Authors: Mandelrot
El viajero, sin la más mínima esperanza, se mantenía en su puesto por pura disciplina. De vez en cuando se alejaba para cazar, y había encontrado no muy lejos de allí un pequeño riachuelo donde conseguía agua; una vez tenía reservas suficientes volvía a la observación esperando el momento. Pero este no parecía llegar nunca. Kyro se quemaba al sol, sentía en su cuerpo la humedad de la noche entre la vegetación, y sin embargo no se rendía. Solo esperaba.
No pudo creerlo cuando sucedió: una potente luz azul llamó su atención al encenderse un momento en la parte superior de la gran cúpula; luego se apagó, volvió a encenderse y parpadeó dos veces, y se volvió a apagar. En ese instante, y para gran sorpresa de Kyro, todos y cada uno de los sacerdotes dejaron lo que estaban haciendo y se fueron caminando hacia el centro de la ciudad.
No habría otra oportunidad; lo sabía, podía sentirlo. Era ahora o nunca. Dejó todo lo que tenía, sus ropas, su bolsa, su espada, y con el corazón palpitándole violentamente empezó su avance definitivo.
Las calles estaban desiertas; no había absolutamente nadie en ninguno de los edificios transparentes. No sabía qué estaba pasando, pero al recorrer aquel lugar por dentro el viajero fue más consciente que nunca de que en otras circunstancias jamás hubiera podido entrar en un lugar así. Quizá esa fuera la razón por la que la habían colocado justamente allí: probablemente era el único sitio donde a nadie se le ocurriría buscarla, el escondite más seguro que jamás hubiera existido.
Llegó por fin a una explanada de piedra que rodeaba a la gran cúpula. Se agachó al ver, a través de la mitad de cristal, a todos los sacerdotes juntos en su interior mirando hacia algo luminoso que flotaba ante ellos: era una enorme figura, parecía un hombre sentado en una especie de extraño trono, pero tan grande que casi llenaba todo el espacio de la construcción. No podía verle del todo bien por la distancia y su situación desde un lado, ya que parecía tener algo que le cubría parcialmente esa parte del rostro; pero lo que Kyro estaba mirando no podía ser otra cosa que el propio Varomm.
El viajero se quedó sin aliento.
Las ideas se agolpaban en su cabeza: pensaba en su misión, en lo largo y duro de todo aquel viaje, en el rechazo a su deber, en el sacrificio de tantos que habían muerto, en su derecho a la libertad... Kyro estaba absolutamente confuso, no sabía qué hacer. Si aquel era Varomm no importaba por qué estaba allí: solo la posibilidad de acabar con él y cumplir con su destino.
Había renunciado hacía mucho al objetivo que le impuso su padre, pero ahora nada importaba: lo tenía ahí delante y no tenía ningún miedo a morir.
Sin embargo, aunque encontrara una manera de superar la barrera de todos aquellos sacerdotes indestructibles, ¿cómo iba a matar a un ser como ese? Ni con una espada, ni con ningún arma que conociera, ¿cómo podía siquiera pensar que tendría una remota posibilidad de vencer a un dios?
Después de unos largos momentos más consiguió por fin detener el abrumador torrente de pensamientos. Cerró los ojos, respiró hondo, y al abrirlos se centró en el análisis de la situación y sus opciones inmediatas. Acercarse directamente desde allí era inviable, pero parecía que todos los seguidores del dios estaban agrupados en la parte de cristal que estaba justo frente a este. Quizá hubiera una manera de acceder al lugar desde atrás.
Rodeó la cúpula moviéndose con cuidado y, efectivamente, encontró que toda la mitad de piedra estaba levantada del suelo hasta una altura muy superior a la de un hombre por gruesas columnas del mismo material; así que se podía pasar sin dificultad. Aunque estaba seguro de que no habría nadie el viajero miró a todas partes antes de correr hacia allí dispuesto a entrar.
Una vez bajo la bóveda lo primero que le impactó fue la voz del dios. Si su imagen aún desde la distancia era impresionante, no lo era menos la sonoridad de sus palabras que resonaban con gran potencia por todo el recinto.
—Manda dos unidades al sector veinticuatro y haz que vaya también la estación con destructores más cercana.
Kyro entendía la lengua en la que hablaba, pero no así lo que significaban esas extrañas palabras. Alguien, debía ser uno de los sacerdotes, le respondió.
—Entendido. También tenemos un aumento de nivel tecnológico en uno de los mundos de la nube de Glom.
—¿Quién se encarga de eso? —dijo de nuevo el dios.
—Yo —contestó otra voz, prácticamente idéntica a la del otro sacerdote—. He transferido los datos para su evaluación.
—¿Hay riesgo de traspasar el límite de Octos?
—No parece probable —respondió de nuevo el sacerdote— pero he informado para prevenir problemas futuros; esperaremos instrucciones.
—Bien. Te enviaré mi decisión cuando analice los datos.
Mientras hablaban Kyro se movía por la parte trasera de la bóveda, que estaba más oscura que el resto iluminado por la figura de Varomm. La zona donde estaba quedaba oculta porque era un nivel más bajo que el escenario circular central donde estaban los sacerdotes, que quedaba levantado y al que se podía subir por varios escalones. El viajero se había asomado con cuidado para encontrarlos a todos con la vista levantada hacia su dios, así que por el momento parecía a salvo.
Había tres grandes columnas, tan gruesas como una casa; dos de ellas estaban a los lados de Varomm y una justo detrás que era donde se encontraba el viajero. No parecían sostener nada, llegaban a media altura del techo y de cada una salía una brillante línea de luz que se unía a las otras dos justo donde estaba flotando en el aire la imponente figura, que ahora Kyro veía de espaldas. Rodeando la columna encontró el comienzo de una escalera que sobresalía de la roca para poder subir; eran simplemente dos barras metálicas verticales con travesaños entre ellas.
Se agarró y comenzó la ascensión mientras seguía escuchando la extraña conversación entre Varomm y sus sacerdotes sobre sectores e informes.
Llegó a la parte superior, que estaba rodeada por una barandilla y en la que había un extraño panel metálico con luces y símbolos brillando en él. Kyro veía al dios dándole la espalda muy cerca, y se dio cuenta además de que al mismo tiempo podía ver también a través suyo; pero no llegó a asomarse para confirmarlo para no ser descubierto por los sacerdotes que miraban en ese momento hacia arriba, y que con toda seguridad se percatarían de su presencia.
Se agachó y palpó el suelo, golpeándolo en distintos puntos, hasta que uno le sonó distinto.
Pasó la mano por la superficie cercana hasta que se dio cuenta de que había una pequeña hendidura en la piedra de la que podría tirar, pero era solo un pequeño hueco por el que no cabían más que las yemas de dos de sus dedos. Miró alrededor sin ver nada que poder usar como palanca, y por último se asomó por donde estaba la escalera y movió el metal del último travesaño y las barras laterales. Una de estas, al tirar, se deslizó suavemente hacia arriba: la última parte estaba suelta y se podía sacar.
Era tan larga como él mismo y del ancho exacto para introducirla por la invisible abertura en la piedra del suelo; lo hizo y, empujando hacia abajo del otro extremo, levantó una losa hasta ver bajo ella la luz brillante anaranjada que le era familiar. Terminó de apartar la piedra con las manos, quedaba un hueco más que suficiente para él.
Entonces cogió de nuevo la vara metálica, que en su mano era como una lanza. La miró por un instante, y entonces volvió la vista a la figura de Varomm de espaldas a donde estaba.
Sentí por un momento que podía hacerlo.
Se giró completamente con la vara en la mano, mirando intensamente al dios.
Lo tenía ahí mismo, solo debía decidirme.
Miró la abertura en el suelo, y de nuevo el arma en su mano.
Desde allí podría saltar sobre él y herirle una y otra vez, hasta quizá llegar a matarle.
Volvió a mirar al dios, su cabeza sobresalía de la parte trasera del asiento. Endureció la expresión.
Pero ¿era en realidad posible conseguirlo, acabar con él armado con un simple trozo de metal? ¿Serviría de algo mi sacrificio?
Bajó la mirada, respirando profundamente.
En mi interior sentía que no. Matarle estaba fuera de mi alcance y daría mi vida para nada.
Finalmente se dio la vuelta y se asomó de nuevo hacia las escaleras; volvió a encajar la vara como estaba.
En el fondo lo sabía: aquel era un ser superior a lo que yo era capaz de comprender.
Se deslizó por la abertura iluminada desde el interior.
Y yo no era más que un hombre que se daba cuenta ahora de que ni siquiera estaba a la altura de su enemigo.
Una vez dentro sujetó la piedra que había movido y tiró de ella hasta encajarla de nuevo en el suelo. Quedó como si nunca hubiera pasado por allí.
El viajero salió de la esfera, que volvió a cerrarse y apagarse tras él. Kyro miró a su alrededor y se sorprendió de lo que vio: estaba en una sala muy espaciosa, de paredes blancas y de esquinas ligeramente redondeadas, uniformemente iluminada aunque no se veía de dónde podía provenir la luz. No había nada más allí aparte de la esfera de la que acababa de salir, él mismo, y a unos pasos justamente la otra esfera que acababa de despertar y le esperaba brillando con su luz anaranjada y con la puerta abierta para permitirle la entrada.
Había cruzado una infinidad de mundos, muchos de ellos distintos entre sí.
Se la quedó mirando un momento, extrañado; entonces volvió la cabeza alrededor examinando el entorno.
Desiertos, selvas, océanos, montañas, cuevas; tierra, mar, aire.
Avanzó hacia el otro portal y a punto estuvo de entrar, pero se detuvo. Puso expresión pensativa.
Había conocido el amor, la amistad, la cercanía; y también el odio, la lucha, la muerte. Seres de todo tipo con los que había vivido las mas diversas experiencias antes de dejarles atrás para seguir mi camino.
Se dio la vuelta y volvió a fijarse en el lugar donde estaba. En la pared frente a las puertas de las esferas había algo: en el mismo color blanco que el resto, a la altura de su pecho, sobresalía un cuadrado con las esquinas suavizadas que a su vez tenía la forma de la mano del viajero en hueco. Kyro se acercó.
En todos esos mundos, rodeado de esas criaturas, siempre me había sentido un extraño. Desde que todo empezó no había encontrado un sitio en el que pudiera quedarme, mi verdadero hogar.
Se quedó un instante mirando el símbolo y, al ver que no había nada más, apoyó la mano sobre él. El trozo de pared que tenía delante cambió de color suavemente, a un gris plateado; y en él aparecieron palabras formadas por caracteres muy diversos. En cada línea había una frase en distinto lenguaje, la mayoría de ellos podía entenderlos Kyro por no ser muy distintos de los que había aprendido. El mensaje en cada idioma era el mismo: "toca aquí si puedes entender lo que dice".
Y ahora, por fin, estaba a punto de conocerlo.
Una de las frases estaba escrita de manera muy similar a su lengua natal; sin estar muy seguro de lo que hacía el viajero tocó la pared sobre esas palabras. Inmediatamente esa línea quedó resaltada unos momentos mientras las demás se difuminaban, para después desaparecer todo el texto y formarse progresivamente otras frases como flotando en el fondo gris: "iniciando programa anfitrión"; "cargando ficheros de idioma"; "proceso completado".
Y entonces la pared volvió a quedar completamente en blanco; a un lado, donde antes no había nada, un trozo se deslizó dejando un espacio abierto como una puerta; y Kyro oyó una voz suave, procedente de todas partes y de ninguna en concreto, que le habló.
—Bienvenido, viajero.
Su instinto le hizo ponerse instantáneamente en guardia mirando a todas partes. A su alrededor todo seguía igual; la voz no decía nada más, así que Kyro decidió acercarse a la puerta que se había abierto en la pared y asomarse con precaución.
Había un pequeño cuarto, pero una de las paredes no estaba: daba a una estancia mucho más grande, como si ese espacio más reducido fuera un apéndice de aquel mayor. Todo era blanco, inundado de luz limpia, y de líneas puras y perfectas.
Junto a la puerta donde él estaba había colgada una extraña ropa: una única prenda de color negro que debía estar hecha para cubrir del cuello a los tobillos, dejando las manos libres. Al lado había unas botas negras también. No parecía haber ningún peligro inmediato así que, despacio, el viajero cruzó el umbral. Se sobresaltó mucho al ver que la puerta se cerraba tras él y la pared quedaba como si nunca hubiera habido nada allí, aunque en el centro de donde había estado se encontraba en huecorrelieve la figura de la mano que le era familiar. Kyro, en máxima tensión, se fue hacia una esquina esperando un ataque en cualquier momento.
—Puedes ponerte esta ropa si lo deseas, para estar más cómodo —volvió a hablar aquella voz tan suave—. En caso de que no te guste hay disponibles otros modelos, colores y tejidos.
—¿Quién eres?
—Mi fichero de identidad está aún vacío. Mi información de registro me define como Inteligencia Artificial Nativa, denominación de serie I-A-N. ¿Es "Ian" un nombre aceptable para ti?
El viajero no entendía nada de lo que estaba pasando. Tenía los brazos abiertos, se apoyaba en la pared tras él y sus músculos estaban contraídos al máximo preparados para saltar en cualquier momento.
—Sal de donde estés. ¿Por qué no puedo verte?
—Soy un programa, no tengo una entidad física que es lo que tú llamas cuerpo. Supongo que la analogía más próxima está en los circuitos del control de esta estación orbital sobre los que soy ejecutado; puedo mostrarte una imagen virtual de ellos si quieres.
Kyro había escuchado estas palabras con gesto de desconcierto. Volvió a mirar a todas partes.
La voz continuó.
—Disculpa, viajero, no puedo contestar a tu primera pregunta sin antes finalizar mi proceso de autoidentificación. ¿Es "Ian" un nombre aceptable para ti?
—Sí —Kyro tardó unos momentos en responder, sin mucho convencimiento.
—Gracias. El término "Ian" es mi nombre. ¿Puedo preguntarte cuál es el tuyo, si tienes uno?
El viajero se acercaba despacio al borde de la pared para asomarse a mirar la otra estancia más amplia. Efectivamente era mucho más grande; tenía lo que parecían extraños muebles y objetos distribuidos aquí y allá, y se veían también las entradas a dos amplios pasillos. No había nadie.