El viajero (50 page)

Read El viajero Online

Authors: Mandelrot

BOOK: El viajero
3.85Mb size Format: txt, pdf, ePub

Miró a Alexis, el hombrecillo de pelo amarillo y levantado que se había enfrentado a Kyro al principio.

—Yo ya he dicho cuál es mi decisión —dijo con desprecio—. No voy a cambiarla.

—Según parece —Daniel parecía decepcionado— el departamento de Ingeniería no está dispuesto a asumir los riesgos del viaje espacial.

—Tendréis que buscar otra solución —Alexis ni siquiera miraba al resto—. Yo no me voy a arriesgar a trabajar en la superficie —señaló hacia arriba— exponiéndome a que nos encuentren los agentes de Varomm, solo para que vuestro amigo el cavernícola siga haciendo turismo espacial.

Ante estas palabras se levantó un murmullo creciente, que se interrumpió cuando Daniel volvió a hablar.

—Alexis, te necesitamos. No podemos hacer esto sin vosotros.

—Claro que me necesitáis. Como siempre. Pero es que lo que pensáis hacer es una estupidez. ¿Alguien se puede creer que este hombre de las cavernas —hizo un gesto con la mano hacia Kyro— va a ser capaz de acabar con la más avanzada pieza de tecnología de la historia del Universo? Miradle, ¡si no es más que un salvaje! No me extraña que se lleve tan bien con los de Historia.

Echó una miradita a Sarah, que enrojeció por el insulto. Daniel también pareció molestarse profundamente con sus palabras; sin embargo no perdió la compostura.

—Si esta es tu decisión final, no hay alternativas. Intentaremos reparar la célula que tenemos aquí, pero sinceramente no creo que podamos conseguirlo.

Alexis cruzó los brazos y volvió a girar la cabeza.

—Si necesitáis ayuda pedídmela y os mandaré a algui...

Se interrumpió. Todos lo hicieron, para mirar al viajero: se había puesto en pie. Se acercó despacio hasta donde estaba Alexis.

—Tú, escúchame —le dijo en voz baja—. He entregado toda mi vida a esta misión. He sufrido más en un solo día de lo que tú serías capaz de resistir en toda tu miserable existencia. Muchísimas personas que valían más que toda la pandilla de cobardes que tenéis aquí se han sacrificado para que yo esté ahora mismo aquí hablando contigo. Vosotros sois los responsables de que no pueda seguir mi viaje, ¡y vosotros lo vais a arreglar!

Había llegado hasta colocarse delante de Alexis, que se había echado un poco hacia atrás con espanto, y del que ahora solo le separaba la larga mesa de los miembros del Consejo; pero en ese momento descargó un tremendo puñetazo sobre ella, que la rompió partiéndola ante el sobresalto de todos. Levantó la pierna y, pisándola con gran fuerza, la terminó de separar destrozando lo que quedaba unido. Sujetó cada parte con sus manos y las empujó a los lados para pasar, mientras Alexis se pegaba a la pared tras él desencajado por el horror.

—No voy a permitir que todo este esfuerzo fracase por la arrogancia de un miserable insecto como tú. Tu vida no significa nada, y si tengo que torturarte hasta la muerte para conseguir seguir mi camino lo haré sin dudarlo y nadie de aquí podrá impedírmelo.

Se había detenido, con el cuerpo echado hacia adelante hasta acercar su cara a la de Alexis sin llegar a tocarle. Este comenzó a balbucear, sin atreverse a moverse.

—Me... ¡Me necesitas vivo! ¡No puedes hacerme daño, soy el único...

No pudo seguir: el viajero le agarró la mandíbula con fuerza, tapándole la boca. Se echó hacia atrás tirando de Alexis, y con la misma mano le levantó en peso como si no le costara esfuerzo alguno y lo tumbó golpeándole la espalda contra la superficie de lo que quedaba de mesa. Le hundió los dedos en los carrillos, haciendo que abriera la boca por el dolor, y le acercó de nuevo el rostro mirándole con ojos verdaderamente terribles.

—No necesitas tu lengua para trabajar —susurró.

—Kyro. Kyro, por favor.

Era Sarah. Todos los demás se habían apartado, asustados, pero ella se había acercado aunque le hablaba desde unos pasos de distancia.

—Déjale —dijo con cautela—. Por favor. No merece la pena.

El viajero no desvió la vista del rostro de Alexis, con la boca aún abierta y completamente desencajado por el pánico. Finalmente le soltó la cara, para sujetarle por la pechera y empujarle haciéndole rodar por el suelo.

—Es.. es... ¡Es un asesino! —gritó cuando pudo hablar, aún temblando mientras trataba de recobrar el equilibrio—. Un salvaje, ¿no lo veis? ¿Vais a permitir que me amenace? ¡Soy el jefe de ingeniería de la universidad y un importante miembro del Consejo!

Miró a todos, pero nadie se acercó a ayudarle. Por fin consiguió levantarse, y fue cuando otro de los presentes le permitió apoyarse en él para llevarle a la salida. Antes de que llegaran le detuvo la voz de Kyro de nuevo.

—Eh —dijo simplemente.

Alexis se giró como temiendo algo aún peor.

—Una cosa más. No entiendo por qué insistes en llamarme "hombre de las cavernas"; yo he pasado toda mi vida al aire libre, sois vosotros los que os escondéis en cuevas.

El hombrecillo bajó la vista en silencio. Finalmente salió de allí.

—Será mejor dejarlo aquí —logró por fin decir Nadia, la mujer que presidía el Consejo, recuperando cierto aplomo—. Se suspende la sesión.

Nadie más dijo absolutamente nada. Todos abandonaron el lugar en completo silencio, y solo quedaron allí Kyro con Sarah, que no se había movido ni había dejado de mirarle fijamente. Por fin el viajero le habló.

—No soy un salvaje. Tampoco un asesino. Solo soy un soldado con una misión.

Pasaron los siguientes días juntos, sin que nadie les molestara. Según le contó Sarah, después de lo sucedido en la reunión del Consejo todos se habían dedicado a trabajar al máximo en el plan para devolverle a su camino; incluso el departamento de Ingeniería había solicitado ayuda para avanzar lo más rápido posible. Ya fuera por haber comprendido la importancia de su responsabilidad hacia el resto de la humanidad, por un sentimiento de culpa debido a su egoísmo, o incluso por miedo a lo que les pudiera pasar, todo el mundo estaba absolutamente entregado.

—Has logrado lo imposible —le sonrió la mujer—: todos trabajando juntos y ayudándose unos a otros.

Estaban en su diminuta vivienda, llevaban un buen rato viendo imágenes y documentos con los que Kyro aprendía lo que la historiadora le enseñaba: la Gran Guerra Universal, lo que hubo antes y lo que había quedado después.

—La misión aún no está en marcha de nuevo —respondió el viajero.

—Pero hay esperanza. Yo soy optimista: te llevaremos hasta otra de tus esferas y seguirás tu viaje.

Él la miró sin contestar; ella bajó la vista y pareció hablar con algo de dificultad.

—Aunque también me alegro de que estés aquí, y de haberte conocido.

Sonrió tímidamente; Kyro conocía esa expresión. Él no podía permitírsela.

—Hay una cosa —siguió ella algo precipitadamente, queriendo cambiar de tema— de la que quería hablarte desde hace días. Por algo que tú dijiste.

El viajero asintió.

—Cuando te di aquella explicación general sobre la historia de la humanidad y cómo habíamos llegado a esta situación, dijiste que te quedaban dos preguntas sin respuesta.

—Así es.

—Una fue la de la esfera; pero nunca llegaste a decirme cuál era la otra.

—Se refiere al propio Varomm. Me dijiste que vosotros le creasteis, que ganó influencia durante la guerra hasta hacerse con el poder y vencer a sus oponentes.

—Su ambición no tiene límites, no paró hasta conseguirlo.

—Ya veo. Realmente la ciencia de vuestros antepasados debió ser la magia más poderosa que haya existido jamás, si fueron capaces de engendrar a alguien como él; y Varomm debe ser aún más poderoso para haberos vencido y dominado. Pero no entiendo por qué tuvo que recurrir a guerras, alianzas, traiciones y otros métodos humanos en lugar de utilizar para ello su propia divinidad. La única explicación que se me ocurre es que en realidad Varomm no sea un dios sino solo un hombre.

Sarah estaba muy sorprendida; intentó hablar, pero Kyro le hizo un gesto para que esperara.

—Hay algo más. Yo le he visto; era gigantesco y flotaba en el aire, aunque tenía una presencia semitransparente. Si no fuera un dios, desde luego era como un dios debería ser. Pero ahora, después de haber visto cómo vosotros sois capaces de crear imágenes en la nada, me pregunto si lo que yo vi no fue más que la representación ampliada de un simple emperador y por lo tanto mortal. Así que mi pregunta es: ¿quién es Varomm? Necesito saberlo, para saber si tengo alguna posibilidad de tener éxito en mi misión.

La mujer tardó unos momentos en responder.

—De verdad, Kyro, tu inteligencia me asombra. Y debo pedirte disculpas por no haberte explicado esto antes. Verás... —Ella parecía buscar una manera de expresarlo—. ¿Recuerdas cuando Sumie te dijo lo que significa tu raza, la variante K y la serie nueve?

—Sí.

—Bien. También hubo una variante O, que llegó hasta la serie treinta y tres del que llegó a construirse solo un prototipo. Uno de sus creadores le dio ese nombre, simplemente girando los dos números con lo que quedaban como letras: "var O 33" quedó como "Varomm". Sus sacerdotes, como tú los llamas, son los únicos variante O que quedan con él; ellos son de la serie anterior, la treinta y dos.

—Así que solo son hombres —asintió él.

—No, Kyro, me temo que no. Creo... Creo que ahora tengo que explicarte lo que es un robot.

—Daniel, esto es muy peligroso.

Sarah parecía nerviosa.

—Alguien tiene que ir; los ingenieros necesitan los datos. Yo ya he subido varias veces, y creo que Kyro agradecerá estar al aire libre.

—Tú no eres ingeniero y Kyro no necesita correr más riesgos que los imprescindibles.

—¿Por cuál de los dos te estás preocupando?

Ella puso cara de fastidio; él continuó.

—Tranquila, todo irá bien. Seguramente no existe nadie en todo el universo con quien se pueda estar más seguro que con él. ¿No es así, Kyro?

El viajero terminó de preparar el equipo y se lo cargó a la espalda.

—Vamos —fue su única respuesta.

Kyro llevaba la bolsa más pesada. Ambos tenían puestos unos extraños cascos que al tocarlos encendían pequeñas luces azules enfocadas hacia el frente, además de viseras que sobresalían un poco; Daniel le había mostrado cómo, al bajarlas, podían ver igualmente y además recibir información adicional sobre lo que tenían delante. Por último, colgando de las bolsas, cada uno llevaba un arma como las de los sacerdotes.

Se pusieron en marcha; abrieron una pesada compuerta, que después de haber pasado Kyro cerró tirando con fuerza. Tras ella había quedado Sarah, mirándole fijamente.

A ese lado hacía más fresco y el aire olía distinto. Todo estaba bastante oscuro a excepción de lo que podían ver con las luces de sus cascos, pero el viajero pudo seguir a Daniel con facilidad por los túneles; de vez en cuando se cruzaban con uno de aquellos objetos que encendían una lucecita roja con el movimiento.

—Si alguien pasara por aquí sin que esperáramos su presencia —comentó Daniel— haríamos explotar esta salida y todo quedaría sepultado bajo tierra. Por si un día nos descubren.

—¿Y cómo accederíais al exterior?

—Tendríamos que excavar otro túnel desde cero por otro sitio. Es la única manera de que si atrapan a uno de los nuestros no puedan llegar hasta nosotros.

El camino era muy largo, y Daniel tuvo que pedirle a Kyro que descansaran un par de veces. Por fin, mucho después, llegaron al final.

—Tenemos que subir por ahí —dijo el hombre—. Pero antes hay que asegurarse de que esté despejado.

Se dio la vuelta y se acercó a una caja que había en el suelo. La abrió y sacó un pequeño aparato alargado parecido al que llevaban todos; lo agitó con un movimiento de muñeca y al cabo de unos instantes apareció un recuadro flotando junto al objeto.

—Bien, parece que no hay nadie; subamos.

Aún recorrieron durante largo rato un laberinto de túneles y compuertas hasta llegar a una zona más espaciosa. Daniel se colocó junto a una especie de aros de metal que sobresalían de la pared y comenzó a subir; Kyro fue tras él. Al llegar arriba el hombre empujó el techo con mucho cuidado, y en silencio se descubrió una abertura circular. Daniel se asomó despacio e hizo una seña al viajero para que le siguiera.

Estaban en el extremo de un estrecho callejón, ocultos por el recodo de una esquina. Era de día aunque desde donde estaban no se podía precisar más, y los edificios que les rodeaban eran imposiblemente altos.

—El lugar al que nos dirigimos está muy cerca —susurró Daniel—, y no suele haber muchos agentes por aquí; pero debemos tener cuidado.

El viajero asintió. Con mucha cautela salieron a la calle principal y se dirigieron hacia su objetivo.

La ciudad tenía el mismo aspecto vacío pero también sorprendentemente cuidado de otros lugares que había visto antes. Todo parecía limpio, no se veía nada roto o tirado, pero no parecía haber ni rastro de vida. Los edificios eran blancos y tenían mucha superficie de cristal; el cielo era azul y sin nubes, y el sol amarillo calentaba agradablemente el aire.

Avanzaron pegados a las paredes y buscando parapeto en todo lo que había por allí; finalmente llegaron hasta una gran construcción, baja pero muy ancha y larga, con una puerta de entrada metálica y enorme que en ese momento se hallaba cerrada, y que contaba con bastante espacio alrededor entre ella y los edificios cercanos.

—Es aquí —dijo Daniel—; podemos entrar por detrás.

La rodearon hasta llegar a una puerta estrecha, lo justo para un hombre.

—Ayúdame a subir hasta esa ventana.

Estaba abierta; el viajero le subió y Daniel, una vez estuvo arriba, recogió su bolsa y le lanzó una pequeña soga. Kyro la usó para escalar la pared y entrar también.

Lo que había en el interior le dejó asombrado: la luz que entraba por las ventanas dejaba ver un inmenso espacio despejado dentro del edificio, en el centro del cual había algo ligeramente parecido a una gran esfera pero achatada y estirada, de color blanco.

—Ahí la tenemos —sonrió Daniel—: tu nave.

Pasaron allí bastante tiempo; mientras su compañero se dedicaba a hacer mediciones y pruebas con el equipo que habían traído, el viajero subió hasta lo alto de la construcción para observar la ciudad.

No parecía un lugar asolado por una guerra ni invadido por un ejército. Todo parecía en perfecto estado, ni siquiera había vegetación incipiente asomando por alguna grieta; de hecho no había grietas por ninguna parte. No solo Varomm tenía el poder para acabar con todos sus enemigos, además era capaz de hacerlo sin destruir nada más que lo imprescindible.

Other books

The Barter by Siobhan Adcock
The Line by Brandt, Courtney
Everything by Melissa Pearl
Fast Lane by Lizzie Hart Stevens
Sweet Convictions by Elizabeth, C.
Deception by B. C. Burgess
Hero by Cheryl Brooks
The Alien's Captive by Ava Sinclair
Bleachers by John Grisham