Authors: Mandelrot
Aún trató de levantarse apoyándose en lo que le quedaba de sus miembros; pero el viajero le sujetó por el cuello con fuerza desde atrás. El robot trató de defenderse, pero los brazos le colgaban desde los codos y no podía ya más que revolverse torpemente.
Era por mí.
Kyro, sin soltarle el cuello con su brazo, le puso los dedos de la mano libre bajo la mandíbula y comenzó a tirar de ella hacia arriba.
No era una cuestión de saber quién pegaba más duro, de quién aguantaba más.
Tensó todo su cuerpo por el esfuerzo, con un brazo sujetándole entre el cuello y los hombros y el otro tirando de su cabeza con toda la energía que le quedaba. Un líquido negro y aceitoso empezó a escurrirle por la mano.
Necesitaba demostrarme que este viaje eterno había servido para algo. Que había madurado, que me había hecho más fuerte, que estaba preparado. Que era capaz de todo.
Cerró los ojos y se hizo un poco hacia atrás, aumentando la tensión. Se oyó un chasquido en el cuello de su presa.
Si podía vencer a un ser invencible como aquel, me enfrentaría a mi destino con la esperanza de triunfar.
Por fin, de repente, la cabeza cedió y el viajero cayó hacia atrás con ella aún en la mano, separada del tronco. Este se agitó unos instantes antes de quedarse inmóvil, brotando ese aceite negro del cuello que empezaba a hacer un charco en el suelo. Kyro se puso en pie y alargó la mano para contemplar la cabeza de su víctima, que le miraba sin expresión. La arrojó a un lado.
Si era capaz de lograr lo imposible, sería capaz de vencer al mismo dios robot.
Miró a su alrededor, y entonces se dio la vuelta y se alejó de allí.
Kyro salió de la esfera, que se apagó para siempre tras él.
Estaba en una cueva de roca rojiza. Entraba algo de luz del exterior, a través del largo y estrecho pliegue en la pared que era la entrada. No había allí nada más que la esfera muerta, un charquito de agua a un lado formado por las filtraciones de humedad, y una pequeña columna metálica con la parte superior ligeramente curvada y la mano del viajero grabada en ella. Era exactamente igual a la que recordaba haber visto en su mundo natal, cuando su padre y sus maestros le enviaron al principio del viaje.
Miró alrededor unos instantes y se acercó a la entrada. Asomó la cabeza con cuidado, para ver un paisaje rocoso sin el menor rastro de vegetación. El color del terreno unido al rosado oscuro del cielo, la absoluta quietud del aire, el silencio tan profundo, daban a aquel lugar aspecto de estar fuera del tiempo.
El viajero volvió al interior de la cueva. Se acercó a la columna de metal, y apoyó su mano sobre la marca.
Fue como si la forma de aquella mano se moviera, sujetándole suavemente como si estuviera viva: la sintió comunicarse de alguna manera con la piedra mágica, que se había encendido y despedía un ligero calor que Kyro sentía en la nuca. Ante él se apareció flotando un recuadro brillante; pero no, no estaba realmente ahí: lo veían sus ojos pero parecía estar solo en la mente flotando sobre el fondo que percibía detrás. Como si la piedra engañara a sus sentidos para mostrarle aquello que realmente no existía más que en su imaginación.
En el recuadro aparecieron tres rostros, las caras de dos hombres y una mujer que le miraban.
El que estaba en el centro habló y Kyro escuchó sus palabras sin que realmente pudiera oír su voz: sonaban directamente en su cabeza.
—Bienvenido, viajero. Si estás viéndonos ahora es porque nuestros temores se han confirmado: Varomm ha ganado la guerra, nosotros hemos sido perseguidos y quizá la humanidad devastada. No sabemos cuál será la situación exacta cuando tú llegues aquí, ni lo largo o difícil que podrá haber sido tu camino, pero este es el final. Estás en su mundo.
La sensación que recorrió a Kyro en ese momento fue indescriptible: el fin de su viaje, el lugar donde por fin le esperaba su destino. Abrió mucho los ojos mientras trataba de asimilar lo que aquello significaba, asumir que de verdad había conseguido llegar hasta allí; pero no tuvo más tiempo de pensar en ello porque el otro hombre de los que veía frente a él fue el siguiente en hablar.
—El biochip que llevas en la nuca ha estado controlando la información almacenada en tu memoria desde el momento en que te lo pusiste. En ella hay datos que pueden comprometer a quienes te han ayudado a estar aquí ahora, así que antes de enfrentarte al robot tienes que quitártelo. Cuando llegues hasta él no recordarás nada.
—Pero —intervino la mujer— hemos pensado en una manera de ayudarte. Antes de olvidar todo lo que sabes se activará una grabación de voz y podrás contarte a ti mismo todo lo que necesites, o cualquier información que sea importante para ti. Solo recuerda evitar dar demasiados detalles concretos.
Volvió a hablar el primero que lo había hecho antes.
—Cuando quites la mano de la marca se activará el registro y podrás empezar a hablar. Una vez hayas terminado vuelve a colocarla y el biochip se soltará de tu cabeza; en tu mente será como si todo este tiempo no existiera y hubieras regresado al instante en que empezaste tu viaje. Después de eso recibirás nuevas instrucciones.
—Cuando estés listo —siguió de nuevo el segundo hombre— retira la mano y empieza a hablar.
—Mucha suerte, viajero —dijo la mujer.
—Suerte —repitieron los otros dos.
Notó su mano libre de nuevo, la imagen se desvaneció y regresaron la quietud y el silencio.
Kyro bajó la mirada, reflexionando. Endureció el rostro, retiró la mano y retrocedió unos pasos para sentarse sobre una piedra con la mirada perdida.
Poco después respiró hondo, y comenzó a contar su historia.
—En el momento en que todo empezó me di cuenta del error de mi padre.
Pasaron los días. El viajero hablaba abriendo su corazón, narrando la vida de un hombre condenado a perderlo absolutamente todo. Luchas, sacrificios, dolor y vacío, a la vez que también aprendizaje, madurez, evolución y esperanza. Recordó al niño que fue expulsado de su mundo, sus dudas y temores, sus decepciones, su soledad impuesta; recordó al vagabundo que había rechazado su vida y su misión, su desorientación, su resentimiento y su aislamiento; recordó al hombre que se había aceptado a sí mismo, su equilibrio y su decisión, su deber ineludible.
Aventuras, guerras, amistad, amor, miedo, sonrisas, intrigas, traiciones, alegrías, tristezas, imperios, búsquedas, justicia, sorpresas, rechazos, magia, olores, placer, cansancio, miradas, hambre, sed, victorias, derrotas, lágrimas, abandono... Pérdida. Dejar atrás cada una de esas vivencias era también avanzar un paso más en su camino.
—No me importa ahora olvidarlo todo: es parte de mi misión y lo acepto sin reservas. No me importa perder mi vida entera, mis recuerdos, lo que me hace ser quien soy: que mi cuerpo viva aunque mi identidad desaparezca. Morir. No, no es eso lo que me preocupa.
Se puso en pie.
—Este viaje no solo me ha traído desde el mundo en que nací hasta el de mi enemigo. Ha sido mucho más: el viaje interior que ha llevado a aquel chico que cruzó la primera esfera y que no estaba preparado para afrontar su misión, a convertirse en un soldado capaz de cumplirla al fin. Miro atrás y pienso en todo lo que me ha costado estar listo para enfrentarme al dios robot, y me doy cuenta de que el joven Kyro que siempre fue llevado de la mano de su padre y de sus maestros no será capaz de hacer algo tan grande por sí solo. Fracasará y condenará al universo a la oscuridad eterna.
Se acercó a la columna y se detuvo ante ella.
—Puedo arriesgarme a no colocar la mano de nuevo en la marca: conservar todo lo que he ido ganando hasta llegar aquí, ir a por Varomm armado con mis recuerdos y mi experiencia. Sé que ahora puedo hacerlo, acabaré con él.
Respiró hondo, bajando la mirada.
—Pero si fracaso quizá descubra a quienes están detrás de mí. Quizá el tirano vaya a acabar con los que quedan; estaré poniendo en riesgo a quienes me han dado su confianza y sus esperanzas de libertad. Tengo que elegir a quién traicionar.
Levantó la mano y la acercó a la columna grabada. La dejó ahí unos instantes, en el aire.
—Solo soy un soldado con una misión —concluyó.
Sujetó la piedra mágica con una mano y apoyó la otra con fuerza en la marca. En ese momento sintió un dolor punzante en la nuca y todo se volvió blanco El general miró a Kyro.
—¿Sabes lo que tienes que hacer?
—Sí, padre. Lo comprendo.
Se miraron fijamente un instante.
—Bien —dijo Karan—. No hay vuelta atrás.
—Padre... Maestros —habló Kyro, dudando—. Quiero preguntaros algo. ¿Qué... qué pasaría si no lo consigo? Mi abuelo fracasó antes que yo —miró a su padre, quien endureció el rostro—. ¿Y si no estoy preparado?
El primero en hablar fue Sadsaloo:
—Kyro, te he enseñado todo lo que sé; te conozco, sobrevivirás en cualquier circunstancia. Tengo plena confianza en ti.
—¡Cualquiera que luche contra mi cachorro lamentará haber nacido! —exclamó Kamor—. Nadie podrá contigo, ni siquiera el mismísimo Varomm.
Kyro miró a Tepulus; este tardó un momento en contestar.
—Hijo mío, te hemos dado todo lo que hemos podido; hay cosas que deberás aprender por ti mismo. Tu camino empieza ahora y debes recorrerlo solo.
—Todo eso no importa —el general zanjó la cuestión—. No hay más oportunidades; cumplirás tu misión.
—Sí, padre —el joven bajó la vista un momento, pero en seguida volvió a mirarle fijamente.
En ese momento se notó un ligero temblor de tierra. Todos se miraron.
—Ya empieza —dijo Sadsaloo.
Tepulus apoyó una mano sobre el hombro de su discípulo.
—Ha llegado el momento de que la veas.
Las antorchas hacían posible moverse fácilmente por el pasadizo pero no dejaban ver mucho más allá; Kyro seguía al grupo sin esperar lo que encontraría. El camino les llevó hasta una bóveda natural, y el chico se sorprendió al ver en el centro de aquel espacio una... una gran esfera oscura, que alcanzaba una altura muy superior a la de un hombre. Los demás avanzaron con seguridad, pero él se vio profundamente sorprendido por aquello y se acercó despacio asombrándose de su perfección.
Era como una gran bola uniforme, hecha de un extraño material completamente opaco; incluso al ser iluminada por las antorchas se la veía tan oscura que parecía tragarse la luz que la rodeaba. Kyro llegó hasta una distancia corta pero prudencial.
—No te preocupes, puedes tocarla sin miedo —Tepulus sonreía al llegar hasta él.
Los demás estaban encendiendo otras antorchas que había en las paredes, cuyas luces permitieron ver con más claridad. De repente se notó otro leve temblor, pero solo duró unos momentos.
Kyro parecía absorto en la esfera negra. Primero la rozó con sus dedos y luego apoyó su mano sobre ella: al tacto parecía de infinita dureza y a la vez, de algún modo, cálida. Se dio cuenta de que era igual que la piedra mágica que llevaba consigo.
—¿Qué es, maestro?
—Es la primera de las puertas que tendrás que atravesar. Ven, acompáñame.
Al otro lado había una pequeña columna de metal de la altura de una mesa; en la cara superior, curvada hacia fuera, había un dibujo: la silueta de una mano humana con los dedos ligeramente cerrados como si estuviera sujetando la superficie convexa. Los otros se les unieron mientras Tepulus hablaba.
—En cada mundo que cruzarás en tu camino hay dos puertas escondidas; llegarás por una de ellas, que se cerrará tras tu paso y no volverá a abrirse, y tendrás que encontrar la que te llevará a la siguiente etapa.
—¿No están juntas? —preguntó el chico.
—Los magos las separaron para que, si por cualquier circunstancia una resultara destruida, sus seguidores pudieran crear otra y no tuvieran que rehacer las dos. Ha de ser un poder muy difícil de lograr.
—Pero... Un mundo es muy grande, ¿cómo las encontraré?
—Dame la piedra mágica.
Kyro sacó la bolsita de entre sus ropas. Se la dio al maestro, que sostuvo la pequeña piedra en la palma de su mano.
—Atravesarás cada puerta solo y no podrás llevar nada contigo; ni ropas, ni armas, ni herramientas, nada. Solo la piedra, que será tu llave. Está hecha con la misma magia y te guiará con total seguridad, cada vez hacia el siguiente umbral y al final de tu viaje hasta el mismo Varomm. Los magos querían asegurarse de que solo un humano podría recorrer el camino.
Un nuevo temblor, algo más fuerte que los anteriores.
—Date prisa —dijo el general.
Tepulus continuó.
—La magia de la piedra escapa a nuestra comprensión, pero sabemos que de alguna manera está... viva. Cuando la despiertes ella guardará todos tus recuerdos desde ese momento y hasta que vuelvas a hacerla dormir. Entonces se llevará toda tu memoria, y habrás olvidado todo lo que hayas vivido desde el principio hasta el final de tu viaje; si Varomm te vence nunca podrá saber dónde están las puertas y quién te ha ayudado para llegar a él.
El chico parecía abrumado.
—No... No recordaré nada.
—Eso es —el anciano asintió con expresión grave.
Kyro miró a sus maestros. Estaba aterrorizado.
—Puedes hacerlo, Kyro —dijo Sadsaloo.
—Hijo, confiamos en ti —añadió Kamor.
El joven miró a su padre, que no dijo nada. En una vida llena de duras pruebas, de sufrimiento, nada le había dolido más que eso. Bajó la mirada sintiendo una profunda, infinita pena en su interior.
Respiró hondo, conteniéndose, y volvió los ojos de nuevo hacia Tepulus. Asintió.
—Estoy listo.
El maestro asintió también, y le dio la piedra.
—Póntela en la nuca, justo bajo el cráneo, y sujétala un momento —le dijo.
Así lo hizo y los demás se separaron unos pasos.
—Ahora pon tu mano sobre la marca —el maestro señaló la columna metálica.
Kyro les miró a todos. Tragó saliva, sintió cómo el corazón le latía fuerte y respiró profundamente de nuevo. Un instante después apoyó su mano sobre la silueta ante él.
Sintió un dolor momentáneo en la base del cráneo pero nada más; parpadeó y miró a su alrededor.
De repente todo había cambiado: estaba en una cueva distinta, de piedra rojiza, iluminada por la luz que se colaba por una grieta en la pared. La esfera y la columna de metal estaban allí, pero todo lo demás había desaparecido y estaba solo.