Una vez en el pasillo, Mu-pao cerró la puerta de la habitación para que Qing-jao no pudiera oírla.
—El Maestro Han llama a su hija. Está muy agitado. Gritó hace un rato y asustó a todo el mundo.
—Oí el grito —asintió Wang-mu—. ¿Está enfermo?
—No lo sé. Está muy agitado. Me envió a buscar a tu señora para decirle que debe hablar con ella de inmediato. Pero si está comulgando con los dioses, lo comprenderá. Asegúrate de decirle que vaya a verlo en cuanto haya acabado.
—Se lo diré ahora. Me ha dicho que nada debe impedirle responder a la llamada de su padre.
Mu-pao pareció horrorizarse ante la idea.
—Pero está prohibido interrumpir cuando los dioses están…
—Qing-jao cumplirá una penitencia mayor más tarde. Querrá saber por qué la llama su padre.
Wang-mu sintió gran satisfacción al poner a Mu-pao en su sitio. «Puede que seas la gobernanta de los sirvientes de la casa, Mu-pao, pero yo soy la que tiene el poder de interrumpir incluso la conversación entre mi señora y los propios dioses.»
Como Wang-mu esperaba, la primera reacción de Qing-jao al ser interrumpida fue de amarga frustración, furia, llanto. Pero cuando Wang-mu se inclinó abyectamente en el suelo, Qing-jao se calmó de inmediato. «Por eso la amo y puedo soportar servirla —pensó Wang-mu—, porque no desea el poder que ejerce sobre mí y porque tiene más compasión que ninguno de los otros agraciados por los dioses de los que he oído hablar.» Qing-jao escuchó la explicación que le dio, y luego la abrazó.
—Ah, mi amiga Wang-mu, eres muy sabia. Si mi padre ha gritado de angustia y luego me ha llamado, los dioses saben que debo posponer mi purificación y acudir a verlo.
Wang-mu la siguió pasillo abajo, por las escaleras, hasta que se arrodillaron juntas en la esterilla ante la silla de Han Fei-tzu. Qing-jao esperó a que su padre hablara, pero él no dijo nada. Las manos le temblaban. Nunca le había visto tan ansioso.
—Padre —dijo Qing-jao—, ¿por qué me has llamado?
Él sacudió la cabeza.
—Algo tan terrible, y tan maravilloso, que no sé si gritar de alegría o matarme.
La voz de su padre era ronca y fuera de control. Desde la muerte de su madre (no, desde que la abrazó tras la prueba que demostró que era una elegida por los dioses), no le había oído hablar tan emocionalmente.
—Dime, padre, y luego yo te contaré mi noticia. He descubierto a Demóstenes, y tal vez haya encontrado la clave de la desaparición de la Flota Lusitania.
Los ojos de su padre se abrieron aún más.
—¿En este día de días has resuelto el problema?
—Si es lo que supongo, entonces el enemigo del Congreso puede ser destruido. Pero será difícil. ¡Cuéntame lo que has descubierto!
—No, cuéntamelo tú primero. Es extraño…, ambas cosas el mismo día. ¡Cuéntame!
—Fue Wang-mu quien me dio la clave. Me hacía preguntas sobre…, oh, sobre el funcionamiento de los ordenadores, y de repente me di cuenta de que si en cada ordenador ansible hubiera un programa oculto, uno tan sabio y poderoso que pudiera moverse de un sitio a otro para permanecer escondido, entonces ese programa secreto podría estar interceptando todas las comunicaciones ansibles. Puede que la flota esté aún allí, tal vez incluso enviando mensajes, pero nosotros no los recibimos y ni siquiera sabemos que existen a causa de esos programas.
—¿En cada ordenador ansible? ¿Trabajando siempre sin error?
Su padre parecía escéptico, naturalmente, porque en su ansiedad Qing-jao había contado la historia al revés.
—Sí, pero déjame que te cuente cómo puede ser posible semejante asombro. Verás, he encontrado a Demóstenes.
Su padre la escuchó mientras le hablaba de Valentine Wiggin, y de cómo había estado escribiendo en secreto bajo el nombre de Demóstenes durante todos estos años.
—Está claro que ella es capaz de enviar mensajes ansibles secretos, o sus escritos no podrían distribuirse desde una nave en vuelo a todos los mundos diferentes. Se supone que sólo los militares son capaces de comunicarse con naves que viajan a casi la velocidad de la luz; ella debe de haber penetrado en los ordenadores de los militares o duplicado su poder. Y si puede hacerlo, si existe el programa que se lo permite, entonces ese mismo programa tendría el poder para interceptar los mensajes ansibles de la flota…
—Si una cosa es posible, entonces también lo es la otra, sí…, pero ¿cómo ha podido colocar esa mujer un programa en cada ordenador ansible en primer lugar?
—¡Porque lo hizo al principio! Es por la edad que tiene. ¡De hecho, si el Hegemón Locke fue su hermano, tal vez… no, por supuesto, fue él quien lo hizo! Cuando zarparon las primeras flotas colonizadoras, con sus dobles tríadas filóticas a bordo para formar el corazón del primer ansible de cada colonia, pudo haber enviado ese programa con ellas.
Su padre comprendió de inmediato, por supuesto.
—Como Hegemón, tenía el poder, y también el motivo…, un programa secreto bajo su control, de forma que si se produjera una rebelión o un golpe de estado, seguiría teniendo en las manos los hilos que unen los mundos.
—Y cuando él murió, Demóstenes, su hermana, fue la única que conocía el secreto. ¿No es maravilloso? Lo hemos encontrado. ¡Sólo tenemos que borrar todos esos programas de la memoria!
—Sólo para hacer que sean restaurados instantáneamente a través del ansible de otras copias de otros mundos —objetó su padre—. Debe de haber sucedido un millar de veces a lo largo de los siglos, un ordenador estropeándose y el programa secreto restaurándose en el ordenador nuevo.
—Entonces tenemos que desconectar todos los ansibles al mismo tiempo —resolvió Qing-jao—. Tener preparado en cada mundo un nuevo ordenador que nunca haya sido contaminado por el contacto del programa secreto. Cortar todos los ansibles simultáneamente, desconectar los viejos ordenadores, poner en línea a los nuevos y despertar los ansibles. El programa secreto no podrá restaurarse porque no estará en ninguno de los ordenadores. ¡Entonces el poder del Congreso no tendrá rival que interfiera!
—No podéis hacerlo —intervino Wang-mu.
Qing-jao miró sorprendida a su doncella secreta. ¿Cómo podría la muchacha ser tan mal educada para interrumpir una conversación entre dos agraciados para contradecirlos?
Pero su padre se mostró magnánimo. Siempre era magnánimo, incluso con la gente que había rebasado todos los límites del respeto y la decencia. «Debo aprender a parecerme más a él —pensó Qing-jao—. Debo permitir que los criados mantengan su dignidad incluso cuando sus acciones hayan perdido el derecho a tanta consideración.»
—Si Wang-mu —preguntó su padre—, ¿por qué no podemos hacerlo?
—Porque para desconectar a todos los ansibles al mismo tiempo, tendríais que enviar mensajes por ansible. ¿Por qué iba a permitir el programa que enviarais mensajes que llevarían a su propia destrucción?
Qing-jao siguió el ejemplo de su padre y habló pacientemente a Wang-mu.
—Es sólo un programa, no conoce el contenido de los mensajes. Quienquiera que lo gobierna le ha dicho que oculte todas las comunicaciones de la flota, y que oculte el rastro de todos los mensajes de Demóstenes. Desde luego, no lee los mensajes y decide si debe enviarlos a partir del contenido.
—¿Cómo lo sabes? —preguntó Wang-mu.
—¡Porque un programa así tendría que ser… inteligente!
—Pero tendría que serlo de todas formas —insistió Wang-mu—. Tiene que serlo para ser capaz de esconderse de cualquier otro programa que pudiera localizarlo. Tiene que ser capaz de moverse en la memoria y ocultarse. ¿Como podría saber de qué programa tiene que esconderse, a menos que pudiera leerlos e interpretarlos? Puede que incluso sea lo bastante inteligente para reescribir otros programas a fin de que no busquen en los lugares donde está oculto.
Qing-jao pensó un instante en varias razones por las que un programa podía ser lo bastante listo para leer otros programas pero no tanto como para comprender los lenguajes humanos. Pero como su padre estaba allí, era él quien tenía que contestar a Wang-mu. Qing-jao esperó.
—Si existe un programa así —dijo Han Fei-tzu—, tendría que ser muy inteligente.
Qing-jao se quedó de una pieza. Su padre tomaba en serio a Wang-mu. Como si sus ideas no fueran las de una niña ingenua.
—Podría ser lo bastante inteligente para no sólo interceptar mensajes, sino que también enviarlos. —Entonces su padre sacudió la cabeza—. No, el mensaje vino de una amiga. Una auténtica amiga, y habló de cosas que nadie más podría saber. Fue un mensaje verdadero.
—¿Qué mensaje recibiste, padre?
—Fue de Keikoa Amaauka; la conocí en persona cuando éramos jóvenes. Era la hija de un científico de Otaheiti que estuvo aquí para estudiar los cambios genéticos de las especies terrestres en sus primeros dos siglos en Sendero. Se marcharon…, les ordenaron marcharse de una manera bastante brusca… —Hizo una pausa, como si considerara la conveniencia de decir algo. Entonces se decidió, y lo dijo—: Si ella se hubiera quedado, podría haberse convertido en tu madre.
Qing-jao se sintió a la vez emocionada y aterrada al ver que su padre le contaba una cosa así. Nunca hablaba de su pasado. Ahora, la declaración de que una vez había amado a otra mujer además de a su esposa fue tan inesperada que Qing-jao no supo qué decir.
—La enviaron a algún lugar muy lejano. Han pasado treinta y cinco años. La mayor parte de mi vida ha transcurrido desde que ella se marchó. Pero su viaje terminó hace tan sólo un año. Y ahora me ha enviado un mensaje diciéndome por qué ordenaron a su padre que se marchara. Para ella, nuestra separación ocurrió hace solamente un año. Para ella, yo sigo siendo…
—Su amante —apuntó Wang-mu.
«¡Qué impertinencia!», pensó Qing-jao. Pero su padre asintió. Entonces se volvió hacia su terminal e hizo correr la pantalla.
—Su padre encontró una diferencia genética en la especie terrestre más importante de Sendero.
—¿El arroz? —preguntó Wang-mu.
Qing-jao se echó a reír.
—No, Wang-mu. Nosotros somos la especie más importante de este mundo.
Wang-mu pareció avergonzarse. Qing-jao la palmeó en el hombro. Todo estaba en su lugar: su padre había animado demasiado a Wang-mu, la había hecho creer que comprendía cosas que estaban muy por encima de su educación. Wang-mu necesitaba esos amables recordatorios de vez en cuando, para no poner sus miras demasiado alto. La muchacha no debía permitirse soñar con ser la par intelectual de una agraciada por los dioses, o su vida se llenaría de decepción y no de dicha.
—Detectó una diferencia genética consistente y hereditaria en algunas de las personas de Sendero, pero cuando informó de ello, su traslado se produjo casi inmediatamente. Le dijeron que los seres humanos no pertenecían al campo de su estudio.
—¿Te lo dijo ella antes de marcharse? —preguntó Qing-jao.
—¿Keikoa? No lo sabía. Era muy joven, de una edad en la que la mayoría de los padres no cargan a sus hijos con asuntos adultos. De tu edad.
Las implicaciones de esto provocaron otro escalofrío de temor en Qing-jao. Su padre amó a una mujer que tenía su misma edad; por tanto, Qing-jao, a ojos de su padre, estaba en edad de ser ofrecida en matrimonio. «No puedes enviarme a la casa de otro hombre», gimió interiormente, aunque una parte de ella estaba también ansiosa por conocer los misterios entre hombre y mujer. Ambos sentimientos estaban soterrados: debería cumplir con su deber hacia su padre, y nada más.
—Pero su padre se lo contó durante el viaje, porque estaba muy molesto por todo el asunto. Es imaginable…, su vida quedó interrumpida. Cuando llegaron a Ugarit hace un año, sin embargo, se sumergió en su trabajo y ella en su educación y trató de no pensar en el tema. Hasta hace unos pocos días, cuando su padre se encontró con un viejo informe referente a un equipo médico de los primeros días de Sendero, que también fue exiliado súbitamente. Empezó a atar cabos y se confió a Keikoa, y contra su consejo, ella me envió el mensaje que he recibido hoy.
Han Fei-tzu marcó un bloque de texto en la pantalla, y Qing-jao lo leyó.
—¿El primer equipo estaba estudiando el DOC? —preguntó.
—No, Qing-jao. Estudiaban una conducta que se parecía al DOC, pero no podía serlo porque la etiqueta genética para el desorden obsesivo compulsivo no estaba presente y el estado no respondía a las drogas específicas para tratar ese desorden.
Qing-jao intentó recordar lo que sabía acerca del DOC. Que hacía que la gente actuara inadvertidamente como los agraciados por los dioses. Recordó que entre el primer descubrimiento de sus lavados de manos y su prueba, le habían suministrado aquellas drogas para comprobar si los lavados desaparecían.
—Estudiaban a los agraciados —dijo—. Intentaban encontrar una causa biológica para nuestros ritos de purificación.
La idea resultaba tan ofensiva que apenas logró pronunciar las palabras.
—Sí —dijo su padre—. Y los retiraron.
—Creo que tuvieron suerte de poder escapar con vida. Si el pueblo oyera ese sacrilegio…
—Eso fue al principio de nuestra historia, Qing-jao. Todavía no se sabía que los agraciados estaban…, comulgando con los dioses. ¿Y qué hay del padre de Keikoa? ¿No estaba investigando el DOC? Buscaba cambios genéticos. Y los encontró. Una alteración específica y hereditaria en los genes de determinadas personas. Tenía que estar presente en los genes de uno de los padres, y no ser anulada por un gen dominante del otro. Cuando se daba en ambos progenitores, era muy fuerte. Ahora piensa que la razón por la que lo obligaron a marcharse fue que cada una de las personas que poseía este gen de ambos padres era una agraciado, y ninguno de los agraciados que estudió en su muestreo carecía de al menos una copia del gen.
Qing-jao comprendió de inmediato el posible significado de aquello, pero lo rechazó.
—Eso es mentira —protestó—. Es para hacernos dudar de los dioses.
—Qing-jao, sé cómo te sientes. Cuando me di cuenta de lo que me estaba diciendo Keikoa, grité desde el fondo de mi corazón. Pensé que gritaba de desesperación. Pero entonces advertí que mi grito era también un grito de liberación.
—No te comprendo —murmuró ella, aterrada.
—Sí me comprendes, o no tendrías miedo. Qing-jao, esas personas se vieron obligadas a marcharse porque alguien no quería que descubrieran lo que estuvieron a punto de descubrir. Por tanto, quienquiera que los envió debía saber también lo que podrían encontrar. Sólo el Congreso, o alguien dentro del Congreso, de todas formas, tenía el poder para exiliar a esos científicos y sus familias. ¿Qué era, para tener que quedar oculto? Era que nosotros, los agraciados, no oímos a los dioses. Tenemos una alteración genética. Nos han creado como a una especie separada de ser humano, y sin embargo esa verdad nos ha sido ocultada. Qing-jao, el Congreso sabe que los dioses nos hablan…, para ellos no es ningún secreto, aunque pretenden ignorarlo. Alguien en el Congreso lo sabe, y nos permite seguir haciendo estas cosas humillantes y terribles… y el único motivo que se me ocurre es que lo hacen para mantenernos bajo control, para mantenernos débiles. Creo, y Keikoa también es de mi parecer, que no es ninguna coincidencia que los agraciados sean los ciudadanos más inteligentes de Sendero. Fuimos creados como una nueva subespecie de la humanidad con un nivel superior de inteligencia; pero para impedir que una gente tan inteligente constituyera una amenaza para su control sobre nosotros, también nos introdujeron una nueva forma de desorden obsesivo compulsivo y difundieron la idea de que eran los dioses que nos hablaban o nos dejaron seguir creyéndolo cuando a nosotros se nos ocurrió esta explicación. Es un crimen monstruoso, porque si supiéramos que se trata de una causa física, en vez de creer en los dioses, entonces podríamos dedicar nuestra inteligencia a superar nuestra variante de DOC y liberarnos. ¡Somos esclavos! El Congreso es nuestro más terrible enemigo, son nuestros amos, los que nos engañan, ¿y ahora he de alzar la mano para ayudarlos? ¡Yo digo que si el Congreso tiene un enemigo tan poderoso que controla nuestro empleo del ansible, entonces debemos alegrarnos! ¡Que ese enemigo destruya al Congreso! ¡Sólo entonces seremos libres!