Authors: Mandelrot
—¿Es que su padre no conocía vuestro compromiso?
El guerrero apretó los puños con fuerza al hablar.
—Se oponía a nuestra relación, siempre ha dicho que yo... Bueno, no le gustaba. Es un comerciante rico que solo piensa en acumular más dinero, igual que los otros de toda la región que han entregado a sus hijas para el sacrificio; el sumo sacerdote tiene mucha influencia, aquí es más poderoso que el rey. Todos quieren estar a bien con él; ¿qué más da si pierdes a una hija que no quieres? Ya tendrás más.
Kyro le miraba fijamente.
—Quizá yo pueda ayudarte —dijo tras unos instantes.
—¿Lo... ¿Lo dices en serio? —a Kamil se le encendió la mirada—. Te lo he dicho, no tengo con qué pagarte.
—No necesito dinero. Saldarás tu deuda ayudándome tú a mí.
El templo jamás cerraba sus puertas: día y noche había fieles rezándole al dios viviente Gzog, día y noche había seis guardias en el salón principal armados y preparados para solucionar cualquier problema. En ese momento, cuando fuera ya estaba todo oscuro, había aún bastante gente arrodillada murmurando sus plegarias.
—¡Devolvedme a mi Partia! —Resonó una potente voz desde la entrada.
Todos se volvieron a mirar: Kamil el rojo, armado con su espada y un escudo, estaba de pie en la puerta.
—¡Llamad a los guardias! —gritó el sacerdote que en ese momento estaba ante el gran agujero central—. ¡Matadle!
En un momento una lluvia de flechas de los soldados que había a los lados cayó sobre el guerrero, que tuvo que colocarse por fuera protegido por la pared. Asomando la cabeza tapada por el escudo siguió gritando.
—¡Sí, enviad a todos vuestros guardias, los aplastaré uno tras otro! Vamos, ¿a qué estáis esperando?
En la calle cerca de allí estaba el viajero, observando desde la oscuridad. Mientras Kamil vociferaba él se dirigió a los muros traseros del templo.
Allí los dos soldados que vigilaban desde lo alto recibieron una llamada momentos después, y salieron corriendo. Kyro se acercó a la pared y, descolgándose de la espalda la cuerda con el garfio que había traído, lo lanzó hacia arriba.
Ya casi había subido del todo cuando apareció corriendo Kamil. El viajero esperó a que trepara también por la cuerda para retirarla.
—Les han ordenado que no regresen sin mi cadáver —susurró—. Tenemos tiempo.
Kyro asintió, y ambos se dirigieron en silencio a la torre que sobresalía de la parte superior del edificio principal donde estaban las jóvenes que esperaban a ser sacrificadas.
Llegaron a un arco que daba a unas escaleras, y al subir se encontraron una pequeña habitación con dos sillas y una puerta cerrada. En la pared de enfrente había una llave colgada de la pared.
—Vaya, se han llevado a todo el mundo a perseguirme —sonrió Kamil—. Te lo dije, soy un guerrero muy importante.
El viajero miraba por la cerradura.
—Sí, están ahí —dijo—. La llave.
Su compañero la acercó y abrieron la puerta sin dificultad.
—¡Kamil!
Una vez pasado el instante inicial de sorpresa, una de las muchachas se levantó y vino corriendo hasta abrazar al guerrero pelirrojo.
—Partia, amor mío.
Mientras se abrazaban y besaban Kyro se ocupó de mirar alrededor. Era una gran habitación sin ventanas, lujosamente decorada y de apariencia muy cómoda, con asientos y cojines mullidos aquí y allá; había abundante comida y viandas en una mesa larga al fondo. Debía haber allí casi veinte jóvenes, todas vestidas con túnicas cortas, algunas de las cuales se habían levantado y se acercaban ahora a ellos.
—Tenemos que irnos —dijo.
Kamil y Partia pararon de besarse y le miraron.
—Tiene razón —susurró el guerrero—. Vámonos.
Intentó dirigirse hacia la salida, pero ella le retuvo.
—No puedo irme de aquí —dijo cuando él la miró.
La chica, ante su sorpresa, se soltó de su mano; se hizo unos pasos atrás hasta colocarse con las otras.
—Ninguna de nosotras puede escapar.
Los dos hombres se miraron sin comprender.
—Pero Partia... —Empezó Kamil.
—Si yo me voy mi padre entregará a una de mis hermanas. Lo mismo nos pasa a muchas aquí; querríamos huir, pero condenaríamos a alguien en nuestro lugar.
Miró a las demás, que asintieron. Otra de las jóvenes fue la siguiente en hablar.
—Nuestros padres o tutores nos están utilizando para conseguir influencia o poder —dijo—. No les importan nuestras vidas, si no somos nosotras sacrificarán a personas a las que queremos.
—Lo siento mucho, amor mío —Partia parecía a punto de llorar—. Yo siempre te querré; pero ahora debes irte y dejarme aquí.
Se llevó las manos al rostro, estallando en lágrimas. La que tenía a su lado la abrazó, y miró a los hombres con tristeza.
Kamil se había quedado sin palabras. Se volvió con desesperación al viajero, que después de lo que acababan de decir las mujeres tenía expresión pensativa.
—Pero... ¿Qué podemos hacer? —suplicó el guerrero, casi sin voz.
—Solo hay una solución para acabar con todo esto —respondió Kyro por fin.
—Si estás pensando en enfrentarnos a ellos, cuenta conmigo. Pero son muchos y tienen arqueros, no será fácil.
El viajero se dirigió al grupo de chicas.
—¿Os dejan recibir visitas?
—Sí —dijo la que había hablado antes—. A veces vienen nuestras hermanas.
—Entiendo —asintió Kyro, haciendo una pausa antes de seguir—. No lograremos nada sin vuestra ayuda; tendréis que seguir mis instrucciones.
Ellas se miraron unas a otras; después de unos instantes fue Partia la que por fin se adelantó para contestar.
—Por nosotras y por las que vendrán, haremos todo lo posible.
—Bien. En ese caso os diré lo que vamos a hacer. ¿Alguna de vosotras sabe manejar un arma?
Al día siguiente la plaza bullía de actividad. Los mercaderes mostraban sus mercancías al público, había corros de gente negociando precios, los charlatanes y ladrones tenían mucho trabajo.
Una joven que llevaba un cesto examinaba el género en un puesto de frutas.
—Llévate esas, señora, son buenas —le sugirió el vendedor.
—¿Cuánto?
—Medio colok la pieza. Si te llevas cinco son dos coloks.
—Es caro —respondió ella—. Te doy un colok por cuatro de estas.
—Pero señora, ¡mi familia tiene que comer!
—Entonces que se coman tu fruta —la chica hizo ademán de alejarse.
—Espera, espera —la detuvo el tendero—. Está bien, si me compras seis te lo dejo por dos... ¡Eh, tú, suelta eso!
El hombre se alejó un momento hacia el otro lado del puesto, donde un niño acababa de coger una fruta y salía corriendo mientras otras caían al suelo.
—¡Serás...! ¡Ya te encontraré, desgraciado!
Mientras el tendero daba la vuelta para recoger la fruta caída, una voz junto a ella llamó la atención de la joven.
—Tú eres Ima, ¿no es así?
Se dio la vuelta algo sobresaltada, para encontrarse con Kyro.
—Ese es mi nombre —respondió—. ¿Quién eres tú?
—Tu hermana quiere que vayas a verla al templo.
—Discúlpame, señora —se acercó de nuevo el tendero, haciendo que ella se girara de nuevo hacia él al hablarle—. Te decía que si me compras seis piezas solo te costará dos coloks. Es una buena oferta, ¿qué me dices?
Ima, aún sorprendida, no respondió sino que miró de nuevo adonde había estado el viajero. Ya no había nadie allí.
—No sé quién inventaría este arma estúpida —farfullaba Kamil, colocando una flecha en el arco—. Una buena espada o un hacha, esas sí son dignas de un kauno de pura sangre.
Entre los árboles había uno, a varios pasos delante de él, que tenía un saco colgando a la altura de un hombre. Tenía dos flechas clavadas y había otras cuatro en el tronco, y algunas más en el suelo por allí cerca.
—A ver ahora...
Tensó la cuerda apuntando y tras unos instantes disparó. El proyectil pasó rozando el árbol y voló hasta clavarse en una rama junto a la cabeza del viajero que se acercaba; este se detuvo, la miró y volvió los ojos hacia Kamil.
—¡Lo siento! —dijo el guerrero—. Oye, esto no se me da bien.
—Sigue practicando; yo solo no podré con los seis arqueros.
Kyro llegó hasta donde estaba su compañero y soltó el saco que llevaba a la espalda. Kamil lo abrió para echar un vistazo al interior: había dagas, espadas cortas y algunas varas flexibles para hacer arcos que sobresalían, además de varios paquetitos de flechas atadas.
—Te diré una cosa, amigo: al escuchar tu plan lo primero que pensé fue que sería más fácil matar a los padres de las muchachas. Al fin y al cabo, después de cómo tratan a sus hijas no merecen nada mejor.
Mientras el viajero se sentaba en una roca, su compañero a regañadientes recogió de nuevo su arco para seguir practicando.
Pasaron los siguientes dos días en el bosque, Kamil siempre trabajando su puntería con las flechas y maldiciendo constantemente al ver que no mejoraba. Kyro se encargaba de la caza, había traído pequeñas piezas que serían suficientes para comer ese día. Estaba asándolas al fuego cuando levantó la cabeza.
—Viene alguien —dijo.
Kamil bajó el arco y escuchó.
—Son más de diez —añadió—. Pero no son soldados.
El viajero asintió. Unos momentos más tarde aparecieron: Ima, la hermana de Partia, era una de ellas; la acompañaban otras doce mujeres, la mayoría más jóvenes aún que ella. Kyro se puso en pie mientras llegaban hasta donde estaban.
—Vendrán algunas más —habló Ima.
—No será necesario —le respondió Kyro—; solo nos hacen falta dos o tres de vosotras que vayan a visitar a las que están en la torre y les lleven las armas.
—Creo que no me has entendido —repuso Ima con un toque de orgullo.
Se acercó directamente a Kamil, le quitó el arco de las manos y lo tensó con una de las flechas que tenía al lado; la disparó y esta se clavó con fuerza justo en el centro del saco.
—Cualquiera de nosotras puede ser la siguiente; y si no lo serán nuestras hijas. Queremos luchar.
Junto a ella, el guerrero sonrió.
—Me parece que tenemos un ejército —habló al viajero—, y tú ya tienes arqueros.
Llegaron a ser veintisiete en total, todas entregadas al aprendizaje y muy valientes en el combate; Kamil les enseñaba técnicas de lucha mientras Kyro ayudaba a algunas de ellas a mejorar con el arco. Casi todos los días mandaba a una o dos a ver a las prisioneras, llevándoles armas e instrucciones para que pudieran aprender también. Con el tiempo las mujeres guerreras mejoraron mucho sus capacidades.
—Mañana al anochecer empezará la ceremonia —decía el viajero—; repasemos el plan.
Estaba agachado y sostenía una ramita en la mano; junto a él y delante del dibujo que había en el suelo estaba Kamil, y rodeándoles todas las jóvenes le miraban con atención.
—Tenéis que estar allí pronto para ocupar vuestros puestos —continuó—; cada una conoce el suyo. Las que tengan los arcos cerca de las seis plataformas laterales, y sus compañeras con ellas para ayudarlas a subir cuando los guardias sean eliminados.
Señaló con la rama los seis puntos.
—Kamil bloqueará con el primer grupo la puerta de acceso a la parte trasera para que no puedan entrar los refuerzos; el segundo grupo atacará a los guardias que haya en la sala y después saldrá lo más rápido posible para asegurar el exterior. Cuando el salón principal esté despejado, cuatro arqueras saldrán e inundarán el edificio trasero con flechas encendidas. Vosotras —señaló a tres chicas que estaban a un lado— os ocupareis del fuego; cuando acabéis en el salón tú y tú iréis con ellas. Tú —dijo a la tercera —te quedarás con las dos arqueras que apoyarán a Kamil para lanzar flechas de fuego hacia la parte de atrás.
Hizo una pausa, mirando a todos a los ojos.
—¿Alguna pregunta?
Nadie dijo nada.
—¿Saben las que están dentro lo que tienen que hacer?
—Todo está preparado —respondió Ima—. Esperarán a tu señal.
El viajero asintió, y se puso en pie; Kamil le imitó.
—Bien. Ahora solo queda el último detalle.
—¿Último detalle? —dijo Kamil, extrañado—. ¿Qué último detalle? No me habías hablado de ningún detalle.
—No puedes entrar al templo así —respondió Kyro—. Te reconocerían inmediatamente, tu cabello es demasiado llamativo.
El guerrero se tocó su pelo rojo.
—¿Y qué vamos a...
Se interrumpió al ver la sonrisa malvada de las chicas.
—Esto es humillante —murmuraba Kamil, malhumorado—. Debías haberme preguntado antes.
Caía ya la noche cuando caminaban hacia el templo vestidos con túnicas que les cubrían completamente el cuerpo. El guerrero tenía la cabeza y las cejas completamente afeitadas; las jóvenes le habían aplicado un ungüento sobre la piel para aliviarle la irritación y darle un tono más natural. Era otro hombre.
—Si alguien me reconoce seré la vergüenza de mi estirpe. Maldita sea, solo espero que Partia no me abandone al verme así.
Entre quejas y maldiciones llegaron a la esquina tras la cual se veía ya el templo.
—Aquí nos separamos —dijo el viajero—. Yo entraré primero, recuerda esperar a mi señal.
—Sí, sí —contestó el guerrero con irritación.
Kyro se adelantó dejando allí a su compañero. Fue directamente a la puerta del templo, a cuyos lados había dos guardias armados con espadas. Había mucha gente entrando y él evitó mirar directamente a los vigilantes para pasar inadvertido; una vez en el interior miró a todas partes para comprobar que sus guerreras estuvieran en sus puestos. Así era.
Se colocó en el centro de la sala, y poco después vio aparecer a Kamil que fue avanzando hacia la parte más cercana al acceso que llevaba a la parte trasera del edificio. Cerca de él estaban también las que formaban parte del grupo que le apoyaría.
La enorme sala se terminó de llenar de gente hasta abarrotarse; por fin empezaron a oírse unos tambores que sonaban rítmicamente y con intensidad creciente. La multitud comenzó a rezar en voz alta, y el agobiante murmullo colectivo lo inundó todo.
Pasaron así largos momentos más, hasta que por fin apareció la comitiva: el sumo sacerdote, vistiendo una túnica roja y seguido por los demás que llevaban las suyas de color blanco, avanzó hasta colocarse en el lugar central del salón justo delante del gran agujero. Un poco más tarde dos guardias llevaban a las jóvenes hasta su sitio, en fila cada una junto a la otra y justo detrás de los sacerdotes.