Authors: Mandelrot
—Por el gran Varomm, no puedo hacerlo.
—Ahí viene. Salta... ¡ahora!
Ninguno de los dos tuvo siquiera oportunidad de pensar. Saltaron sobre el lomo del enorme fantasma, que siguió deslizándose por el aire sin siquiera percibir a los dos hombres. Kyro se sorprendió de lo muy caliente que era su piel elástica, y aunque estaba casi cegado por la luz pudo mirar atrás y ver a Balod con los ojos cerrados y los brazos y piernas separados tratando de sujetarse fuerte para no caer.
La sensación de volar con aquella fantástica criatura era algo que superaba todo lo que jamás Kyro hubiera podido concebir. Aunque toda su atención debía estar puesta en mantenerse con vida y escapar de allí, no pudo evitar sonreír por un brevísimo instante como reflejo de aquello tan increíble que sentía por dentro.
El fantasma se acercó de nuevo a la grieta, deteniéndose junto al saliente que era su objetivo.
Solo tenían unos momentos, así que el viajero se puso inmediatamente en pie haciendo equilibrios y se acercó a Balod sujetándole con fuerza para levantarle. Este parecía petrificado, pero finalmente reaccionó y ambos lograron saltar hacia la roca justo antes de que el fantasma comenzara su círculo de nuevo.
—Es... es... —Balod no lograba articular las palabras—. Yo... no...
—Tranquilo —Kyro le apoyó una mano en el hombro—. Ahora solo hay que esperar a la mañana y la luz del exterior nos guiará hasta la salida.
Tras esto el joven apoyó la espalda en la piedra y, mirando a la nada, respiró con fuerza sonriendo de nuevo.
Los dos soles comenzaban a calentar el aire cuando Kyro ayudaba a Balod a salir por entre el espacio que dejaban las enormes rocas.
—Gracias, ya está —le dijo el habitante del desierto cuando pudo acabar de subir por sí solo.
—Ya no nos buscarán —dijo el viajero mirando como siempre a su alrededor—. Era la única forma de que no acabaran cazándonos entre las montañas. Te llevaré de nuevo a Damdal y volveré para seguir mi camino.
—Kyro, tengo que decirte algo.
El tono de su compañero hizo que el joven se volviera a mirarle.
—Tengo que volver a hablar con esa gente. No puedo regresar a Damdal y dejar las cosas así.
Kyro le miró con sorpresa, pero no dijo nada. Balod continuó.
—No puedo irme ahora. Mis antepasados les hicieron esto, y tenemos que asumir nuestra responsabilidad. Les pediré explicarme ante su líder, y les contaré lo que ha pasado y lo de esta grieta. Les ofreceré nuestra ayuda para abrir la entrada de nuevo o para excavar otra y devolver a sus dioses a la montaña; es la única manera de traer la paz a su pueblo y la vida al mío. Y si vuelvo con vida a Damdal, buscaré a mi padre y le cuidaré hasta que acabe sus días como el último guardián de la esfera. Este es mi destino, Kyro.
El viajero le miró con gravedad por unos momentos.
—Balod, no puedo acompañarte; comprendo tus motivos pero es posible que mueras antes de que puedas siquiera hablar con el intérprete. No tengo miedo a que nos maten, soy un soldado y es parte de mi vida, pero tengo una misión que está por encima de mí. De todos nosotros. No puedo simplemente ponerme en sus manos y esperar que lo entiendan.
Balod asintió.
—Entonces aquí nos separamos, amigo.
Nadie dijo nada más. Se abrazaron, se miraron por última vez y el hombre del desierto se dio la vuelta y comenzó a andar hacia lo alto de la montaña.
Kyro observaba escondido a distancia. Vio la tremenda sorpresa de los soldados cuando Balod se les acercaba y tendía las manos en señal de rendición; y les siguió por el camino que recorrieron para llevarle a su líder. Sufrió cuando vio que le golpeaban y le maltrataban hasta que vino el intérprete. Su corazón latió con fuerza mientras Balod se explicaba, deseando con todas sus fuerzas que aquello saliera bien. Estuvo a punto de saltar a pelear cuando volvieron a pegarle con crueldad. Sintió ahora que el pulso se le paraba al llegar los exploradores que habían encontrado las rocas confirmando lo que decía el humano. Casi no pudo creerlo cuando, tras hablar durante mucho tiempo con sus consejeros y escuchar sus largas discusiones, el líder en persona se acercó a él y le ayudó a levantarse. Volvió a seguirles más tarde hasta la gran puerta de entrada a la bóveda de la montaña, y de nuevo escaló la pared para observar lo que ocurría dentro desde el respiradero. Se sintió profundamente impresionado cuando movieron las varas metálicas del suelo y uno de los tubos se movió para recoger el torrente de agua que caía por la roca y dirigirla de nuevo hacia Damdal. Se conmovió cuando, finalmente, el líder de los habitantes de la montaña le abrazó en señal de amistad.
El momento de partir hacia la siguiente puerta sentí que era el verdadero comienzo de mi viaje.
Kyro salió de nuevo por el respiradero y bajó agarrándose de nuevo a la roca por la pared de la montaña.
Hasta entonces había avanzado por inercia, movido simplemente por el empuje de quienes me habían puesto en el camino o las circunstancias que me dirigían.
Al dejar la pared y volver a pisar terreno llano se detuvo un momento; miró hacia el corazón de las montañas, y comenzó a caminar de nuevo.
Pero a partir de ese instante, después de todo lo que acababa de vivir, me sentí por primera vez preparado para dar el siguiente paso.
Atravesó la zona montañosa, dejándola atrás para entrar en un bosque muy frondoso.
No sabía qué encontraría, ni siquiera si sería capaz de sobrevivir a las pruebas que me esperaban;pero si había superado la primera quizá tuviera una oportunidad.
Avanzó por entre extrañas plantas que hacían difícil abrirse paso hasta llegar a un enorme árbol, el más grande que había visto jamás. Miró hacia arriba.
No tenía realmente alternativa: sabía que el único sentido en que podía ir ahora mi vida era hacia el final de este viaje. Seguir los pasos del que recorrió este camino antes que yo, dejando todo atrás por una misión.
Al alcanzar lo más alto del tronco Kyro encontró allí la siguiente esfera negra. Al acercarse a esta su superficie se iluminó con aquel tono anaranjado; la puerta se abrió mientras Kyro se quitaba la ropa y dejaba sus cosas. Se dio cuenta de que junto a él había también restos de algunos objetos, un medallón y una espada medio cubiertas por la vegetación.
Vivir cada día sin pensar en el pasado, porque al cruzar cada puerta mi pasado dejaría de existir para siempre.
Entró en la esfera. En su interior aparecieron, flotando ante él, las luces y el dibujo de la silueta humana con la luz en la nuca. "Biochip detectado y activo. Teletransporte autorizado. Código: SKANDAR. Comenzando transmisión".
Vivir cada día sin pensar en el futuro, porque al cruzar cada puerta nunca sabría qué habría más allá.
La luz de las paredes se intensificó.
Mi viaje hacia lo desconocido había comenzado.
La luz se hizo más y más brillante hasta inundar todo el espacio: Kyro desapareció.
La mano de Kyro asomó a la superficie a través del manto de nieve.
Desde el primer momento sentí que mi paso por aquel mundo helado y oscuro sería muy duro.
Poco a poco fue agrandando la abertura, trabajando con las manos desnudas.
El aire me quemaba al respirar, el frío hacía cada movimiento doloroso.
Por fin logró abrir un espacio suficiente para pasar.
Mi instinto me decía que allí estuviera siempre alerta, que aquella sería una difícil prueba.
Al acercarse al exterior se dio cuenta de que estaba en lo que parecía un bosque en invierno; subió agarrándose a la nieve, hasta sacar la cabeza y parte del torso. El largo sonido de un gruñido justo ante él, silencioso pero de gran fiereza, le hizo detenerse instantáneamente y levantar la mirada.
Lo que encontré confirmó mi intuición.
Se vio cara a cara con un tremendo animal, una especie de gran felino completamente blanco, que también inmóvil le enseñaba ferozmente sus terribles dientes aumentando su gruñido y a punto de atacar.
Habían pasado dos días. El viajero espiaba desde una posición elevada oculto tras varios troncos de árboles caídos; se protegía del frío con la piel blanca de aquel bello pero terrible animal que encontró al llegar, que le había proporcionado una vestimenta improvisada y alimento necesario para resistir la baja temperatura. El precio que había pagado también era apreciable: las profundas cicatrices de su cara y manos eran solo las que se veían por no estar cubiertas. Kyro ignoraba el dolor, concentrado en lo que veía.
Ante él tenía un claro en el que había varias construcciones hechas con troncos de madera. La mayoría parecían almacenes o establos, pero una de ellas era más grande que las demás y tenía una chimenea humeante que le daba aspecto de vivienda. De vez en cuando salía o entraba alguien yendo o viniendo de alguna de las otras edificaciones; estos últimos no llamaban antes de entrar, simplemente abrían la puerta sin más.
Por fin se decidió y bajó la pendiente hasta el pueblo. Aquella gente no parecía hostil pero avanzó con todos los sentidos alerta, aunque sin correr ni esconderse para no parecer una amenaza a quien pudiera verle. Poco después llegó al edificio principal.
Olía a comida y se oían música y voces desde el interior. Le llamó la atención además el tamaño de la puerta y los cuatro escalones para llegar hasta ella: eran mucho más grandes de los que usaría un humano corriente.
Miró a su alrededor un momento y se dispuso a entrar.
—¡Toma esto!
El viajero abrió la puerta, escuchó esas palabras mientras veía venir a un gigante que se le echaba encima con los brazos hacia adelante como para atacarle, y reaccionó sin pensar apartándose mientras le sujetaba una mano y le aplicaba una llave para proyectarlo contra la pared aprovechando su inercia y su enorme peso. El atacante se estrelló contra la madera junto a la puerta tan fuerte que crujió incluso el suelo, y el chico sin soltarle le dobló el brazo a la espalda obligándole a quedar de rodillas e inmovilizado. Mientras su presa soltaba un gemido el chico, ya en posición de defensa y preparado para repeler cualquier otra agresión, miró alrededor y se encontró un amplio espacio con mesas y sillas llena de gente mirándole con absoluta sorpresa y en repentino silencio. El tiempo parecía haberse detenido.
—No... No quiero pelear —dijo, hablando lo más parecido que conocía a la lengua que había escuchado.
—Pues para no querer no lo haces mal, extranjero —dijo otro gigante, que estaba junto al lugar del que le había venido el ataque del primero.
Y de repente todo el mundo se puso a reír a carcajadas, y la música sonó de nuevo. Kyro estaba perplejo.
—Creo que el bueno de Lund ha aprendido la lección —habló de nuevo aquel hombre enorme, señalando la presa del viajero; este le soltó y Lund apoyó las manos en el suelo frente a él con alivio—. ¿Quién eres, extranjero? ¿Qué haces aquí?
—Lo siento —dijo Kyro mirando a Lund, que trataba de incorporarse con esfuerzo—. No quería hacerle daño, solo me defendía.
—Entiendo tu error, pero Lund no te atacaba a ti. Es conmigo con quien estaba peleando y yo el que le hacía caer cuando has aparecido. Me llamo Ollmon —se adelantó unos pasos sonriendo, y alargó la mano en el gesto universal de saludo.
El viajero alargó la suya y se las estrecharon. La mano de Ollmon era también enorme, y daba la impresión de que de haber querido podría apretar hasta desmenuzarle todos los huesos. Sin embargo no era más grande que el resto de personas que había allí: tanto hombres como mujeres, que se mezclaban indistintamente alrededor de las mesas, hicieron al chico pensar fugaz y dolorosamente en su maestro Kamor.
—Mi nombre es Kyro. Estoy... de paso.
—Vamos, Lund —levantó la voz Ollmon—, bebamos con nuestro visitante y seguiremos con nuestro negocio cuando vuelvan a salirte los dientes —rió ruidosamente, llevándolos a los dos a una de las mesas.
—Extranjero —habló Lund mirando sorprendido al chico—, ¿eso que te cubre es la piel de un taggor?
—Tuve un encuentro en el bosque con un animal grande y peligroso. Supongo que eso es un taggor.
—¿Mataste a Taggor? —dijo Ollmon en voz alta, sorprendido; los de las mesas cercanas se giraron a mirarles—. ¿Tú solo? ¿Y dónde están tus armas?
El chico miró alrededor, sin estar seguro de no haber hecho algo malo sin saberlo.
—No tengo armas. Yo salía de... un refugio bajo la nieve, y lo encontré justo delante de mí. Creo que él se sorprendió tanto como yo.
Habló una mujer desde la mesa de al lado.
—¿Dices que mataste a Taggor con tus propias manos? ¡Eso es imposible!
Otro de aquellos hombres, que había traído tres jarras y las dejaba ante ellos, fue quien habló.
—La piel es de un taggor y las heridas de su cara hablan por sí mismas. ¿Por qué no nos cuentas cómo lo has hecho?
El viajero respondió mientras ya todos en el lugar le prestaban atención.
—En realidad fue pura suerte. En otras circunstancias me habría matado, pero mi cuerpo solo sobresalía un poco por un agujero y cuando se lanzó sobre mí caímos los dos al interior quedando atascados. Yo había conseguido clavarle el codo en la garganta y pude aguantar la presa hasta que dejó de respirar.
—Tal como lo dices parece fácil —dijo Ollmon.
Kyro sonrió, y abrió la piel del animal para que pudieran ver las grandes cicatrices de su cuello y pecho.
—No lo fue.
—Pues a Taggor no se le vence solo con suerte —habló Lund—, y a mí tampoco. ¿Qué truco has usado antes?
Alguien desde el fondo gritó:
—¡A ti, Lund, no hace falta mucho para hacerte besar el suelo!
—¿Cómo? ¡Ahora verás! —respondió este levantándose violentamente y lanzándose contra quien le había hablado, entre las carcajadas de todos los demás.
—Aquí estarás bien, no hace frío —dijo Pilka, el hombre que les había traído las jarras a la mesa, señalando uno de los colchones de paja junto a uno más grande donde varios niños ya dormían juntos—; nuestros hijos tienen el mejor lugar de la casa. Compartirás tu descanso con nuestro clan y mañana arreglaremos la piel de tu taggor para hacerte una buena ropa.
Habían subido a la parte de arriba de la casa, que aparentemente era el lugar donde aquella gente dormía. No había paredes, ni separación de ningún tipo entre los colchones; todos, hombres y mujeres, parecían vivir en grupo y sin la más mínima intimidad.