Authors: Mandelrot
Ya no se separaban. El grupo seguía al viajero en su camino, a veces corriendo, a veces caminando despacio cuando el entorno lo requería. La densa selva que habían recorrido antes se había transformado en un bosque también salpicado de llamativos colores en la a veces sorprendente vegetación; era muy frondoso pero más fácil de atravesar, aunque a veces los obstáculos naturales que encontraban les obligaran a dar largos rodeos. Aunque Kyro cazaba para todos no era el único: los demás también traían pequeñas presas que compartían con el resto. Los canna que hasta el momento había conocido jamás permitían que otros tocaran su comida, pero estos parecían tener una fuerte conciencia de familia; quizá fuera eso lo que les había permitido sobrevivir.
Había perdido la cuenta de los muchos días que llevaban viajando todos juntos. Una mañana menos luminosa de lo habitual, probablemente porque no estaba el reflejo de la gran luna verde en el cielo, la manada avanzaba despacio por una parte del bosque en la que se notaba especialmente la humedad del ambiente. Kyro iba el primero y los demás le seguían, cuando unos ladridos a su espalda le hicieron detenerse.
Era el Blanco. Ladraba y aullaba muy ruidosamente, aunque no se le veía. El viajero volvió sobre sus pasos hasta encontrarlo poco más atrás: se movía de un lado a otro, junto a una de esas plantas trampa pegajosas como la que había estado a punto de atrapar anteriormente al propio Kyro. Esta ya estaba casi completamente cerrada, y en su interior se escuchaban gemidos de canna también.
Miró alrededor y se dio cuenta de que faltaba la Blanca. Sin pensárselo dos veces se quitó la bolsa de su espalda y sacó la piedra que usaba como cuchillo: intentó cortar la membrana de la planta pero era demasiado dura, así que inmediatamente buscó su hacha y la clavó contra ella.
Funcionó: frenéticamente fue abriendo un agujero por el que pronto pudo meter los brazos para rescatar a la Blanca. Lanzó un grito al sentir que le quemaba la piel: debía haber algo abrasivo ahí dentro, probablemente segregado por aquel ser para digerir a sus presas. Kyro sintió el cuerpo tembloroso del animal que no dejaba de lanzar gemidos de dolor, tiró de él con todas sus fuerzas hasta empezar a notar que se despegaba desgarrándose, y finalmente y con un esfuerzo supremo logró sacarla y ambos cayeron al suelo: sus brazos con la piel abrasada y echando humo, igual que todo el cuerpo de la Blanca que mostraba ya muchos trozos sin pelo o con este bastante quemado.
El pobre animal lloraba tumbado en el suelo sin moverse, mientras el viajero se incorporaba doliéndose de los brazos con la piel humeante aún; los otros se movían nerviosamente a su alrededor como con impotencia. Kyro terminó de levantarse como pudo, e ignorando su propio dolor recogió sus cosas y volvió a colgarse la bolsa a la espalda; tras esto levantó a la Blanca con cuidado ignorando los ladridos y saltos de alegría del Blanco que estaba junto a ella, y se llevó a su manada de allí.
Poco después se encontraban al borde de un riachelo de agua muy fresca; el viajero lavaba con cuidado a la Blanca, que entre el pelo que había perdido o el negruzco quemado que le quedaba y la cara de pena que se le ponía al estar toda mojada tenía un aspecto entre lamentable y cómico. El animal se dejaba hacer mientras los demás estaban a su alrededor: Kamor bebía, Princesa estaba sentada a su lado, Jefe se rascaba junto a la orilla y el Blanco lamía alternativamente a la Blanca o al propio Kyro. Las heridas de sus brazos escocían mucho pero no parecían graves, aunque probablemente aquella sustancia era muy corrosiva y sería capaz de acabar con cualquier cosa en poco tiempo.
De repente Jefe levantó la cabeza y se puso en tensión; tras él lo hizo también Kamor. El viajero miró hacia donde ellos dirigían su atención, al otro lado del río, y tardó un poco más en darse cuenta: se oían ruidos no lejos de allí. Había algo, como un martilleo rítmico, que no parecía en absoluto ser algo animal.
A medida que avanzaban, protegidos por la vegetación, el martilleo se iba escuchando más fuerte: era un sonido intermitente pero regular. Kyro llegó hasta las raíces de uno de aquellos árboles levantados del suelo y se asomó muy ligeramente a mirar.
Lo que vio en el claro que tenía delante le sorprendió: humanos. Un grupo de hombres, mujeres y algunos niños, unos treinta en total y todos completamente desnudos. Parecían pacíficos y ocupados en sus tareas cotidianas: dos se limpiaban el pelo mutuamente, otro cuidaba de los pequeños, uno usaba una piedra grande para machacar lo que parecían frutos; esto último era lo que se oía desde lejos. No se veían armas por ninguna parte ni había signo alguno de que pudieran representar un peligro.
El viajero se quedó un momento pensativo. Jefe gruñó por lo bajo, enseñando los dientes al mirar a los hombres; los demás canna parecían también bastante tensos.
Tras unos momentos Kyro tomó su decisión: se quitó todo lo que llevaba, acarició a los miembros de la manada para calmarles, y salió al claro desnudo como los demás y caminando despacio y con precaución.
El primero de los humanos que le vio venir se quedó un instante muy sorprendido para entonces empezar a lanzar gritos y gruñidos sin sentido: parecía que aquella tribu no tenía un lenguaje complejo. Kyro trató de mostrarse tranquilo aunque no supiera qué esperar de ellos.
Los demás se alarmaron y su primera reacción fue alejarse despavoridos en dirección contraria a por donde venía el extraño. Se agruparon al otro lado del claro, buscando cada uno la protección de los demás. El viajero se detuvo y lentamente levantó una mano en señal amistosa, pero no pareció funcionar: aquellos humanos no estaban acostumbrados a recibir visitas.
Momentos después, con el grupo aún apelotonado mirándole con miedo desde lejos, Kyro tuvo una idea: se acercó a donde había estado el que machacaba los frutos, cogió dos más grandes que sus manos, y anduvo lentamente hasta donde le dejaron acercarse sin empezar a retroceder. Entonces les mostró los frutos, los dejó en el suelo ante él como si fuera una ofrenda, retrocedió unos pasos y se sentó cruzando las piernas una sobre otra.
Tardó un poco en lograr una tímida reacción. Uno de los hombres comenzó a avanzar con evidente temor, mientras los otros seguían apretados en grupo y lanzando sonidos incoherentes.
Llegó hasta los frutos en el suelo y los miró como si fueran peligrosos. Miró al extraño, luego de nuevo a los frutos, y por último acabó cogiendo uno de ellos y lanzándoselo a Kyro, que no se movió aunque le cayó muy cerca. Repitió lo mismo con el otro fruto, aunque esta vez acercándose un poquito más, y de nuevo el viajero se mantuvo tranquilo.
El hombre miró al grupo, que parecía dudar. De nuevo al desconocido, y tras esto se le acercó más como dispuesto a salir corriendo a la mínima sensación de peligro. Kyro le miraba aproximarse intentando no asustarle; a esa distancia pudo apreciar más detalles, como que era bastante flaco, y tenía la piel muy blanca y sin vello contrastando con el pelo de la cabeza totalmente negro. Aún no pudo distinguir el color de sus ojos, porque parecía que los tuviera de alguna manera entrecerrados o quizá fuera su forma así rasgada.
Por fin llegó hasta él. Si el viajero hubiera hecho algún movimiento brusco no dudaba de que habría desaparecido, pero al ver que simplemente le miraba llegó a atreverse a colocarse solo unos pocos pasos. Kyro vio a otros dos que abandonaban el grupo y corrían hasta quedar no lejos de su compañero, y una vez allí se detuvieron también y avanzaron muy despacio hasta tocarle. Este se sobresaltó mucho cuando se dio cuenta de que los tenía detrás, pero inmediatamente le infundió valor notar que no estaba solo; agachándose ligeramente alargó una mano hasta rozar con los dedos la mejilla del extraño.
El contacto solo duró un mínimo instante porque tras él el hombre recogió la mano inmediatamente. Los otros dos, de aspecto similar y con los ojos rasgados como él, parecieron querer examinar sus dedos con curiosidad. Finalmente, y con un poco más de confianza, primero el que estaba más cerca y luego los demás se atrevieron a tocar una y otra vez la cara y el cuerpo del desconocido para después lanzar gritos al grupo que esperaba; entonces todos los demás se fueron aproximando, hasta rodear a Kyro y palparle como queriendo comprobar que fuera real. Este se dejó por unos momentos y tras esto se levantó muy despacio; los que le rodeaban dieron un momentáneo paso atrás, pero en seguida parecieron entender que no había peligro y volvieron a acercarse para satisfacer su curiosidad.
El viajero llegó hasta donde había dejado sus cosas. Recogió el hacha de piedra y la bolsa, colgándoselas a la espalda, pero dejó las hojas que había usado como ropas. Mientras lo hacía miraba alrededor buscando a la manada de canna: habían desaparecido. Se agachó buscando huellas, luego volvió a mirar alrededor con decepción, y por último respiró hondo bajando la vista.
Pero a los pocos instantes la levantó de nuevo, con expresión alerta. Un momento inmóvil, tras el cual se giró para mirar atrás. Allí no se veía a nadie más, pero instantes después de detrás de uno de los árboles asomó una mujer del grupo de humanos del claro.
Como sus hermanos era delgada y menuda, tenía la piel muy blanca y el cabello de un negro muy intenso; le miraba con sus ojos rasgados mostrando expresión interrogante. Kyro se mantuvo inmóvil mientras ella se le acercaba despacio, con una mezcla de tentación y precaución; por fin llegó hasta él y le miró de arriba a abajo como examinándole.
Alargó una mano y rozó la piel de su pecho mientras fruncía el ceño levemente; llevó la otra hasta la cara del viajero, y la tocó comprobando el tacto de sus huesos. Adelantó la nariz un poco, olfateando su olor, y tras esto empezó a rodear al extraño pasando sus manos por brazos, espalda, hombros. Por último completó la vuelta mirando hacia abajo: al tocar sus genitales Kyro retrocedió en un salto de sorpresa. Ella lanzó una leve risita sin separar los labios, y se acercó de nuevo a él esta vez acercándose mucho más a su cuerpo. El viajero, estupefacto, dio otro paso atrás; pero ella no le dejó escapar, se pegó contra su piel abrazándole y empezó a frotar despacio su torso contra él con gesto de mucho placer.
Kyro miró alrededor con los ojos muy abiertos: no esperaba aquello en absoluto. Dudando, casi con miedo, levantó los brazos y los apoyó en la espalda de la chica a modo de tímido abrazo; ella se apretó más, sonriendo con los ojos cerrados, y él comenzó a acariciarle la espalda de manera aún algo titubeante. Por último la chica le empujó suavemente hasta hacerle tumbarse en el suelo del bosque, y ella se tumbó con él.
El viajero suspiró profundamente, sonriendo con placidez; tenía la mirada perdida mientras disfrutaba de sus pensamientos. Estaba tranquilamente sentado rodeado ahora por aquellos humanos, que hacían vida familiar con toda naturalidad como si le hubieran aceptado completamente en la tribu.
Uno de los hombres se le acercó sosteniendo en las manos una gran hoja con varios frutos sobre ella. Al pasar junto a él se los ofreció y él tomó uno agradeciéndoselo con una sonrisa; el hombre siguió repartiéndolos entre los demás. Kyro mordió el suyo: era dulce y jugoso, le gustaba mucho.
Mientras comía se le iluminó la cara: vio a distancia venir a la chica con la que había estado en el bosque, caminando despreocupadamente hacia donde él estaba; la miró con gran alegría y la vio sonreír también. Cuando ya estaba cerca hizo ademán de levantarse para recibirla, pero ella se detuvo un poco antes y se agachó junto a otro hombre que estaba en su camino. A Kyro se le heló la sonrisa instantáneamente cuando vio que ella le cogía de la mano y ambos se alejaban juntos perdiéndose entre los árboles. El viajero, ya completamente serio, tragó saliva dejando el fruto a un lado y volvió a perderse en sus pensamientos con expresión de dolor.
Nadie pareció notarlo cuando se alejó de allí. Volvía a llevar puestas las hojas que le servían de protección en genitales y pies, y de nuevo solo y con sus escasas pertenencias a la espalda se internó en el bosque.
De nuevo avanzó muchos días superando obstáculos, cazando, durmiendo en ramas, viajando hacia su objetivo; no encontró más humanos ni otros seres demasiado distintos de los animales que había visto hasta entonces. Algunas noches resultaban espectaculares por la bella figura de la gran luna verde en el cielo, cuyo reflejo daba a todo un tinte mágico; y por el día el diminuto pero cálido sol hacía posible que la temperatura fuera más que agradable. Pero todo esto era secundario para el viajero, que avanzaba concentrado en su misión.
Por fin una mañana, al llegar a la cima de una elevación del terreno, pudo distinguir entre los árboles algo que le hizo detenerse por la sorpresa. Allá adelante, en medio de la vegetación, estaba lo que parecía una pequeña ciudad: desde tan lejos no se apreciaban los detalles, pero se veía como una mancha blanca en medio del mar multicolor de vida a su alrededor. Kyro estuvo un rato mirando tratando de adivinar más por lo que podía distinguir, pero era imposible; finalmente se puso en marcha de nuevo.
Al llegar notó que aquel lugar parecía abandonado y no había signo alguno de movimiento o vida, pero todo estaba extrañamente limpio y cuidado; le llamó la atención además la sorprendente apariencia de aquella ciudad misteriosa. No tenía nada que ver con las construcciones que había conocido hasta ese momento: estas eran perfectas, de líneas simples y sin adornos pero con toda seguridad concebidas por seres con una capacidad muy superior a lo que había visto nunca. Destacaba en el centro una torre circular que en la parte alta se ondulaba ensanchándose y estrechándose como elegantes ondas y que terminaba en un suave pico; al extremo de este tenía una especie de gran cuenco abierto mirando al cielo aunque un poco ladeado. Le pareció que todo allí tenía una armonía y una belleza que superaban lo que él podía realmente apreciar.
Las paredes eran completamente blancas, las puertas de un gris plateado tan pulido que reflejaban la imagen casi a la perfección, y sobre ellas a veces algunas inscripciones en caracteres que el viajero no conocía. Pero lo más increíble, lo que más le asombró, fueron las ventanas de hielo caliente.
No hubiera sabido definirlo mejor. Era un material rígido como la piedra, transparente como el hielo aunque en realidad aquí la imagen no se distorsionaba, y además no estaba frío. Las ventanas estaban tapadas con él, lo que permitía que entrara la luz y se pudiera ver lo que había en el interior aún estando cerradas. Por lo demás el interior de las construcciones, lo que se veía desde fuera a través de las ventanas, era también simple y a la vez extraño: los muebles eran también de una perfección asombrosa en sus formas, algunos eran mesas y sillas pero otros no podía identificarlos; todo daba la impresión de tener alguna función y de estar cuidadosamente ordenado. Kyro avanzaba absolutamente asombrado por aquellas calles desiertas mirando a todas partes, sin poder creer lo que veían sus ojos.