Eternidad (40 page)

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Authors: Greg Bear

Tags: #ciencia ficción

BOOK: Eternidad
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Thistledown
, respondió el rastreador.

—¿Encarnado?

—Nacido con éxito; está recibiendo adoctrinamiento corporal. Ni él ni Ram Kikura habían estado allí. La culpa y el remordimiento eran emociones que las implantaciones no podían controlar.

—¿Puedo hablar con él fuera de los canales abiertos?

El rastreador tardó unos segundos en responder.

—No directamente. Pero él ha dispuesto un archivo de datos clandestino al que sólo tú tienes acceso. Olmy sonrió.

—Comunícame.

El archivo contenía un solo mensaje: «Aceptado para servicio de defensa. Primera misión dentro de pocos días. Éxito para todos nosotros, padre.»

Olmy leyó el mensaje varias veces y miró la pictografía que lo acompañaba, que significaba amor, respeto y admiración. Sin pensarlo tendió la mano para tocar la pictografía. Sus dedos la atravesaron.

—Tengo un mensaje para mi hijo —dijo—. Y una petición.

Cuando el mensaje estuvo en el archivo de Tapi, Olmy retiró el rastreador y apagó el terminal.

Había llegado el momento de ocultarse donde sabía que no lo encontrarían. Reunió los pocos recursos que necesitaba y los trasladó a los aposentos provisionales de un operario de mantenimiento en un túnel de servicio, cerca del casquete norte, tercer barrio.

Aún no estaba preparado para presentar su informe al Hexamon; quedaba mucho que hacer. Aún no tenía nada que pudiera ser estratégicamente útil; había aprendido mucho sobre la sociedad jart, pero nada significativo sobre su ciencia y su tecnología. Era poco probable que aquel jart poseyera información detallada sobre esas cosas; dada su misión, eso habría sido una completa estupidez. Pero Olmy aún sentía la necesidad de investigar unas cuantas semanas más.

A decir verdad, se estaba perdiendo en sus estudios. Vio la trampa —su propia trampa, no del jart— y la evitó cuidadosamente. Podía sepultarse en su propia cabeza y procesar la información que le había pasado el parcial, por períodos de meses, y regresar al mundo externo sólo para tomar sus suplementos nutrientes y averiguar qué sucedía con la apertura.

Nunca le habían dado la oportunidad de estudiar a un enemigo tan de cerca, tan íntimamente; y estudiar al enemigo era como examinar una imagen distorsionada de sí mismo. Con el tiempo, jugando contra las fuerzas y flaquezas del oponente, uno podía convertirse en una versión negativa de su rival, en una especie de molde suyo. Y viceversa.

Olmy ya no despreciaba al jart. A veces pensaba que estaba a punto de comprenderlo.

Habían elaborado una especie de jerga psicológica que les permitía pensar a la manera del otro, con un vínculo lingüístico común. Habían comenzado a intercambiar información personal, sin duda seleccionando y podando, pero ofreciéndose mutuamente sus percepciones. Olmy le habló al jart de su historia personal, le contó su nacimiento natural y su educación conservadora, el exilio de los naderitas ortodoxos que habían debido marcharse de la ciudad de la segunda cámara; no le habló de los parciales almacenados de Korzenowski ni de su conspiración de varios siglos de duración.

Y por el jart, Olmy supo:

Un planeta civilizado es un planeta negro. No hay desperdicio ni oportunidad de detección. Nos ocultamos allí y nos preparamos para servir en la Vía. Hay muchos planetas así, donde los ejecutores aguardan a que les asignen una misión. {Yo} entré en servicio en un mundo así, encantador y oscuro contra las estrellas. {Yo} no sé qué es un nacimiento natural. {Nosotros} hemos estado siempre al servicio de ejecutores de misión, que {yo} recuerde. En la creación, se {nos} provee de los conocimientos necesarios para cumplir {nuestros} deberes inmediatos. De las misiones posteriores obtenemos más conocimientos; {nosotros} no olvidamos nuestras misiones pasadas, sino que las mantenemos en reserva, por si {nos} hacen falta en una emergencia.

Olmy le habló al jart sobre la infancia humana: educación, diversión, selección y colocación de las primeras implantaciones, las bibliotecas; no le habló sobre Thistledown ni sobre lo que era, y llevó a cabo un seguimiento atento de su información visual para que el jart no viera las cámaras curvas de la nave estelar. Trató de crear la ilusión de que también él había nacido y crecido en un planeta.

Con el tiempo, esperaba descubrir las mentiras análogas del jart. A fin de cuentas, él era el captor y llevaba las de ganar. Tal vez luego, cuando estuviera totalmente seguro de su predominio, le diría al jart la verdad y nada más que la verdad.

Por el momento, sin embargo, giraban en círculos.

Entretanto el Hexamon se esforzaba para conseguir su meta. Olmy a veces buscaba acceso a un terminal de biblioteca pública alejado de su escondrijo, y usaba su rastreador para descifrar la propaganda del Hexamon, que se había vuelto críptica. El Hexamon parecía estar ocultándose de sí mismo, como si se sintiera culpable. Necesitaba convencerse una y otra vez.

Este modo de actuar no era alentador. Se cometían errores garrafales y se llegaba a conclusiones equivocadas por su culpa. Olmy estaba confirmando sus peores sospechas y temores sobre la actual dirección del Hexamon.

Tras la decisión de la
mens publica
, se había fijado fecha para la reapertura. Las defensas estaban casi completas. La Vía se reconectaría al cabo de un mes, tal vez menos, y los ciudadanos de los distritos orbitales estaban entusiasmados pero nerviosos.

En la Tierra, el Senado Terrestre estaba en suspensión de emergencia.

Los senadores y repcorps fueron secuestrados, al igual que los gobernadores de varios territorios.

Ram Kikura aún seguía bajo arresto domiciliario y sin tener acceso a comunicaciones en Axis Euclid.

Olmy recibió esta información con adusta resignación. Siempre había existido la posibilidad que ahora se concretaba. La reapertura se había convertido en una obsesión, y nada se opondría a ella, ni siquiera el honor y las tradiciones milenarias.

Con el tiempo quizá llegara a respetar más a los jarts, con su pureza simplista, que a su propia gente, sumida en la hipocresía y la confusión.

Regresó a sus estudios.

49
Tierra

—¿Pavel Mirsky estuvo aquí? —preguntó Lanier cuando Karen le dio la vuelta para revisar los campos de flotación que lo sostenían.

Ella se enderezó y lo miró extrañada e irritada al mismo tiempo.

—No —dijo—. Has estado soñando. Él tragó saliva y asintió: era probable.

—¿Cuánto tiempo he dormido?

—No dormías. Te estabas reintegrando. Hace dos días que añadieron los últimos microbios de reparación a tu sangre. Estuviste a punto de morir. —Lo reacomodó sobre los campos—. Hace dos meses.

—Oh.

Ella lo miró con severidad.

—Casi lo conseguiste. Él sonrió lánguidamente.

—No recuerdo mucho. ¿Estaba tratando de encontrarte, cuando sucedió?

—Estabas sentado en la silla del porche. Hacía frío a fuera. Te encontré caído en la silla. A veces te odio. A veces...

—No sabía que iba a suceder.

—Garry, tu padre.

—Yo no soy él.

—Actuaste como si quisieras morir.

—Tal vez quería. Pero no quería perderte.

—¿Acaso querías que me fuera contigo? —Ella se sentó en la cama, al borde de los purpúreos campos de sueño—. No estoy preparada para eso.

—No.

—Pareces tan viejo que podrías ser mi padre.

—Gracias.

Ella le cogió la mandíbula con una mano, le giró la cabeza suavemente y le tocó un bulto que tenía en la base del cuello.

—Te pusieron una implantación provisional. Te la puedes quitar después si quieres. Pero por ahora estás a cargo del Hexamon.

—¿Por qué? Me mintieron.

Lanier alzó la cabeza y se tocó el bulto.
Conque aquí está. Estoy furioso... muy furioso. Y también aliviado.

—El Hexamon quiere que vivas. El senador Ras Mishiney fue nombrado administrador provisional de Nueva Zelanda y Australia del Norte. Ordenó que te mantuvieran con vida, y que te instalaran esa implantación aun contra tu voluntad, pues no quiere más dificultades. Eres un héroe, Garry. Si mueres, quién sabe lo que imaginarán los viejos nativos.

—¿Les dejaste hacerlo?

—Sólo me lo dijeron después. No me dieron la oportunidad de impedírselo. —Karen bajó la voz. Le temblaba el labio—. Les dije lo que querías. Al principio hicieron lo que dijeron que harían, y luego vino Ras Mishiney. Una visita de cortesía, según él.

—Se pasó la palma por la mejilla húmeda—. Les ordenó que instalaran la implantación. Dijo que debía durar hasta que la crisis haya pasado.

Lanier se recostó en los campos y cerró los ojos.

—Lo lamento.

—Creí que habías muerto. —Karen se levantó, se sentó de nuevo y se cubrió ambas mejillas con las manos, apretando los ojos—. Creí que nunca podríamos resolver lo que...

Él extendió el brazo pero ella le apartó la mano.

—Lo lamento —repitió él. Esta vez ella no lo rechazó—. He sido un egoísta.

—Has sido un hombre de principios. Yo te respetaba, pero temía por mí misma.

—Un hombre de principios puede ser un egoísta. Ella sacudió la cabeza y le cogió la mano.

—Me hiciste sentir culpable. Después de todo lo que hemos hecho por la Tierra, no compartir sus... desventajas. Él miró la ventana del dormitorio. Era de noche.

—¿Qué ha sucedido? —preguntó.

—No nos lo cuentan todo. Creo que están a punto de reabrir. Él trató de levantarse, pero la larga convalecencia lo había debilitado y desistió del esfuerzo.

—Me gustaría hablar con el administrador —dijo—. Si soy tan importante como para que me mantenga con vida, tal vez sea tan importante como para que hable conmigo.

—No habla con ninguno de nosotros. No habla, de veras. Se limita a decir perogrulladas. Y he llegado a detestarlas, Garry.

Qué conmoción debieron sentir, pensó Lanier. Sentado en el porche, envuelto en mantas a pesar de que el aire se estaba entibiando. Verano. La Tierra atravesaba sus ciclos, toscos, espontáneos, bellos y feos.
Qué conmoción, venir del entorno perfecto, controlado y racional de la Vía y descender como ángeles hacia la sordidez del pasado.

Alzó su anotador y miró la pantalla para revisar lo que había escrito. Insatisfecho, borró unos párrafos exaltados y trató de recordar las palabras que acababa de ordenar en su cabeza.

No nos necesitan, escribió. Todo lo que necesitan está en la Piedra —en Thistledown— y cuando reabran la Vía tendrán nuevamente más de lo que necesitan.

—Tal vez más de lo que pueden controlar —murmuró, los dedos trémulos sobre las teclas.

Lanier pensaba que había llegado el momento de escribir todo lo que había vivido. Si iban a mantenerlo aislado del juego de la historia, podía registrar lo que ya había experimentado. Su memoria parecía más lúcida después de la reconstrucción, una sensación que le complacía al tiempo que le provocaba punzadas de culpa. Esto era algo que podía hacer aunque estuviera arrestado; con el tiempo, era posible que sus anotaciones influyeran sobre la gente. Siempre que aún le quedara algo de perspicacia.

Qué conmoción —
empezó de nuevo—,
encontrar un pasado lleno de gente que no sabía nada sobre la medicina psicológica, gente con la mente tan retorcida, quebrada y deformada
(tachó quebrada y deformada) como la naturaleza y las circunstancias... —Se detuvo, sintiendo que la frase le había dejado arrinconado. Comenzó de nuevo—. De mente tan retorcida como el cuerpo de la gente de la antigüedad. Mentes encogidas, marchitas, feas, que se aferraban a sus personalidades despedazadas, que atesoraban sus deformidades y enfermedades temiendo que la imposición de una s
alud mental estándar volviera a todo el mundo igual. Gente dem
asiado ignorante para ver que existían tantas variedades de pensamiento sano como enfermo, tal vez más. La libertad consistía en el control y la corrección, como bien sabía el recién formado Hex
amon Terrestre, pero se enfrentaba a una labor titánica. Los trucos, lo subterfugios y las mentiras eran necesarios en una lucha constante contra los estragos de la Muerte y contra las causas de ese desastre. Y así como yo me atormentaba en mi afán por remediar esa desdicha, el Hexamon con el tiempo deseó...

Hizo una pausa. ¿Qué? ¿Un retorno a los buenos tiempos? ¿Al mundo donde se sentían más a sus anchas, a pesar de su filosofía y sus presuntos objetivos? La Secesión había sido la decisión de un momento, en tiempos del Hexamon, así como ahora lo era la reapertura. Picos en la gráfica plana de la historia del Hexamon. Puntos de fractura cataclísmica en una matriz vidriosa.

Todo muy humano, a pesar de los siglos de medicina talsit y psicológica. Ni siquiera una cultura sana y cuerda con individuos sanos y cuerdos podía elevarse por encima de la lucha y la discordia; era simplemente más cortés, menos insensatamente destructiva y aterradora.

Karen había dicho que ahora los odiaba; Lanier no podía compartir esa emoción. Al margen de su furia, de su decepción, aún los admiraba. Al fin habían admitido un hecho que siempre había sido obvio. Los humanos del pasado —los viejos nativos— no podían convivir cómodamente con los humanos del futuro. No hasta pasadas décadas, al menos, y no con los magros recursos disponibles.

Suspicaz, siguió con la mirada una mancha blanca que sobrevolaba las colinas verdes hacia el sur; pasó por detrás de los árboles y salió de su campo de visión.

—Karen —llamó—. Aquí vienen.

Ella entró con una bandeja llena de macetas.

—¿Provisiones?

—Supongo.

—Qué amables. —No hablaba con amargura, ya no; estaban resignados a que los apartaran del camino—. Tal vez podamos sonsacarles alguna noticia.

La pequeña lanzadera flotaba sobre el jardín. Un campo de tracción tocó el suelo, extendiéndose desde la escotilla de proa, y bajó un joven homorfo neogeshel vestido de negro. Nunca lo habían visto. Lanier apartó las mantas y las dejó sobre el brazo del sillón; se puso de pie con el anotador en la mano.

—Hola —dijo el joven. Sus modales eran extrañamente familiares, aunque no así su apariencia—. Mi nombre es Tapi Ram Olmy. ¿Ser Lanier?

—Hola. Ella es mi esposa, Karen. El joven sonrió.

—He traído provisiones, según lo acordado. —Miró a su alrededor sonriente, aunque parecía incómodo—. Perdón por mi torpeza. Soy un recién nacido. He aprobado los exámenes de encarnación hace tres meses. El mundo real es... bien, es tan... real.

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