Groucho y yo (30 page)

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Authors: Groucho Marx

BOOK: Groucho y yo
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Hacia las cuatro se despertaba y llamaba a gritos a los tres tímidos escritores que habían permanecido sentados durante horas en la sala de espera, aguardando con temor a que los recibiera. Eran introducidos en el despacho por una secretaria joven y muy guapa con la que nuestro amigo esperaba tener pronto alguna aventurilla. Entonces leía de mala gana los diálogos que los escritores habían redactado aquella mañana. Tras leer las escenas, meneaba la cabeza, miraba a los tres escritores con aire de conmiseración y volvía a menear la cabeza. Luego se producían tres minutos de silencio ominoso, seguidos de otros diez de gritos y de golpes sobre la mesa dados con ambas manos. Cuando ya había hecho bailar y saltar al unísono todos los objetos que había sobre la mesa, se ponía a gritar:

—¡Apesta! ¡Apesta!

Luego apoyaba la cabeza en sus manos y permanecía allí sentado, contemplando en silencio a los tres escritores del Este que habían hecho todo el camino hasta California para encontrar la felicidad.

Cuando el silencio se hacía insoportable, los escritores se miraban mutuamente y luego, como si fuera a una señal, se levantaban, recogían las escenas rechazadas y volvían en silencio a sus cubiles. Naturalmente, se sentían desdichados ante la reacción de su productor, pero el conocimiento de que habían escapado con vida les daba la fuerza que necesitaban para sobrevivir un día más. Me apresuro a añadir que este monstruo no era corriente entre los productores de Hollywood. Era una mole solitaria en su campo.

* * *

Había un productor en otro estudio que ganaba dos mil dólares a la semana. Sin embargo, a diferencia del que acabo de describir, éste era un caballero y un intelectual, aunque por desgracia no del cine.

No tenía vicios. No bebía, no fumaba y era fiel a su esposa. Su única justificación para la fama y para su empleo era el hecho de que había leído todas las biografías de Lincoln y tenía colgada en su despacho una gran pintura al óleo del famoso presidente. Sabía más acerca del gran emancipador que Ida Tarbell, Carl Sandburg, Raymond Massey y la señora Lincoln juntos.

En una reunión acerca de un argumento, sin que importase cuál fuera el problema, escuchaba pacientemente todas las sugerencias y soluciones de los escritores. Después de que todo el mundo había aportado su granito de arena, imponía silencio al grupo, se levantaba y soltaba con gravedad un largo y apasionado discurso sobre algún incidente trivial de la vida de Lincoln. Mientras hablaba, una leve sonrisa cruzaba su rostro. Pretendía demostrar con esto a sus oyentes que él tenía muchas de las cualidades del honrado Abel: paciencia, fortaleza y un tranquilo sentido del humor.

Una vez terminada su sencilla y pequeña anécdota, la reunión se disolvía con una orgía de admiración por aquel tranquilo hombrecito que sabía hablar de un modo tan interesante e íntimo acerca de nuestro virtuoso presidente. Cuando salían en masa, habiendo olvidado por completo lo que los había llevado originariamente a su despacho, podías oír que decían:

—¡Qué hombre tan maravilloso..., tan interesante! ¿Sabes? En cierto sentido, recuerda un poco al mismo Lincoln.

Aquel estafador permaneció en el mismo estudio durante muchos años. Realizó toda clase de películas, todas ellas vulgares y sin relieve alguno. Sin embargo, ¿cómo era posible despedir a un hombre que recordaba tanto a nuestro presidente mártir? Siempre que sonaba su nombre, había indefectiblemente alguien que decía:

—Es verdad, hace unas películas horrendas. Pero, chico, ¿no te recuerda a Lincoln?

Dicho sea de paso, durante todos los años que permaneció en el estudio, la única película que nunca realizó fue la de la vida del gran emancipador. Esta película fue realizada por otro estudio. Fue un trabajo espléndido, aunque desde el punto de vista financiero resultó un fracaso colosal.

Si necesitas una moraleja, recuerda que cuando te encuentres entre la espada y la pared, en un apuro importante, limítate a esgrimir algún tema oscuro al que te hayas dedicado en secreto durante años y suéltalo a los oídos de quienquiera que se te ponga por delante.

* * *

No toda la gente del cine que aparece en este capítulo ha de permanecer necesariamente en el anonimato. Por ejemplo, estaban los hermanos Delaney, a quienes por razón de la brevedad llamaremos Warner. Hace unos años recibí una carta de mi abogado. Iba dirigida a mí, pero se la enviaron a él. Como puedes ver, en Hollywood nadie recibe su propio correo. Siempre se envía la correspondencia de una persona al abogado, al médico, al administrador o al agente. Si recibes carta de tu dentista, nunca se le responde. Has de limitarte a enviarle las pocas caries que te quedan, él las empasta y las remite a tu abogado. Todo es muy confuso.

La carta de la que he empezado a hablarte procedía del departamento jurídico de los hermanos Warner. Estaban muy airados. Parece que nosotros íbamos a empezar una película que se llamaba
Una noche en Casablanca.
Cinco años antes, los hermanos Warner habían realizado una película con Humphrey Bogart e Ingrid Bergman que se titulaba simplemente
Casablanca
y nos amenazaban con ponernos un pleito, si persistíamos en emplear un título que ellos consideraban como demasiado parecido al original.

Dado que mi abogado no se encontraba en la ciudad (estaba jugando a trenes por toda la Costa Azul), les escribí la carta siguiente:

Queridos hermanos Warner:

Por lo visto, hay más de una forma de conquistar una ciudad y de conservarla como algo propio. Por ejemplo, hasta el momento en que proyectamos realizar esta película, no tenía idea de que la ciudad de Casablanca perteneciera exclusivamente a los hermanos Warner. No obstante, al cabo de unos cuantos días solamente de aparecer el anuncio de nuestra película, hemos recibido vuestro extenso y ominoso documento legal que nos advierte que no utilicemos el nombre de Casablanca. Parece que en 1471 Fernando Balboa Warner, vuestro tatarabuelo, mientras buscaba un atajo para llegar a la ciudad de Burbank, fue a parar a las costas de África y alzando su bastón de alpinista (que más tarde cambió por cien acciones de la empresa) llamó a aquel lugar Casablanca.

No acabo de comprender vuestra actitud. Incluso si tenéis el plan de relanzar vuestra película, estoy seguro de que el aficionado normal al cine podrá aprender con el tiempo a distinguir entre Ingrid Bergman y Harpo. Yo no sé si podré, pero ciertamente me gustará intentarlo.

Sostenéis que Casablanca es de vuestra propiedad y que nadie más puede emplear este nombre sin vuestro permiso. Pero, ¿qué hay de los «hermanos Warner»? ¿También es de vuestra propiedad? Probablemente tenéis derecho a usar el nombre de Warner. Sin embargo, ¿qué me decís de «hermanos»? Desde el punto de vista profesional, nosotros éramos hermanos mucho antes que vosotros. Hacíamos giras como «Los hermanos Marx» cuando la Vitaphone era todavía un destello en los ojos de su inventor e incluso antes que nosotros existieron otros hermanos: «Los hermanos Smith», «Los hermanos Karamazov», «Los hermanos Dan», unos proscritos de Detroit, y «Hermano, ¿puede darme una perra gorda?» Esta frase originariamente era «Hermanos, ¿pueden darme una perra gorda?»,

Pero resultaba difícil dividir una moneda tan pequeña, de manera que prescindieron de un hermano, dieron todo el dinero al otro hermano y redujeron la frase a «Hermano, ¿puede darme una perra gorda?»

Ahora, Jack, ¿qué me dices de ti? ¿Sostienes que el tuyo es un nombre original? Bueno, no lo es. Fue empleado mucho antes de que nacieras. Sin más, puedo recordar dos Jacks: existía el Jack de «Jack el Matagigantes» y Jack el Destripador, que fue un personaje muy célebre en su tiempo.

Por lo que respecta a ti, Harry, probablemente firmas tus cheques convencido de que eres el primer Harry de todos los tiempos y de que los demás Harrys son todos unos impostores. Puedo recordar dos Harrys que te precedieron. Existió un Lighthorse Harry, de fama revolucionaria, y un Harry Appelbaum, que vivió en la esquina de la calle 43 y Lexington Avenue. Por desgracia, Appelbaum no fue demasiado conocido. Lo último que supe de él fue que estaba vendiendo corbatas en los almacenes Weber y Heilbroner.

Ahora tratemos del estudio de Burbank. Creo que es así como vosotros, hermanos, llamáis a vuestro feudo. El viejo Burbank se nos fue. Quizá lo recordéis. Era un gran hombre en medio de un jardín. Su esposa decía con frecuencia que Luther tenía diez pulgadas verdes. ¡Qué mujer tan lista debió de ser! Burbank fue el mago que entrecruzó todos aquellos frutos y vegetales, hasta que confundió de tal manera a las pobres plantas y a su condición herbácea que nunca pudieron decidir si entraban en el comedor en la bandeja de la carne o en la fuente de los postres.

Es una simple conjetura, por supuesto, pero ¿quién sabe? Quizá los descendientes de Burbank no estén demasiado contentos con el hecho de que una empresa que rueda películas se haya instalado en su ciudad, apropiándose del nombre de Burbank y utilizándolo en los títulos de crédito de sus films. Es posible incluso que la familia Burbank esté más orgullosa de la patata producida por el viejo que del hecho de que de vuestros estudios haya surgido
Casablanca
o incluso
Vampiresas 1931.

Todo esto da la impresión de ser fruto de la amargura y de querer fastidiar, pero os aseguro que no es ésta mi intención. Aprecio a la Warner. Algunos de mis mejores amigos pertenecen a la Warner Brothers. Es posible incluso que esté cometiendo una injusticia con vosotros y que, personalmente, no sepáis nada de esta actitud rastrera y vil. No me sorprendería en absoluto que los jefes de vuestro departamento jurídico ignorasen también esta disputa absurda, ya que conozco a muchos de ellos y son individuos muy distinguidos, con el cabello negro y rizado, con trajes de americana cruzada y con un amor por sus semejantes que supera con mucho al de Saroyan.

Tengo la impresión de que este intento de impedirnos la utilización del título es una chiquillada de algún chupatintas imbécil que está prestando sus primeros servicios en vuestro departamento jurídico. Conozco bien a esta clase de individuos, recién salidos de la escuela, ávidos de triunfos y demasiado ambiciosos para seguir las leyes naturales de la promoción. Probablemente, este individuo siniestro engañó a vuestros abogados, la mayor parte de los cuales son individuos distinguidos, con el cabello negro y rizado, con trajes de americana cruzada, etc., para que intentaran fastidiarnos. Bueno, ¡no se saldrá con la suya! ¡Nos pelearemos con él hasta llegar al tribunal supremo! Ningún chupatintas ni ningún aventurero en leyes va a interponer una querella criminal entre los Warner y los Marx. Todos somos hermanos bajo el cielo y seguiremos siendo amigos hasta que el último rollo de
Una noche en Casablanca
se haya enroscado definitivamente en la bobina.

Sinceramente,

Groucho Marx

Por cierta razón curiosa, esta carta pareció intrigar a los hermanos Warner. Me escribieron —con gran seriedad— y me preguntaron si les podía dar alguna idea de cuál era nuestro argumento. Tenían la impresión de que podíamos llegar a un acuerdo en este asunto. Les respondí con la siguiente carta:

Queridos Warner:

No puedo deciros demasiado acerca del argumento. Mi papel es el de un ministro del Señor que adoctrina a los nativos y que, de paso, vende abrelatas y chaquetas de marinero a los salvajes a lo largo de la costa dorada de África.

Cuando me encuentro con Chico, él está trabajando en un bar vendiendo esponjas a los borrachos que no pueden absorber en su cuerpo todo el alcohol. Harpo es un reyezuelo árabe que vive en una pequeña urna griega en las afueras de la ciudad.

Al comienzo de la película, Porridge, una chica nativa de boca melosa, está afilando algunas flechas para la caza. Paul Hangover, nuestro héroe, se dedica constantemente a encender dos cigarrillos al mismo tiempo. Por lo visto, no se ha enterado aún de la escasez de cigarrillos que hay actualmente.

En la película hay muchas escenas de esplendor y de antagonismos brutales, y Color, un botones abisinio, regenta Riot. Riot, en el caso de que nunca hayáis estado allí, es un pequeño club nocturno que se encuentra en un extremo de la ciudad.

Hay un montón de cosas que podría contaros, pero no quiero haceros perder el tiempo. Todo ha sido revisado por la oficina de censura, por la asociación de las buenas amas de casa y por los supervivientes del mercado de heno de Riot. Por lo demás, si el tiempo es propicio, esta película puede constituir el cañón que abra un nuevo desastre de proporciones mundiales.

Cordialmente,

Groucho Marx

En vez de apaciguarlos, esta nota pareció intrigarlos todavía más, ya que volvieron a escribirme diciendo que aún no habían comprendido el eje del argumento y que me agradecerían que les explicase la trama con más detalle. Naturalmente, les obsequié con una sinopsis mucho más clara de toda la película.

Queridos hermanos:

Desde que os escribí la última vez, lamento deciros que ha habido algunos cambios en la trama de nuestra nueva película
, Una noche en Casablanca.
En la nueva versión hago el papel de Bordello, la amante de Humphrey Bogart. Harpo y Chico son vendedores ambulantes de alfombras que están cansados de llevar alfombras y que quieren entrar en un monasterio para irse de parranda. Pero esto significa para ellos una buena jugarreta, ya que en aquel monasterio nadie se ha ido de parranda en quince años.

Al otro lado del monasterio, casi junto a la playa, hay un hotel de cara al mar, repleto de damiselas muy atractivas, la mayor parte de las cuales nos las ha prohibido la oficina de censura al solicitarlas. En el quinto rollo, Gladstone pronuncia un discurso que entusiasma a la Cámara de los Comunes y el rey pide en seguida su dimisión. Harpo se casa con un detective del hotel, Chico se hace con una granja de avestruces. La chica de Humphrey Bogart, Bordello, pasa sus últimos años en casa de la Bacall.

La trama, como podéis ver, resulta muy chapucera. Lo único que puede salvarnos de la extinción es que continúe la escasez de películas.

Afectuosamente,

Groucho Marx

Por fin lo conseguí. Por extraño que parezca, nunca más volví a tener noticias de los hermanos Warner. Más tarde supe que dos de ellos habían ido a la Costa Azul para hablar con mi abogado en una mesa del tren.

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