El viajero (31 page)

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Authors: Mandelrot

BOOK: El viajero
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Aún sin espada y con el brazo roto aquel era un contrincante formidable. Con la otra mano sujetó a Kyro por el cuello y lo levantó como si nada; pero el viajero le dio inmediatamente una tremenda patada en la entrepierna, lo que hizo que el neohombre se doblara de dolor dejándole de nuevo en el suelo. Sin pensarlo dos veces el viajero se lanzó a recoger la espada caída y, girando todo el cuerpo, le lanzó un potente golpe que le cortó limpiamente la cabeza. El neohombre cayó como un saco.

Tras esto el viajero miró abajo: los soldados gritaban, el enemigo había sido vencido.

Seis de los siete reyes, con Crodan presidiendo la mesa y la ausencia de Ludzer, discutían nerviosamente.

—¿Pero qué es lo que ha pasado? —preguntaba Oxos de Seotia del Este.

—Aún espero una carta de Ludzer —contestó Crodan—. Nada está claro, desde que se marchó no he recibido informes suyos.

—Pero en la frontera de Moe se han visto grupos de neohombres —dijo Rádenas—. Han causado destrozos y parece que se dedican al pillaje.

—Sí, parece que en Dalva también está ocurriendo —Crodan estaba muy preocupado—. Quizá sea por eso que Ludzer no ha podido comunicarse con nosotros.

—¿Y si los neohombres han atacado? ¿Y si sus tropas ha logrado pasar las montañas? —dijo Thal de Boadia.

—Si así fuera —reflexionó Yogon de Seotia del Oeste— hay cosas que no encajan. Los neohombres nos lanzarán sus ejércitos, no grupos desorganizados de criminales para crear disturbios en algunos pueblos.

Crodan intervino de nuevo.

La situación es confusa aún y no se puede actuar a ciegas. Tomaremos una decisión cuando recibamos noticias.

—Yo traigo noticias —les sorprendió la voz de Kyro entrando a la sala.

Todos se le quedaron mirando mientras se acercaba, cargando a alguien en el hombro. Llegó frente a la mesa y lo tiró en el suelo sin cuidado alguno: el hombre inconsciente tenía la mano y el brazo completamente quemados, así como un poco de la cara.

—El enemigo ha sido destruido —anunció. Miraba fijamente a Crodan.

Los reyes se medio levantaron, estupefactos. Le miraban a él y al hombre del suelo sin poder asumir aún la información.

—Pero...

—¿Quién es...?

—¿Qué dices?

Crodan intervino inmediatamente. Estaba ya en pie, y después de haber visto al hombre del suelo sostenía ahora la mirada al viajero.

—Señores —dijo con voz grave—, tengo que pediros un gran favor.

Todos le miraron. Él seguía cruzando la vista fijamente con Kyro.

—No es una exigencia sino una súplica. Os agradecería profundamente que me dejarais un solo instante a solas con nuestro gran guerrero —los reyes, más sorprendidos aún, se miraron entre ellos; pero Crodan continuó—. Es una cuestión de extrema urgencia y solo será un momento. Os lo ruego, dejadnos solos y enseguida os llamaré de nuevo.

Despacio, sin aún comprender lo que estaba pasando, los demás se fueron levantando y abandonaron la estancia.

—Muchísimas gracias, amigos —les despidió Crodan sin dejar de mirar a Kyro—. Gracias.

Una vez se hubieron marchado el rey volvió a hablar, esta vez al viajero.

—Reconozco a este hombre —hizo un gesto hacia el servidor de Ludzer.

—Entonces sabrás quién es el traidor que ha estado a punto de convertiros a todos en esclavos. Vengo del paso de Dalva, donde ahora hay un ejército bajo la nieve.

—Entiendo —respondió el rey.

Reflexionó unos momentos y continuó.

—Si esto se sabe habrá otra guerra; pero esta será entre hermanos. Eres consciente de ello, ¿verdad?

—La política es tu negocio, no el mío —le espetó el viajero.

Era la gran celebración. Las calles de la ciudad de Ordra estaban adornadas como nunca, las gentes abarrotaban cada rincón y muchos habían venido expresamente para los festejos. La alegría era universal, todos participaban del ambiente jubiloso.

Ludzer de Dalva, seguido de su séquito de honor, recorría el camino al castillo saludando a la muchedumbre que le vitoreaba. Sonreía con frialdad, y su mirada se endurecía cuando miraba al lugar al que se dirigía.

Ante la majestuosa entrada principal le esperaban los otros seis reyes, delante de ellos Crodan.

Cuando Ludzer se puso ante él le abrazó efusivamente y le besó en las mejillas, y así lo hicieron también el resto de monarcas. Los cortesanos que contemplaban la escena aplaudieron a rabiar; el único allí que no parecía contento era el viajero, que desde lejos estaba apoyado en una columna con los brazos cruzados mirando con expresión de desprecio.

Los siete monarcas subieron las escalinatas y entraron. Kyro iba a marcharse, cuando se le acercó un sirviente.

—Señor —le dijo respetuosamente—, el rey ha solicitado vuestra presencia. Si tenéis a bien acompañarme os llevaré hasta él.

Llegaron al Salón del Trono, donde estaban Crodan y los demás monarcas con algunas otras personas en ambiente de mucha cordialidad. Cuando se abrieron las puertas y Kyro entró todos se volvieron hacia él. Le aplaudieron y le vitorearon, aunque se dio cuenta de que Ludzer se quedaba callado.

—Hermano —Crodan se acercó hasta él y le cogió de las manos, conduciéndole hasta los demás y hablando hacia ellos—, no puedo expresar la alegría que me produce verte en estos momentos. Todos conocéis a nuestro salvador, el guerrero señalado por la leyenda: Kyro, el digno sucesor del gran Koldar.

Le aplaudieron. El viajero estaba serio y no dijo nada; Crodan siguió hablando.

—El consejo de reyes ha venido hablando de esto durante las últimas jornadas, y Ludzer de Dalva se ha mostrado absolutamente de acuerdo con nuestra resolución: tenemos un ofrecimiento para ti y quería expresártelo públicamente en nombre de todos. Amigos...

Los otros reyes se adelantaron hasta colocarse junto a él.

—Nunca podremos agradecerte lo suficiente lo que has hecho por nosotros. Tus acciones y tu liderazgo, tu ayuda heroica al ejército de nuestro bienamado Ludzer de Dalva contra los neohombres en las montañas de Gawa —Ludzer sonrió fríamente al escuchar estas palabras—, ha salvado incontables vidas y ha evitado el peligro de la esclavitud para todos los hombres. Nadie más hubiera podido hacerlo, y no hay premio que haga justicia a semejantes hechos.

Hizo una pausa solemne y continuó.

—Pero queremos pedirte que aceptes, en prueba de nuestra eterna deuda contigo, el reino de los neohombres: toda la gran extensión del norte tras las montañas de Gawa. Su líder ha muerto, no tienen apenas soldados y podemos conquistarlo sin resistencia; sus tierras son de una incalculable riqueza y necesitan de un nuevo monarca que pueda administrarlas. Queremos que seas el octavo rey de nuestro consejo, Kyro.

Hizo un gesto y un sirviente le acercó un cojín sobre el que estaba la más bella corona que se hubiera visto jamás: dorada y brillante, de líneas puras, con una piedra engarzada en el frontal de color negro y tallada con la forma de la mano curvada que era el símbolo del viajero.

Crodan la tomó, se acercó a Kyro, y se la puso en la cabeza antes de volver con los demás. A partir de ahí se hizo un profundo silencio mientras todos le miraban esperando su respuesta.

Pasaron algunos instantes en los que no se oía ni siquiera la respiración de los presentes. El viajero miró fijamente a Crodan, luego a los otros reyes a su lado, terminando en Ludzer. Volvió entonces a Crodan.

—No quiero ser rey.

Hubo una gran conmoción a su alrededor; los primeros que no podían creerlo eran los monarcas que tenía delante, que se miraban entre sí. De repente se desataron todo tipo de comentarios.

—¿Cómo es posible?

—¡Es el mayor regalo que existe!

—Pero...

—¡Sería el hombre más rico del mundo!

—¡Algo así no se puede rechazar!

Crodan levantó una mano para hacerles callar mientras él hablaba. Tenía expresión desencajada.

—Kyro —le dijo, acercándose de nuevo y apoyándole una mano en el hombro—, solo un hombre como tú sería capaz de una respuesta así; por eso sé que eres el adecuado para recibir este tesoro. Tienes que ser tú, hermano.

—Tienes que ser tú —dijo Ludzer tras él. Lo decía por conveniencia, no por sinceridad.

—Tienes que ser tú —repitió con fuerza Yogon de Seotia del Oeste.

—Tienes que ser tú —fueron repitiendo también uno tras otro, todos los demás.

El viajero se quedó unos momentos más en silencio frente al grupo de reyes; tras esto se quitó la corona y se la devolvió a Crodan ante la estupefacción de todos. Entonces se dio la vuelta y se marchó.

Kyro salía andando de las caballerizas, llevando suavemente a su caballo de las riendas. Vestía de nuevo gruesas pieles, ropa de viaje, y llevaba solo su bolsa y su espada. Se detuvo a ver a Crodan acercársele.

—Así que finalmente te vas. Te había creído capaz de cualquier cosa, pero ahora me doy cuenta de que aún así te había subestimado.

—Te lo dije, no quiero ser rey.

—Habrías sido el mejor —Crodan sonrió.

El viajero negó con la cabeza.

—No, yo no soy un político. Ese es tu trabajo.

Se puso a andar y el rey le acompañó.

—Pero algo he aprendido —continuó Kyro—. Sé que ese reino era el pago por mi silencio sobre Ludzer.

Crodan sonrió y le apoyó una mano en el hombro mientras caminaban.

—Sí, has aprendido, hermano —dijo—, pero aún te queda mucho: te conozco, sé que no hablarás de todas formas. Te ofrecí el reino porque era la única manera de que los reyes no empezaran a pelear por él. Las tierras del norte son muy ricas, tú eres el único suficientemente fuerte como para que nadie piense en apoderarse de ellas por su cuenta.

—Entiendo —asintió el viajero, pensativo—. Es cierto, me queda mucho por aprender.

—Ahora habrá tensión, todos querrán su parte del tesoro y yo tendré que trabajar mucho para mantener el equilibrio —el rey hablaba casi para sí mismo, mirando alrededor—. De nuevo la política tendrá que evitar problemas mayores.

—Serás emperador —dijo Kyro; Crodan le miró sin sorpresa.

—¿Y tú, qué harás? ¿Seguirás buscando la muerte en combate?

Pasaron unos instantes antes de la respuesta del viajero.

—Morir ya no es necesario. Seguiré viajando hasta encontrar un hogar.

Crodan dejó de andar.

—Te deseo suerte entonces. Espera, tengo algo para ti.

Hizo un gesto y un sirviente, que había esperado a unos pasos de distancia, se acercó con la preciosa corona que Kyro había rechazado; el rey se la ofreció con una sonrisa.

—Un pequeño recuerdo.

Kyro la cogió mirándola un instante; asintió como despedida, y reanudó sus pasos sin mirar atrás.

El atardecer se convertía lentamente en noche, oscureciéndose el cielo, y el viajero montaba su caballo que avanzaba despacio por aquel paraje desértico. La ciudad quedaba atrás, ya muy lejos. Kyro iba perdido en sus pensamientos.

Algo ante él le llamó la atención: un punto negro sobre el horizonte frente a él. El viajero lo miró, extrañado.

Poco a poco iba aumentando de tamaño, aunque seguía estando a mucha distancia. El instinto del viajero le hizo mirar alrededor buscando un sitio seguro desde el que observar; no había muchos lugares donde ocultarse, pero al cabo de un rato encontró unas rocas salientes al pie de una colina bajo las que pudo llevar su caballo y ponerlos a los dos a cubierto. Desde allí vio cómo lo que ya era una mancha negra seguía creciendo sobre las montañas mientras se acercaba.

Cuando empezó a distinguir detalles no pudo creer lo que veían sus ojos: era enorme, mucho más grande que una ciudad entera: tenía formas redondeadas, como un disco pero con tres salientes; uno por delante y dos más anchos a los lados. En el centro de su base tenía un gran círculo iluminado muy tenuemente, como las brasas de la madera que antes hubiera ardido, pero el resto era completamente negro y casi daba la impresión de que se tragara la luz de su alrededor. Aquella cosa flotaba con la majestuosidad de una nube y era tan grande que daba la impresión de que se movía lentamente, aunque al pasar por encima de las colinas cercanas Kyro se dio cuenta de que en realidad avanzaba a gran velocidad.

El viajero se había apartado de su camino: el extraño, gigantesco pájaro negro se dirigía a la ciudad de Ordra, que él había dejado poco antes. Al pasar cerca de donde estaba oculto le sorprendió el hecho de que, a pesar de ser tan enorme que ocupaba la mitad del cielo, no hacía absolutamente ningún ruido: el caballo ni siquiera se había puesto nervioso, era como un fantasma que no dejara huella de su paso. La sensación de verlo flotando desde allí era absolutamente impresionante.

Una vez hubo pasado Kyro volvió a montar y siguió su camino. Tenía expresión muy preocupada y miraba atrás con frecuencia, al ser volador que se alejaba. Poco después espoleó su caballo, que empezó a trotar, mientras él seguía mirando atrás constantemente; así siguió unos momentos más.

Hasta que llegó la explosión.

Al fin era libre.

El sonido creció hasta convertirse en un potente ruido, que fue acompañado por un fuerte temblor en el suelo. El viajero miró atrás una vez más y vio a aquel gigantesco monstruo negro, quieto en el aire ya a mucha distancia, lanzar un rayo hacia el suelo bajo él que incluso desde allí brilló como un fogonazo cegador. Instantes después se oyó la segunda explosión y el suelo tembló de nuevo.

Hasta ese momento la misión era lo correcto, el problema era yo.

Kyro volvió a espolear a su caballo, que se lanzó al galope.

Mi deseo de abandonar era un sacrilegio, me había avergonzado, me había hecho sentir indigno.

Una nueva explosión, tan brutal como las anteriores, le hizo mirar de nuevo atrás por un instante; esta vez sin siquiera detenerse.

Pero saber que otro antes que yo lo había hecho abrió una puerta que antes ni siquiera estaba allí.

Un fogonazo a un lado le hizo mirar en aquella dirección: era otra explosión. Había más.

Sus motivos eran puros, él fue un héroe;

Siguió cabalgando sin parar mientras se veían y escuchaban explosiones lejanas en distintas direcciones, y el suelo temblaba una y otra vez.

los míos eran sucios, yo era un renegado.

Por fin, mucho más tarde, llegó hasta la elevación que ya conocía. Dejó su caballo y comenzó a subir.

Pero tenía derecho a no ser perfecto, tenía derecho a no estar a la altura.

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