Authors: Mandelrot
—Lom.
De acuerdo, Lom —dijo el hombre mientras escribía—. Firma aquí, si sabes firmar.
Le alargó una especie de libro muy desgastado y le señaló el lugar. Kyro firmó con una X.
—Ahora busca al sargento Camdo que te dirá lo que tienes que hacer. Bienvenido al ejército real.
¡Siguiente!
Estaba dentro. Kyro avanzó por el patio mirando alrededor: el espacio entre las dos murallas era grande y, aunque la interior estaba obviamente menos fortificada, seguía pareciéndole difícil de superar. Además probablemente tendría también vigilancia, para mantener separados a la corte y al resto. Anduvo un rato por allí para reconocer el entorno: había bastante movimiento y seres de todo tipo, muchos soldados pero también otros llevando mercancías o discutiendo entre ellos. Cuando el viajero hubo obtenido toda la información que por el momento podía se dirigió a buscar a su superior.
Algún tiempo después estaba en el comedor al igual que otros mercenarios de su grupo, sentado a una larga mesa común apurando lo que quedaba de comida en su cuenco: algo blancuzco irreconocible, que a él no parecía molestarle. Llevaba un peto de cuero y una espada colgando a la espalda, y estaba rodeado de guerreros todos con aspecto muy salvaje. Uno de ellos, sentado no lejos de Kyro, hablaba en voz alta.
—¡... Y lo mejor es que la muy zorra decía que era virgen! —todos rieron a carcajadas; Kyro sonrió cuando le miraron—. ¡Que tuviera cuidado, decía! ¡Por Varomm, si allí me hubiera podido meter yo entero como si volviera al vientre de mi madre!
Los demás reían a más no poder, algunos daban palmadas en la mesa. Kyro fingió reír brevemente también por un momento... Hasta que miró al fondo y vio algo que le llamó la atención. Entonces se levantó sin decir nada y se alejó de allí.
—¿Pero qué clase de basura sois vosotros? ¿De qué agujero habéis salido?
El aspecto curtido y violento del grupo de mercenarios contrastaba con el de los tres chicos a los que casi rodeaban. El que hablaba parecía el jefe.
—Métete en tus asuntos y déjanos en paz —le contestó Dompo; los otros dos permanecían detrás de él, bastante más asustados que su amigo.
Los soldados soltaron una risita. Uno de ellos dijo:
—Mira, Dak, el crío te ha salido respondón.
—Sí, debe creerse que es un hombre —le contestó Dak girándose por un momento hacia el otro; después de esto volvió a mirar a Dompo, hablando en voz baja pero en tono muy amenazante—: mira, pedazo de escoria, déjame decirte algo para que lo sepas cuanto antes. Tú y tus amiguitos pedazos de escoria no vais a durar aquí ni el tiempo suficiente para daros cuenta de que estáis muertos.
Dompo no parecía asustarse; por el contrario se le veía bastante enfadado.
—No me extraña que la gente como tú acabe vendiendo su espada al que más pague; no eres más que un animal de rapiña. Tu vida será siempre miserable hasta que alguien nos haga el favor a todos de atravesarte con su espada.
Dak pareció sorprendido por las palabras del chico, igual que los hombres que le acompañaban.
Pero su desconcierto solo duró un momento, tras el cual sacó una daga y se la puso en la garganta sujetándole de la pechera con gran agresividad. Dompo no se amilanó ni lo más mínimo.
En ese momento ocurrió algo inesperado: una piedra impactó duramente contra la cabeza del mercenario, haciéndole temblar todo el cuerpo por un momento antes de que cayera al suelo como un muñeco sangrando abundantemente. Los demás miraron alrededor, desconcertados.
—¡Ha entrado por la ventana! —señaló uno de ellos al cabo de unos momentos de confusión.
Todos se acercaron a mirar, ignorando a los chicos y a su colega inconsciente.
—¿Veis algo?
—¡No hay nadie!
Mardog y Fiamm no desperdiciaron la oportunidad: sujetaron a Dompo y le empujaron hasta sacarle de allí lo más rápido que podían.
Los tres caminaban por un pasillo, en ese momento desierto, cuando al doblar una esquina se dieron de bruces con Kyro. Este les miraba fijamente.
—¿En qué estáis pensando? —se le veía enfadado—. ¿No os dije que vuestra tarea había terminado?
—¿Veis como tenía razón? —dijo Fiamm a los otros—. ¡Está aquí!
—Pensamos que podríamos ayudarte —contestó Mardog.
—¿Ayudarme? Soy soldado desde que nací y sé cuidarme solo; vuestra presencia aquí solo pone en peligro la misión y hace más difícil mi trabajo. Ha muerto ya mucha gente, esto no es ningún juego.
Dompo intervino encarándose a Kyro. Los otros dos se miraron sorprendidos mientras hablaba.
—Oye, no nos trates como si fuéramos estúpidos; somos parte de esto igual que tú y no vamos a quedarnos cruzados de brazos. Tú haz lo que tengas que hacer y no te preocupes por nosotros. Somos mayorcitos para tomar nuestras decisiones y no nos vamos a rendir solo porque tú lo digas.
—Eso es —dijo Mardog, apoyándose en Dompo—. Hemos decidido correr el riesgo y aquí estamos por si aún podemos ser útiles a la misión, que es lo único que importa.
—Y ya que no nos lo agradeces al menos no nos culpes por ponerlo todo de nuestra parte —añadió Fiamm, irguiéndose junto a Dompo también.
Kyro apretó los labios pero no dijo nada más.
Había muchos guerreros en ese momento en el patio de armas. Entre ellos, el viajero hablaba con Mardog y Fiamm en voz baja y sin hacerse notar demasiado.
—¿Dónde está Dompo? —Preguntó Kyro.
—Se ha ido a hacer prácticas con la espada —dijo Fiamm.
—Por alguna extraña razón parece que todo esto le gusta —añadió Mardog con expresión de asco—. Desde que está aquí no le reconocemos.
Fiamm habló de nuevo.
—¿Querías contarnos algo?
—Sí. Creo que ya sé cómo pasar la muralla interior, pero hay un problema: el lugar exacto está a la vista de donde monta guardia el vigilante de la esquina sur; y no puedo eliminarle porque los vigías se controlan entre sí. Además no sé a quién voy a encontrar una vez esté en la zona de la corte.
—Quizá nosotros podamos distraer al guardia si conseguimos llegar hasta él —dijo Mardog—; pero ¿cómo haremos para subir hasta allá sin llamar la atención?
—Espera, Mardog —le interrumpió Fiamm, pensativo—. A lo mejor no hará falta todo eso.
No pudo seguir. El viajero dejó de prestarles atención de repente, mirando fijamente algo tras ellos. Al cabo de un momento les apartó con cierta brusquedad y fue directo hasta el fondo del patio.
—¿Qué pasa? —acertó a decir Mardog; miró a Fiamm, interrogante, pero su amigo se encogió de hombros.
Kyro llegó hasta donde estaba Dompo, que acababa de salir al patio e iba con su espada al hombro; se despedía amigablemente de un soldado cuando el viajero le alcanzó y le cerró el paso.
—Señálame con el dedo —le dijo en voz baja y de manera cortante.
—¿Qué? —Dompo se había sorprendido.
—Señálame con el dedo y luego tócame con él.
El chico tardó un momento en hacer lo que le decía, pero finalmente le señaló y llegó a rozarle.
No esperaba lo que sucedió a continuación: Kyro le sujetó el dedo con fuerza y se lo dobló hacia atrás, hasta hacer que Dompo soltara la espada por el dolor y se le doblaran las piernas.
Inmediatamente el viajero, sin decir nada más, le dio un puñetazo en el vientre; el joven se arqueó hacia adelante y Kyro le golpeó en la cara de arriba a abajo tirándole directamente al suelo. Tras esto, agarrándole por sus ropas, lo levantó bruscamente y volvió a darle con el puño en la otra mejilla partiéndole el labio.
Dompo apenas se sostenía; la cara completamente amoratada e hinchándose por momentos le desfiguraba por completo. Antes de que cayera de nuevo por pura inercia el viajero le empujó con mucha fuerza hacia atrás, lo que le lanzó hasta caer directamente de frente contra el pecho de Dak y mancharle de sangre el peto. El mercenario, que estaba flanqueado por sus hombres, se lo quitó de encima con gesto de asco y Dompo cayó inconsciente.
Kyro pasó junto a Dak hablando sin mirarle:
—Alguien tenía que enseñarle modales.
Y se alejó sin mirar atrás.
Dak miró al chico, tirado bocarriba y con la cara irreconocible; sonrió con desprecio y le escupió.
Tras esto se dio la vuelta y empezó a andar.
—Vámonos —habló a su grupo. Los mercenarios le siguieron.
Fue entonces cuando pudieron acercarse Mardog y Fiamm a auxiliar a su amigo inconsciente.
—¡Dompo! ¡Dompo!
—¡Responde!
Los tres chicos estaban sentados junto a la puerta del barracón donde dormían; la cara de Dompo había mejorado, aunque seguía muy hinchada aún. Interrumpieron su conversación cuando vieron al viajero acercarse hasta allí; pasó junto a ellos sin hablar ni hacer ningún gesto, ni siquiera mirarles; simplemente abrió la puerta y entró.
Los jóvenes se miraron entre sí, y después de echar un breve vistazo alrededor le siguieron.
—Tu cara se va curando —dijo Kyro cuando entraron—. Me alegro.
—Sí —dijo Dompo—. Gracias por ayudarme.
—Hazme un favor, ¿quieres? —dijo Fiamm—. A mí no me "ayudes" como a Dompo; quiero que al menos puedan reconocer mi cadáver.
—Solo tengo unos moretones, no hay nada roto —le dijo Dompo—. Ese Dak venía a matarme, y desde el otro día me ha dejado en paz.
—Ya tuviste la lección que él quería —asintió Kyro—; desde ahora no llames más la atención y todo irá bien. Pero no he venido por eso: mañana salimos hacia la frontera.
Los tres chicos se sorprendieron.
—¿Mañana? —dijo Mardog—. Pero ¿y la misión?
—Tiene que ser esta noche. Y vosotros tenéis que salir de aquí cuanto antes: una vez comenzada la campaña si abandonáis os perseguirán por desertores.
—Pero —interrumpió Fiamm— si nos vamos ahora ¿cómo te ayudaremos?
Kyro miró a Dompo.
—Yo me quedo —dijo este a sus amigos.
—¿Qué? —exclamó Fiamm.
—¿Te has vuelto loco? —Mardog tampoco podía creerlo.
Dompo habló con mucha seriedad.
—Lo hemos hablado y ya lo tengo decidido. Me gusta esto; es mucho mejor que ser panadero. Cuando Kyro se vaya no me quedará ya nada que hacer aquí. Mi madre necesitará ayuda y os tratará bien, así que siempre tendréis un lugar para vivir; pero yo quiero algo más. Es posible que muera en la primera batalla, o quizá no, pero estoy seguro: este es mi lugar.
Sus amigos escucharon en silencio. Al terminar se miraron antes de contestar: Mardog fue el primero.
—Si eso es lo que quieres, de acuerdo. Yo creo que es una locura, pero de acuerdo… —Levantó las palmas de las manos encogiéndose de hombros, para luego adoptar una postura más firme—. Ahora bien, si crees que vamos a convertirnos en panaderos sin antes participar en algo así es que no conoces a tus amigos.
—Estamos juntos en esto —añadió Fiamm—, hasta el final. Después haz lo que quieras.
Los tres se sonrieron; el viajero simplemente les miró con expresión pensativa.
Al llegar la noche todo era quietud y silencio. Algunas antorchas aún encendidas iluminaban zonas de paso concretas, pero casi todo el castillo estaba a oscuras. Entre las sombras dos figuras se movían con rapidez.
—Ya está —susurró Fiamm cuando llegaron a donde Kyro y Dompo les esperaban.
—Bien —dijo el viajero—. ¿Tenemos tiempo?
—Sí, no te preocupes —respondió Mardog—; el goteo es lento y el cuenco tardará en volcarse.
—Hemos puesto dos velas para asegurarnos —añadió Fiamm.
—Tened preparadas las tiras de cuero, y ajustadlas bien a las muñecas —el gesto de Kyro sujetándose las suyas se distinguió a pesar de la penumbra—. Cuando Dompo lance la piedra con la cuerda serán lo único que os sujete mientras os descolgáis.
—Ayudadme a subirla, pesa bastante —dijo Dompo.
—De acuerdo —asintió Mardog.
Tras un momento de silencio Fiamm volvió a hablar.
—Luego no podremos decirnos nada, así que quería desearos suerte antes de separarnos. A ti, Kyro, y a ti también, Dompo.
—Sí —dijo Mardog—. Suerte a los dos.
—Gracias, amigos —contestó Dompo—. Os deseo lo mismo.
Kyro tardó un instante más en pronunciar su despedida.
—Tenéis gran valor y os habéis ganado mi respeto. Sea cual sea el destino de cada uno siempre podréis estar orgullosos de vosotros mismos.
No había más que decir. Los cuatro esperaron entre las sombras hasta que, poco después, la explosión y el fogonazo provenientes del otro lado del castillo rompieron la calma. Tras unos instantes comenzaron los gritos.
—¡Todos los hombres a apagar el fuego!
El guardia se alejó de su puesto al oír la llamada. Era el momento: el grupo se puso rápidamente en marcha, los tres chicos hacia las almenas y el viajero en dirección opuesta hacia la muralla interior.
Kyro comenzó a escalar la pared aprovechando las hendiduras entre las piedras; llegó arriba rápidamente, miró a todas partes para asegurarse de que no había nadie cerca y se acercó hasta una puerta cercana. Una vez allí, y antes de atravesarla, se volvió por un momento a mirar a la esquina sur; allí vio las siluetas de los jóvenes, cómo se daban un fugaz abrazo de despedida antes de separarse.
Aquellos chicos habían demostrado un coraje y una entrega que iban más allá de sus propios límites.
Entreabrió la puerta lo suficiente para asegurarse de que podía seguir sin ser visto, y entró: un corto pasillo llevaba a una escalera descendiente. El viajero bajó con cuidado.
Su causa era la mía, ellos habían creído ciegamente en ella hasta arriesgar sus vidas.
Kyro atravesó las diferentes estancias que iba encontrando en su camino, a veces en penumbra y a veces con la iluminación de alguna antorcha colgada en la pared. En una gran habitación vio gente al otro lado, agolpadas mirando por los ventanales cómo apagaban el fuego en el exterior; pasó rápida y sigilosamente sin ser descubierto.
Ellos habían tenido una firme razón por la que luchar.
Llegó a un salón muy amplio, con la zona central despejada y presidida por un gran trono que tenía otro más pequeño a su derecha, ambos subidos en una elevación del suelo a la que se accedía subiendo unos pocos escalones. Kyro se acercó.
No se hacían preguntas, no tenían dudas.
Se agachó mirando al suelo junto al trono principal; se veía una intensa luz anaranjada saliendo por entre las rendijas que rodeaban una de las piedras.
La fortaleza de su convicción era mucho más de lo que yo tenía.