Ender el xenocida (24 page)

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Authors: Orson Scott Card

Tags: #Ciencia ficción

BOOK: Ender el xenocida
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—Lo siento, Miro —susurró—. Creo que estoy sudando.

—¿Tú?—dijo él—. Creí que era mi sudor.

Eso estaba bien. Él se echó a reír. Ella lo imitó, o al menos dejó escapar una risita nerviosa.

El túnel se abrió de pronto y se encontraron parpadeando en una amplia cámara donde un rayo de brillante luz solar se filtraba a través de un agujero en la cúpula del techo. La reina colmena estaba sentada en el centro de la luz. Había obreras alrededor, pero ahora, a la luz, en presencia de la reina, todas parecían pequeñas y frágiles. La mayoría medía cerca de un metro, no metro y medio, mientras que la reina tendría unos tres. Y la altura no lo era todo. Sus alas cubiertas parecían enormes, pesadas, casi metálicas, con un arco iris de colores que reflejaban la luz. Su abdomen era largo y lo suficientemente grueso para contener el cadáver entero de un humano. Sin embargo, se estrechaba, como un embudo, hasta un oviscapto en la punta que brillaba con un líquido amarillento transparente, denso y pegajoso, y que se hundía en un agujero en el suelo, todo lo posible, y luego volvía a salir, el fluido siguiéndolo como baba, por todo el agujero.

Resultaba grotesco y aterrador que una criatura tan grande actuara de forma tan parecida a un insecto, pero aquello no preparó a Valentine para lo que sucedió a continuación. Pues en vez de hundir simplemente el oviscapto en otro agujero, la reina se volvió y agarró a una de las obreras cercanas. Sujetando al tembloroso insector entre sus largas patas delanteras, lo atrajo hacia sí y le arrancó las patas, una a una. Mientras cada pata era arrancada, los restantes miembros gesticulaban cada vez más salvajemente, como en un grito silencioso. Valentine se sintió aliviada cuando la última pata quedó arrancada y el grito desapareció por fin de su vista.

Entonces la reina colmena empujó a la obrera sin patas hacia el siguiente agujero, de cabeza. Sólo entonces colocó su oviscapto sobre el agujero. Mientras Valentine seguía observando, el fluido en la punta del oviscapto pareció espesarse y convertirse en una pelota. Pero no era fluido después de todo, no enteramente. Dentro de la gran gota había un huevo blando, como gelatina. La reina colmena se movió para que su cara recibiera directamente la luz del sol, y sus ojos multifacetados brillaron como cientos de estrellas esmeralda. Entonces el oviscapto se hundió. Cuando salió, el huevo todavía se aferraba al extremo, pero en la siguiente emergencia desapareció. Varias veces más el abdomen se precipitó hacia abajo, y cada vez surgió con más cadenas de fluido confluyendo hacia la punta.

—Nossa Senhora —susurró Miro.

Valentine reconoció las palabras por su equivalente español: Nuestra Señora. Por lo general era una expresión casi carente de significado, pero ahora se convertía en una repulsiva ironía. En esta profunda caverna no estaba la Santa Virgen. La reina colmena era Nuestra Señora de la Oscuridad. Ponía huevos sobre los cadáveres de las obreras, para alimentar a las larvas cuando maduraran.

—No puede ser siempre así —casi rogó Plikt.

Durante un momento, Valentine simplemente se sorprendió de oír su voz. Entonces advirtió lo que Plikt decía, y que tenía razón. Si una obrera viva tenía que ser sacrificada por cada insector que salía del huevo, sería imposible que la población aumentara. De hecho, habría sido imposible que esta colmena llegara a existir en primer lugar, ya que la reina tuvo que dar vida a sus primeros huevos sin el beneficio de ninguna obrera mutilada para alimentarlos.

‹Sólo una nueva reina›

Aquello apareció en la mente de Valentine como si fuera una idea propia. La reina colmena sólo tenía que colocar el cuerpo de una obrera viva en el huevo cuando éste fuera a convertirse en una nueva reina. Pero la idea no pertenecía a Valentine: había demasiada certeza para serlo. No había ninguna forma en que ella pudiera conocer esta información, y sin embargo la idea le había llegado clara, incuestionable, de repente. Como Valentine había imaginado siempre que oían la voz de Dios los antiguos profetas y místicos.

—¿La habéis oído? ¿Todos? —preguntó Ender.

—Sí —respondió Plikt.

—Eso creo —asintió Valentine.

—¿Oír qué? —preguntó Miro.

—A la reina colmena —dijo Ender—. Ha explicado que sólo tiene que colocar una obrera en el huevo cuando se trata de una nueva reina colmena. Va a poner cinco… y dos ya están listas. Nos invitó a venir para que viéramos esto. Es su manera de decirnos que va a lanzar al espacio una nave colonial. Pone cinco huevos de reina, y luego espera a ver cuál es el más fuerte. Enviará ése.

—¿Qué sucederá con las demás? —quiso saber Valentine.

—Si alguna merece la pena, meterá la larva en una crisálida. Eso es lo que hicieron con ella. A las demás, las matará y se las comerá. Tiene que hacerlo: si algún rastro del cuerpo de una reina rival tocara a uno de los zánganos que todavía no se ha apareado con esta reina colmena, se volvería loco e intentaría matarla. Los zánganos son compañeros muy fieles.

—¿Todos lo habéis oído? —se extrañó Miro.

Parecía decepcionado. La reina colmena no era capaz de hablarle.

—Sí —dijo Plikt.

—Vacía tu mente todo lo que puedas —aconsejó Ender—. Tararea mentalmente alguna tonada. Eso ayuda.

Mientras tanto, la reina colmena casi acabó con la siguiente tanda de amputaciones. Valentine imaginó que pisaba la creciente pila de patas alrededor de la reina; en su mente, se quebraban como ramitas con horribles chasquidos.

‹Muy suaves. Las patas no se rompen. Se doblan.›

La reina respondía a sus pensamientos.

‹Tú formas parte de Ender. Puedes oírme.›

Los pensamientos en su mente cobraron nitidez. Ahora no eran tan intrusivos, sino más controlados. Valentine podía establecer la diferencia entre las comunicaciones de la reina colmena y sus propios pensamientos.

—Ouvi —susurró Miró. Había oído algo por fin—. Fala mais, escuto. (Habla más, escucho.)

‹Conexiones filóticas. Estáis unidos a Ender. Cuando le hablo a través del enlace filótico, vosotros oís. Ecos. Reverberaciones›

Valentine intentó concebir cómo conseguía la reina hablar stark en su mente. Entonces advirtió que seguramente no lo hacía: Miro la oía en su lengua materna, el portugués; y la propia Valentine no oía stark en realidad, sino el inglés en el que estaba basado, el inglés americano con el que había crecido. La reina colmena no les enviaba lenguaje, sino pensamiento, y sus cerebros lo expresaban en el lenguaje que más profundamente enraizado estuviera en su mente. Cuando Valentine oyó la palabra ecos seguida de reverberaciones no era la reina colmena esforzándose por hallar la expresión adecuada, sino la propia mente de Valentine buscando palabras que encajaran con el significado.

‹Unidos a él. Como mi pueblo. Sólo que vosotros tenéis libre albedrío. Filote independiente. Pueblo díscolo, todos vosotros›

—Está haciendo un chiste —susurró Ender—. No es un juicio de valor.

Valentine agradeció su interpretación. La imagen visual que acompañó a la frase «pueblo díscolo» fue la de un elefante
[ 1 ]
aplastando a un hombre. Era una imagen de su infancia, la historia donde había aprendido la palabra «díscolo». La imagen la asustó, como la había asustado cuando era niña. Ya odiaba la presencia de la reina colmena en su mente. Odiaba la forma en que podía conjurar pesadillas olvidadas. Todo en la reina colmena parecía una pesadilla. ¿Cómo podía Valentine haber imaginado alguna vez que este ser era raman? Sí, había comunicación. Demasiada. Comunicación como enfermedad mental.

Y lo que decía: que la percibían tan bien porque estaban conectados filóticamente a Ender. Valentine pensó en lo que Miro y Jane habían discutido durante el viaje: ¿era posible que su hilo filótico, estuviera entrelazado con el de Ender y a través de él a la reina colmena? ¿Cómo podía Ender haberse conectado con la reina?

‹Lo buscamos. Era nuestro enemigo. Intentaba destruirnos. Quisimos domarlo. Como a un elefante díscolo.›

Entonces la comprensión llegó de repente, como una puerta que se abre de golpe. Los insectores no nacían todos siendo dóciles. Podían tener su propia identidad. O al menos una liberación del control. Y por eso las reinas habían desarrollado una forma de capturarlos, de envolverlos filóticamente para tenerlos bajo control.

‹Lo encontramos. No pudimos doblegarlo. Demasiado fuerte.›

Y nadie supuso el peligro en que estaba Ender. La reina colmena esperaba capturarlo, convertirlo en el mismo tipo de herramienta sin mente que cualquier insector.

‹Preparamos una telaraña para él. Encontramos lo que ansiaba. Pensamos. La conseguimos. Le dimos un núcleo filótico. La unimos a él. Pero no fue suficiente. Ahora tú. Tú.›

Valentine sintió la palabra como un martillazo en el interior de su mente. «Se refiere a mí. Se refiere a mí, a mí, a mí… Se estremeció al recordar quién era. Soy Valentine. Se refiere a Valentine.»

‹Tú fuiste. Tú. Deberíamos haberte encontrado. Lo que él más ansiaba. No la otra cosa›

Valentine sintió un escalofrío interior. ¿Era posible que los militares hubieran tenido razón desde el principio? ¿Era posible que la cruel separación de Valentine y Ender lo hubiera salvado? Si ella hubiera estado con Ender, ¿podrían haberla usado los insectores para controlarlo?

‹No. No podíamos hacerlo. También tú eres fuerte. Estábamos condenadas. Estábamos muertas. Él no podía pertenecernos. Pero a ti tampoco. Ya no. No pudimos domarlo, pero nos enlazamos con él.›

Valentine pensó en la imagen que había vislumbrado en la nave: personas entrelazadas, familias atadas por cordones invisibles, hijos a padres, padres entre sí, o a sus propios padres. Una cadena cambiante de cables que unían a las personas, dondequiera que encajara su relación. Sólo que ahora la imagen era de sí misma, atada a Ender. Y luego de Ender, atado… a la reina colmena…, la reina sacudiendo su oviscapto, los filamentos temblando, y al final del filamento, la cabeza de Ender, agitándose, sacudiéndose…

Movió la cabeza, intentando despejar la imagen.

‹No lo controlamos. Es libre. Puede matarme si quiere. No lo detendré. ¿Me matarás tú?›

Esta vez tú no era Valentine: pudo sentir que la pregunta pasaba sobre ella. Y ahora, mientras la reina colmena esperaba una respuesta, percibió otro pensamiento en su mente. Tan cercano a su propia forma de pensar que si no hubiera estado en sobreaviso, esperando que Ender respondiese, habría asumido que era su propio pensamiento natural.

«Nunca —dijo el pensamiento en su mente—. Nunca te mataré. Te quiero.»

Y con este pensamiento vino un destello de genuina emoción hacia la reina colmena. De inmediato la imagen mental de la reina que tenía Valentine dejó de incluir repulsión. En cambio, le pareció majestuosa, regia, magnífica. Los arcos iris de sus alas ya no parecían una costra viscosa sobre el agua: la luz que se reflejaba en sus ojos era como un halo; los fluidos resplandecientes de la punta de su abdomen eran los hilos de la vida, como la leche en el pezón de una mujer cubierto de saliva de la boca de su bebé. Valentine había estado combatiendo la náusea hasta aquel momento, pero de repente casi adoró a la reina colmena.

Sabía que era el pensamiento de Ender en su mente: por eso los pensamientos se parecían tanto a los suyos propios. Con esta visión de la reina colmena supo de inmediato que había tenido razón desde el principio, cuando escribió como Demóstenes tantos años antes. La reina era raman, extraña pero capaz de comprender y ser comprendida.

Mientras la visión se difuminaba, Valentine oyó a alguien sollozando. Plikt. En todos los años que habían pasado juntos, Valentine nunca había oído a Plikt mostrar tanta fragilidad.

—Bonita —comentó Miro, en portugués.

¿Eso era todo lo que había visto? ¿La reina colmena era bonita?

La comunicación debía de ser realmente débil entre Miro y Ender… pero, ¿por qué no debería serlo? No conocía a Ender tan a fondo ni desde hacía tanto tiempo como ella.

Pero si por eso la recepción del pensamiento de Ender era mucho más intensa para Valentine que para Miro, ¿cómo podía explicar el hecho de que Plikt lo hubiera recibido tan claramente, mucho más que ella? ¿Era posible que en todos sus años de estudiar a Ender, de admirarlo sin conocerlo, Plikt hubiera conseguido unirse a él con más intimidad que Valentine?

Por supuesto que sí. Por supuesto. Valentine estaba casada. Valentine tenía un marido. Tenía hijos. Su conexión filótica a su hermano estaba destinada a debilitarse. En cambio, Plikt no tenía ninguna relación lo bastante intensa para competir. Se había entregado por completo a Ender. Y con la reina colmena haciendo posible que los enlaces filóticos transmitieran el pensamiento, era evidente que recibía a Ender casi a la perfección. No había nada que la distrajera. No había ninguna parte de ella retenida.

¿Podía siquiera Novinha, que después de todo estaba unida a sus hijos, albergar una devoción tan completa hacia Ender? Era imposible. Y si Ender sospechaba algo de esto, debía de ser preocupante para él. ¿O atractivo? Valentine conocía lo suficiente acerca de hombres y mujeres para saber que la adoración era el más seductor de los atributos. «¿He traído conmigo a una rival para poner en peligro el matrimonio de Ender? ¿Pueden Ender y Plikt leer mis pensamientos, incluso ahora?» Valentine se sintió profundamente expuesta, asustada. Como en respuesta, como para calmarla, la voz mental de la reina colmena regresó, ahogando cualquier pensamiento que Ender pudiera estar enviando.

‹Sé que tenéis miedo. Pero mi colonia no matará a nadie. Cuando dejemos Lusitania, podemos matar todo el virus de la descolada de nuestra nave›

«Tal vez», pensó Ender.

‹Encontraremos un medio. No transmitiremos el virus. No tenemos que morir para salvar a los humanos. No nos matéis, no nos matéis›

«Nunca os mataré». El pensamiento de Ender llegó como un susurro, casi ahogado en la súplica de la reina colmena.

«No podríamos mataros de todas formas —pensó Valentine—. Sois vosotras quienes podríais matarnos fácilmente. Cuando construyáis vuestras naves. Vuestras armas. Podríais estar preparados para la flota humana. Ender no la comanda esta vez.»

‹Nunca. Nunca matar a nadie. Nunca, prometimos.›

«Paz —dijo el susurro de Ender—. Paz. Permanece en paz, calma, tranquila, descansa. No temas nada. No temas a ningún hombre.»

«No construyas una nave para los cerdis —pensó Valentine—. Construye una nave para ti, porque puedes matar a la descolada que te lleves. Pero no para ellos.»

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