Authors: Mandelrot
—¿Dónde está Alexis? —preguntó Kyro.
—Seguro que ha calculado llegar el último para hacerse notar.
Justo tras estas palabras apareció el ingeniero, seguido por toda su corte de ayudantes que venía a despedirle.
—¿Todo listo? —dijo.
—Listo —Daniel miró de reojo al viajero y le hizo un guiño cómplice—. Cuando tú digas.
—Adelante —anunció Alexis con voz solemne.
Recorrieron el largo camino de los túneles hasta llegar a la superficie. Subieron, y antes de llegar a la entrada del callejón se detuvieron un momento.
—Aquí nos separamos —dijo Daniel en voz baja—. Recordad, no os precipitéis.
—Tú asegúrate de hacer tu trabajo —le cortó Alexis— que nosotros haremos el nuestro.
—Está bien. Os deseo mucha suerte.
—Suerte —dijeron los demás.
Kyro asintió en señal de agradecimiento. Dio un paso hacia la calle cuando la mano de Daniel le detuvo, tirando suavemente él para acercársele.
—Cuidaré de ella —le susurró al oído.
El viajero le miró en silencio un momento. Tras esto se volvió a Alexis, este se asomó con cuidado e hizo una seña; inmediatamente se pusieron en marcha.
La nave tenía el mismo aspecto que antes, solo que ahora era de un color negro que casi la hacía parecer una sombra. El ingeniero colocó un dedo sobre un punto invisible del casco y la puerta se abrió para dejarles entrar.
El interior no era muy espacioso: cuatro asientos giratorios, una puerta que daba a un cuarto de aseo en el que todo parecía encajado al máximo, cuatro pequeños armarios con colgadores para ropa que estaban vacíos, una especie de barra larga y estrecha que sobresalía de la pared al igual que la caja que tenía encima, y en el suelo una trampilla que según le explicó Alexis iba a la bodega donde había equipos y herramientas. Todo el techo parecía iluminado sin que hubiera un punto en concreto que emitiera luz, era como si se difuminara por toda su superficie.
Se sentaron y Kyro se ajustó el cinturón que salía del mismo asiento imitando lo que hacía su compañero. Ahora solo había que esperar.
—Diario de vuelo, nave... Alexis Uno —el viajero se dio cuenta de que le miraba de reojo y se ruborizaba un poco al decir estas palabras—. Comienza la grabación. Sistemas activados, esperando la señal.
Aún tardó bastante tiempo, pero por fin una fuerte explosión, que parecía provenir de muy lejos al otro lado de la ciudad, retumbó hasta hacer que todo temblara ligeramente.
—Perfecto —murmuró el ingeniero, que desde que se colocó ante los que debían ser los controles no había dejado de manejarlos haciendo comprobaciones—. Comienza el margen de seguridad: dos minutos y descontando.
Hizo una pausa antes de hablar de nuevo.
—Un minuto. Activando el sistema de navegación y el piloto automático.
La pared ante él pareció volverse transparente de repente para dejar ver el exterior.
—Treinta segundos. Abriendo compuertas del hangar.
Kyro se sorprendió al ver que el techo del edificio se partía en dos y comenzaba a abrirse.
—Diez segundos. Comprobación final de sistemas, todo correcto. Siete, seis, cinco...
El viajero tensó los músculos, sujetándose a su asiento.
—...Cuatro, tres, dos, uno, despegando.
Con extraordinaria suavidad, sin hacer el más mínimo ruido, la nave comenzó a elevarse.
—Respuesta del motor, perfecta. Estabilizador y recursos auxiliares, perfectos. Sistema de gravedad de la cabina y soportes de vida, perfectos. El piloto automático funciona correctamente.
El hombrecillo sonrió: estaba disfrutando. El viajero, sin embargo, seguía en tensión escuchándole en silencio. La nave se elevó flotando hasta salir superando la altura del edificio.
—No se observan agentes en la zona: el señuelo ha funcionado. Ordenando salida al piloto automático, ahora —al decir esto último dio un toquecito con un dedo en el extraño cuadro de instrumentos que tenía delante—. Vámonos.
La nave se elevó más rápido, y en unos instantes había superado la altura de las construcciones más altas. Sus movimientos eran tan suaves que prácticamente no se notaban.
Kyro, ya un poco más relajado, admiraba la espectacular vista: la ciudad parecía no tener fin, el mar de edificios se extendía hasta el horizonte. Mientras él pensaba en esto Alexis seguía haciendo comentarios para la grabación de la nave.
—Detectada la posición del puerto espacial T-831; programando acercamiento cuando lleguemos a altitud orbital.
Se echó hacia atrás en su asiento.
—Muy bien; y ahora a esperar.
—Has dicho que vamos a acercarnos a algo —dijo el viajero.
—Sí, a un puerto espacial; solo echaremos un vistazo desde la nave. Pero aparte de eso hay bastante trabajo que hacer: soy... somos los primeros astronautas desde hace dos milenios y medio, y en la universidad todo el mundo me ha pedido que recoja datos para sus investigaciones —dijo, haciendo notar su importancia—. No nos retrasará.
El cielo parecía haberse hecho mucho más brillante; habían pasado ya del nivel de las nubes y solo se veía un azul celeste intenso. Siguió así sin cambios un rato, hasta que de repente todo se oscureció hasta volverse negro.
—Saliendo de la atmósfera —habló Alexis mirando hacia el panel de instrumentos—. Es... increíble —murmuró esto último como para sí mismo.
Fuera, sobre el eterno manto negro, había aparecido una miríada de estrellas que brillaban con fuerza. A Kyro aquello le trajo algunos recuerdos.
—No pareces muy impresionado —se dirigió a él su compañero de viaje—. Deberías estarlo, no tendrás más oportunidades en tu vida de ver algo así.
El viajero le miró un instante antes de volver sus ojos de nuevo al firmamento.
—No es mi primera vez —respondió simplemente.
Notó cómo el otro se le quedaba mirando, probablemente dudando de sus palabras. Le ignoró.
—Escudo visual activo; girando hacia el sol.
A Kyro le dio la impresión de que se bajara una visera ante la ventana que daba al exterior; una delgada línea horizontal pasó de arriba a abajo y todo ahí fuera se vio un poco más oscuro. La nave hizo un rápido giro, aunque él no notó el movimiento; y ante sus ojos, a un lado, apareció el sol como un disco brillante.
—Dirigiéndonos al puerto espacial; llegada en veinte segundos.
En seguida apareció un punto blanco flotando justo frente a ellos. Se fue haciendo más grande rápidamente, hasta distinguirse perfectamente la enorme estructura.
—Iniciando grabación de imágenes exteriores —siguió recitando Alexis.
Tenía un cuerpo central ovalado, de cuyos extremos salían dos ramas que a su vez se dividían en muchas más que iban paralelas. Al reducir la distancia el viajero se dio cuenta de que era enorme; comparada con aquella cosa su nave era minúscula.
—No hay naves estacionadas; la evidencia apunta a que, como decían los informes, todos los transportes interestelares fueron confiscados y destruidos tras la guerra. Si esto fuera así las modificaciones que hemos hecho en la Alexis Uno para adaptarla al hiperespacio la convierten en una pieza única.
Después de estas palabras miró a Kyro sonriendo con satisfacción.
—Tú no eres capaz de apreciarlo, pero tienes la suerte de compartir un momento glorioso en la Historia de la ciencia y de la humanidad; han hecho falta dos milenios y medio para que el hombre volviera a volar. Regresaré como un héroe.
Dijo esto último levantando la barbilla y con la mirada perdida; el viajero esperó unos momentos antes de sacarle de su ensoñación.
—¿Tenemos algo más que hacer aquí?
Alexis le miró con cierta irritación.
—No, nada más —miró hacia los instrumentos de vuelo—. Fin de la grabación de imágenes exteriores. Fijando rumbo perpendicular a la eclíptica del Sistema Solar. Aceleración hasta llegar al setenta por ciento de la velocidad máxima. Tiempo estimado hasta alcanzar distancia de salto, siete días y diecinueve horas. Inicio de la cuenta atrás, ahora.
Estuvo tocando el panel de control unos momentos más; entonces giró su asiento, soltó el cinturón que le sujetaba, se levantó y anduvo unos pasos hasta la puerta de la trampilla a la bodega mientras hablaba al viajero.
—Ya está; ahora yo tengo una tarea científica muy importante que hacer. Tu trabajo durante los próximos días será mantener las manos quietas: no toques nada, no rompas nada. Relájate y disfruta del paseo, ¿de acuerdo?
Pasaba el tiempo y cada uno parecía vivir de manera totalmente independiente del otro: Kyro miraba las estrellas en silencio, Alexis hacía mediciones y cálculos con extraños aparatos que traía y llevaba de vuelta a la bodega.
Por fin llegó el momento de dar "el salto", como lo llamaba el hombrecillo. Estaba sentado a los mandos, con su cinturón ajustado al asiento al igual que el viajero.
—Comprobación de coordenadas, correcta. Simulación previa de condiciones de hiperespacio, correcta. Todos los sistemas funcionando y en orden. Allá vamos, en cinco, cuatro, Kyro le vio agarrarse a su asiento, lo que le hizo ponerse él mismo en tensión.
—...Tres, dos, uno, ahora.
No podría describir con exactitud la sensación; fue como si algo extraño le pasara por dentro, como si se le diera la vuelta el estómago. Pero no era algo realmente desagradable, simplemente... distinto. Ante ellos los puntos que eran las estrellas se transformaron en líneas por un momento, para luego volver a convertirse en puntos de nuevo; pero no estaban en las mismas posiciones. Los grupos y figuras que se le habían ido haciendo familiares de tanto observarlos durante los últimos días habían cambiado.
Escuchó a Alexis soltar aire y, al mirarle, vio cómo aflojaba la presa sobre su asiento con las manos aún agarrotadas. Tragó saliva y se inclinó hacia los instrumentos de vuelo.
—Salto completado con éxito; comprobando referencias del sistema de destino.
Pasaron unos momentos, tras los cuales frunció el ceño.
—Comprobación... Anomalía detectada. ¿Qué será eso?
—¿Qué ocurre? —le preguntó el viajero.
Alexis parecía algo desconcertado.
—Después de un salto tenemos que comprobar que realmente hemos llegado adonde queríamos ir; así que el ordenador compara lo que tenemos delante con lo que dice el mapa que deberíamos tener. Todos los cuerpos del sistema estelar están ahí, así que estamos en el destino correcto...
—¿Entonces?
—Hay... Según la comprobación del ordenador hay varios objetos orbitando uno de los planetas, un gigante gaseoso. No están en el mapa, y no puede ser que en solo unos miles de años hayan aparecido ahí unos satélites de manera natural. Pero entonces no sé cómo...
—Si no están ahí de manera natural, es que alguien los ha puesto en ese lugar —dijo Kyro endureciendo el rostro.
El hombrecillo le miró con los ojos muy abiertos, mientras el viajero se soltaba el cinturón y se ponía en pie.
—Pues... Sí, no se me ocurre cómo si no podrían...
—¿Podemos acercarnos sin ser descubiertos?
—¿Qué? Oye... ¡Eso podría ser peligroso! Lo mejor es ir directamente al planeta donde...
—Tú inventaste un camuflaje para la nave —volvió a cortarle Kyro—. ¿Es cierto o no que somos invisibles?
Alexis se quedó un momento mirándole en silencio, para inmediatamente concentrarse en los mandos.
—Fijando rumbo hacia grupo de objetos desconocidos.
Ahí estaban. Aún estaban bastante lejos, pero ya podían ver sobre el disco del enorme planeta una forma negra que destacaba ligeramente. Según le había explicado el hombrecillo el mundo era un gigante gaseoso sin vida y sin nada interesante en él; fueran lo que fueran aquellas cosas, si eran artificiales, no tenían nada que hacer allí. En cualquier caso, de momento no había más remedio que esperar.
Llevaban así ya mucho tiempo cuando, de repente, el panel de control se iluminó con un punto brillante.
—Ahí están —murmuró Alexis, y se llevó las manos a la cabeza—. Oh... ¡No puedo creerlo!
—¿Qué pasa?
Le miró antes de contestar, como tratando de asimilar antes la información.
—Destructores de superficie, pero eso es lo de menos. O mucho me equivoco, o eso es una estación de transporte estelar de Varomm.
Era absolutamente impresionante, incluso desde la distancia. La estación tenía un cuerpo central alargado, y rodeándole como un cinturón justo a la mitad tenía un anillo del que salían ocho brazos con los extremos en forma de pinza. En cada uno de ellos uno de los enormes pájaros negros de Varomm, destructores de superficie como los llamaban, que parecían pequeños en comparación con la estructura principal.
—Todo eso que ves ahí tiene el poder de destruir un mundo entero —susurró Alexis, como si temiera que pudieran escucharle.
—Había visto antes los destructores —dijo Kyro—. Pero es la primera vez que veo la estación.
—Los destructores son los que van a arrasar la superficie del planeta; la estación es solo el transporte que les lleva hasta allí, se queda en órbita mientras los pequeños hacen su trabajo.
El viajero la miraba fijamente, reflexionando.
—¿Podemos atacarla?
Alexis le miró como si se hubiera vuelto loco.
—Pero ¿sabes lo que estás diciendo? Puedes... ¿puedes imaginar aunque sea remotamente de lo que son capaces esas naves, del poder que poseen?
—Sí, lo sé perfectamente —Kyro le miró un instante, para volver de nuevo la vista al frente.
—Nosotros pilotamos un pequeño transporte local trucado para viajar por el hiperespacio; ya es un milagro que hayamos conseguido llegar hasta aquí. ¿Y estás pensando en atacar toda una estación estelar? No tenemos armas, ¿quieres hacerlo a golpes? ¿Crees que tenemos conjuros mágicos para estas cosas?
—Estaba ahora pensando en ello: tengo una idea.
El hombrecillo parecía a punto de perder los nervios.
—¿Tú? ¿Tú tienes una idea? Vale, de acuerdo, todo arreglado. Oigamos lo que tiene que decir el doctor en ingeniería aeroespacial titulado por la universidad de Stonehenge.
El viajero, ignorando sus comentarios, habló con tranquilidad.
—Daniel me dijo que aunque las naves fueran muy diferentes, las piezas de los aparatos que las controlaban eran iguales. ¿Es así?
Alexis pareció calmarse por un momento y mostró un destello de curiosidad.
—Sí, hasta ahí bien. La forma, el tamaño o el uso que tenga cada nave es lo de menos; los controles de navegación eran siempre estándar. ¿Y qué?