Authors: Mandelrot
Sin dejar de oírse los tambores y los rezos, el líder hizo una seña y apareció un ayudante con un gran cáliz, que le entregó antes de desaparecer. Entonces levantó solemnemente el recipiente, y en ese momento se hizo un repentino silencio: tanto los tambores como el público enmudecieron para que él comenzara a hablar.
—Gzog, el dios viviente, el que nos da la vida y trae fertilidad a las cosechas; Gzog el que aguarda el sacrificio de sus súbditos; Gzog el que duerme, despierta y recoge nuestra ofrenda.
Esparció el contenido del cáliz, que parecían cenizas, hacia el interior del gran agujero; lo hizo a un lado y el mismo ayudante apareció para llevarse rápidamente el recipiente vacío. Acto seguido levantó los brazos, así lo hicieron también el resto de sacerdotes que le acompañaban, y comenzaron de nuevo los tambores y el hipnotizante murmullo.
El viajero miró a la esfera, que le esperaba allá arriba, y después a sus guerreras. Se las veía tensas esperando la señal. Kamil también le echaba alguna mirada desde su posición, aunque estaba centrado en los guardias que tenía cerca y de los que tendría que ocuparse.
Entonces Kyro se sorprendió al ver aparecer algo subiendo por el agujero: era... Podría parecer una planta gigante, aunque sus ramas se movían más bien como tentáculos de piel brillante parecida a la de un reptil. Sus extremos se cerraban como bocas, cada una del tamaño aproximado de la cabeza de un hombre. Con la salida de aquellos brazos serpenteantes la multitud aumentó la intensidad de su rezo, los tambores golpearon más fuerte y el ruido se hizo ensordecedor.
Era el momento. El viajero se quitó con rapidez la túnica, dejando ver debajo la espada a la cintura, las flechas sobresaliendo de su bota y el arco que había sostenido oculto bajo la tela.
Sostuvo este último mientras cogía una flecha y empujaba de una patada al hombre que tenía delante, haciéndole caer y dejándole libre la visión; sin dudarlo tensó la cuerda y disparó con fuerza. El proyectil fue a clavarse directamente en el centro del pecho del sumo sacerdote, que se tambaleó un instante antes de caer al agujero del monstruo.
A partir de ahí se desató el caos. Kyro vio de reojo a uno de los guardias sosteniendo ya su arco, y antes de que pudiera dispararle lo hizo él atravesándole con otra flecha; pero no pudo lanzar ninguna más, porque empezaron a oírse gritos entre la multitud y el público, presa del pánico al darse cuenta de lo que estaba pasando, comenzó a precipitarse hacia la salida empujándole y empujándose entre sí.
Mientras el viajero se abría paso entre la masa de gente, ya sin su arco sino sosteniendo una espada en su mano, los demás habían empezado la batalla: las arqueras habían hecho caer una lluvia de flechas contra los guardias que quedaban sobre sus plataformas y sus compañeras las ayudaban ahora empujándolas hacia arriba para poder subir; Kamil, también ya sin su túnica, se había lanzado de improviso sobre los cuatro guardias que había junto a la puerta acabando con ellos sin piedad; las jóvenes que esperaban el sacrificio se habían abalanzado sobre los guardias desprevenidos matándoles a cuchilladas, y ahora iban a por los sacerdotes que no tenían hacia dónde ir; el resto de las guerreras del grupo de Kyro ya subían a ayudarlas, mientras las que se ocupaban del fuego cogían antorchas y las lanzaban a todo lo que pudiera arder.
El viajero fue directo hacia dos guardias que había a un lado, que veían pasar a la multitud sin estar seguros de qué hacer. No les dio oportunidad: surgió de entre la gente sujetando a uno por el pecho y, empujándole violentamente a un lado hasta colocarlo delante del otro, le clavó con toda la fuerza que pudo su espada en el estómago hasta la empuñadura: los había atravesado a los dos. Sacó la hoja ensangrentada y se dirigió ahora a la puerta principal del templo donde aún estaban los dos soldados que había visto al entrar.
Uno de ellos le vio acercarse y, empuñando su espada, cruzó el brazo para lanzarle un revés; pero el viajero lo paró mientras alargaba su brazo libre hasta ponerle la mano en la cara. Tiró hacia abajo dándole una patada al mismo tiempo en la parte trasera de la rodilla, y haciendo que el guardia se doblara hacia atrás perdiendo el equilibrio; con gran rapidez le dio un gran tajo que se le hundió en el pecho y lo dejó instantáneamente inmóvil en el suelo.
Miró entonces hacia el otro guardia, pero estaba muerto también: tenía dos flechas clavadas, una en el torso y otra en el cuello. Las arqueras estaban barriendo todo lo que quedaba desde las plataformas.
—¡Asegurad el exterior! —gritó Kyro—. ¡Vosotras, seguid el plan!
Mientras las guerreras lo hacían el viajero corrió hacia el agujero central, adonde los últimos sacerdotes habían sido empujados para que la bestia los devorara. Kamil, por su parte, sujetaba con una mano la cara de un enemigo levantándolo del suelo y estrellándole la nuca contra la pared antes de cortarle la cabeza de un solo golpe, para seguir atacando a los que había tras la puerta. Su ímpetu era tal que ya no trataban de salir, sino que tenían que limitarse a intentar contenerle para que no entrara él. Justo detrás, junto a Partia que llevaba una espada en la mano para luchar también, tenía a una arquera lanzando al interior flechas ardientes; en un momento empezaron a oírse gritos y un humo negro salió desde allá atrás.
El viajero subió a la plataforma donde antes habían estado los sacerdotes; aún estaban los cuerpos de varios de ellos en el suelo, al igual que el de los dos guardias que habían conducido a las mujeres hasta allá arriba. Se asomó al agujero y vio a la planta-reptil devorando los cuerpos de los que habían caído entre sus tentáculos; uno de ellos aún vivía y se retorcía de dolor sin poder siquiera gritar. Kyro fue hasta una antorcha de la pared y la lanzó al fondo, prendiéndose rápidamente las túnicas de los sacerdotes y convirtiendo aquello en una olla ardiente. Se oyó un tremendo, penetrante aullido que parecía capaz de romper los oídos, y un olor pestilente empezó a inundarlo todo.
La situación estaba controlada: no quedaba nadie de aquella secta, todos los soldados que había en el salón estaban muertos, los pocos que aún resistían en la parte trasera serían pronto barridos por Kamil, y el templo con todo lo que hubiera dentro habría sido completamente pasto de las llamas a la salida del sol. El ejército de las mujeres guerreras había vencido.
Luchaban por su liberación, sin saber que no podían ser libres.
El viajero miró hacia arriba y se acercó a la pared, para empezar a trepar agarrándose a los salientes tallados.
Por encima de ellos, por encima de su mundo, había algo que les mantenía encerrados en las pequeñas prisiones que eran sus vidas.
Fue ascendiendo hasta llegar al principio del ancho brazo que sostenía la esfera; en cuanto se subió allí esta se encendió y se abrió.
Pero yo había visto más allá. Yo conocía la verdad que ellos ignoraban.
Se quitó la ropa dejando también su espada, y al mirar abajo se dio cuenta de que todos le miraban: Kamil, Partia, las guerreras que les acompañaban. Estaban atónitos por lo que veían.
Yo lucharía por todos. Seguiría hasta el final, hasta la victoria o hasta la muerte, para ganar nuestra libertad.
Kyro miró de nuevo a la esfera abierta; sin apartar la vista de ella avanzó por el brazo de piedra y entró. La abertura se cerró tras él.
Al abrirse la esfera el viajero solo tuvo unos breves instantes para ver lo que tenía alrededor; en cuanto se cerró y se apagó su luz todo quedó completamente a oscuras. Lo único que pudo ver fue que estaba en una habitación pequeña, lo justo para la propia esfera y poco más; había una escalera que subía y una caja como un arcón ante él.
Yo era un soldado. A lo largo de mi vida la lucha, la violencia, había sido una constante.
Tanteó hasta palpar el cajón; tenía un tacto cálido, como una madera muy blanda, pero a la vez daba la impresión de que este material era mucho más resistente. Tiró de la tapa y esta se abrió.
El interior se iluminó suavemente: había ropa, unas cajitas que decían "Materia orgánica para consumo humano" y algunas pequeñas bolsas vacías y dobladas a un lado. Kyro miró a su alrededor, pero la débil luz que salía del arcón solo le permitió ver que allí no había nada más que lo que había distinguido al principio.
Pero nunca había buscado el combate gratuito; no luchaba por placer, era simplemente una parte de mi trabajo.
Se acercó a la escalera: terminaba en el techo, no parecía haber una salida. Subió los peldaños hasta que pudo apoyar las manos arriba y empujó con mucho cuidado: parecía ser una losa pesada, pero se movió sin dificultad. La levantó muy despacio, lo justo para poder ver: una habitación con extrañas mesas y sillas, estanterías en las paredes con objetos que no pudo reconocer. Ningún ser vivo. Estaba casi a oscuras también, se veía por la única ventana que era de noche en el exterior. Kyro dejó la losa como estaba y volvió a bajar.
Comprobó que las ropas del cajón tenían distintos tamaños y eligió las que le sentaban mejor, metió las cajas de comida que le cabían en una bolsa, se colgó esta a la espalda y subió las escaleras una vez más.
Aquella vez fue distinto. Fue la única, en todo mi viaje, en que quise enfrentarme a alguien sabiendo que ponía en peligro la misión.
Volvió a mirar para asegurarse de que no había nadie arriba, y una vez comprobó que el lugar estaba despejado salió sin mirar atrás.
Era una ciudad como algunas que había visto antes en su viaje. Edificios imposiblemente altos, líneas rectas y figuras perfectas, piedra, metal y cristal unidos que hablaban de una civilización mucho más allá de lo que él sería capaz de entender. No se escuchaba ningún ruido, no había absolutamente nadie por allí, ninguna luz aparte de las estrellas y las dos lunas que permitían ver con claridad las calles en medio de la noche. Todo parecía absolutamente cuidado y en orden, no había nada roto ni tirado por el suelo, era como si aquel mundo se hubiera quedado congelado súbitamente al lograr la perfección.
Aunque no pudiera ver u oír a nadie el viajero no dejaba de avanzar con la precaución que requería un terreno desconocido. Antes de acceder a una nueva calle echaba un vistazo buscando cualquier signo de actividad; evitaba los grandes espacios abiertos o donde pensaba que podría haber puestos de observación, dando rodeos siempre que le parecía necesario; iba siempre pegado a las paredes y atento a la más mínima señal de peligro.
Después de bastante tiempo el cielo empezó a clarear y Kyro buscó donde ocultarse para observar lo que ocurría al llegar el día y entonces decidir qué hacer. No había muchas posibilidades para esconderse en medio de la calle, pero encontró un callejón al final del cual había varios cajones muy grandes, más altos que un hombre, tras los que quedaba un pequeño hueco en el que podría meterse; en caso de ser descubierto había una pared baja que podría saltar rápidamente para huir si era necesario. Se colocó en su escondite y se dispuso a esperar.
El sol salió, el día pasaba y seguía sin haber ni el más mínimo rastro de vida. Cuando la mañana ya estaba muy avanzada el viajero se dirigió con gran sigilo y pegado a la pared hacia la entrada del callejón, y al asomarse a la calle vio que todo estaba exactamente tan quieto y silencioso como durante la noche. Miró a todas partes: nada. Después de un rato más buscando cualquier señal sin resultado positivo, el viajero decidió recoger su bolsa y seguir su camino.
Se podía ver el interior de algunos edificios a través de ventanales o puertas de cristal; encontraba mesas, sillas y otro mobiliario que no le era familiar, pero nada más. Por fin, después de mucho caminar, decidió subirse a algún sitio desde el que pudiera ver más lejos.
Con solo acercarse a las puertas estas se abrieron haciéndose a un lado como si estuvieran vivas, lo que hizo que Kyro se detuviera sobresaltado un instante antes de entrar. Junto a ellas, en el interior iluminado por una luz difusa que partía del techo sin que se concentrara en un punto concreto, había una especie de enorme panel formado por muchísimas pequeñas placas de distintos colores, cada una con varias palabras y un dibujo que las acompañaba. Estaban alineadas en columnas sobre las que había números seguidos del 1 hasta el 50.
El salón era enorme y muy espacioso: lo único que había allí era una gran mesa con forma de herradura casi cerrada, con cuatro sillas en la parte interior y varios pequeños objetos extraños sobre su superficie. Todo estaba hecho en algún tipo de material blanco grisáceo que recordaba al marfil, excepto la mesa que destacaba en el conjunto por ser de un negro brillante; el ambiente tenía un aire de magnificencia que hacía pensar que aquel lugar podría haber pertenecido a un rey.
En la pared del fondo había varias puertas, dos de ellas estaban abiertas y dejaban ver cada una una pequeña habitación también con el techo iluminado suavemente y que no contenía nada ni parecía ir a ninguna parte. El viajero se asomó al interior, para sorprenderse al descubrir que una de las paredes laterales estaba hecha de un cristal de espejo como los que ya había visto antes; al otro lado había un recuadro grande con un 0 que ocupaba la mitad superior y un grupo de cuadrados más pequeños cada uno con un número en el centro y ordenados del 0 al 9 en la parte inferior. Mucho menos visible, en un lado, una plaquita mostraba varias palabras, letras y números entre los que el viajero pudo distinguir una palabra muy parecida a "elevador".
Miró atrás, hacia el panel de la entrada, con expresión pensativa, y de nuevo al "elevador".
Después de varias pruebas para asegurarse de que aquello no era una trampa decidió probar: entró en una de las habitaciones, pulsó el 5, luego el 0, y se contuvo para no salir corriendo cuando las puertas comenzaron a cerrarse.
Un extraño sonido, como una melodía hecha con instrumentos musicales que estuvieran muy lejos, comenzó a sonar mientras los números de la mitad superior del panel empezaban a cambiar del 0 al 1, luego al 2 y así sucesivamente. El viajero notó la sensación de ser empujado hacia arriba como había esperado.
Pero no estaba preparado para lo que vio en el espejo: sobre su imagen reflejada apareció otra, la enorme cara de una mujer de piel marrón oscuro y ojos rasgados de un verde brillante, con la cabeza completamente tapada por un gorro de alguna tela del mismo tono verdoso que seguía la forma de su cráneo, y que le sonreía de manera amable. Kyro se echó atrás, poniéndose instintivamente en guardia.