Authors: Mandelrot
Bajó la mano que tenía en la nuca, en la que aún llevaba la piedra mágica. Dio una vuelta completa sobre si mismo mirando a todas partes, completamente atónito.
—¿Padre? —llamó débilmente.
Le sorprendió su voz que sonó distinta, más grave. Se llevó la mano a la garganta, aún con expresión perpleja, y entonces se quedó mirando la palma un momento.
Bajó la cabeza para mirarse el cuerpo: este no era el suyo, era mucho más curtido y musculoso, el de un hombre adulto muy fuerte. Kyro se palpaba y se miraba sin ser capaz de pensar con claridad.
Miró de nuevo a su alrededor, desesperado, y vio el pequeño charquito de agua que había cerca: se acercó y lo que vio reflejado en ella le paralizó.
Era su propia cara en el futuro. Se le seguía reconociendo, pero sus huesos se habían ensanchado y sus facciones eran mucho más duras. El chico se tocó lentamente el rostro: no podía creerlo.
—Atención, viajero —se escuchó de repente una voz.
Venía de la pequeña columna de metal sobre la que había apoyado la mano un momento antes.
Kyro se acercó con los ojos muy abiertos, despacio, algo asustado.
—Si estás oyendo esto es que ha pasado mucho tiempo desde que abandonaste tu mundo. Has completado tu viaje, estás ya muy cerca del cuartel general de Varomm y tu objetivo sigue siendo encontrarle y destruirle. Tu memoria ha sido borrada por motivos de seguridad; sin embargo, antes de que perdieras tus recuerdos, has tenido la oportunidad de dejarte unas palabras para ti mismo que te ayudarán a comprenderlo todo y seguir adelante: podrás escucharlas a continuación.
El chico no podía creer lo que estaba oyendo. Retrocedió lentamente unos pasos, con los ojos y la boca abiertos, y se sentó sobre una piedra llevándose las manos a la cabeza.
Después de unos instantes en silencio comenzó a oír aquella voz grave que ahora era la suya:
En el momento en que todo empezó me di cuenta del error de mi padre.
Kyro no pudo soportar la presión: cayó de rodillas tapándose ahora el rostro con sus manos y comenzó a llorar.
La narración se extendió durante días enteros, pero el chico no dejaba de escuchar con absoluta atención. De vez en cuando hacía pausas, según la propia voz para salir a buscar comida, fabricarse ropa o utensilios y descansar, y Kyro las aprovechaba también. A lo largo del largo relato no dejó de maravillarse de que él hubiera sido capaz de hacer todas aquellas cosas, cruzar todos esos mundos y aprender tanto durante el largo viaje: se dio cuenta de que cada objeto, cada tesoro, cada posesión, cada persona que había ido perdiendo, era también algo que interiormente había ganado.
Y ahora de todo aquello no quedaba nada.
Este viaje no solo me ha traído desde el mundo en que nací hasta el de mi enemigo. Ha sido mucho más: el viaje interior que ha llevado a aquel chico que cruzó la primera esfera y que no estaba preparado para afrontar su misión, a convertirse en un soldado capaz de cumplirla al fin.
Miro atrás y pienso en todo lo que me ha costado estar listo para enfrentarme al dios robot, y me doy cuenta de que el joven Kyro que siempre fue llevado de la mano de su padre y de sus maestros no será capaz de hacer algo tan grande por sí solo. Fracasará y condenará al universo a la oscuridad eterna.
Mientras la voz decía esto Kyro se había puesto en pie.
Puedo arriesgarme a no colocar la mano de nuevo en la marca: conservar todo lo que he ido ganando hasta llegar aquí, ir a por Varomm armado con mis recuerdos y mi experiencia. Sé que ahora puedo hacerlo, acabaré con él.
Un momento de silencio, el chico se acercó lentamente a la columna de metal.
Pero si fracaso quizá descubra a quienes están detrás de mí. Quizá el tirano vaya a acabar con los que quedan; estaré poniendo en riesgo a quienes me han dado su confianza y sus esperanzas de libertad. Tengo que elegir a quién traicionar.
Levantó la mano y la sostuvo en el aire. La voz concluyó:
Solo soy un soldado con una misión.
El viajero colocó la mano sobre la marca y cerró los ojos. Estaba fría, no ocurrió nada.
—Soy un soldado y tengo una misión.
Se hizo el silencio de nuevo, y poco después se escuchó de nuevo la voz que le había recibido al principio.
—Esta ha sido la grabación de las palabras que tú mismo has dejado para escucharlas tras el borrado de memoria —dijo—. Esperamos que te hayan ayudado. Cuando estés listo abandona este lugar y haz lo posible para perder su rastro; una vez te hayas alejado de aquí se procederá a la destrucción completa de toda esta información y las grabaciones, y todo el sistema será desconectado. Deberás desorientarte para hacer imposible que encuentres el camino de vuelta, y a partir de ahí el biochip que tienes en tu poder te servirá para localizar a tu enemigo porque notarás que se calienta ligeramente al avanzar en la dirección correcta. Entonces deshazte de él y continúa tu camino. Eso es todo.
Kyro siguió las instrucciones: durante varios días se obligó a caminar largos trechos mirando únicamente al suelo para no tener referencias del terreno que cruzaba, avanzó en círculos e hizo cambios de rumbo al azar, hasta que llegó a un punto en que estuvo completamente seguro de estar perdido. A partir de aquí se concentró en su piedra mágica, notando que cuando se dirigía hacia el noroeste parecía un poco más caliente que si lo hacía en otras direcciones. Lo comprobó varias veces para estar seguro.
Era el momento de deshacerse de ella: toda su historia, su pasado, su vida estaba en aquel diminuto objeto. Se quedó unos instantes pensando, para echarla después a un lado y continuar avanzando hacia la casa de su enemigo.
El paisaje cambió a medida que pasaban los días. El viajero atravesó bosques salpicados de extrañas plantas que no conocía, cruzó ríos, una cordillera de montañas, se internó en un desierto de tierra seca y agrietada. Fue allí donde, una mañana poco después del amanecer, lo encontró.
Tenía que ser eso: en medio de la nada, una gigantesca construcción como aquella, tan sencilla como perfecta. Kyro no se acercó por el momento, sino que dio un largo rodeo para observarla desde todos los puntos de vista posibles. Era realmente inmensa, rodearla para ver el otro lado le llevó casi toda la jornada.
Estaba hecha con círculos concéntricos escalonados, los exteriores con poca diferencia entre ellos y que se iban ampliando hasta que el central quedaba mucho más elevado que los demás; la parte alta de este último era además una curva que se iba estrechando hasta terminar en una fina punta. Era como si fuera a salir volando hacia el cielo. Su color blanco puro contrastaba con los colores más oscuros del entorno: era como si fuera aquella fortaleza lo que iluminara todo a su alrededor.
No había puerta de entrada, ni ventanas, ni ningún acceso visible. Kyro hubiera llegado a dudar de que aquel fuera el lugar que buscaba, si no fuera porque solo un dios podía haber creado una maravilla así. Varomm estaba allí, lo sabía.
Decidió esperar a la noche para acercarse más. A medida que oscurecía se dio cuenta de algo: la fortaleza realmente brillaba por sí misma. Era algo muy tenue, como las brasas de una hoguera a punto de apagarse del todo; pero la figura mágicamente blanca en medio del desierto parecía un punto de vida en medio de un mar de muerte.
Por fin se fue aproximando lentamente y con mucho cuidado, hasta llegar a colocarse a unas pocas decenas de pasos. Se pegó al suelo intentando distinguir algo en los altísimos muros, pero eran absolutamente lisos y no se apreciaba nada en ellos además de su brillo.
Volvió a alejarse un poco y pensó que debía haber alguna entrada que no había podido ver antes: aprovechando la oscuridad comenzó de nuevo a recorrer los alrededores buscando la mínima señal de que hubiera algo allí. También pensó que quizá hubiera un paso subterráneo con alguna especie de puerta en el suelo, tendría que buscarla.
Estuvo días y días dando vueltas por la zona, tratando de encontrar una manera de entrar: cualquier resquicio, una abertura por pequeña que fuera. Agotó su imaginación tratando de descubrir cómo podría algo o alguien atravesar los inmensos muros, exploró palmo a palmo todo aquel trozo de desierto sin encontrar la más mínima posibilidad.
Solo quedaba una opción: acercarse hasta la fortaleza misma, tocarla con sus manos, exponerse a ser descubierto.
Recorrió los últimos pasos mirando a todas partes, hasta que por fin llegó frente a la pared; se sintió minúsculo en comparación con su interminable altura. Parecía de algún tipo de piedra, pero era tan lisa como la superficie del agua quieta. Sería imposible escalarla.
Rozó suavemente con las yemas de los dedos aquel extraño material, y apoyó la palma de su mano. El tacto era cálido: parecía de una firmeza invulnerable, pero a la vez suave como la piel. Kyro jamás había visto nada parecido, al menos que pudiera recordar.
Apoyó las dos manos, empujó, golpeó con los nudillos. Nada. Bajó los brazos, respirando hondo con expresión pensativa. Tenía que haber alguna manera de entrar, pero ¿cómo?
No tuvo tiempo de hacerse más preguntas. Ante él apareció de repente un pequeño punto a la altura de sus ojos, lo que le hizo dar inmediatamente un salto atrás. Se puso en guardia mientras veía cómo se agrandaba: no podía creer lo que veía, la pared se estaba abriendo ante él como si estuviera viva.
Llegó a ser del tamaño de una gran puerta. Al otro lado no se veía nada, estaba completamente oscuro. El viajero, con los ojos muy abiertos por la sorpresa, miró a los lados sin ver ningún otro cambio a su alrededor ni peligros inmediatos visibles. No había otro camino, tenía que entrar.
Asomó primero la cabeza: era como si aquel lugar se tragara la luz, estaba todo absolutamente negro. Con todos sus sentidos alerta, caminando despacio, cruzó el umbral.
Una vez dentro comenzó a notar que la iluminación aumentaba gradualmente: estaba en una gran habitación vacía y tan blanca como el exterior, no había antorchas ni nada parecido pero de alguna manera llegó a ver perfectamente como si estuviera en un lugar abierto en pleno día. Al girar la cabeza se dio cuenta de que la pared tras él se había cerrado: estaba atrapado.
No sabía qué podía esperar, así que se preparó para cualquier cosa. Se mantuvo en silencio y en guardia hasta que la pared frente a él se abrió con la misma suavidad que la anterior, y apareció un sacerdote de Varomm.
Avanzó dos pasos y se detuvo allí.
—Sígueme —dijo simplemente; tras esto se dio la vuelta y desapareció por donde había venido.
Kyro se quedó quieto un momento mirando la pared abierta, y entonces hizo lo único que podía hacer: seguirle.
Al otro lado había un corto pasillo que giraba hacia un lado, y al final de este le esperaba su guía mirándole de frente. El viajero caminó hacia él hasta que estuvieron cara a cara; pudo ver de reojo cómo la pared tras él volvía a cerrarse, quedando los dos encerrados en lo que ahora era una pequeña habitación. Esto alertó a Kyro, que pensó en la posibilidad de un ataque aprovechando la falta de espacio: abrió mucho los ojos tensando sus músculos, pero el sacerdote siguió inmóvil como si no estuviera interesado en su acompañante.
Las paredes se iluminaron suavemente, y una línea de luz les recorrió a los dos de la cabeza a los pies. Tras esto la claridad se atenuó de nuevo, se abrió una abertura en el lado opuesto a por donde habían llegado, y el sacerdote salió sin decir palabra. El viajero le siguió.
La fortaleza de Varomm era impresionante desde el exterior, pero nada comparado con lo que Kyro se encontró allí dentro. El chico abrió mucho los ojos por la sorpresa, pero no dijo nada mientras seguía a su guía por un corto paso elevado sin dejar de mirar a todas partes.
El espacio era enorme. No, en realidad era muchísimo más que eso: parecía un mundo entero en sí mismo. La luz venía de todas partes y de ninguna en concreto, dejando ver lo que parecían miles de pequeñas islas como tubos verticales flotando en el aire a distintos niveles. El viajero dificilmente habría podido calcular la altura que llegaba a alcanzar el techo allá arriba, pero podría ser en total al menos como una montaña; y el suelo quedaba bastante por debajo de donde estaban. Por todas partes, caminando de un lado a otro en la parte baja o subidos a pequeñas plataformas individuales que flotaban junto a las islas o se desplazaban entre ellas, había una cantidad incontable de sacerdotes.
El que acompañaba a Kyro se detuvo al final del paso elevado, y el trozo de suelo sobre el que estaba se desprendió suavemente del resto para comenzar a flotar también. El sacerdote hizo una seña al chico para que se acercara al borde, y al hacerlo notó que bajo sus pies se repetía la operación. Su plataforma se movió lentamente acercándose hacia la de su guía, hasta que las dos se tocaron y se fundieron en una para quedar uno junto al otro. Entonces comenzaron a desplazarse hacia adelante.
Viajaban sorteando suavemente los obstáculos como si su plataforma volara sabiendo exactamente adónde llevarles. El viajero miraba a todas partes: los sacerdotes estaban absolutamente concentrados en su trabajo, yendo de un lado a otro llevando una especie de placas alargadas en sus manos y deteniéndose junto a los cilindros que se iluminaban ante ellos como mostrando información. Eran exactamente iguales que los que había visto antes, aunque por la inercia de su entrenamiento militar se fijó en que no llevaban armas ni nada que no fueran los instrumentos hechos para las tareas que aquí desempeñaban; parecía que en este mundo no existía la violencia.
Al tocar determinados puntos de las zonas iluminadas las islas reaccionaban con distintas luces o sonidos suaves y, lo que más sorprendió a Kyro, lanzando haces de luz a otras islas cercanas igual que nubes centelleando en una tormenta. La actividad era constante: luces, sonidos, movimiento, aquel lugar era como un organismo vivo.
Llevaban ya un buen rato avanzando a la vez que subían gradualmente. El viajero se dio cuenta de que una parte circular del techo algo más adelante tenía un color ligeramente más oscuro que el resto; era allí adonde iban. Al acercarse la plataforma doble redujo su velocidad, Kyro vio cómo se abría un trozo de la zona menos iluminada con forma y tamaño iguales a ella, y suavemente pasaron por la abertura hasta que el suelo que les había sostenido encajó exactamente con el de la pequeña sala vacía en que ahora estaban.