El varón ururu sopló un polvo hacia el rostro de su mujer, cuyos ojos se abrieron como platos y enrojecieron al instante. Luego hizo que mordiera un palo. Chimaux observaba el macabro espectáculo con cierta fascinación en su mirada.
—El recién nacido será confiado directamente a otra mujer del poblado, que será la que lo criará. Así se perpetúa la vida entre los ururus. Es cruel, pero esta tribu ha sobrevivido varios milenios con sus ritos. Si aún existe es que, en cierta medida, se ha creado un equilibrio natural, evolutivo. La tribu ururu no ha conocido la decadencia de las sociedades putrefactas del mundo occidental. No ha tenido esa necesidad absoluta de reproducirse cada vez más tarde, de prolongar la vida sin una utilidad real, de vivir en un modelo familiar tal como lo conocemos. Mire los estragos en Occidente, esas enfermedades que aparecen en cadena después de los cuarenta años. ¿Cree que el Alzheimer es una enfermedad nueva? ¿Y si le dijera que ha existido siempre pero que nunca se había manifestado simplemente porque los hombres se morían más jóvenes? Aguardaba en el corazón de nuestras células la llegada de su hora. Hoy, cada uno de nosotros puede conocer su genoma, su predisposición a enfermedades como el cáncer. Unas probabilidades inmundas que orientan nuestro futuro… Uno se vuelve loco e hipocondríaco. La Evolución ya no decide nada.
—¿Por qué Louts…? —murmuró Lucie en un destello de lucidez.
—Louts llegó aquí con una teoría formidable que hubiera firmado yo hace veinte años: la cultura de combate de una sociedad, que «imprime» el carácter zurdo en el ADN y fuerza así a los descendientes a ser zurdos, para que sean mejores guerreros… La memoria colectiva que modifica el ADN… Tenía MI concepción de la Evolución, era exactamente como yo.
Se bajó la cintura de su pantalón y señaló una gran cicatriz sobre la ingle.
—Hace cinco años estuve a punto de morir. Noland pretendía ir demasiado lejos. Cuando, con Terney, descubrió y aisló el funcionamiento exacto del virus, comenzó a hablar de un proyecto de gran envergadura. Si lo conociera personalmente, sabría qué significan esas palabras en boca suya. Quise oponerme, porque esta vez ya no se trataba de algunas muertes sino de inyectar un virus vivo en el patrimonio genético de la humanidad. Un sida de una potencia elevada a diez, que podría hacer una gran limpieza. Así que trató de matarme. Desde entonces, ya no abandono la selva.
Se arregló la ropa y bebió otro trago. Lucie trataba de memorizar sus palabras. Un virus… Noland… Tenía que luchar, las brumas la envolvían, devoraban sus pensamientos y borraban sus recuerdos.
—Cuando Louts vino a verme, se me ocurrió una idea. Yo quería saber si… los primeros síntomas del virus habían aparecido en varones jóvenes. Si algunos de ellos se habían vuelto ultraviolentos, y si se confirmaban todas las hipótesis de Terney y Noland. Por eso utilicé a la estudiante, le pedí que visitara las cárceles y buscara a zurdos violentos, jóvenes, que presentaran síntomas de pérdida del equilibrio. Sólo tenía que traerme una lista de nombres y fotos, yo sabía que podría reconocer a los descendientes de ururus y que, de ser así, las teorías de Noland serían ciertas. Cuando vi que no regresaba, supe que había ido demasiado lejos, que sus investigaciones y su obstinación le habían costado la vida. Noland la había matado…
Lucie estaba aturdida. Las imágenes seguían cabalgando en su cabeza. Todo se embarullaba y del corazón del fuego surgían alaridos femeninos. Unas voces reconocibles del pasado se entremezclaron con los clamores del presente. Unos polis que gritaban, que corrían. Lucie, temblorosa y empapada, se vio claramente avanzar junto a las fuerzas del orden. Derribaron la puerta y Lucie los siguió. Carnot, allí, inmovilizado contra el suelo… Corrió por las escaleras, olía a quemado. Una puerta, la habitación. Otro cuerpo, con los ojos abiertos.
Juliette allí, muerta frente a ella, con los ojos muy abiertos.
Lucie rodó a un lado, cubriéndose la cara con las manos, y profirió un grito muy largo.
Sus dedos arañaron el suelo, sus lágrimas se mezclaron con la tierra ancestral, mientras, delante de ella, unas manos ensangrentadas alzaban al cielo un bebé arrancado del vientre de su madre. En un último instante de lucidez, vio a Chimaux inclinarse sobre ella y lo oyó murmurar, con una voz glacial:
—Y ahora, voy a aspirar tu alma.
Noland hablaba con serenidad, enjugándose la frente con leves toques precisos .
— Fénix surgió del vientre de la Evolución y contaminó a varias generaciones de cromañones, hace treinta mil años. Creo que en parte contribuyó a la extinción del hombre de Neandertal por un genocidio llevado a cabo por los cromañones infectados, pero ésa es otra historia. La realidad es que la carrera armamentística entre virus y humanos, en las nacientes sociedades occidentales, dio ventaja a los humanos: el retrovirus se volvió ineficaz al cabo de los años y acabó fosilizado en el ADN. Sin embargo, persistió en la tribu ururu, con leves mutaciones, al ritmo de la lenta evolución de esa tribu aislada y surgida de la era prehistórica. En una sociedad occidental, la cultura avanza demasiado deprisa, guía los genes, los orienta y adquiere primacía sobre la naturaleza. Pero no en la selva. Aquí los genes siempre conservan su ventaja frente a la cultura .
—¿ Cómo funciona el virus ?
— Basta un portador, hombre o mujer, para que el niño se contagie. Fénix se oculta en el cromosoma número 2, cerca de los genes que influyen en la lateralidad. La presencia del virus hace que los huéspedes sean zurdos. Sin embargo, para despertarse y multiplicarse, Fénix necesita una llave. Esa llave la tiene cualquier varón de este planeta en su cromosoma sexual Y .
Sharko recordó el libro de Terney , La llave y el candado. No cabía duda de que el título hacía referencia al virus Fénix. Uno más de sus guiños .
— Cuando inseminé a las madres sanas, hace más de cuarenta años, dieron a luz a un niño infectado, la generación G1, puesto que el virus se hallaba en el espermatozoide ururu y, por ello, en la herencia genética del niño. Supongamos que la criatura nacida G1 fuera una niña, como sucedió en todos los casos y en particular… en el de Jeanne, la madre de Coralie .
Hablaba de la que supuestamente era su hija, pero que no poseía ninguno de sus genes paternos. Una extraña a sus ojos, el simple producto de un experimento .
— Jeanne, por lo tanto, es portadora del virus. En la futura fecundación de un ovocito con un espermatozoide de varón occidental, veinte años más tarde, el azar decide: el nuevo feto será niña o niño. Jeanne tuvo primero una niña, Coralie, y luego un niño, Félix. Dos hijos infectados por la segunda generación G2. En el caso de Coralie, el padre occidental transmitió su cromosoma X y el virus no se desencadenó en Jeanne porque el candado permaneció cerrado. Eso no impide, sin embargo, que Fénix se transmita genéticamente a Coralie a través del cromosoma 2… En el caso de Félix, el padre transmitió su cromosoma Y. Ese Y forma parte de la composición de la placenta, que interacciona con el organismo de Jeanne. A partir de ese instante, el candado que retiene el virus en el cromosoma 2 de Jeanne se abre. El cuerpo materno fabrica proteínas y el virus se multiplica entonces con un único objetivo: asegurar su propia supervivencia y su propagación en otro cuerpo. La manifestación del virus se caracteriza así por una hipervascularización de la placenta y, en contrapartida, un deterioro de las funciones vitales de la madre. El virus ha vencido en todos los campos: mata a su huésped y se propaga a través del feto, garantizando así su propia supervivencia… Ya conoce el resto. Félix creció, se hizo adulto y probablemente mantuvo relaciones sexuales. A su vez, si nacen hijos transmitirá el virus. Luego sucede lo que sucedió en el organismo de la madre G1: el virus se multiplica en Félix y lo mata, manifestándose en ese caso en el cerebro. El esquema funciona en todos los supuestos. Madre o padre contagiado, hijo varón o hembra. Fénix aplica la estrategia de todo virus o parásito: sobrevivir, propagarse y matar. Si ha podido sobrevivir entre los ururus es porque humanos y virus hallaron ventajas superiores a los inconvenientes. Una tribu joven, fuerte, de evolución lenta, cuyo tamaño se autorregula y que no siente más necesidad que sobrevivir y asegurar su perennidad. Lo demás, y en particular el envejecimiento, no es más que algo… superfluo .
Suspiró, mirando al techo. Sharko tenía ganas de abrirlo en canal .
— Lo he anotado todo, al detalle. Las secuencias analizadas de Fénix mutado y de Fénix sin mutar de hace treinta mil años. No puede usted imaginarse el impacto del descubrimiento del cromañón en la gruta, hace un año. Un individuo aislado que había masacrado a neandertales… El dibujo al revés… Tenía allí la manifestación de la forma original de un virus cuya existencia sólo la conocíamos tres personas en el mundo y en el que trabajábamos desde hacía años. Stéphane Terney se las arregló para robar la momia y su genoma .
—¿ Por qué no robar sólo los archivos informáticos? ¿Para qué les servía la momia ?
— No queríamos dejarla en manos de científicos que seguro que habrían obtenido de nuevo el genoma y lo hubieran analizado minuciosamente. Al final, habrían acabado encontrando las diferencias genéticas entre el genoma ancestral y el nuestro, y habrían acabado descubriendo y comprendiendo mi retrovirus…
Chasqueó la lengua .
— Terney quería quedarse como fuera con la momia del cromañón para su museo particular y tuve que obligarlo a deshacerse de ella. Luego examinamos el genoma. Nuestro trabajo se desarrollaba a buen ritmo, en particular gracias a los avances en el campo de la genética. Hasta que Terney me llamó, asustado, a primeros de mes, y me habló de una estudiante que metía la nariz en historias de zurdos y de violencia. Éva Louts… La investigué y supe que había viajado a la Amazonia. No cabía duda de que Napoléon Chimaux tenía algo que ver con aquello. Por esa razón, decidí hacer limpieza, porque las cosas comenzaban a volverse peligrosas. La paranoia de Terney empezaba a asustarlo de verdad. Los maté, quemé las cintas de vídeo que documentaban los ritos de los ururus, las muestras de sangre que habíamos tomado y las inseminaciones. Borré cualquier rastro. Dejar que Terney fotografiara al cromañón y no quitar de la pared de su biblioteca los tres cuadros fue mi error más grave. Pero jamás, nunca jamás habría imaginado que pudiera usted establecer esos vínculos .
Apretó ambos puños .
— Yo quería… dar vida al verdadero Fénix, ver de qué era capaz mutado en forma de medusa, pero no he tenido tiempo. No se puede ni imaginar el trabajo que he llevado a cabo, los sacrificios que he hecho. Usted, un vulgar policía de calle, lo ha echado todo a perder. No ha entendido que la Evolución es una excepción y que la regla es la extinción… que todos estamos destinados a extinguirnos… usted el primero .
Sharko se aproximó a él y le apretó el cañón contra la nariz .
— Su nieta Coralie iba a morir ante sus narices y usted lo sabía .
— No iba a morir. Iba a desempeñar su papel dictado por la naturaleza. La naturaleza es quien debe decidir, y no nosotros .
— Es usted un fanático sin remedio. Sólo por eso, voy a apretar el gatillo .
Noland aún halló fuerzas para estirar sus labios en una sonrisa fría .
— Dispare. Y nunca sabrá la identidad de los otros cuatro perfiles. O, por lo menos, se arriesga a descubrirlos demasiado tarde, cuando lo peor ya haya tenido lugar. Y ya sabe de qué hablo cuando digo lo peor, comisario .
Sharko apretó los dientes y tuvo que luchar contra sus propios demonios para retirar el dedo del gatillo. Bajó el arma .
— Más le vale que aquella a la que amo llegue sana y salva, asqueroso, porque juro que iré a buscarlo aunque tenga que ir hasta lo más hondo de la prisión donde pasará el resto de sus días confrontado a la peor escoria de su maldita Evolución .
Lucie abrió bruscamente los ojos. El paisaje cabeceaba, como apoyado sobre cojines de aire. El rugido de un motor… Los efluvios de limo… Las vibraciones sobre el suelo de madera… Se incorporó, llevándose una mano a la cabeza, y tardó unos segundos en darse cuenta de que se hallaba a bordo del Maria-Nazaire . El barco navegaba en sentido de la corriente.
Volvía al redil.
¿Qué había sucedido?
Pálida, Lucie se arrastró hasta la borda y vomitó. Vomitó porque, era consciente de que aquello era la sórdida verdad y a la vez veía los juguetes aún embalados en la habitación de las gemelas tan claro como el paisaje que se extendía ante sus ojos. Luego se vio sola frente a la verja de la escuela, el primer día de curso, sin que tuviera que acompañar a nadie hasta allí… El teléfono móvil, abandonado en un rincón… Sus paseos, sola con Klark , junto a la Ciudadela. Las miradas curiosas de su madre, las alusiones, los suspiros… Sola, sola, siempre sola, hablándole al perro, a una pared, dirigiéndose al vacío.
El estómago de Lucie se retorció de nuevo. La selva y las drogas le habían revelado que sus dos hijas estaban muertas. Que desde hacía más de un año vivía con un fantasma, una alucinación, un pequeño ser de humo que había acudido a prestarle su apoyo, a ayudarla a superar el drama.
Oh, Dios…
Titubeante, Lucie alzó su mirada enturbiada hacia Pedro, que, apoyado en la proa, mascaba tabaco. Al frente se alzaba el puesto de la FUNAI. Ni siquiera trataron de detenerlos: el hombre de las cicatrices les hacía señas para que circularan rápidamente. Miró a Lucie sin moverse, con su mirada gélida, y volvió a su cabaña a grandes zancadas.
El guía se acercó a Lucie con una sonrisa.
—Ya está usted de nuevo entre nosotros.
Lucie inspiró dolorosamente y se enjugó las lágrimas con los dedos. Tenía la sensación de regresar de ultratumba.
—¿Qué ha sucedido? Recuerdo cuando caminamos… El humo… Luego un agujero negro. Sólo imágenes en mi cabeza. Imágenes… personales. Pero… ¿dónde está Chimaux? ¿Por qué hemos dado media vuelta? Quiero volver allí, yo…
Pedro le puso una mano sobre el hombro.
—Ha visto a Chimaux y a sus salvajes. La trajeron de vuelta al barco, después de tres días.
—¿Tres días? Pero…
—Chimaux fue muy claro: no quiere que volvamos nunca más allí. Jamás. Ni usted ni yo. Pero dijo una frase para usted, algo que me pidió que le transmitiera.
Lucie se llevó las manos a la cara. Tres días. ¿Qué habían hecho con su cabeza? ¿Cómo habían logrado abrirle la mente hasta ese punto?