El viajero (55 page)

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Authors: Mandelrot

BOOK: El viajero
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—Esto no va a ser fácil —murmuró Alexis—: reprogramar las tarjetas que trajiste del destructor me llevará tiempo, pero después de nuestro ataque no podemos arriesgarnos a permanecer mucho más por aquí. Estamos sin piloto automático y el ordenador me dice que ahí abajo el viento es como un huracán.

—Vamos —fue la única respuesta del viajero; tenía su mirada clavada en el lugar donde sabía que le estaban esperando.

El hombrecillo no se atrevió a objetar nada más; sujetó los mandos y habló a la grabación del ordenador.

—Preparados para atravesar la atmósfera.

Comenzaron el descenso.

No eran islas: más bien parecían enormes columnas que salían del agua, como gigantescas estacas de piedra clavadas en el mar. Ni cien hombres uniendo las manos habrían podido rodear una de ellas.

La nave se bamboleaba y vibraba con el viento hasta parecer que se iba a romper. Alexis sujetaba los mandos con toda la fuerza que podía.

—¡Esto es demasiado! ¡No sé si podré aguantar! —gritó.

—Baja lo máximo posible y abre la puerta para que pueda saltar —le dijo Kyro.

—¡Lo dicho, eres un suicida! —sonrió como pudo su compañero—. ¡Está bien, allá voy!

El viajero se acercó a la salida, agarrándose a las paredes para no caer por el fuerte movimiento.

—¿Estás listo? —oyó de nuevo a Alexis.

—¡Listo! —respondió él.

La puerta comenzó a abrirse: el viento casi le arranca del suelo. Sujetándose lo mejor que podía, Kyro vio un poco más abajo la parte más alta de una de aquellas columnas de piedra, y un poco más allá otras iguales. Eran como acantilados con formas redondeadas.

De repente una ráfaga sacudió tremendamente la nave, y se alejaron de la columna hacia otra más allá.

—¡No puedo mantenerla! —gritó Alexis de nuevo—. ¡Voy a subir!

—¡No! —la voz del viajero sonó por encima del ruido del viento—¡Baja solo un poco y saltaré sobre esa que tenemos más cerca!

—¡Pero ahí no está...!

—¡Hazlo!

Entre bamboleos por la violencia del vendaval por fin estuvieron lo suficientemente próximos a la cima de una de aquellas columnas. No había tiempo para dudar: el viajero saltó.

Capítulo 4: Gliese

Cayó rodando para amortiguar el golpe mientras sentía cómo la fuerza del vendaval le arrastraba. Logró sujetarse al suelo cuando ya estaba cerca del borde: un poco más y hubiera caído al vacío. El viajero levantó la cabeza, para ver cómo la nave se elevaba alejándose.

Agarrándose todo lo que podía, pegado al suelo para no salir volando, Kyro se arrastró hasta asomarse por el lado que quedaba protegido del viento: la altura era tremenda, la pared completamente vertical, y allá abajo el mar embravecido golpeaba sin piedad.

No había otra opción: tenía que bajar. Manteniéndose tan pegado a la roca como pudo se deslizó por el borde, sujetándose con los dedos a las grietas de la pared; sintió un mínimo alivio al dejar de notar el empuje brutal de la ventisca, y comenzó a buscar apoyos para iniciar el descenso.

Llevaba ya mucho tiempo bajando, sosteniéndose con manos y pies. Mantenía siempre tres puntos de sujeción y solo movía el cuarto, lo que le ayudaba a mantenerse pero lo hacía todo más lento; le dolían los dedos, las manos, los brazos, las piernas, la espalda, absolutamente todo el cuerpo. El viento constante, no tan fuerte por esa cara pero también peligroso, lo hacía todo peor.

Llegó hasta un corte en la pared, del tamaño suficiente como para que cupiera en él; con gran esfuerzo logró meter el cuerpo, quedando tumbado bocarriba y a salvo por el momento. El viajero se quedó inmóvil, respirando con la boca abierta y tratando de recuperarse.

Su ropa era un problema: se hinchaba por el viento como las velas de un barco, notaba sus tirones y ya había estado a punto de hacerle caer alguna vez; las botas le protegían los pies, pero eran gruesas y no le permitían sujetarse a las grietas más estrechas. Aprovechando el momento de tregua se lo quitó todo, notando inmediatamente por todo el cuerpo la helada humedad del ambiente.

Aún le quedaba un buen trecho. Unos momentos más para descansar, y salió de nuevo para continuar su camino.

Sin la ropa notaba un poco más fácil mantenerse, pero hacía un frío cortante y esto le hacía temblar mucho. Kyro, notando todos sus músculos agarrotados y tiritando sin poder controlarlo, recorrió con gran sufrimiento la mayor parte de la distancia que le quedaba hasta abajo.

Entonces se dio cuenta de algo: la base de esa columna, igual que las de las demás, estaba más desgastada por el efecto del mar que lo que quedaba al aire; era más estrecha, así que quedaba un tramo con inclinación superior a la vertical. Pasar por allí sería como sujetarse a un techo de piedra mojada y siendo golpeado por el viento y las olas: imposible. Para llegar al agua no le quedaba otro remedio que saltar desde allí.

Estuvo un rato observando el vaivén del mar, cómo golpeaba con increíble fuerza hacia un lado y cómo la resaca volvía atrás después. Sentía la esfera hacia el lado desde el que venían el viento y las olas, así que tendría que aprovechar el momento de la retirada de las aguas para acercarse todo lo posible y agarrarse a la columna correcta en cuanto tuviera oportunidad.

Se desplazó horizontalmente para llegar al borde de la cara protegida, y así poder saltar alejándose de la roca para aprovechar la corriente. Contó para calcular el tiempo aproximado entre cambios de sentido del agua; debía darse prisa o no aguantaría allí colgado mucho más.

Por fin, justo cuando una ola se estrellaba con fuerza volviéndolo todo blanco por la espuma, el viajero saltó aguantando el aliento.

Su idea funcionó, la resaca le llevó en la dirección correcta, pero lo hizo con tanta fuerza que Kyro sintió su cuerpo reventar cuando se estrelló contra la piedra. No pudo sujetarse, fue arrastrado lateralmente golpeándose contra los salientes mellados hasta que por fin sintió que el agua le llevaba aún más allá, alejándole de su objetivo. Se giró como pudo y vio, en las aguas transparentes, cómo las columnas se hundían en la oscuridad del fondo del mar; pero no pudo pensar nada más, porque notó con alarma cómo una gran ola volvía a lanzarle directamente contra la pared de piedra.

Lo único que le salvó fue que la distancia no era muy grande, así que no tuvo tiempo de tomar demasiada velocidad antes de chocar contra el muro de piedra; pero, aunque logró poner brazos y pies por delante para amortiguar el golpe, fue aún más duro que el anterior. La cara, el pecho, el vientre, los genitales, las rodillas... El imparable empuje del agua le aplastó contra la columna como si fuera un insecto, y el impacto múltiple le causó un dolor inimaginable. A punto de perder la consciencia, con el último hilo que le quedaba solo pudo ordenar a sus dedos que se sujetaran lo más fuertemente posible a las grietas de la roca justo cuando el agua se retiraba de nuevo y le dejaba un instante para respirar.

Ya casi no sabía ni lo que estaba sucediendo; actuaba por puro instinto. Tomó aire de nuevo, afianzó la presa para mantenerse sujeto y en ese momento llegó el agua otra vez, aplastándole contra la columna. De nuevo se retiró, de nuevo pudo respirar una nueva bocanada, y de nuevo se agarró con toda la fuerza que podía esperando el siguiente empuje. Pero esta vez, aún bajo el agua y aprovechando que el agua le apretaba contra la pared, pudo avanzar hasta quedar sujeto un poco más arriba cuando llegó la resaca y volvió a quedar al aire.

El dolor en todos y cada uno de los puntos de su cuerpo era insufrible; tenía un ojo completamente cerrado por la hinchazón de su cara después de los golpes, y no podía ver con total claridad por el otro; sentía pinchazos en los músculos por el agua y el aire helados; las heridas, cortes y magulladuras le recorrían de arriba a abajo. Pero el viajero estaba concentrado únicamente en respirar esperando la siguiente ola, buscando un lugar al que agarrarse un poco más arriba aprovechando el empuje de la corriente.

Nada, absolutamente nada en el universo podría detenerme.

Gracias a las olas pudo superar incluso el tramo inclinado negativamente, para enfrentarse a la subida vertical al aire libre. El viento era ahora el que le apretaba contra la inmensa columna, mientras él ignoraba la tortura de su cuerpo y solo pensaba en encontrar el siguiente punto de apoyo.

Ahora era consciente de quién era, de por qué luchaba, de la importancia de todo esto.

El ascenso era aún más lento, aún peor; el viento gélido le flagelaba con saña mientras él hacía un esfuerzo inhumano por superarse.

Había aprendido mucho, entendía muchas cosas, todo era distinto;

Se detuvo un instante y sacudió la cabeza: se sentía agotado y mareado. Pensó que podía perder el conocimiento, así que se tomó un momento para respirar y de nuevo miró arriba antes de seguir avanzando.

pero había algo que seguía ahí, que nunca cambiaría.

Por fin llegó hasta una grieta en la roca, el espacio justo para que un hombre pudiera pasar.

Miró al interior, y como pudo se deslizó para entrar.

En este momento más que nunca, tenía una misión que cumplir.

Capítulo 5: Valdum

Un murmullo se elevaba por encima de la multitud congregada en el templo. La luz de las antorchas y el gran fuego central hacía que las estatuas parecieran cobrar vida, y sus sombras sobre las paredes de piedra parecían bailar la danza de las llamas.

Ya nada era igual.

El viajero, en medio del gentío y vestido con una túnica al igual que los demás, observaba la posición de los guardias: tres a la izquierda y tres a la derecha, subidos cada uno sobre pequeñas plataformas separadas que les permitían dominarlo todo desde arriba. Cada uno estaba armado con una espada corta y tenía un arco apoyado en la pared junto a él; además se veían perfectamente entre sí. Por otra parte sabía, después del largo tiempo que llevaba vigilando aquel lugar, que se hacían el relevo cada poco tiempo y siempre estaban allí. No, no podría hacerlo solo.

Después de lo que había aprendido, después de lo que había visto, miraba a mi alrededor y me sentía en una prisión de oscuridad sabiendo que fuera había luz.

La gente que llenaba el inmenso espacio repetía rítmicamente la misma oración en voz baja, lo que producía un sonido hipnotizante. Todos miraban hacia el fondo de la sala, donde en el espacio principal más elevado el sumo sacerdote y sus ayudantes presidían la ceremonia. Eran humanos de piel clara como si apenas les diera el sol, en contraste con la apariencia tostada de sus fieles.

Yo había sido como ellos. Había vivido encerrado en mi pequeña vida, como un animal que no conoce más que su jaula y ni siquiera sabe que podría tratar de escapar.

Delante de los sacerdotes el suelo se inclinaba hacia abajo, lo que permitía ver que había un gran agujero en el centro; sin embargo no se llegaba a apreciar qué había dentro. Todos ellos estaban girados hacia ese gran hoyo principal con los brazos extendidos hacia él.

Casi les envidiaba, viviendo felices en su cárcel de ignorancia. Pero ahora sabía que había algo más allá, que nos pertenecía y nos había sido arrebatado; ya no podría vivir sin luchar por ganarlo de nuevo.

Bastante más arriba, justo sobre el gran agujero sostenida por un ancho saliente de la pared del fondo, estaba su objetivo: la esfera negra que le llamaba. Allí, a la vista de todos como un objeto más de la decoración. Kyro la miró unos momentos más antes de darse la vuelta y dirigirse hacia la salida.

—¿Es ese?

Estaba en una taberna de mala muerte, ya sin la túnica sino vestido ahora solo con un taparrabos y botas y llevando una espada a la cintura; aunque él parecía muy tranquilo, en el lugar adonde señalaba había una tremenda pelea con un hombre en el centro al que trataban de sujetar todos los demás.

—¡Sí, ese maldito borracho! —dijo el tabernero con voz asustada—. ¡Siempre es igual, desde lo de su prometida cada vez que se pone a beber destroza mi negocio! ¡Llévatelo de aquí, por favor!

El hombre que peleaba solo contra todos, que destacaba por su pelo rojo encendido y que vestía ropas de guerrero, parecía tremendamente fuerte a juzgar por cómo levantaba por los aires a sus adversarios con sus golpes.

—¡A mí no me insultan unos mequetrefes como vosotros! —decía—. ¡Acercaos, venid todos juntos si os atrevéis!

Uno de los que trataba de sujetarle le saltó encima, y otros dos se le unieron inmediatamente agarrándole por los brazos. Pero era demasiado poderoso para ellos: se los sacudió fácilmente de encima, lanzando a uno tras otro contra los muebles que había cerca destrozando algunos de ellos. Rápidamente alargó la mano para coger una silla volcada del suelo, y la utilizó para golpear con todas sus fuerzas al siguiente que se le acercaba; pero esta se hizo añicos al impactar contra él, y aquel hombre se vio solo con un trozo de madera rota en las manos.

Se quedó quieto de repente, mirando sorprendido al viajero que bajaba el brazo con el que había parado el golpe como si nada.

—Tú eres Kamil el rojo, ¿no es cierto? —dijo.

El aludido tardó unos instantes en reaccionar.

—Sí... Soy yo —contestó—. ¿Quién eres tú?

—Tengo que hablarte.

El guerrero pelirrojo metió la cabeza en un barril lleno de agua que había en el callejón, y al sacarla se dio unas palmadas para despejarse. Kyro estaba sentado unos pasos más allá.

—Esos estúpidos pensaban que podían hacerme callar —dijo Kamil—. No saben quién soy yo, ¡desciendo de la estirpe más antigua del mundo!

—Eso he oído: eres un K-uno.

—Los kaunos —habló con orgullo el guerrero— fueron los primeros habitantes de Valdum; dicen las leyendas que vinimos de las estrellas. Yo soy el último que queda de mi raza. De hecho —bajó la cabeza con tristeza— me temo que mi sangre se acabará conmigo.

—Me han dicho que tenías una prometida.

Kamil se sentó junto al viajero, con tristeza.

—Aún la tengo; al menos mientras los dos estemos con vida. Partia, ese es su nombre.

—¿Dónde está ahora?

—Su padre la entregó a ese malnacido del sumo sacerdote, y ahora está presa en la torre del templo con las demás jóvenes para ser entregada al dios Gzog con el inicio del nuevo año. Cuando supe lo que había pasado intenté entrar a rescatarla, pero eran demasiados para mí solo y acabaron persiguiéndome por toda la ciudad; salvé la cabeza de pura suerte. Ahora no tengo amigos ni dinero para comprar ayuda.

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