—Yo me ocuparé de que no fuercen la vista.
—Luché con esos signos durante años, y todavía confundo una palabra con otra. ¿Qué bien puede hacerles eso?
—Tendrán que ayudar a gobernar las tierras que tú y tus hermanos conquistáis para ellos. Ese conocimiento los convertirá en mejores consejeros del que suceda a tu padre en el trono.
Tolui meneó la cabeza e hizo un signo para alejar la mala suerte. Con todas las muertes que había visto, rechazaba tanto esas conversaciones como el mismo Temujin-echige. "El Kan —pensó Sorkhatani—, cree que vivirá siempre". A ella casi le parecía posible que el cielo mismo preservara al más grande de los kanes.
—No puede gobernar sin luchar. —Tolui pasó uno de sus musculosos brazos por los hombros de Mongke—. Escuchad, muchachos, y recordad esto. Cualquiera que no se haya rendido a nosotros, o que no nos haya jurado lealtad, es nuestro enemigo. Conozco más el mundo que vosotros, y bajo el cielo viven un número incontable de pueblos. Por muchas tierras que conquistemos, siempre habra otras más allá, y hasta que los que las pueblan no se sometan a nosotros, debemos considerarlos enemigos. Así lo ordena la Yasa.
—Sí, padre —dijo Mongke.
—El temor y la rapidez serán vuestras armas, tanto como la flecha y la espada. Moveos con rapidez y vuestra velocidad dará a cada hombre bajo vuestro mando la fuerza de diez; en cuanto el enemigo detenga su retirada para reagruparse, ya habréis atacado su retaguardia. El terror que infundáis en vuestros enemigos puede daros la victoria antes incluso de que marchéis sobre ellos.
—¿Cuándo vuelves a la guerra? —preguntó Mongke.
—Pronto, espero —respondió Tolui; sus pálidos ojos se iluminaron—. Cuando tu abuelo consiga un tratado con el Kan del oeste, lanzaremos un ataque final contra los Kin. El ejército de Mukhali ya los habrá ablandado para entonces.
Mongke tiró de la manga de su padre.
—Pero ¿por qué el abuelo quiere un tratado?
—Porque un hombre sabio nunca deja un enemigo potencial a sus espaldas.
Sorkhatani recogió su costura. El Kan había mandado un enviado a las tierras occidentales de Khwarezm. El enviado, un mercader llamado Mahmoud Yalavach, de la ciudad de Bukhara, en Khwarezmian, era una elección adecuada para tratar con el Shah Muhammad, quien gobernaba esas tierras. El Kan quería comerciar con Khwarezn, pero quería aún más una promesa de paz. Desde que Kara-Khitai había empezado a formar parte del "ulus" mongol, los dominios de Kan limitaban con los del Shah; Temujin debía estar seguro de que el enorme ejército de Khwarezmian no invadiría sus territorios cuando la parte más importante del ejército mongol se dirigiera hacia el este. Entretanto, la caravana que seguía al enviado de Kan comerciaría y recogería más información acerca de las tierras de occidente. Temujin-echige deseaba la paz, pero estaría preparado para la guerra.
El Kan todavía tenía mucho por conquistar, y probablemente sus hijos se vieran obligados a gobernar pueblos muy diferentes del mongol. Necesitaban saber otras cosas además de las artes de la guerra.
—¿Puedo llamar al escriba Toloshu? —preguntó Sorkhatani.
—Puedes hacer lo que te plazca, Sorkhatani. —Tolui le sonrió, y luego extrajo sus dados de hueso—. ¿Sabéis? Un mercader me está enseñando un juego llamado ajedrez, con piezas sobre un tablero. Os lo enseñaré… es como la guerra.
Se tendió en la alfombra con sus hijos. Con su rostro ancho y sonrosado y su bigote ralo, él mismo parecía un muchacho.
Sorkhatani se preguntó si Tolui se adaptaría a los deberes que le esperaban. Por ser el hijo menor del Kan y Bortai, era el Príncipe del Hogar y tendría que ocuparse de la tierra natal cuando se eligiera un nuevo Kan. Sería un corcel de batalla mordiendo el freno, anhelando batallas en tierras lejanas, ansiando ser la espada del que fuera Kan.
Ella no sabía quién sería Kan. Temujin eludía cualquier conversación que hiciera alusión a su propia muerte, y tal vez los Noyan no estuviesen seguros de que el actual Kan deseara guiarlos cuando llegase el momento de elegir al siguiente. Si el "kuriltai" se decidía por cualquiera de sus dos hijos mayores, el rechazado quizá tomase las armas contra el otro. ¿Cómo podía Jochi ser Kan si la gente todavía murmuraba que no era hijo de su padre? ¿Cómo podía gobernar Chagadai si creía que la Yasa de su padre nunca podía alterarse, ni siquiera en nombre de la justicia? Ninguno de ellos se sometería nunca al otro. Si los dos disputaban por el trono, el "ulus" de Temujin tal vez no lo sobreviviese.
Bortai miró a su esposo, que había estado caminando alrededor del fogón durante toda la tarde. Aparentemente, planeaba pasar la noche allí. En otro tiempo acudía a ella ardiente de pasión. Ahora venía a su tienda a descansar, a pasar una noche de sueño ininterrumpido.
Estaba preocupado, y Bortai no sabía por qué. Su enviado Mahmoud Yalavach había regresado el día anterior para decirle que el Shah Muhammad recibiría de buen grado el intercambio comercial y que no tenía malas intenciones con respecto al territorio de los mongoles.
—Temujin —dijo ella finalmente—, cualquiera diría que el Kan del oeste ha rechazado tu propuesta.
—Tal vez deseaba hacerlo. —Dejó de caminar y se volvió hacia ella—. Mahmoud habló conmigo a solas después de repetir las palabras del Shah. No estoy seguro de que Muhammad verdaderamente quiera la paz.
—Pero te mandó enviados incluso antes de que partieras de Khitai. Habló de paz entonces.
—Pensé que temía a nuestros ejércitos —dijo él—, y que quería evitar una batalla. Pero desde entonces me he enterado de más cosas sobre él. Primero su padre y luego él construyeron un "ulus" en el oeste mientras yo estaba uniendo a nuestro pueblo, y tal vez crea que el cielo lo favorecerá. —Se mesó la barba—. Sus fuerzas son mayores que las nuestras. Si yo conduzco mis ejércitos a Khitai, no habrá nada que le impida atacar desde el oeste. —Temujin miró a las dos esclavas que dormían en la entrada; luego se acercó a Bortai, se sentó en la cama y continuó—: Cuando Mahmoud le entregó mi mensaje, el Shah lo llevó aparte. Mahmoud repitió mis palabras, diciendo que honraría al Kan tanto como a mis propios hijos, y que la paz sería ventajosa para ambos. El Shah se enfureció porque lo llamé "hijo mío", y dijo que yo era un infiel que lo disminuía con esas palabras. —Suspiró—. Después le pidió a Mahmoud que, como hombre de Bukhara, regresara aquí en calidad de espía.
—¿Y qué respondió a eso Mahmoud Yalavach? —preguntó Bortai.
—Aceptó un soborno de manos del Shah, pues no habría ganado nada despertando sus sospechas. Le dijo a Muhammad que yo había tomado muchas ciudades Kin, pero que mis ejércitos no eran tan fuertes como los de Khwarezm. Eso pareció aplacar a Muhammad y le hizo renovar su propuesta de paz.
—Entonces no veo por qué estás preocupado. Cuando llegue tu caravana, él verá lo que puede ganar con la paz. Tendrá más de lo que podría obtener con una guerra.
La caravana llevaba oro, plata y seda de Khitai, pieles del norte y los abrigos de pelo de camello de los Tangut, lo cual constituía una muestra de lo que daría a Khwarezm el comercio supervisado por los mongoles.
—Pero todavía no tengo lo que quiero de él.
Temujin, pensó ella, lo creería así. "Conviértete en mi hijo —ése era su mensaje al Shah—. Conserva lo que tienes, siempre y cuando me reconozcas como tu superior, destinado a gobernarlo todo". Temujin nunca aceptaría la paz con un gobernante que se considerara un igual del Kan.
—Trágate el orgullo —dijo ella—, y acepta la paz que él te ofrece. Tienes una guerra que combatir en Khitai. Mis hijos ansían volver a luchar allí, y al menos eso impedirá que Jochi y Chagadai peleen entre sí.
—Les he prohibido que lo hagan.
—Eso no ha hecho que se amen. Sólo se reprimen porque te tienen miedo.
Temujin podía zanjar el asunto eligiendo un heredero, pero Bortai no se atrevía a decírselo. Tal vez su negativa a enfrentarse a su propia mortalidad era lo que le daba fuerzas.
Pocos días después del regreso de Mahmoud, un camellero que había estado con la caravana mongol llegó al campamento mongol y fue conducido de inmediato ante Temujin. En la ciudad fronteriza de Otrar, las mercaderías habían sido arrebatadas por el gobernador Inalchik, y todos los que viajaban en la caravana habían sido ejecutados. Sólo el camellero había logrado escapar.
De algún modo, el Kan contuvo su furia, pero Bortai supo que la noticia lo había herido profundamente cuando lo vio partir hacia el Burkhan Khaldun. A menudo oraba en las laderas del monte cuando se sentía menos seguro de sí, cuando la voluntad del cielo no resultaba clara. La inquietud de la mujer creció cuando se enteró de que Temujin había mandado dos enviados mongoles y un musulmán llamado Ibn-Kafraj Boghra a ver al Shah, exigiendo que entregara a Inalchik a los mongoles para que recibiera su castigo. Si Muhammad entregaba al hombre, todavía podía haber paz, pero Bortai recordó lo que su esposo le había dicho sobre el Shah. Muhammad podía considerar la propuesta de Temujin como una muestra de debilidad; era posible que estuviera dispuesto a arriesgarse a una guerra.
Cuando los vientos del norte empezaron a aullar, el Kan trasladó su campamento a las tierras que habían sido de los Naiman, y Bortai advirtió que se estaba preparando una campaña en el oeste. Ese otoño los hombres partieron a la gran cacería, y la gente murmuraba que el Kan había cazado con ferocidad inusual, matando animales hasta que los cadáveres se apilaron en montículos altos como colinas.
Poco después de la cacería regresaron los dos enviados mongoles, con las coletas cortadas y diciendo que el Shah había matado a Ibn-Kafraj Boghra. Bortai no tuvo necesidad de preguntar cuál había sido la respuesta de Temujin a esa afrenta. Un enviado había sido ejecutado, y los otros dos humillados; sólo había una respuesta a ese crimen. El ataque final contra Khitai tendría que esperar hasta que el Shah pagara por su ofensa.
Yisui recogió su costura mientras su hermana se sentaba.
—Desde que entré en tu tienda no has preguntado por tus hijos —dijo Yisugen.
—Supongo que están bien —murmuró Yisui—. De otro modo, me habrías enviado un mensaje; además, están cerca de aquí, no en el otro extremo de la tierra.
—Pues deberían estar aquí contigo —dijo Yisugen—. Eres una mala madre, Yisui.
—Entonces es una suerte que tú seas una madre tan buena. —Levantó la vista y miró los almendrados ojos oscuros y el rostro de pómulos altos de Yisugen, tan parecido al de ella. Algunas de las nuevas concubinas confundían a ambas hermanas, pero el vínculo entre ellas se había desgastado un poco. Los deberes de Yisugen hacia la familia le consumían mucho tiempo, y Yisui también estaba ocupada, de modo que ya no se veían con tanta frecuencia.
Aun después de diecisiete años con el mismo esposo, Yisui sentía que los lazos que la unían a Yisugen habían sido más fuertes en el tiempo en que ambas compartían a Temujin. Entonces eran una sola alma, y cada una sentía el placer de la otra.
—Podrías pasar un poco más de tiempo con tu hijo mayor —dijo Yisugen—, antes de que se marche.
—A su edad, permanecerá en la retaguardia. Sin duda estará a salvo.
El Kan enviaba a los primogénitos de ambas hermanas a Khitai, a luchar con Mukhali. Era inútil preocuparse demasiado por los propios hijos, ya que los varones marcharían a la guerra, en tanto que las mujeres abandonarían su "ordu" cuando se casaran.
—Más me preocupa lo que puede ocurrir si Temujin no regresa de Khwarezm —agregó Yisui.
Yisugen hizo un signo contra la mala suerte.
—Ni lo menciones —dijo. Miró a las esclavas de Yisui como si temiese que estuvieran escuchando. Dos de las muchachas colaban cuajada en el caldero mientras las otras tres extendían las alfombras que acababan de sacudir para quitarles el polvo. Ninguna de esas esclavas Han entendía el idioma mongol ni podía hablar de lo que veía; de niñas les habían cortado la lengua y les habían hundido hierros al rojo en los oídos para dejarlas sordas. Yisui había advertido inmediatamente que le resultarían útiles y le había pedido al Kan que se las asignara. Ahora algunas de las otras esposas también deseaban esclavas así.
—Mi querida hermana —dijo Ylsui—, ruego que nuestro esposo viva mil años, pero piensa en lo que puede ocurrir si no es así. Él no dice cuál de sus hijos lo sucederá. Jochi tendrá partidarios, y también los tendrá Chagadai. Ninguno de ellos se someterá al otro, y nuestro destino estará en manos del que se convierta en Kan. Tal vez no quiera conservarnos como esposas a ambas, especialmente si desea valerse de nosotras para recompensar a los hombres que lo apoyaron. Podríamos terminar separadas y muy lejos la una de la otra, en campamentos diferentes.
Yisugen se cubrió la boca con una mano.
—No quiero ni pensar en ello.
—Pues será mejor que lo pensemos, y que hagamos lo posible por evitarlo. Antes de marchar a la guerra Temujin debe decidir quién será su heredero.
—No nos escuchará. Ni siquiera Borchu y Jelme se atreven a hablarle del tema, especialmente ahora.
Era verdad. El Kan tenía otras preocupaciones además de la guerra contra Khwarezm, ahora que sus esbirros Tangut se negaban a enviar un ejército para combatir a su lado. "Si no puedes luchar solo —había dicho el enviado Tangut—, ¿por qué eres Kan?" Aquello había encolerizado a Temujin, pero no podía castigar la insolencia de los Tangut sin echar a perder sus propios planes. Tal vez el pueblo de Hsi-Hsia sospechase que el Kan no viviría lo suficiente para castigarlo, pues no regresaría de Khwarezm.
—Yo le hablaré a nuestro esposo de eso —dijo Yisui.
Yisugen se inclinó hacia ella.
—No debes hacerlo.
—No tengo elección. —Se pinchó con la aguja, y brotó la sangre. Yisui se llevó el dedo a la boca. Pensó en la época en que se había enfrentado a él delante de sus hombres, en cuán próxima a la muerte había estado. Recordó cómo la había mirado el Kan, casi desafiándola a protestar, cuando la cabeza de su primer esposo había rodado por tierra. Tendría que encararse con él una vez más, y delante de los otros, con la esperanza de que alguno fuera lo bastante valiente para apoyar sus palabras.
Yisui alzó la copa. El Kan había decidido llevar a cabo un banquete en honor de Mukhali, quien muy pronto regresaría a Khitai, donde los Khitan de Liao Wang ayudarían a los mongoles en la campaña contra los Kin. Era la última oportunidad que Temujin tendría de divertirse antes de decir sus plegarias, hacer sus sacrificios y ordenar a sus chamanes y a su consejero Khitan que leyeran los presagios. Sus espías y exploradores ya habían partido rumbo a Khwarezm.