El viajero (29 page)

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Authors: Mandelrot

BOOK: El viajero
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Kyro volvió a meter en pergamino en el cilindro metálico. Había estado leyendo sentado sobre una roca, su caballo esperando tranquilamente un poco más allá; se puso en pie y permaneció largo rato mirando al horizonte, reflexionando. Finalmente tomó una decisión: montó y se alejó de allí al galope.

El rey Crodan estaba en su tienda hablando a uno de sus hombres.

—No esperaremos más; partiremos mañana.

—Sí, mi señor.

El soldado salió, dejándole solo. El monarca se sentó, pensativo y preocupado.

Poco después levantó la vista, sorprendido: el viajero estaba en la entrada.

—Espero que tus neohombres valgan la pena —dijo.

Ordra, la capital de Doria, le recordó a Kyro tanto a Vassar'Um, su ciudad natal, que estuvo a punto de arrancarle lágrimas de añoranza. Era impresionante: vista desde donde estaban, una parte del terreno más elevada que les daba una espectacular vista de toda su extensión, ganaba aún más en grandeza.

Sus murallas, las más altas que había visto nunca, la hacían parecer desde lejos una sólida unidad inexpugnable; en lo alto y cada cierta distancia había salientes que hacían que los observadores estuvieran literalmente sostenidos en el aire. Tras esta formidable defensa se adivinaban desde allí las formas de las distintas zonas en las que se dividía su estructura urbana: unas con edificios más altos, otras más desordenadas y llenas de casas más pequeñas; se veían además grandes espacios verdes, jardines o quizá huertos para resistir en caso de asedio. En el centro, majestuoso, el gran castillo del rey que se elevaba sobre todo lo demás.

Era la capital de un mundo, pensada para quien estaba destinado a ser un día emperador.

—Mi casa —sonrió contento Crodan.

Había detenido su caballo junto al de Kyro, que estaba parado junto al camino por el que caminaba la gran riada de soldados. El viajero le miró por un momento, y volvió de nuevo la vista a la ciudad mientras el rey volvía a hablar.

—Hemos trabajado mucho para construir todo esto; muchas generaciones de hombres y mujeres, y sus hijos, y los hijos de sus hijos.

—Es una ciudad hermosa —dijo Kyro sin dejar de mirarla.

—Es cierto. Pero no hablo solo de piedras, sino de lo que simboliza. Estamos consiguiendo la unión de todas las tierras: el fin de la guerra, el principio de una época de prosperidad para todos.

El viajero sonrió sin humor.

—Eres un gobernante optimista.

—Es la verdad. Aún nos queda la prueba más dura, pero ahora que estás a nuestro lado —apoyó su mano en el hombro— no tengo dudas. Resistiremos el ataque de los neohombres cuando este se produzca y les venceremos.

—¿Cómo supiste que era yo de quien os habló Koldar?

—Él no estaba seguro de que vinieras. Dijo que si era así lo sabríamos fácilmente: serías invencible y reconocerías su señal. Tu fama llegó hasta mí mucho antes de habernos encontrado.

—Escúchame, Crodan —Kyro le miró con gravedad—. Yo no soy como vuestro guerrero de leyenda. Estoy aquí únicamente por mí mismo.

—Sigues buscando la muerte en combate, ¿no es así? Paciencia, amigo, tendrás tu oportunidad.

Ambos volvieron a mirar a la ciudad un momento más.

—Tampoco soy invencible —habló de nuevo el viajero—. El mismo hijo de Koldar me derrotó una vez y estuvo a punto de matarme.

—Guerrero —le contestó el rey sonriendo de nuevo—, ya sé que solo eres un hombre. Pero tú entiendes de lucha, y yo entiendo de política. Tú solo ocúpate de dejarte ver y de que no te maten antes de que llegue el momento.

Y tras esto se alejó, dejando a Kyro allí mirando la ciudad.

Las calles estaban abarrotadas: gente por todas partes, recibiendo al ejército vencedor. Crodan recibía gustoso el cariño de los ciudadanos, pero quien más expectación levantaba, muy a su pesar, era el propio Kyro. Le señalaban, le vitoreaban, enloquecían al verle pasar.

El viajero, que montaba en silencio junto al rey y un poco por detrás de él, vio cómo el monarca se giraba para hablarle entre el griterío.

—¡Se ha corrido la voz, ya todos te conocen!

—Ya veo —su disgusto era evidente.

—¡Vamos, sonríe! ¡El pueblo te quiere!

Crodan volvió a girarse y Kyro miró a la multitud enfervorecida.

—El pueblo me quiere —repitió para sí.

Avanzaron un poco más sin que nada cambiara, hasta que el viajero levantó la vista a un lado y le vio.

Un edificio discreto, de piedra gris, sin nada de especial salvo el signo de Varomm grabado sobre la entrada. Y ante esta, quieto y mirándole fijamente, un sacerdote. Aunque el resto de la calle estaba lleno de gente no había nadie cerca de él, como si todo el mundo le evitara deliberadamente dejando un espacio a su alrededor.

Kyro se puso instantáneamente en tensión, pero el sacerdote simplemente le observaba. El viajero trató de no mirarle demasiado, pero cuando hubo pasado de largo volvió la vista de nuevo: ya no estaba allí.

La llegada al castillo del rey fue la culminación de aquella bienvenida triunfal: un grupo de personas, varios hombres y una mujer con dos chicas más jóvenes, les esperaban al pie de una gran escalinata. Los soldados de la guardia personal de Crodan les escoltaron hasta la misma, y el rey bajó haciendo un gesto al viajero para que le acompañara.

—¡Ya estoy de vuelta, amigos! —dijo a los que habían venido a recibirle.

Besó a la mujer y a las chicas, el viajero supuso que serían su esposa y sus hijas; después de esto el rey saludó abrazando a cada uno de los hombres que también estaban allí: seis en total.

Inmediatamente se volvió al viajero.

—Dejadme presentaros a una leyenda —dijo con gesto teatral—. Este es el célebre Kyro, el guerrero invencible señalado por el gran Koldar. Su fama en el combate ha llegado a oídos de todos, y puedo deciros que por muy grande que esta sea no le hace justicia.

Más que mirarle le estudiaron con gran atención mientras Crodan andaba unos pasos hasta llegar hasta Kyro y, pasándole un brazo por los hombros, le acercó a ellos.

—Ven, amigo mío —le dijo—. Quiero que conozcas a mi familia. Esta es mi esposa, Uyia de Dalva, y las dos preciosas damas que le acompañan son mis dos hijas, Hanne y la pequeña Dalo.

—Te saludamos, guerrero —habló la reina—. Nos alegra mucho tenerte a nuestro lado.

El viajero asintió sin decir nada. Crodan pasó al grupo de hombres.

—Y estos —anunció— son nada menos que los reyes del mundo. Thal de Boadia; Erdas de Podma, Yogon de Seotia del Oeste, Rádenas de Moe, Oxos de Seotia del Este, y por último mi muy querido Ludzer de Dalva, hermano de mi amada esposa.

Los reyes habían ido asintiendo como saludo al ser nombrados; Ludzer fue el único que habló.

—Bienvenido, poderoso Kyro —sonrió de manera sibilina, y el viajero instintivamente supo que había que tener cuidado con él—. Nos alegramos profundamente de tener al guerrero invencible de nuestro lado; esperamos que, ya que a tu último rey tu ayuda no le fue suficiente para lograr la victoria, con nosotros sí compartas tu suerte en el combate.

—Señores, no hablemos ahora de política —intervino hábilmente Crodan—; tendremos tiempo durante el banquete de esta noche. Si tenéis a bien disculparnos, el viaje ha sido muy largo y nos gustaría refrescarnos.

Se llevó a Kyro al interior empujándolo disimuladamente, mientras sonreía a los demás. Solo la reina les acompañó.

—Disculpa a mi hermano, noble Kyro —le pidió esta—. Tiene grandes preocupaciones y eso ha ensombrecido su carácter.

—Entiendo —contestó el viajero.

—Uyia, querida —dijo Crodan cariñosamente—, ¿podrías disculparnos un momento? En seguida me reuniré contigo.

Ella sonrió levemente y les dejó solos. Anduvieron tranquilamente hablando en voz baja.

—Es perfecta. Como mujer, como esposa y como reina.

—Su hermano heredaría todos los defectos.

—Así es —sonrió el rey—. Envenenó a su padre para quedarse con el trono, es un traidor y muy peligroso; por eso me casé con Uyia, ella ha evitado una guerra entre nosotros. Su pueblo la adora.

—Supongo que eso es la política.

Crodan le pasó un brazo por los hombros.

—Exacto, Kyro: la política bien hecha sirve para construir cosas. Esa es la ventaja de mi trabajo sobre el tuyo.

Llegó la hora de la cena; el viajero entró al gran salón cuando ya estaban allí la mayoría de invitados, hablando entre ellos antes de que empezara el banquete. Vio a tres de los reyes discutiendo con expresiones de preocupación, a Ludzer entrar por otra puerta seguido de dos de sus ayudantes, y a otros a los que no conocía. Un poco más allá una gran mesa en forma de gran herradura, a la que nadie se había sentado todavía. Siguieron llegando invitados mientras Kyro, incómodo, buscó un rincón donde no se fijaran en su presencia.

Por fin, cuando todos estaban ya allí, se abrieron las puertas más grandes que hasta ese momento habían estado cerradas y por ellas aparecieron Crodan y su esposa. Todos se volvieron a mirarles.

—Bienvenidos, amigos míos —dijo el anfitrión en voz alta; al verle era inevitable pensar que realmente tenía el carisma y las cualidades de un gran líder—. Nos alegramos enormemente de teneros con nosotros. Espero que nuestra hospitalidad sea de vuestro agrado, y que la cena de hoy esté a la altura de la estima que os tenemos.

Después de unos momentos de saludos y presentaciones se dirigieron por fin a la mesa; en ese momento alguien se dirigió al viajero.

—Señor —dijo; era un miembro del personal del castillo—. Os ruego que me acompañéis, os conduciré a vuestro sitio.

Lo que más le sorprendió a Kyro fue el asiento que le habían asignado: si a la derecha de Crodan estaban los seis reyes, Ludzer el primero junto a él, a la izquierda tenía a la reina y después estaba el viajero; la intención de colocar a un guerrero como él en un lugar tan destacado estaba muy clara, el gran enfrentamiento estaba cerca y se quería demostrar que estaban preparados.

—Kyro —le saludó Crodan cuando empezaban a traer la comida—, me alegro mucho de que compartas nuestra mesa.

El viajero asintió sin decir nada. No le gustaba todo aquello.

—El gran guerrero es tímido —dijo Ludzer sonriendo—. Espero que no le siente mal la fama que ha cosechado.

—No es aquí donde debe hablar —intervino Thal de Boadia— sino en el campo de batalla.

—Bien dicho —asintió Yogon de Seotia del Oeste.

—¿Tenemos alguna noticia de los neohombres? —preguntó Rádenas de Moe.

—Nuestros últimos informes son de antes del invierno, cuando nuestros espías fueron descubiertos. Cuentan con treinta mil soldados divididos en tres ciudades, listos para cruzar las montañas de Gowa cuando llegue el deshielo; si atacaran por Dalva podrían hacerlo incluso antes.

—Eso no va a suceder —habló Crodan—. Las defensas de Ludzer son infranqueables allí mientras haya nieve, y en primavera ya no tendría sentido llegar hasta tan lejos.

—No os preocupéis, amigos —sonrió Ludzer—. Tenemos aún tiempo para organizar el ejército que nos liberará de esta nueva amenaza.

Hubo un murmullo general de tranquilidad.

—De todas formas no hay que subestimarles, llevan mucho preparando este momento —intervino Thal de nuevo—. Me atrevería a decir que desde que nuestros antepasados les derrotaron la primera vez.

—Pero igual que entonces —dijo Crodan— tenemos a un guerrero invencible con nosotros. Él nos ayudará a lograr la victoria.

Todos se volvieron a Kyro, esperando unas palabras suyas; no dijo nada. El que sí se dirigió a él fue Ludzer:

—Tengo una curiosidad que me gustaría que me aclararas, estimado Kyro. Todos conocemos las gestas del gran Koldar, que han sido repetidas hasta la saciedad y me atrevería a decir que hasta la exageración —Crodan se dio por aludido y le miró fugazmente, pero no dijo nada—. Pero no sabemos nada de sus orígenes para conocer mejor a nuestro salvador; es más, no sabemos absolutamente nada de él antes de lo que cuenta nuestra Historia. ¿Quién era Koldar? Y, ya que ahora tú ocupas su lugar como nuestro paladín, ¿quién eres tú?

Las miradas curiosas de todos se clavaron en el viajero, que eludió la respuesta.

—Vengo de lejos, eso es todo.

—Tengo que decir —habló Crodan— que el interés hacia nuestro guerrero es general; desde que he llegado todo el mundo está interesado en él. Hasta el sumo sacerdote de Varomm ha venido a verme para preguntarme por él.

Al oír estas palabras Kyro se sintió congelado de repente.

—¿El sumo sacerdote? —su voz fue casi un susurro.

—Sí —siguió Crodan—; desde hace un tiempo cada vez se ven más sacerdotes por aquí y han construido nuevos templos. Incluso creo que piensan instalar a algunos en el castillo, un día de estos me pedirán que sea yo el sumo sacerdote...

Se echó a reír y todos le siguieron. Todos menos el viajero.

Estaba en el establo ensillando su caballo. Llevaba pieles gruesas de viaje, su espada y una bolsa. Kyro terminó de preparar al animal y ya se lo llevaba cuando apareció Crodan precipitadamente; venía con unos ayudantes y no llevaba puesta toda su ropa.

—¿Pero qué estás haciendo? —le dijo casi sin respiración.

—Me voy.

—Pero... Pero ¿adónde? ¿Y por qué en plena noche?

—Es asunto mío.

El rey hizo un gesto y los demás les dejaron solos.

—Espera, espera. Espera un momento —el viajero se detuvo—. Me hiciste una promesa.

—No te he prometido nada. Te dije que yo no soy Koldar.

—Es por lo del sumo sacerdote, ¿verdad? No creas que no me di cuenta. ¿Qué ocurre?

Kyro pensó un momento antes de responder.

—Tú haz tu política; yo aquí no te sirvo de nada. No te preocupes, te ayudaré. Pero ahora me voy.

Se puso en marcha de nuevo; Crodan se apartó para dejarle pasar, y se quedó mirándole con gran preocupación.

Desde la distancia las montañas de Gowa se veían imponentes, majestuosas: la gran cordillera nevada era una impresionante barrera natural que separaba el árido desierto helado de las tierras del norte dominadas por los neohombres. El viajero sabía que con toda seguridad los pasos estarían controlados por vigías; así que dejó su caballo a distancia prudencial, quitándole la silla antes de dejarlo libre, y se preparó para esperar a la noche.

Una vez se hizo suficientemente oscuro comenzó a avanzar, llevando solo su espada y la bolsa a la espalda. Sus ojos se habían acostumbrado y podía ir bastante rápido; no obstante aún tardó casi toda la noche en dejar el desierto y adentrarse en terreno montañoso. Cuando casi amanecía buscó un lugar para ocultarse hasta que la oscuridad volviera, y fue repitiendo esa manera de actuar las siguientes jornadas buscando además zonas pedregosas para no dejar huellas que pudieran llamar la atención.

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