Guardapolvos (19 page)

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Authors: Martín de Ambrosio

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BOOK: Guardapolvos
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Y a los congresos voy solo o con grupos de médicos, pero son pocos días. Estamos todos en la misma, es más lo que nos hacemos la croqueta, la ilusión, que la realidad de lo que hacemos. Hay tipos que se mandan macanas; no son macanas, es su forma de ser. Estás de paso, hay que darse los gustos en vida. Después de muchos años de análisis yo digo y hago lo que quiero y siento; sin herir, claro. Yo pasé por todas. Estoy contento. No me quejo.

Liliana

Mi contacto no le dijo a Liliana de qué se trata este libro. Fue lo último que me enteré, antes de despedirnos esa mañana en un café en Villa Devoto, frente al Hospital Zubizarreta, donde Liliana es cirujana. Me dijeron que eras periodista y que estabas haciendo un libro sobre cómo viven los médicos y cómo es ser cirujana en el sistema, dice, de sexo no me dijeron nada. Ahí me di cuenta de que sus evasivas no eran tales. Sino que simplemente había llegado preparada para otra cosa y sobre eso hablamos, sobre lo que ella creía que hablaríamos, aunque mi primera pregunta apuntara en realidad a cómo funciona la ley de atracción de los cuerpos en las guardias, en hospitales, consultorios y demás ambientes filomédicos.

El sexo es igual entre los médicos que en cualquier profesión, se ataja. Uno convive, sí, constantemente con situaciones límite y con la muerte, pero si se genera algo extra está en la mente de las personas. La realidad es que hay de todo, como en cualquier lado. No es todos contra todos. Es verdad que hay gente que ve un árbol vestido y le da. Pero no es por la profesión, es por la personalidad; algunos son terribles y otros no. La sociedad es así. Es verdad que entre los médicos puede ser una forma de descarga por las tensiones del momento, del trabajo. Mirá, dice, yo llevo 28 años como cirujana general y ahora especializada en patologías mamarias, y no me parece que haya más sexo adentro que afuera del hospital.

Cuando empecé, dice, el ambiente quirúrgico era casi exclusivo de hombres. Iba a un congreso y por ahí estaba yo sola con ciento cincuenta hombres. Ahora hay muchas más chicas en las residencias. Es un ambiente muy masculino en ciertas residencias, como el Churruca o el Clínicas, donde directamente no quieren a las mujeres. Pero la verdad es que yo no puedo decir que personalmente me haya sentido discriminada. ¿Por qué se da el cambio y aparecen cirujanas?, pregunto. Por razones económicas, dice. No es redituable, entonces los hombres buscan actividades que generen más dinero y las otras quedan para las mujeres. Pero para nosotras igual sigue siendo difícil la cirugía, tener familia e hijos y que te llamen a las dos, tres, cuatro de la mañana y tengas que irte. La cirugía general es fea. Por eso conviene buscar una especialidad más tranquila, donde haya cirugías programadas, como la mía ahora. O plástica, para vivir y tener familia. La cirugía general para una mujer es casi incompatible con la familia.

Liliana conoció al suizo padre de su hija —que no es médico— de vacaciones en Nueva York. Vivió allá, en un poblado de la Suiza francófona y habla pestes de los locales. Apenas sobreviví, dice, por mis compañeros de francés que eran de todos lugares del mundo. La sociedad suiza es durísima. Volví al año.

Ahí es donde insisto en preguntarle por el sexo, por si ahora —ya llevábamos quince minutos de conocidos, toda una vida, tomando café— se sentía más cómoda. Única concesión: se da mucho con familiares de los pacientes, dice, y con los residentes que no pueden salir ni a la esquina, que tienen tres guardias de 24 horas por semana y después laburan de 8 a 20, ahí sí se ve bastante, para ellos es la única opción de algún roce. Familiares, chicas con abuelitas, o que acompañan a padres, madres, situaciones así.

Intento por otro lado: ¿el cirujano se siente Dios? Depende de la gente, no es la profesión, insiste como determinista empedernido. Hay cirujanos ubicados a los que en cada operación se les van las coronarias. Y otros desubicados a los que no les importa nada. Algunos obsesionados con que todo salga bien, perfecto, pero tiene que ver con cómo es cada uno. Y arremete de nuevo con su
leit-motiv
: generalizar es muy difícil, hay de todo en todas partes, nada es absoluto. Es verdad que uno trabaja con eso, en el límite, pero es eso, tu trabajo. Si no, no podés hacerlo. Porque uno sufre con la persona que está tratando. Sí, claro. Depende de cómo esté yo, hay veces que tengo que salir a dar un diagnóstico y se me caen las lágrimas. Yo trabajo con cáncer y es salir y decirles a chicas jóvenes muchas veces que tienen un tumor maligno. Uno proyecta cosas de uno mismo y de sus alrededores, de mi hija. Hay que ser muy fuerte psicológicamente, hay que estar muy bien para enfrentar esas cosas.

Hace poco me tocó con una chica de 28 años, que para peor parecía de 18, no sabés. Estamos viendo muchos jóvenes con cáncer ahora. Antes, un cáncer de mama aparecía, promedio, a los 60 o 70 años. Ahora, entre 40 y 50. Bajó mucho la media, y atendemos jóvenes como nunca en la vida. Antes, ver a una chica de 20 años con cáncer era rarísimo; ahora no. Se da por varios factores, responde a una pregunta que le hago. El estrés es fundamental; cada vez estoy más convencida de la parte psíquica como desencadenante del cáncer. Se sabe que en los jóvenes es más agresiva la enfermedad. Y uno sufre como médico. Tendría que ser de madera para no sufrir. No con todos, pero se sufre, depende del caso, sí. Pensás en el futuro que pueden tener las chicas y eso te golpea.

No sé qué es eso del
burn-out
que decís pero sé que hay mucho cansancio, dice. Operás a las dos de la mañana y al otro día tenés que seguir como si nada, desde las siete u ocho. El sistema está mal, muy mal. La gente no puede vivir así, los residentes se duermen en el quirófano con el bisturí en la mano. Vos los ves y se pegan sus buenas cabeceadas. Es que no hay forma de resistir. Hacen tres guardias de 24 horas y a eso le sumás una jornada de trabajo regular para el resto de los días. Y si vienen del Gran Buenos Aires por ahí tienen una hora de viaje y hay que levantarse a las cuatro de la mañana para llegar a las 6 al hospital. Muchos directamente se quedan acá para dormir un poco más de corrido al menos. Y se nota en que hay residentes que ahora renuncian, dice. Sabés cómo es el sistema, ¿no? Tienen que rendir una vez recibidos un examen exigente para entrar y después queda dada una orden de mérito. No es fácil quedar. Es decir que para renunciar tienen que estar realmente mal.

Bueno, cada vez renuncian más. Porque además los sueldos no son buenos. Entonces prefieren postergar su formación como residente y ganarse el sueldo arriba de una ambulancia, que paga un poco mejor. Es muy difícil trabajar así con un sueldo ínfimo. Encima, antes el médico tenía más impunidad, ahora van derecho a juicio. Vos le decís a un paciente mire le tengo que operar tal y cual cosa. Y te contestan no es así, yo miré en Internet y lo que debe hacer en cambio es. Yo me indigno, dice, y les digo que si consiguieron el conocimiento de varios años de estudio por mirar en Internet, los felicito. Esos pacientes más vale perderlos, nada los conforma. O gente con delirios que te dicen usted me dice que tengo un tumor pero yo no creo mucho en esas cosas, ¿sabe?, y voy a hacer un tratamiento alimentario que vi por Internet. Después vuelven a los cuatro o cinco años en peores condiciones, por supuesto, como me acaba de pasar.

Ahora la palabra del médico no vale. Todo se pone en duda. Antes, el médico te decía algo y vos lo hacías. Ahora consultan en ochocientos mil lugares antes de tomar una decisión. Un segundo punto de vista me parece bien, pero más es una locura. Se atrasan los tratamientos y en cáncer el tiempo es fundamental. Internet los mata. Antes, sí, sí, doctor, gracias, te hacían regalos. Ahora te reclaman hasta cómo quedó la cicatriz. Es increíble. Tienen que evaluar que es una suerte que sigan vivos pero están preocupados por cómo quedó la estética. Antes de la operación te preguntan cómo van a quedar. Y yo pienso qué mierda te importa, hablamos de un tumor maligno, de la posibilidad de que te mueras, carajo. Si les das resquicio, se van y no vuelven nunca más. Y hay mucha gente sola, se bancan todo solos. Los operás y no conocés a la familia. Salís del quirófano y buscás a alguien para dar el parte y no hay nadie. Hay una soledad impresionante. Eso cambió en los últimos diez o quince años, no era así. Cambió mucho la sociedad. Y los familiares que no apoyan son los primeros que reclaman si algo no salió bien. Creo que es porque se sienten culpables. Los familiares que más abandonan son los que más reclaman. Creo que son cambios para mal.

¿Tu hija va a estudiar medicina? Si Dios quiere, no, dice. ¿Vos por qué estudiaste? Yo, eh, eh, dice. Tenía un concepto idealizado de ayudar, solucionar problemas. Un poco es verdad, pero la historia color de rosa que uno se hace a los 17 años cuando comienza la carrera no es cierta.

Marcela

No sé nada de tu libro, contame todo, sólo me dijeron que necesitabas hablar con una instrumentadora, te dieron mi número, me llamaste, arreglamos y listo, pero no sé más, decime. Ah, eso de que todas las instrumentadoras salen con los cirujanos y que es como obligatorio. Es un mito instituido. Por supuesto. Yo trabajé 26 años con un urólogo. Rompí la relación porque él estaba mal psiquiátricamente. Al punto que llegaba a complicar mi integridad profesional y como persona. Nos podíamos llegar a comer un juicio en cualquier momento. Ahora estoy separada, pero durante todo el tiempo que trabajamos juntos estuve casada. Podés creer que mucho tiempo después nos vimos y me dijo que había estado enamorado de mí. Me sentí defraudada, en vez de alegrarme o resultarme curioso o simpático, me defraudó. Teníamos una confianza, su mujer y sus hijos tenían relación con mi marido y mis hijos. Fueron 26 años. Y resulta que detrás de toda esa relación amistosa había otra cosa. Qué sé yo. Me molestó. Pero es cierto que está tan instituido eso del cirujano con la instrumentadora que nadie me cree si digo que no salí con ese médico pese a que estuve tanto tiempo operando con él. Como esa película de Darín,
Carancho
, que es súper dura, pero algunas de esas cosas pasan de verdad.

El tema es que yo no hice guardias nunca. No necesité. Mis hijos eran chicos y no me convenía: si me iba de mi casa a trabajar tenía que dejar a alguien con ellos y pagarle, un juego de suma cero. Yo estuve casada con un no médico, que después de trabajar en varias empresas dentro y fuera del país entró en un laboratorio. Pero de casualidad. Y después tuve una pareja que sí era médico, pero no lo conocí trabajando, sino en un ateneo de política. Radical, sí, un ateneo radical. Salí cinco años con él.

Cuando se cuchichea en el ambiente del quirófano y todos empiezan a contar historias y más historias, yo digo basta, miren que voy a tener que empezar a prostituirme de vieja para no quedarme atrás. Se ríen. Pero, te digo de nuevo, es un mito. También debe ser lo de las secretarias con los jefes. Cada trabajo funciona como un club; si estás adentro, sabés qué pasa; si estás afuera, no tenés la remota idea. Se comparten muchas horas, todo un día a veces. Sabés todo, sabés hasta cómo prefiere el café el tipo. Pese a que estás muy concentrada en cada detalle de la cirugía, hablás de otros temas para amenizar. Y también se habla de sexo en los cafés posteriores que el grupo toma para relajar después del trabajo, o entre una y otra operación. Yo llegué a trabajar de 6 a 14 operando; de ahí salía y me iba al consultorio, ayudaba, colocaba medicación, sondas, hasta las 17; y después volvía a irme y operaba hasta las 22.

En el quirófano se habla de todo, pero más que nada de sexo. Es que se da el ámbito. Las personas son cuerpos, no personas. Salen temas. Uy, si grabásemos esas conversaciones. Por ahí alguien pide «lo quiero más largo», eso escuchado así puede ser terrible pero por ahí es un hilo lo que quiere más largo. No sé por qué se les, se nos, dispara la cabeza tan mal. Ojo que también se habla de política o de un libro recién presentado o de un programa de televisión. Depende del interlocutor, si te sigue o no. Hay gente que no te va a hablar de
La sociedad de los miedos
de Pacho O'Donnell porque no tiene la menor idea de qué es. Y lo que veo en mis años de experiencia es que cada vez es peor el nivel de los cirujanos. Ya debo ir por mi décima generación de residentes y te digo que trato de educarlos, de que puedan decir por favor, gracias, buen día. Hay algunos a los que se ve que no les interesa tratar bien a los demás.

Eso de que los cirujanos se creen Dios es también según el grupo, según lo que te toque. El bueno, el verdaderamente bueno, tiene la humildad de los grandes. Otros necesitan afirmarse, pero el que está consciente de lo que es y ordenado psicológicamente no te grita; pase lo que pase no te grita, no te tira cosas al piso y no putea. Otros insultan, gritan. No digo que necesariamente me haya pasado, pero es un riesgo para la salud. A veces están sacados mal. En la cirugía les permito todo para salvar vidas, pero después trato de corregirlos. Ha bajado el nivel pero creo que es una cuestión sociológica. Bajó en cuanto a medicina y en cuanto a cultura de los médicos. No tienen incentivos, no se sienten contentos de ser aceptados en un lugar mejor que otro, simplemente ven cómo pasarla mejor, cómo sacarle el jugo para hacer lo menos posible. Es un empobrecimiento cultural notable.

Bueno, pero para qué te voy a mentir: las chicas nuevas, las nuevas instrumentadoras, sí, están más a la caza del doctor. A mí no me pasó porque no lo vi, no sé, quizás cierta ingenuidad mía o que no estaba en la misma longitud de onda que él. Ojo que no soy la Virgen María ni una mosca blanca.

Algunas salen casadas del laburo y otras… pero mientras uno no sea testigo, que hagan lo que quieran. Ahora las chicas son distintas. Toda la juventud funciona de un modo distinto. No creas que no los admiro. Ellos no son reprimidos, son más auténticos, dicen lo que quieren. Las mujeres son más encaradoras. Te das cuenta porque al otro día andan con los ojitos encendidos, yo lo sé porque tengo hijos de esa edad, me doy cuenta.

Es que nuestra profesión se vive con mucho estrés. Demasiada adrenalina. Eso tan trágico, de la enfermedad y la muerte, se traslada a algo más llevadero. El humor sirve. Porque distiende pero no desconcentra. Seguís con la mente fija en lo que hacés, poniendo y sacando cosas del paciente. Nosotras como instrumentadoras manejamos dónde tiene la mano uno y otro, moderamos todo, no sólo pasamos la pinza. La instrumentadora tiene que armar el arsenal de piezas según qué se opera y seguir la cirugía para estar dos pasos adelantada. Estudiar la técnica quirúrgica. Igual que el cirujano, excepto por la parte fisiológica, pero hay que estudiarla del mismo libro. Tenés que saber qué usar y para qué. El cirujano no relata la operación salvo que haya estudiantes sino que va diciendo qué hace en cada momento para que el equipo esté atento. Si se trata de una operación menor, como la extracción de un lunar, tenemos una valijita de 28 piezas. Para un apéndice, una caja de 35. Si es un aneurisma, 97 instrumentos.

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