Authors: Mandelrot
—Ahora hay que seguir hacia el noreste, ¿no es así? —preguntó Creet al viajero mientras se acercaban; este asintió—. Jolhu, adelántate, súbete a ella y dinos qué ves.
El mercenario al que había hablado, flaco y de piel húmeda y pegajosa, asintió y dando ágiles saltos llegó hasta donde estaba la piedra. Subió y oteó el horizonte desde allí.
—¡Sí, allá está la siguiente! —señaló.
El grupo continuó en aquella dirección, animado por las noticias. Iban más rápido y en alguna ocasión, más confiados, acortaron por alguna zona húmeda.
—¡No metáis los pies en el agua! —ordenó con fuerza Kyro.
—¡Cállate! —le respondió Warka—. ¡Déjanos en paz!
—Sí, cállate ya —dijo otro. Hubo algunos murmullos parecidos.
Había una charca bastante ancha hasta la siguiente zona de tierra seca.
—Parece poco profunda —dijo Warka—. Seguiremos por aquí.
Empezaron a cruzarla, pero Kyro se detuvo e hizo un gesto a Bofor y a Ram para que lo hicieran también. Se quedaron al borde de la charca mientras el viajero sacaba su espada.
—¿Qué pasa, extranjero? —se dirigió a él Creet, que había mirado atrás.
No hubo tiempo para responder: primero los hombres que iban por delante y luego él y todos los demás se quedaron clavados sin poder andar.
—¡Algo me ha sujetado los pies! —dijo uno.
—¡No puedo moverme! —gritó otro.
Toda la superficie del agua se agitó. Antes de que pudieran reaccionar algo comenzó a surgir del centro de la charca: era un ser vivo, que se levantaba como si el propio fondo fuera el que se recogiera en una isla que crecía hasta convertirse en un monstruo enorme. Abría una forma ovalada y oscura en su parte superior dirigiéndola hacia ellos; al cerrarla por un instante pareció como si fuera un ojo que parpadeaba.
De repente uno de los mercenarios se elevó por los aires hasta quedar colgando de los pies: lo que le había sujetado era el extremo de algo parecido a una rama, y ahora le acercó hasta aquella terrible criatura que se abrió por la mitad dejando ver una cavidad salivante más grande que un humano. Su presa gritó desesperadamente, sin poder evitar que la rama se la acercara hasta devorarla de un bocado.
Los demás estaban paralizados viendo el horrible espectáculo; algunos intentaron sacar sus armas, pero de repente salieron también por los aires colgando de los pies. Se agitaron gritando desesperados, pero ninguno pudo zafarse de la trampa.
Mientras tanto Kyro había rodeado la charca hasta situarse por lo que parecía la parte de atrás de la bestia: dio un salto hasta una roca y después otro hacia el monstruo metiendo los pies en el agua mientras corría hacia él. Esto hizo que la criatura se detuviera y se diera la vuelta, justo cuando el viajero se le aproximaba y cargaba con todas sus fuerzas.
Hundió la espada hasta el fondo y se escuchó un aullido ensordecedor, al tiempo que todas las ramas soltaban a los mercenarios que cayeron a la charca. Kyro sacó su espada y golpeó lateralmente, haciendo un profundo tajo; la bestia se giraba en ese momento para lanzar sus ramas hacia él. El viajero esquivó la primera y cortó de un golpe el extremo de otra; pero no pudo evitar ser atrapado por la cintura y levantado por los aires.
La cosa le había elevado hasta hacerle pasar sobre ella, y justo en ese momento el viajero pudo cortar la rama que le sostenía; logró mantener el equilibrio al caerle encima, y clavó de nuevo la hoja de su espada esta vez en el centro del ojo de la criatura. El aullido fue aún más fuerte, y el monstruo se agitó hasta hacer caer a Kyro al agua junto a ella. Se levantó instantáneamente y clavó su arma una vez más hasta el fondo en su cuerpo, y volvió a hacerlo una y otra vez hasta que los quejidos se apagaron y la bestia cayó a un lado inerte al igual que las ramas que la habían rodeado.
—¡Salid del agua, ahora! —gritó inmediatamente el viajero; no hacía falta, los demás ya se alejaban como podían.
No hicieron descansos; todos deseaban salir de aquel lugar cuanto antes. Llegaron por fin hasta el río y lo cruzaron, y pronto la vegetación comenzó a hacerse menos abundante. Cuando ya estaba bien avanzada la tarde decidieron detenerse en una zona rocosa para reponerse y descansar durante la noche.
Habían hecho fuego y todos comían en silencio; Ram le traía a Bofor un trozo de carne. Kyro era el que estaba más apartado, masticando unas tiras de comida seca.
—Tú, extranjero —se dirigió a él Warka.
El viajero se limitó a mirarle de soslayo por un instante antes de seguir comiendo.
—Tienes un mapa de estas tierras —continuó el mercenario—. Sabías lo del monstruo de la charca, ¿no es cierto?
Kyro le ignoraba completamente. Otro de los mercenarios habló también.
—¿Por qué no nos avisaste del peligro si lo conocías?
—Hemos perdido tres hombres ya —intervino Creet—. Si hay algo más esperándonos ahí delante más vale que nos lo digas ahora.
El viajero terminó tranquilamente su bocado antes de responder.
—El agua en estas tierras es turbia y no tiene animales; os dije que no os metierais. Mañana llegaremos al desierto de sal, no sé qué encontraremos allí pero si dejáis de hacer tonterías tendréis más posibilidades de sobrevivir.
Tras esto se tumbó y se dio la vuelta para dormir. Los demás se miraron.
El desierto de sal era una inmensa llanura blanca que se perdía en el horizonte; no parecía haber ningún tipo de vida allí. Todos comprobaron que tenían llenos de agua sus odres antes de internarse en él, y emprendieron de nuevo la marcha.
—Tengo un mal presentimiento sobre este lugar —murmuró Warka.
—Sí, yo también —le dijo Creet en voz baja.
El viajero, unos pasos atrás, les miró sin decir nada. No podría decir por qué, pero él sentía lo mismo; miró a su alrededor con desconfianza, pero siguió adelante con los demás.
Llevaban caminando la mitad del día, separados algunos pasos los unos de los otros; hablaban poco para no aumentar el cansancio. Solo hubo un momento en que alguien habló a Kyro: fue Bofor, que llevaba un rato maldiciendo en voz baja. Se giró mientras andaba, mirándole con odio.
—Maldito extranjero —dijo con rabia—. Maldito seas. No sé por qué nos has arrastrado a esta locura contigo, pero te deseo el peor de los males y te maldigo para siempre.
El viajero le había mirado un instante cuando empezó a hablar, para luego seguir con la vista al frente. Bofor, al ver que no le prestaba atención, volvió los ojos al suelo ante él murmurando.
Entonces se dio cuenta de que Ram caminaba junto a él, un paso por detrás, y le dio un empujón que lo tiró al suelo.
—Aléjate de mí, alimaña —le dijo—. Vete con tu amigo, parece que te quiere para él.
El niño se había quedado medio sentado, mirándole con sorpresa; entonces dirigió la mirada hacia Kyro, que pasó junto a él sin detenerse. Por último volvió a levantarse y se puso a andar sin saber junto a quién colocarse, hasta que decidió seguir detrás del tabernero aunque a prudente distancia.
—Mirad eso, allá adelante —señaló uno de los mercenarios—. ¿Qué es?
—Parece niebla —dijo Warka.
Efectivamente, a lo lejos parecía haber una nube brumosa a ras de suelo. Aparecía como una mancha sin que se pudiera distinguir nada más.
—¿Podemos rodearla? —preguntó Creet al viajero.
—No lo creo —contestó este.
Al acercarse algo más vieron que abarcaba una gran extensión; no parecía posible tomar otro camino que la evitara. Solo quedaba seguir adelante y lo hicieron.
En su interior no se veía apenas a un par de pasos de distancia; todos se mantuvieron más cerca los unos de los otros para no perderse. Era una especie de nube muy densa y muy seca, tan compacta que pareciera un único ser hecho de polvo. Podían orientarse adivinando la posición del sol por donde se veía más claridad, pero nada más.
Siguieron hasta que se hizo oscuro, y decidieron pasar la noche allí en medio de la nada. No había material para hacer fuego y tampoco hubiera sido prudente encender una luz sin saber qué tenían a su alrededor; no tuvieron más remedio que tumbarse allí mismo y esperar a que llegara de nuevo el día. Todos excepto Kyro se echaron muy juntos; pero él se mantuvo a unos pasos de distancia.
Le despertó en medio de la noche un sonido muy leve que se aproximaba. Era Ram, le oía respirar y notaba su olor. Parecía acercarse a gatas y venía solo. El viajero dejó que llegara hasta él y le detuvo apoyándole una mano sobre el hombro.
—Soy Ram —el niño le susurró al oído, pero en voz tan baja que apenas pudo oír lo que decía—. Van a matarte.
Kyro no contestó; simplemente le empujó suavemente para que volviera por donde había venido. Ram dudó un momento y entonces se retiró lo más sigilosamente que pudo.
Al llegar la claridad los hombres se levantaron y se prepararon para seguir su camino. Seguían sin poder ver más allá de unos pocos pasos a su alrededor, lo justo para no perderse si no se alejaban demasiado del grupo. Comieron algo de las provisiones que tenían y reanudaron la marcha.
Algo más tarde los que iban delante se detuvieron.
—¡Mirad, ahí!
Hasta ese momento no habían visto nada más que sal y aquella densa niebla desesperante; pero ante ellos podían ver varios bultos en el suelo algo dispersos.
—¿Qué puede ser eso?
—Vayamos a averiguarlo —dijo Warka, y avanzó el primero hacia allí.
Eran cuerpos, o lo que quedaba de ellos; algunos humanos y otros que debieron ser de complexión parecida. Había tiradas también algunas armas que probablemente les habrían pertenecido. Mirando alrededor se podía adivinar que a partir de ese punto había más de aquellos bultos tirados en el suelo aquí y allá, destacando como manchas oscuras sobre el manto blanco de la sal.
El viajero se acercó a uno de ellos: solo quedaba un puñado de huesos, ropas desgastadas, una bolsa rota y una espada. Levantó el peto que le había protegido el pecho y lo que vio le preocupó: estaba rasgado por el centro con los bordes oscurecidos por lo que podría ser sangre, como si algo lo hubiese atravesado violentamente. El resto de las prendas aparecía también rasgado, al parecer por algo que buscaba llegar a lo que había bajo el cuero.
—A este le falta la mitad del cuerpo —dijo Warka—. Parece que había alguna cosa hambrienta por aquí.
—Algunos parecen recientes —añadió Creet, que examinaba en ese momento a otro—. Lo que hizo esto debe vivir cerca. Será mejor que nos vayamos cuanto antes.
Kyro fue hasta donde estaban Bofor y Ram mientras sacaba su espada.
—Vosotros, colocaos por delante de mí.
Así lo hicieron, mientras el grupo se ponía en movimiento de nuevo. Siguieron avanzando, ya todos con sus armas en la mano y preparados para lo que fuera. De vez en cuando veían más de aquellos restos que debieron pertenecer a otros aventureros como ellos. Nadie hablaba o hacía otro ruido que no fuera el sonido de sus pasos.
Kyro andaba mientras estaba completamente concentrado en percibir si algo o alguien se acercaba por sorpresa; sujetaba fuerte su espada mirando a todas partes y aguzando el oído.
Los demás parecían también tensos, con sus armas en las manos y esperando un posible ataque en cualquier momento.
Llegó casi en silencio, solo un leve siseo casi imperceptible; y fue extraordinariamente rápido.
Escuchó el sonido creciente y sus reflejos le hicieron saltar adelante y a la izquierda para proteger a Bofor y Ram: ni siquiera pudo ver con claridad qué era, solo un bulto gris que se había lanzado contra ellos y que desvió con un golpe de su espada que chocó sin llegar a clavarse. La cosa no se detuvo, simplemente el impacto le desvió lo justo para pasar rozándoles y desaparecer de nuevo en la niebla.
—¿Qué era eso? —dijo uno de los mercenarios; todos se habían vuelto hacia ellos.
El viajero ni siquiera pudo contestar: en un cortísimo momento volvió a oírse aquel siseo, la sombra gris pasó de nuevo y se llevó por delante al que había hecho la pregunta, que desapareció instantáneamente.
—¡Por todos los...! —empezó a decir Warka.
—¡Agrupaos! —gritó Creet.
Empezaron a hacerlo, cuando la sombra pasó otra vez tan rápido que otro de los mercenarios desapareció sin tener siquiera tiempo de gritar. Los demás se juntaron atropelladamente. Kyro, por su parte, empujó a Bofor contra el grupo también dejando a Ram en el centro, tapado por las espaldas de todos los que le rodeaban; el viajero se quedó en guardia un paso por delante.
—Es... ¡Es lo más rápido que he visto nunca! —dijo otro mercenario, visiblemente asustado.
—Manteneos alerta y vigilad... —empezó Creet.
—¡Silencio! —le interrumpió Kyro.
Todos se callaron. El viajero tenía todos los sentidos pendientes de otra carga; tras él Bofor tenía cara de pánico, pegado al grupo de mercenarios que habían formado un círculo defensivo con Ram en su interior.
—Está dando vueltas a nuestro alrededor —dijo Warka.
Así era. Kyro podía oír el siseo rodeándoles, como esperando el momento para continuar la cacería.
—No os mováis —habló el viajero de nuevo.
Se adelantó unos pasos más con la espada levantada y sujeta con las dos manos, hasta quedar separado de los otros. El siseo se desplazaba más deprisa hasta no saberse bien de dónde venía en cada momento. Kyro bajó la cabeza levemente, tratando de concentrarse en escuchar.
A su izquierda. Fue instintivo, de haber empleado siquiera un instante en pensar ya estaría muerto; pero en cuanto supo que se aproximaba descargó un golpe de abajo a arriba con todas sus fuerzas. Se oyó un ruido seco como si la hoja hubiera rebotado contra una piedra y la cosa le pasó por encima golpeándole en la cara y cortándole la piel de la mejilla y hasta la frente sin partirle también el ojo por muy poco. El impacto le tiró al suelo, pero automáticamente rodó de espaldas hasta quedar de nuevo en posición de defensa.
El siseo se alejó un poco. Pero un instante después el viajero lo oyó desplazarse de nuevo: no hacia él, sino hacia el grupo. Kyro volvió la cabeza hacia los demás y entre la niebla se dio cuenta de que se habían vuelto para mirarle, rompiendo el círculo. Alargó una mano tratando de evitarlo.
—¡No, protegeos!
Ni siquiera pudo acabar el grito antes de que la sombra se estrellara contra ellos, lanzando a varios por los aires y llevándose a los demás. El viajero corrió unos pasos hacia allí, y distinguió el pequeño bulto de Ram en el suelo. Lo levantó con una mano y se lo cargó al hombro; tres figuras tambaleantes se movían junto a ellos.