Authors: Mandelrot
—Te repito que no me interesa vuestra política.
El monarca le miró, desconfiado, y finalmente asintió.
—Está bien. Mereces una recompensa —le dijo—. ¿Qué quieres?
El viajero vio literalmente temblar de miedo al soldado que le había conducido hasta allí; le miró con espanto pero permaneció en posición de firmes sin decir nada.
—Un caballo —respondió simplemente.
—¿Eso es todo? —se sorprendió el rey—. Tu servicio ha sido muy valioso, puedes pedir mucho más. ¿Acaso esperas premios mayores de otra persona?
—De todo lo que pudieras ofrecerme un caballo es lo único que me sería de utilidad.
El monarca asintió.
—Sea. Guardia —el mismo soldado con el que el viajero había tratado desde el principio respondió dando un paso adelante—, que mi huésped pase la noche en los mejores aposentos del castillo. Que le traigan ropas y comida, y lo que precise. Mañana se le dará un caballo escogido por el maestro de caballerizas y se le dará escolta hasta donde él desee.
Tras esto se despidió de Kyro con una fría sonrisa.
—Te doy las gracias, amigo.
Se puso de nuevo en pie y desapareció por la misma puerta por la que había venido. El guardia que ahora estaba a cargo de cuidar del viajero se le acercó; no dijo nada, simplemente le señaló la salida para conducirle a su habitación.
Era una estancia muy amplia y lujosa, iluminada por lámparas sujetas a la pared por soportes de oro. En el centro había una cama ancha con dosel, y a ambos lados otros muebles muy lujosos: un tocador, un gran espejo, asientos mullidos.
Al quedarse solo Kyro comprobó la cerradura de la puerta y tras esto se acercó a la ventana para mirar fuera. Daba a un frondoso jardín, aunque la noche lluviosa no dejara ver mucho. Miró alrededor repasando lo que había en la habitación; después apagó algunas de las luces, movió una silla hasta un rincón, y entonces se sentó y se dispuso a esperar.
Tardó mucho, pero finalmente llegó. El gozne giró silenciosamente y la puerta se abrió despacio; una figura se deslizó hacia el interior. Se veía alto y fuerte pero se movía con agilidad. Llegó hasta la cama vacía y fue entonces cuando el viajero habló tras él.
—Estoy harto de todos vosotros.
Se dio la vuelta con un sobresalto: miró a Kyro y abrió mucho los ojos y la boca. Este tenía expresión de asco, de rabia contenida.
—Ni siquiera merecéis la vida. Debería mataros uno tras otro con mis propias manos.
Una vez superado el momento de sorpresa, Polt sonrió.
—No sé cómo pudiste sobrevivir a semejante dosis de veneno, pero me alegro de la llamada del rey; si se supiera que se me escapó una víctima perdería prestigio en mi gremio. Esta vez no fallaré.
Los dos se adelantaron un paso, acercándose despacio. Polt sonreía de manera muy agresiva, Kyro apretaba la mandíbula con gran tensión.
—No grites, ¿quieres? Me ha dicho que lo más importante era la discreción.
Siguieron avanzando hasta estar uno enfrente del otro, y cuando estuvieron a la distancia suficiente ambos lanzaron rápidamente sus manos al cuello del otro y quedaron enganchados.
Apretaron con toda la fuerza que podían, tratando cada uno de resistir el estrangulamiento y matar antes de morir. Los dos hombres tensaron sus músculos al máximo aguantando la respiración. Más, más fuerte.
Sus rostros reflejaban un enorme sufrimiento; el de Kyro además una rabia infinita. El tiempo parecía hacerse eterno sin que ninguno cediera, hasta que por fin Polt pareció aflojar las piernas.
Soltó las manos del cuello de Kyro y le agarró las muñecas mientras caía de rodillas; el viajero tensó aún más sus brazos y un grito apagado comenzó a salir desde lo más profundo de su ser.
Fuera la tormenta arreciaba, los rayos y los truenos parecían castigar la tierra con su enorme poder.
Polt abrió la boca sin poder hablar: se había quedado blanco y tenía los ojos y los labios morados por la falta de aire. Al no poder soltar la presa que le asfixiaba manoteó en el aire golpeando a Kyro como podía, en la cara y en el torso. Este, temblando ya por el máximo esfuerzo, siguió apretando a pesar del intenso dolor que comenzaba a agarrotarle; hasta que por fin el cuerpo sin vida de Polt cayó en el suelo ante él. Tras esto no esperó ni un momento: se dirigió con paso firme a la puerta, la abrió violentamente y salió de allí.
Ya no había vuelta atrás.
Golpes, gritos. En el salón del trono el rey y dos de sus consejeros, un humano y un ser más alto y delgado y de piel marrón pardo con grandes ojos verdes, interrumpieron la discusión para mirar con extrañeza hacia la puerta tras la que se oía todo aquel estrépito. De repente algo chocó contra el otro lado, la madera se abrió y el cuerpo de un guardia cayó al suelo y sobre él entró el viajero sosteniendo una espada, lleno de heridas y cubierto de sangre; su rostro estaba desencajado por la ira. Les miró, apartó de una patada el cadáver, cerró y atravesó la gruesa barra que impedía que se volviera a abrir. Ninguno de los otros reaccionó mientras tanto.
Había llegado al punto de odiar a todos, de querer destruir cuanto me rodeaba, de aborrecer mi propia vida y a mí mismo.
El viajero se giró hacia ellos: el rey empezó a dar pasos atrás. Kyro arrojó su espada a un lado y avanzó, imparable. Fuera la tormenta seguía rugiendo.
Si alguna vez hubo bondad en mi interior ya no quedaba nada.
Los consejeros trataron de frenarle poniéndose en su camino: al humano le dio un brutal puñetazo que lo levantó del suelo y lo hizo caer con la cara destrozada, y el otro no consiguió apartarse a tiempo de que le diera una tremenda patada en la rodilla que le partió la pierna hacia atrás; gritó retorciéndose de dolor.
Por dentro estaba podrido, muerto.
El siguiente era el rey.
Y hacía a los demás responsables de mi pena. Ellos pagarían por todo.
En ese momento era solo un viejo indefenso: en su retroceso había tropezado con los escalones ante el trono estando a punto de caer, y ahora trataba de esconderse tras el asiento real; no había nada más. Aunque era bastante pesado el viajero lo apartó con facilidad, sujetó al monarca por la pechera y tiró de él con fuerza lanzándolo por los aires hasta caer haciéndose mucho daño. Se dio la vuelta y extendió los brazos como si le sirviera de algo para defenderse: Kyro se agachó junto a él y empezó a golpearle salvajemente.
Veía en cada uno el rostro de mi padre. Quería acabar con él, con su maldita condena, con todo a mi alrededor. Acabar conmigo mismo.
Al otro lado de la puerta se oía a los soldados tratando de derribar la puerta; mientras tanto el anciano rey ya no era capaz siquiera de levantar las manos para tratar de protegerse. Su cara era un amasijo desfigurado. El viajero siguió pegándole furiosamente hasta mucho después de que hubiera dejado de moverse; después de esto se puso en pie, jadeante y todo salpicado de sangre. Miró alrededor y se dirigió a la ventana.
Ya sería imposible sentirme unido a nadie: estaba perdido, estaba solo.
Subió al alféizar y miró afuera, a la noche tormentosa. Un rayo lo iluminó todo; al apagarse el viajero había desaparecido.
El mar se veía infinito; no había tierra en el horizonte, en ninguna dirección. El sol grande y rojizo pegaba muy fuerte cuando estaba en el cielo azul violáceo. Como ahora.
De alguna extraña manera me sentía bien, esperando la muerte en soledad.
El viajero estaba subido a un trozo de algo parecido a una tabla grande que flotaba a la deriva junto a otros pedazos del mismo material sobre aquella agua densa y oscura que casi parecía metal fundido. Su consciencia iba y venía: despertaba notando la piel abrasada por el calor solar, entreveía el horizonte desnudo y volvía a desmayarse.
Una vez vio pasar cerca, asomando, el lomo de algún ser muy largo que quizá bajo el agua podría tener forma de gran serpiente con varias hileras de aletas dorsales; o quizá fuera un sueño debido a la insolación.
No hubiera tenido a nadie con quien compartir la sensación, y en aquellos momentos aceptaba el final con calma. Me gustaba acabar así.
Las noches eran cortas y muy bellas: la negrura del cielo se veía salpicada por una enorme cantidad de estrellas. Constantemente aparecían además otras fugaces de distintos colores, aunque Kyro no tenía ya fuerzas para disfrutar del espectáculo.
La llegada del día era también muy hermosa. El sol rojo lo teñía todo de cálidos tonos anaranjados, que rompían la oscuridad anunciando su majestuosa aparición.
Después de una vida de lucha, de esclavitud, de presión a la que había estado sometido, este era un premio para mí: morir en paz mecido por el mar.
El viajero apenas fue consciente del punto que apareció en el horizonte, ni de cómo se iba agrandando progresivamente. No hubiera podido decir si estaba despierto cuando empezó a distinguirse la silueta de un barco que se acercaba, ni si llegó a escuchar las voces de sus ocupantes cuando finalmente se acercó lo suficiente como para que le vieran a él.
—Creo que ya vuelve en sí.
—¡Avisad al capitán!
—¿Qué clase de cosa podrá ser?
—Dale un poco de ashla a ver.
—¿Cómo sabes que no le matará?
—Si no se la das morirá de todas formas. Parece que está deshidratado.
Antes incluso de abrir los ojos, lo primero que sintió Kyro fue la agradable sensación de aire fresco a la sombra. No llegó a preguntarse si aquello era la muerte, pero de haber sido así no le habría importado en absoluto.
Las primeras imágenes borrosas fueron las de un grupo de gente rodeándole y mirándole con atención. Le abrieron la boca y le dieron a beber un líquido caliente de sabor muy desagradable, que fue lo primero que le hizo pensar que después de todo había vuelto a la vida. Al arrugar el gesto escuchó que uno de ellos reía con sonoridad.
—¡Mirad, parece que vive!
Abrió completamente los ojos y le sorprendió lo que vio: no era humanos. Su tamaño y complexión era similar a la de un hombre fuerte, pero su ancho cuello entroncaba con la cabeza como si fueran uno solo y el color de su piel era de un brillante gris oscuro. Y había más: sus ojos, redondos y completamente negros, una nariz que se reducía a un pequeño bulto ancho con dos aberturas con membranas que las tapaban y destapaban al respirar, y unos dientes de forma triangular que parecían afiladas púas.
Se incorporó un poco, justo en el momento en que aquellos seres se apartaban para dejar paso a otro que se acercaba. Su presencia era imponente: ancho, robusto, lleno de profundas cicatrices en lo que se podía ver de su piel. Se plantó a dos pasos de Kyro, mirándolo desde arriba.
—¿Qué rayos eres tú? ¿Sabes hablar?
El viajero tragó para aclararse la garganta, que aún le dolía.
—Sí. Hablo vuestra lengua.
—¿De dónde has salido? Esta corriente no toca tierra en este lado del mundo.
Por fin a duras penas logró levantarse; lo hizo sin que nadie intentara ayudarle. Al mirar alrededor le llamó la atención que todo en el barco fuera completamente negro. También que no tuviera mástiles ni velas. Miró de nuevo al que parecía ser el capitán.
—Del fondo del mar —contestó simplemente.
—Hum —el otro pareció pensativo—. Es posible, nunca había visto una criatura como tú. Bien, espero que sepas trabajar; hemos tenido muchas bajas y necesito brazos fuertes. Si no te irás de vuelta a tu casa con una piedra atada a los pies —señaló al agua—. ¿Entendido?
Kyro asintió.
—Entendido.
—¡Hokan!
—¡Sí, capitán! —se adelantó uno del grupo que les rodeaba. Tenía también algunas cicatrices, aunque nada comparado con su superior.
—Dale al nuevo algo de ropa y enséñale lo que tiene que saber —dijo, y añadió mientras se daba la vuelta para alejarse—. Ya hemos perdido bastante tiempo por hoy.
—¡Todos a trabajar, gandules! —gritó Hokan a los demás que aún estaban allí.
Se movieron inmediatamente; allí solo quedaron Kyro y Hokan. Este último se puso en marcha haciendo un gesto al viajero para que le siguiera.
—Tú, ven conmigo. Tienes aspecto fuerte, ¿sabes usar un termolátigo?
—No sé qué es eso.
—Empezamos bien —murmuró el marinero.
Después de haberse puesto la ropa seca que le dieron, descendieron por la escalera que sobresalía de una escotilla. Dentro todo estaba oscuro excepto por la luz que venía de arriba, pero Kyro se fijó en que junto a la entrada había en la pared un círculo iluminado como desde dentro, de luz uniforme. Hokan lo tocó y algunos trozos de techo se encendieron mágicamente. El viajero se detuvo un momento boquiabierto.
Estaban en una especie de pasillo largo con puertas a ambos lados. Kyro no supo identificar el material del que estaba hecho todo; no era madera, ni metal, ni nada que conociera. Paredes y techo eran completamente blancos, y el suelo de un gris mate.
Hokan parecía totalmente acostumbrado a todo aquello; andaba sin preocupación.
—Aquí —señaló a la derecha— está el almacén superior y esa puerta de ahí —derecha— es la armería. ¿Qué haces?
Se había dado la vuelta para ver cómo Kyro miraba aún estupefacto a su alrededor, a las luces del techo.
—Nunca... había visto algo así —respondió el viajero.
Hokan se acercó mirándole extrañado.
—¿No tenéis luz en el fondo del mar?
—Nada parecido a esto —miró el círculo blanco que ahora no se distinguiría del resto de la pared de no ser por una circunferencia negra que se había dibujado alrededor.
—Parece que vengas de otro mundo —dijo Hokan, lo que hizo que Kyro le mirara fijamente a él—. Me da igual lo que te sorprenda, más te vale seguirme y aprender rápido o no durarás mucho aquí. ¿Está claro?
—Sí —respondió finalmente el viajero endureciendo la expresión.
El recorrido por el resto del barco fue breve porque no había mucho más: ahí estaba el camarote del capitán Strak, al que nunca había que dirigirse salvo para responder a lo que él preguntara; bajando al siguiente nivel estaban el comedor, la cocina y el camarote común de la tripulación; y abajo del todo se encontraban la bodega, a la que se podía acceder también por una amplia trampilla desde cubierta, y el cuarto del propulsor. Esto último fue lo que más sorprendió al viajero: una caja de la mitad de alto que un hombre levantada del suelo por patas del mismo extraño material del que estaba hecho todo, rodeada de cajones grandes cuyo nombre nunca había oído antes, algo así como "baterías", y a los que estaba unida por dos tubos conectados a otros como ramas de un árbol. Todo era de un blanco impoluto, y cada curva y cada esquina tenían una forma perfecta que a Kyro le recordaba otras cosas que había visto antes en su viaje y que tampoco llegó entonces a comprender.