Expatriados (39 page)

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Authors: Chris Pavone

Tags: #Intriga

BOOK: Expatriados
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Bill da otro sorbo de vino y Kate repara en que Julia no ha tocado el suyo.

—El coronel nunca fue un hombre demasiado atractivo. Pero durante gran parte de su vida había tenido dinero y poder, dos activos que le habían permitido atraer a un montón de mujeres. O al menos pagarlas. Ahora, sin embargo, no tenía nada que hacer. De manera que, en compañía de sus igualmente poco seductores amigos, estaba en Brighton Beach Avenue tratando de ligarse a un par de chicas jóvenes que estaban esperando a un taxi que las llevara a Manhattan, a una discoteca, donde tenían planeado beberse una botella de Cristal de algún gestor de fondos de riesgo antes de volver a casa a follarse a un par de jugadores de baloncesto profesionales. Estoy hablando de auténticas tías buenas que afirmaban tener veintiún años. Así que debían de tener diecisiete o dieciocho, como máximo.

—Vamos, que el coronel y sus amigos no tenían nada que hacer.

—Absolutamente nada, pero eran unos cabrones persistentes. La dueña del local estaba presenciando el acoso desde dentro preguntándose si debería mandar a algún camarero para que interviniera, o incluso a la policía. Entonces llegó una furgoneta blanca. La puerta lateral se abrió con el vehículo aún en marcha y salieron dos hombres con la cara tapada. Pum, pum, un balazo a cada uno de los amigos del coronel, ambos en plena frente, y la sangre que salpicó a las chicas, que se pusieron a chillar como posesas. La dueña del local también empezó a gritar y aquello era un caos.

—¿Y el coronel?

—Puñetazo en la cara, arrastrado por la acera hasta la furgoneta, portazo y chirrido de neumáticos mientras se larga a toda velocidad.

—Supongo que la furgoneta no llevaba matrícula alguna.


Rien
.

—¿Y después?

—Después nada, durante todo el fin de semana.

—Debió de ser un fin de semana muy largo para el coronel —sugiere Dexter.


Vraiement
.

—¿Por qué hablas todo el rato en francés, Bill? —interrumpe Kate.

—Me gusta el idioma.

—¿Y? —Dexter está impaciente.

—Así que lo practico.

—No me refiero a eso, imbécil. Quiero saber lo que pasó con el coronel.

—Ya lo sé. Pues el lunes por la mañana un gran labrador retriever sin correa por la playa de Brighton Beach se niega a salir de debajo de la pasarela de madera.

—El coronel.

Bill asiente.

—¿Los brazos? Amputados.

Kate da un respingo, esto no se lo esperaba.

—Tampoco tenía piernas.

—Madre mía.

—El coronel no es más que un torso con una cabeza. ¿Y los ojos?

—¿Sí?

—Abiertos de par en par. —Bill da un sorbo del vino tinto caro—. ¿Sabéis lo que eso significa?

Todo el mundo lo sabe, pero nadie responde.

—Que tuvo que mirar —dice Bill—. Le obligaron a mirar mientras le cortaban los brazos y las piernas.

28

Dexter miró la nota de Kate y después el reloj. Eran las cuatro y seis minutos de la madrugada, la noche anterior a su cena en el restaurante.

Kate había estado evitando aquel momento, o deseando que llegara, imaginándolo, temiéndolo, ignorándolo durante no sabía cuánto tiempo. Y ahora que por fin había llegado, no le sorprendió comprobar que seguía reacia a empezarlo. Reacia a poner fin a la etapa de su vida previa a aquella conversación que aún no había tenido lugar. Reacia a descubrir cómo sería su vida a partir de entonces.

Bajó despacio las escaleras y se mordió el labio, de repente tenía ganas de llorar. En todas sus deliberaciones mentales sobre aquella conversación, sus sentimientos habían sido sobre todo furia y miedo. No tristeza. Pero eso era lo que sentía ahora, una vez que había llegado el momento.

¿Seguirían teniendo una vida juntos después de esta noche? ¿O aquello era el final? ¿Tendría que hacer las maletas, despertar a los niños, llevarlos al aeropuerto, coger el primer vuelo de la mañana a…? ¿Adónde? ¿A Washington? ¿Quién la rescataría en Washington? ¿Sobre qué hombro lloraría?

Dexter era todo lo que tenía. Lo había sido todo para ella desde que se hizo adulta. Recordó una ocasión en que regresaba de una misión a Guatemala, sentada en aquel avión militar, frío e impersonal, mirando la pared de metal anticorrosivo, pensando que Dexter era la única persona a la que tenía ganas de ver en Washington.

De espaldas a su marido se secó los ojos, conteniendo las lágrimas. Después los dos se pusieron los abrigos y las botas y salieron al frío del balcón, expuesto al viento que daba a una garganta negra y profunda. La luz que llegaba del interior de la casa era débil, pero le bastaba a Kate para ver la cara de Dexter. Para darse cuenta de que él sabía perfectamente de qué iba aquello.

—Dexter —dijo, y a continuación tomó aire, en un esfuerzo por tranquilizarse, pero sin demasiado éxito—, sé lo de los veinticinco millones, o tal vez son cincuenta, de euros robados. Sé lo de las cuentas corrientes secretas, lo de LuxTrade y la casa en el campo. Sé… Dexter, sé que no eres consultor de seguridad de ningún banco aquí y que, sea lo que sea lo que estés haciendo, llevas ya mucho tiempo.

El viento azotó la cara de Dexter y este arrugó la cara.

—Puedo explicarlo.

—No quiero que me lo expliques. Quiero que me convenzas de que estoy equivocada. O que admitas que tengo razón.

Kate conocía la verdad; eso no era lo que esperaba oír. Lo primero que quería saber era si Dexter lo negaría todo. Si optaría por contarle más mentiras. Si no había ya esperanza.

Y por una fracción de segundo, de pie a quince metros de altura sobre el camino de piedra, Kate también se preguntó, por muy irracional que fuera la idea, si Dexter no intentaría matarla allí mismo.

Había imaginado muchas veces los distintos derroteros que podría tomar aquella conversación. Si Dexter decía A, entonces ella diría B, él respondería C y así sucesivamente. Había tratado de imaginar lo mejor y también lo peor. Había sopesado probabilidades, entre ellas, conversaciones que terminaban con ella saliendo por la puerta con los niños para nunca volver a ver a Dexter. Incluso había tenido en cuenta la posibilidad de tener que usar la pistola. La Beretta estaba justo detrás de la puerta, encima del radiador, oculta por una cortina que había comprado en el centro comercial Belle Étoile y colgada de una barra que había instalado usando los tornillos de estrella comprados en su tercera visita a la tienda de bricolaje, no hacía demasiado tiempo, pero lo suficiente para que entonces fuera un ama de casa expatriada más. Antes de que su vida hubiera empezado a complicarse. O antes de que supiera lo complicada que era.

Cuando Dexter abrió la boca, todas las posibilidades le vinieron a la cabeza a la vez, lo que casi le impidió escuchar sus palabras.

—Tienes razón.

Kate no dijo nada y Dexter no hizo ningún intento por explicarse. Se quedaron en silencio allí en medio del frío, mirándose.

—¿Por qué estamos aquí? —preguntó Dexter con la mirada todavía perdida en alguna parte.

—Porque Bill y Julia son agentes del FBI que trabajan para la Interpol y te están investigando. Estoy segura de que nuestro ordenador está intervenido. Y han puesto micrófonos en el coche. Tenemos los teléfonos pinchados y estoy convencida de que han puesto escuchas dentro de la casa.

Dexter se tomó un momento para asimilar esta información.

—¿Y aquí estamos seguros?

Kate se encogió de hombros. Después reunió valor para mirar a su marido, cuya cara era la viva imagen de la preocupación. Aquello era una buena señal, pensó. Si se hubiera mostrado tranquilo, si no le importara, sería mucho peor.

—¿Puedo explicártelo ahora? —preguntó Dexter—. Por favor.

Kate asintió.

—No es una historia corta. —Dexter hizo un gesto hacia las sillas y la mesa y esperó a que Kate se sentara antes de hacerlo él.

—¿Te acuerdas de que mi hermano estaba en los marines?

¿A qué narices venía eso?

—Claro —espetó Kate, sonando más enfadada de lo que tenía intención de mostrarse—. Sí —añadió en un intento por suavizar el tono.

—Sabes que lo mataron durante la guerra de Bosnia. Pero nunca te he contado cómo murió.

—Me dijiste que ya no estaba en los marines. Que era asesor de temas militares. —Kate lo sabía todo acerca de esa clase de tipos—. Que fue capturado y lo mataron.

—Así es. Capturado por un coronel serbio llamado Petrovic. ¿Has oído hablar de él?

Kate negó con la cabeza.

—Petrovic no era muy conocido fuera de Europa. Pero en los Balcanes era famoso, por su sadismo. Torturar era su pasatiempo. ¿Sabes lo que quiero decir?

—Me lo puedo imaginar.

—Torturaba porque le divertía. Disfrutaba arrancando uñas con tenazas. Cortando orejas con cuchillos de carnicero. Amputaba brazos con un machete, Kate. Mutilaba a personas, matándolas despacio y con crueldad, derramando la mayor cantidad de sangre posible. No lo hacía para sacarles información, sino porque le gustaba. Porque así se forjaba una reputación de salvaje. Cuando encontraron a mi hermano, Kate, le faltaban todos los dedos, los de las manos y los de los pies. También los genitales. Y los labios, Kat. Petrovic le cortó los labios a Daniel.

Kate se estremeció.

—Petrovic torturó a mi hermano hasta matarlo, solo por diversión, y después dejó que su cuerpo mutilado se pudriera en un callejón, como carroña para gatos, ratas y perros salvajes.

Aquello era mucho más horroroso de cuanto Kate había imaginado. Sin embargo, no entendía la relación entre aquella historia y los millones de euros robados. Y no entendía por qué no había dado con ella cuando investigó el pasado de su marido.

—Eso es horrible. Y no quiero que pienses que soy una hija de puta impaciente y poco razonable, Dexter. Pero ¿qué coño tiene que ver eso con los cincuenta millones de euros?

—Son veinticinco.

—¡Los que sean, joder, Dexter!

—Tiene que ver —dijo este después de tomar aliento con dificultad— porque se los he robado a Petrovic.

—Vale —dijo Kate agarrándose a los lados de la silla, obligándose a sí misma a tranquilizarse—. Explícamelo. ¿Cómo lo supiste?

—¿Cómo supe qué? —A Dexter le temblaba la voz y Kate se dio cuenta de que estaba a punto de llorar.

—Pues todo esto. Lo de tu hermano. Lo que le había hecho Petrovic.

Dexter tomó aire de nuevo.

—Para empezar, había fotografías del cadáver de Daniel en el informe original del Departamento de Estado que se hizo después de su muerte.

—¿Viste el informe?

Dexter asintió con furia, moviendo la cabeza arriba y abajo.

—Vi una fotocopia. Al final del informe se decía que Petrovic seguía con vida y en perfecto estado de salud, haciendo una fortuna como traficante de armas, vendiéndoselas a gente de la peor calaña, capos mexicanos del narcotráfico, genocidas de Sudán, a los talibanes.

—¿Esa información estaba en el informe sobre la muerte de Daniel?

—No, me la dio por separado el mismo tipo que se había puesto en contacto conmigo. Le conocí unos años después; no sabía gran cosa aparte de lo que decía el informe. Pero me puso en contacto con un exiliado croata, un tipo llamado Smolec, que conocía a muchos militares. Y Smolec conocía muy bien al coronel, se habían formado juntos en el ejército y sabía de todas sus actividades.

Aquella era la historia más rocambolesca que Kate había oído en su vida.

—Así que contraté los servicios de Smolec —continuó Dexter— para que me ayudara a seguirle la pista al coronel. Para que me mantuviera informado de sus idas y venidas, de sus adquisiciones inmobiliarias, de sus ventas de armas.

—¿De quién fue la idea? La de que Smolec vigilara al coronel. ¿Suya o tuya?

Kate vio el atisbo de una sonrisa en la cara de Dexter, un destello de alivio. Sabía lo que estaba pensando. «Si hace preguntas como esta, es que está intentando comprender. Tratando de perdonarme».

Tenía razón.

—No me acuerdo —contestó Dexter—. Tal vez mencionara algo sobre lo fácil que sería y entonces yo le pedí que lo intentara. Fue hace mucho tiempo.

—¿Dónde te reuniste con el tal Smolec?

—En un parque, en Farragut Square.

Claro. Eso era lo que estaba haciendo en aquel frío día cuando Kate vio su gorro rojo desde la calle primera, el invierno pasado.

—¿Por qué hiciste todo eso?

—Buena pregunta. La verdad es que no lo sabía muy bien, no tenía un plan concreto, si es lo que me estás preguntando. Pero la información estaba ahí y me parecía que alguien tenía que hacer algo con ella.

—Vale —dijo Kate, dejando por un momento de lado lo inverosímil de toda aquella historia—. Así que Smolec estaba vigilando al coronel para ti, eso más o menos lo comprendo. Lo que no me entra en la cabeza, Dexter, es por qué no me contaste nada, incluso sabiendo que trabajaba en el Departamento de Estado.

Por un momento se le ocurrió que, a pesar de la situación, aquella era una buena ocasión para contarle a Dexter toda la verdad. Una sencilla aclaración a aquella frase, verdadera, sería como la piedra que al rodar hace que la montaña entera se derrumbe. Pero en aquel momento el que tenía que dar explicaciones —o al menos el que tenía más explicaciones que dar— era Dexter.

—Todo empezó antes de conocerte —dijo este—. Y lo que hacía no tenía demasiado sentido, así que me daba vergüenza. No quería que lo supieras.

Aquella explicación a Kate le pareció estúpida, pero sincera.

—Vale. Y entonces ¿qué?

—Hace unos pocos años ocurrió algo que no tenía nada que ver con esto en mi trabajo. Cuando estaba probando un protocolo de seguridad, descubrí la manera de robar dinero electrónicamente durante las transferencias.

—¿Lo descubriste por casualidad?

—No. No fue coincidencia que ocurriera mientras estaba en una página de eBay. Ese era mi trabajo, a lo que me dedicaba. Buscaba posibles resquicios en la seguridad y los cerraba.

—Ya.

—Y también sabía que el coronel hacía negocios mediante transferencias electrónicas. Transfería millones, en ocasiones decenas de millones, a cuentas bancarias anónimas de forma habitual. Cerraba compraventas de armamento desde el ordenador de su casa.

—¿Y decidiste robárselo todo?

—Sí. Pero no quería solo vaciarle la cuenta bancaria; eso es solo robo. —El temblor había desaparecido de la voz de Dexter, que ahora hablaba más alto y a mayor velocidad. Aliviado por poder contarle esto por fin a su mujer. A su mejor amiga—. Lo que quería era encontrar su punto débil, una situación en la que estuviera en posesión de un montón de dinero que no fuera suyo, en mitad de un trato. Robarle una gran suma que debiera a alguien.

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