Ender el xenocida (16 page)

Read Ender el xenocida Online

Authors: Orson Scott Card

Tags: #Ciencia ficción

BOOK: Ender el xenocida
11.23Mb size Format: txt, pdf, ePub

—Todo eso es fascinante —convino Grego—, pero no es ciencia. Hay multitud de explicaciones para esos dardos y los enlaces y despieces aleatorios…

—¡No son aleatorios! —exclamó Quara.

—Nada de eso es lenguaje —insistió Grego.

Ender ignoró la discusión, porque Jane le susurraba al oído a través del receptor en forma de joya que llevaba. Ahora le hablaba menos que en los años anteriores. Él escuchó con atención, sin dar nada por hecho.

—Ha encontrado algo —informó Jane—. He observado su investigación y hay algo que no sucede con ninguna otra criatura subcelular. He hecho muchos análisis diferentes de los datos, y cuanto más simulo y pruebo esta conducta concreta de la descolada, menos parece un código genético y más se asemeja a un lenguaje. No podemos descartar la posibilidad de que sea voluntario.

Cuando Ender devolvió su atención a la discusión en curso, Grego tenía la palabra.

—¿Por qué convertimos todo lo que no hemos averiguado todavía en una especie de experiencia mística? —Grego cerró los ojos y entonó—: ¡He encontrado una nueva vida! ¡He encontrado una nueva vida!

—¡Basta! —gritó Quara.

—Esto se nos está escapando de las manos —advirtió Novinha—. Grego, por favor, intenta mantenerlo al nivel de una discusión racional.

—Es difícil, cuando todo es tan irracional. Até agora quem já imaginou microbiologista que se torna namorada de uma molécula? «¿Quién ha oído hablar de una microbióloga enamorada de una molécula?»

—¡Basta! —exclamó Novinha bruscamente—. Quara es tan científica como tú, y…

—Lo era —murmuró Grego.

—Y, si tienes la amabilidad de callarte el tiempo suficiente para escucharme, ella tiene derecho a ser oída. —Novinha estaba bastante furiosa ahora, pero, como de costumbre, Grego no parecía impresionado—. Ya deberías saber, Grego, que a menudo las ideas que al principio parecen más absurdas y contraintuitivas son las que después causan cambios fundamentales en la forma en que vemos el mundo.

—¿Creéis de verdad que esto es uno de esos descubrimientos básicos? —preguntó Grego, mirándolos a los ojos uno a uno—. ¿Un virus parlante? Se Quara sabe tanto, porque ela nao diz o que é que aqueles bichos dizem? «Si sabe tanto, ¿por qué no nos revela lo que dicen esos bichitos?» El hecho de que se pasara al portugués en vez de hablar stark, la lengua de la ciencia, era una señal de que la discusión escapaba al control.

—¿Importa? —preguntó Ender.

—¡Importa! —exclamó Quara.

Ela miró a Ender consternada.

—Es sólo la diferencia entre curar un mal peligroso y destruir una especie consciente entera. Creo que importa.

—Quería decir si importa que sepamos lo que dicen —explicó Ender pacientemente.

—No —dijo Quara—. Probablemente nunca comprenderemos su lenguaje, pero eso no cambia el hecho de que sean conscientes. De todas formas, ¿qué tienen que decirse los virus y los seres humanos?

—¿Qué tal: «Por favor, dejad de intentar matarnos»? —apuntó Grego—. Si puedes imaginar cómo decir eso en el lenguaje de los virus, entonces podría ser útil.

—Pero Grego —dijo Quara con dulzura fingida—, ¿se lo decimos nosotros a ellos, o nos lo dicen ellos a nosotros?

—No tenemos que decidir hoy —intervino Ender—. Podemos permitirnos esperar un poco.

—¿Cómo lo sabes? —estalló Grego—. ¿Cómo sabes que mañana por la tarde no nos despertaremos todos con picores, dolor, vómitos y ardiendo de fiebre, y nos moriremos porque finalmente, de la mañana a la noche, el virus de la descolada ha descubierto cómo aniquilarnos de una vez por todas? Es cuestión de ellos o nosotros.

—Creo que Grego acaba de demostrarnos por qué tenemos que esperar-opinó Ender—. ¿Habéis visto cómo habla de la descolada? Incluso él piensa que tiene voluntad y toma decisiones.

—Eso es sólo una forma de hablar —protestó Grego.

—Todos hemos hablado así. Y también pensamos así. Porque todos sentimos que estamos en guerra con la descolada, que es algo más que luchar contra una enfermedad. Es como si tuviéramos un enemigo inteligente y lleno de recursos que sigue contrarrestando nuestros movimientos. En toda la historia de la investigación médica, nadie ha luchado contra una enfermedad que tuviera tantas formas de derrotar las estrategias usadas en su contra.

—Sólo porque nadie ha luchado contra un germen con una molécula tan grande y tan compleja genéticamente —espetó Grego.

—Exactamente —convino Ender—. Éste es un virus único, y por eso puede tener habilidades que nunca hemos imaginado en especies estructuralmente menos complejas que un vertebrado.

Durante un momento las palabras de Ender gravitaron en el aire, respondidas sólo por el silencio. Ender imaginó que podía haber servido de algo esta reunión después de todo, que como mero orador había ganado una especie de acuerdo.

Grego pronto lo convenció de lo contrario.

—Aunque Quara tenga razón, aunque sea verdad y los virus de la descolada tengan todos doctorados en filosofía y sigan publicando disertaciones sobre cómo joder a los humanos hasta que mueran, ¿qué? ¿Nos tiramos al suelo y nos hacemos el muerto porque el virus que está intentando matarnos es condenadamente inteligente?

Novinha respondió con tranquilidad.

—Creo que Quara necesita continuar con su investigación… y nosotros tenemos que proporcionarle más medios para hacerlo, mientras que Ela continúa con la suya.

Fue Quara quien puso objeciones esta vez.

—¿Por qué debería molestarme intentando comprenderlos si los demás seguís trabajando en formas para matarlos?

—Ésta es una buena pregunta, Quara —dijo Novinha—. Por otro lado, ¿por qué deberías molestarte en intentar comprenderlos si de repente encuentran un medio de atravesar todas nuestras barreras químicas y matarnos a todos?

—Nosotros o ellos —murmuró Gregó.

Ender sabía que Novinha había tomado una buena decisión: mantenía abiertas las dos líneas de investigación, y decidiría más tarde, cuando supieran más. Mientras tanto, Quara y Grego habían perdido el razonamiento, asumiendo ambos que todo oscilaba en el hecho de que los virus de la descolada fueran conscientes o no.

Aunque sean inteligentes —sugirió Ender—, eso no significa que sean sacrosantos. Todo depende de si son raman o varelse. Si son raman, si podemos comprenderlos y ellos pueden comprendernos a nosotros lo suficiente para encontrar una forma de convivir, entonces bien. Nosotros estaremos a salvo, y ellos también.

—¿El gran pacificador pretende firmar un tratado con una molécula? —se burló Grego.

Ender ignoró su tono de mofa.

—Por otro lado, si intentan destruirnos y no podemos encontrar un medio de comunicarnos con ellos, entonces son varelse, alienígenas inteligentes, pero implacablemente hostiles y peligrosos. Los varelse son los alienígenas con los que no podemos vivir, aquellos con los que estamos natural y permanentemente en guerra a muerte, y en ese caso nuestra única elección moral es hacer todo lo necesario para vencer.

—Muy bien —se afanó Grego.

A pesar del tono triunfal de su hermano, Quara había escuchado las palabras de Ender, y ahora asintió, insegura.

—Siempre y cuando no empecemos desde la suposición de que son varelse —objetó.

—E incluso entonces, puede que haya un camino intermedio —afirmó Ender—. Tal vez Ela pueda encontrar una forma de sustituir todos los virus de la descolada sin destruir todo este asunto de la memoria y el lenguaje.

—¡No! —exclamó Quara, ferviente una vez más—. No podéis…, ni siquiera tenéis derecho a dejarles sus recuerdos y arrebatarles su habilidad para adaptarse. Eso sería como si nos practicaran lobotomías frontales. Si es la guerra, entonces que lo sea. Matadlos, pero no los dejéis con recuerdos mientras les robáis la voluntad.

—No importa —dijo Ela—. No puede hacerse. En este punto, creo que me enfrento a una tarea imposible. Operar con la descolada no es fácil. No es como examinar y operar con un animal. ¿Cómo aplico anestesia a la molécula para que no se cure sola mientras estoy a mitad de una amputación? Tal vez la descolada no sepa mucho de física, pero es mucho más hábil que yo en cirugía molecular.

—Hasta ahora —intervino Ender.

—Hasta ahora no tenemos nada —zanjó Grego—. Excepto que la descolada intenta con todas sus fuerzas matarnos a todos, mientras que nosotros todavía intentamos decidir si debemos contraatacar o no. Esperaré un poco más, pero no eternamente.

—¿Qué hay de los cerdis? —preguntó Quara—. ¿No tienen derecho a votar si transformamos la molécula que no sólo les permite reproducirse, sino que probablemente los creó como especie inteligente?

—Esa cosa está intentando matarnos —repitió Ender—. Mientras que la solución que encuentre Ela pueda eliminar el virus sin interferir con el ciclo reproductor de los cerdis, no creo que tengan ningún derecho a poner objeciones.

—Tal vez ellos piensen lo contrario.

—Entonces tal vez sea mejor que no se enteren de lo que estamos haciendo —sugirió Grego.

—No hemos hablado con nadie, humanos o cerdis, de la investigación que estamos llevando a cabo —cortó Novinha bruscamente—. Podría causar malentendidos terribles que conducirían a la violencia y a la muerte.

—Entonces los humanos somos los jueces de todas las demás criaturas —observó Quara.

—No, Quara. Como científicos estamos recopilando información —corrigió Novinha—. Hasta que tengamos suficiente, nadie puede juzgar nada. Así que el secreto se refiere a todos los aquí presentes. Quara y Grego también. No se lo digáis a nadie hasta que yo os dé permiso, y yo no lo haré hasta que sepamos más.

—¿Hasta que tú lo digas, o hasta que lo diga el Portavoz de los Muertos? —preguntó Grego, descaradamente.

—Soy la xenobióloga jefe —contestó Novinha—. La decisión es sólo mía. ¿Comprendido?

Esperó a que todos asintieran. Lo hicieron.

Novinha se levantó. La reunión había terminado. Quara y Grego se marcharon casi de inmediato. Novinha dio a Ender un beso en la mejilla y luego lo condujo, junto con Ela, fuera de su oficina. Ender se quedó en el laboratorio para hablar con Ela.

—¿Es posible esparcir tu virus sustituto por toda la población de todas las especies nativas de Lusitania?

—No lo sé —dijo Ela—. Eso es menos problemático que cómo conseguir que llegue a cada célula de un organismo individual con rapidez suficiente para que la descolada no pueda adaptarse o escapar. Tendré que crear una especie de virus transportador, y probablemente tendré que modelarlo a partir de la propia descolada. La descolada es el único parásito que conozco que invade un anfitrión tan rápida y concienzudamente como necesito para el virus transportador. Irónico: aprenderé a sustituir la descolada copiando las técnicas del propio virus.

—No es irónico —dijo Ender—. Es la manera en que funciona el mundo. Alguien me dijo que el único maestro válido es tu propio enemigo.

—Entonces, Quara y Grego deben de estar proporcionándose doctorados mutuamente.

—Su enfrentamiento es sano. Nos obliga a sopesar cada aspecto de lo que estamos haciendo.

—Dejará de ser sano si uno de ellos decide llevar el asunto fuera de la familia.

—Esta familia no cuenta sus cosas a los extraños —aseguró Ender—. Yo debería saberlo mejor que nadie.

—Al contrario, Ender. Tú más que nadie deberías saber lo ansiosos que estamos por hablar a un extraño, cuando pensamos que nuestra necesidad es lo bastante imperiosa para justificarlo.

Ender tuvo que admitir que tenía razón. Cuando llegó a Lusitania, le resultó difícil que Quara, Grego, Miro, Quim y Olhado confiaran en él lo suficiente para hablarle. Pero Ela le había hablado desde el principio, al igual que los otros hijos de Novinha. Al final, también lo hizo la propia Novinha. La familia era intensamente leal, pero también testaruda y porfiada, y no había ninguno que no confiara en su propio juicio por encima del de los demás. Grego o Quara, cualquiera de los dos, podría decidir que confiárselo a otra persona sería lo mejor para Lusitania, la humanidad o la ciencia, y la norma del secreto se acabaría, al igual que la norma de la no interferencia con los cerdis se quebró antes de que Ender llegara al planeta.

«Qué bien —pensó Ender—. Una posible fuente de desastre más que está completamente fuera de mi control.»

Al salir del laboratorio, Ender deseó, como había hecho muchas veces antes, que Valentine estuviera allí. Ella era la experta en sortear dilemas éticos. Llegaría pronto, pero ¿a tiempo? Ender comprendía y en principio estaba de acuerdo con los puntos de vista presentados por Quara y Grego. Lo que más dolía era la necesidad de mantener el secreto, de forma que no podía hablar con los pequeninos, ni siquiera con Humano, sobre una decisión que los afectaría a ellos tanto como a cualquier colono de la Tierra. Sin embargo, Novinha tenía razón. Descubrir ahora el asunto, antes de que supieran lo que podía hacerse, provocaría confusión en el mejor de los casos, anarquía y derramamiento de sangre en el peor. Los pequeninos se mostraban ahora pacíficos, pero la historia de la especie estaba manchada de guerra.

Cuando Ender salió de la verja, de regreso a los campos experimentales, vio a Quara delante del padre-árbol Humano, con los palos en la mano, enfrascada en una conversación. No había golpeado el tronco, de lo contrario Ender la habría oído, así que debía de querer intimidad. Eso estaba bien. Ender daría un rodeo, para no acercarse demasiado y escucharla por casualidad.

Pero cuando ella vio que Ender la observaba, terminó de inmediato la conversación con Humano y se dirigió rápidamente al sendero que conducía a la verja. Por supuesto, esto la llevó justo a Ender.

—¿Revelando secretos? —le preguntó él.

No había pretendido que fuera una pulla. Sólo cuando las palabras surgieron de su boca y Quara adoptó una expresión furtiva comprendió cuál era el secreto que Quara podía haber estado diciendo. Y sus palabras confirmaron la sospecha.

—La idea de justicia de mi madre no es siempre la mía. Ni la tuya, por cierto.

Ender sabía que ella podía hacer esto, pero no se le había ocurrido que fuera a hacerlo tan rápidamente después de su promesa.

—Pero ¿es siempre la justicia la consideración más importante? —preguntó.

—Para mí lo es —replicó Quara.

Intentó darse la vuelta y atravesar la verja, pero Ender la cogió por el brazo.

—Suéltame.

—Decírselo a Humano es una cosa. Es muy sabio. Pero no se lo reveles a nadie más. Algunos de los pequeninos, algunos de los machos, pueden ser muy agresivos si piensan que tienen razón.

Other books

The Mascot by Mark Kurzem
Armageddon: The Cosmic Battle Of The Ages by Lahaye, Tim, Jenkins, Jerry B.
The End of All Things by John Scalzi
A Well Kept Secret by A. B. King
A Love of Her Own by Maggie Brendan
Old Magic by Marianne Curley