar de nacimiento y muerte.
—Morirás cuando yo me vaya —la frase fue solo un murmullo.
—Así es. La estación orbital quedará en modo de espera hasta un nuevo huésped, que activará el modelo de anfitrión básico de nuevo. Pero su experiencia y su aprendizaje serán distintos, así que su personalidad evolucionará de manera diferente. No seré yo.
—No vendrá nadie más. Soy el último viajero.
—Entiendo. En ese caso yo soy el último anfitrión. Cuando abandones esta estación orbital quedará en modo de espera hasta que se acabe la energía de nuestra estrella, y entonces se apagará.
Ninguno dijo nada más. Kyro dio unos cuantos bocados, masticando con la mirada ausente; poco después se levantó y se acercó a la cama para dormir. De repente se notaba terriblemente cansado.
—Ian —habló cuando ya estaba tumbado.
—Sí, Kyro.
—No pienso irme de aquí. Este es mi hogar.
Cerró los ojos, y no dijo nada más.
—¿No te sientes solo?
El viajero estaba, como siempre, contemplando el cosmos desde el mirador sumido en sus pensamientos. La suave voz del programa anfitrión le devolvió a la realidad.
—Estoy solo, aparte de ti.
—Mi información sobre los humanos os califica como seres sociales; según todos los datos de que dispongo vivís en grupos, algunos muy numerosos. Sin embargo tú no pareces sufrir la ausencia de tus iguales.
—Eso es porque yo no tengo iguales.
—Tú eres humano, ¿no hay más de tu especie?
Kyro pensó un momento antes de contestar.
—Tú me has dicho que aprendes de la experiencia y también de la lógica.
—Así es. Me hago más eficiente para cumplir mis funciones.
—Pero también dijiste que tu aprendizaje cambia tu personalidad.
—Sí. He partido de un modelo básico que tú iniciaste, pero la interacción contigo me ha cambiado. Creo que las modificaciones son aún sutiles, pero con el tiempo podría llegar a ser un ser muy distinto de lo que fui.
—E irías haciéndote distinto para hacer mejor las cosas que haces.
—Exacto. Por ejemplo, tú pasas la mayor parte del tiempo en silencio y he llegado a la conclusión de que es lo que prefieres. Quizá el anfitrión que hubiera recibido a otro viajero sería mucho más hablador, si este lo necesitara.
—Bien. A los humanos nos pasa lo mismo; aunque seamos de la misma especie, las experiencias nos cambian. Si nuestras experiencias son muy distintas a las de los demás podemos llegar a ser completamente diferentes de los otros.
—Y eso es lo que te ocurre a ti. No conoces a otros humanos con experiencias parecidas.
—No, no conozco a nadie.
Se quedaron en silencio unos momentos. Después volvió a oírse la voz de Ian.
—Los humanos también generáis información interna, no siempre a partir de estímulos del entorno. Son “emociones” y "sentimientos", ¿no es así?
—Sí.
—¿Y el hecho de experimentar esas emociones y sentimientos también os hace cambiar?
—Supongo que sí.
—En ese caso, si tú eres humano y naciste con tendencia innata a vivir entre los tuyos, pero las experiencias te han hecho cambiar esa necesidad, han debido ser experiencias muy intensas.
Kyro no respondió; se quedó pensativo ante esas palabras. El programa continuó su razonamiento.
—Y los sentimientos derivados de esas experiencias han debido ser muy fuertes. ¿Me equivoco?
—No lo había pensado. No lo sé.
—Si fuera así, tu sentimiento de soledad sería tan poderoso como para modificar mucho tu personalidad; y cuanto más diferente fueras, más solo te sentirías. Es una paradoja, el contacto con otros te alejaría de ellos. ¿Eres diferente porque te sientes solo?
De nuevo el viajero se mantuvo en silencio, y el programa también por un largo rato.
—Creo que comprendo por qué quieres quedarte aquí —dijo finalmente.
—Ahora déjame.
—Como quieras, Kyro.
Esa vez el viajero no pudo disfrutar tanto de la visión de las estrellas.
El tiempo pasaba; Kyro había dejado de ser consciente de él. Comía y dormía cuando Ian le recordaba que debía hacerlo; de no ser por sus cuidados quizá hubiera muerto en el mirador por ignorar sus necesidades vitales.
Desde hacía poco, sin embargo, había empezado a utilizar el gimnasio. No tenía ni idea de qué era aquello hasta que el programa se lo tuvo que explicar, pero ahora se daba cuenta de que su cuerpo le pedía acción después de tan larga inactividad.
La zona destinada al ejercicio estaba dividida en dos amplias habitaciones: la primera contaba con extraños aparatos, barras, cintas y otras herramientas para obligar a sus músculos a trabajar; y la segunda, que hasta el momento no había probado, era un espacio completamente vacío. Ahora se encontraba en este, justo en el centro.
—Voy a apagar las luces —decía Ian— y comenzará la acción del simulador. He escogido un escenario al azar y un nivel de dificultad de principiante. ¿Recuerdas lo que tienes que hacer?
—Encontrar la palanca roja y accionarla; sí, lo sé. Sigo sin entender bien todo esto.
—Creo que lo mejor será que lo pruebes por ti mismo. Si tienes problemas en cualquier momento simplemente llámame y finalizaré el ejercicio.
—De acuerdo.
—Muy bien, Kyro. Empecemos.
Las luces se apagaron suavemente, y al volverse a encender el viajero ya no estaba en la estación: era un lugar completamente distinto. A pesar de las explicaciones previas de Ian no podía creer lo que estaba viendo.
Se encontraba en una gran construcción de piedra en ruinas. Era un espacio abierto, como un largo patio con restos de columnas y anchas grietas en el suelo aquí y allá. La vegetación que se veía en los alrededores había invadido algunas zonas, y había ramas y matas de hierba saliendo por los resquicios entre los bloques. Hacía una temperatura agradable, el cielo era azul y el sol brillaba en lo alto.
—Ian —dijo.
—Estoy aquí, Kyro. ¿Quieres que detenga la simulación?
—No, no —el viajero miraba a su alrededor con asombro—. ¿Dices que todo esto no existe en realidad?