Indiscreción (25 page)

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Authors: Charles Dubow

Tags: #Erótico, #Romántico

BOOK: Indiscreción
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—¿Y la otra parte?

—La otra parte de mí es consciente de que esto no es un castillo de arena.

—Vale. ¿Cómo quieres hacerlo? ¿Te puedo ayudar?

—Sí. Le he estado dando muchas vueltas a esto. No le puedo ver aquí, y no quiero quedar en un restaurante.

—Entonces, ¿dónde lo quieres ver?

—Necesito un sitio neutral, pero privado a la vez. Por eso esperaba que me dejaras usar una sala de tu bufete.

—Claro. ¿Cuándo le quieres ver?

—No tiene sentido seguir aplazando esto. Me gustaría que lo llamaras esta noche y le dijeras que vaya mañana.

—¿Hora?

—Mejor por la mañana. ¿Puedes disponer de una sala a las diez?

Asiento.

—¿Quieres que esté presente?

—No. Tengo que hacer esto sola.

—De acuerdo. Pero andaré cerca, por si cambias de idea.

A la mañana siguiente voy al despacho temprano y lo organizo todo para la reunión. Cuando llamé a Harry después de cenar, le tranquilizó saber que por fin Maddy estaba dispuesta a verlo.

—¿Cómo la ves? —preguntó—. ¿Tengo alguna posibilidad?

—Francamente, no lo sé —repuse.

—Correré el riesgo.

Harry llega unos minutos antes, y esta vez no le hago esperar. Tiene mejor aspecto que la última vez que lo vi. Se ha cortado el pelo, lleva el traje planchado, los zapatos limpios. Parece que venga a una entrevista de trabajo. Lo noto nervioso, a pesar de la ancha sonrisa y el firme apretón de manos.

—¿Dónde está Maddy? —pregunta.

—Ven conmigo. —Lo llevo en silencio hasta el sitio. Tenemos muchas salas de reuniones, unas más grandes, otras más íntimas. He escogido una de estas últimas. Es una habitación formal, el mobiliario y los cuadros de las paredes, sobre todo de caballos, ingleses. En el suelo hay una alfombra oriental. Ahí es donde solemos leer testamentos. Las persianas están bajadas para que no entre el sol matutino. Entramos—. Espera aquí —le pido.

A las diez en punto vuelvo con Maddy. Lleva un traje de chaqueta de lana roja, el viejo Chanel que se pone todos los años cuando come con el administrador de su fondo fiduciario. Va sin maquillar, el cabello recogido. Está guapa, pero severa.

Harry se pone de pie al verla entrar.

—Maddy —dice, y echa a andar hacia ella, movido por la fuerza de costumbre, pero se detiene al darse cuenta de que ella no quiere que la abrace.

Es la primera vez que me encuentro en una habitación con ellos y no se sienten atraídos el uno hacia el otro como imanes. Maddy ni siquiera lo mira, se sienta en el extremo opuesto de la mesa.

—Gracias, Walter —dice—. Si necesitamos algo, te llamo.

—Tomaos el tiempo que queráis —respondo, y cierro la puerta al salir.

Después de poco más de media hora, suena el teléfono.

—Ya estamos —informa Maddy. Salgo corriendo con la mayor dignidad posible, casi me llevo por delante a dos abogados jóvenes. Llamo y entro. Harry está pálido—. Gracias, Walter —repite Maddy, que sigue sentada mientras Harry pugna por ponerse de pie.

Le pongo una mano en la espalda para guiarlo.

Cuando llegamos a recepción, Harry comenta:

—He metido la pata hasta el fondo, ¿no, Walt?

No digo nada, pero asiento. ¿Qué otra cosa puedo hacer? Aunque sé que la culpa es suya, lo siento por él.

—Me ha pedido la separación.

Enarco las cejas.

—Lo siento —contesto—. ¿Te sorprende?

Él sacude la cabeza.

—No, supongo que no. ¿Tú lo sabías?

—No. No me dijo nada.

—No, claro —dice con aire pensativo—. Llevo veinte años con ella y todavía es un misterio.

—Hombre, tú también te has andado con bastante misterio.

Coge la indirecta y sonríe avergonzado.

—Ya.

—¿Qué planes tienes?

—La verdad es que no lo sé. Ni siquiera puedo volver a Roma, aunque quisiera, que no quiero. En Nueva York están Maddy y Johnny, necesito estar cerca de ellos aunque Maddy no quiera verme. Supongo que abusaré un poco más de Ned y Cissy y después me figuro que buscaré piso. Tengo un libro por terminar.

—En fin, te deseo buena suerte.

—Gracias. Estaré en contacto. Maddy dijo algo de un partido de hockey este viernes. Creo que tengo que darte las gracias por ello. Es todo un detalle. Sabes cuánto nos gustan a Johnny y a mí los Rangers.

—De nada.

—Dijo que lo mejor sería que me organizara contigo, si te parece bien.

—Claro.

Nos damos la mano. Ahora me puedo permitir ser magnánimo.

Le veo abrir las pesadas puertas de cristal, dirigirse al ascensor e irse tras un último adiós con la mano, la leonina cabeza sobresaliendo entre los abogados de traje oscuro y los clientes que tiene alrededor. Vuelvo a la sala de reuniones, donde espera Maddy.

—Harry me lo ha dicho.

Ella asiente.

—Era la única solución que tenía sentido.

—Pero no has pedido el divorcio.

—No, todavía no. Separarnos nos dará tiempo a los dos para pensar bien las cosas.

—¿Cómo se lo tomó?

—Bastante bien. —Maddy suspira—. Se echó a llorar y me dijo que lo sentía, y que me quería, y me pidió otra oportunidad. Le dije que no creía que pudiera, le expliqué por qué y él escuchó. Le dije que podía ver a Johnny, pero que quería que lo hiciera a través de ti, al menos por ahora. Espero que te parezca bien.

—Harry lo mencionó. Claro que me parece bien.

—Se me ha hecho un tanto raro verle, ¿sabes? Fue como ver a un extraño, alguien a quien ni siquiera conozco, en lugar del hombre con el que he pasado media vida.

—Me cuesta imaginarlo.

—Ya, tampoco lo habría imaginado yo. Lo único que veía era una gran mentira. No veía manos ni ojos ni pelo, sólo la mentira. A decir verdad me produjo rechazo. Casi no pude mirarle.

Me siento a su lado.

—Maddy, ¿qué sabes de las leyes relativas al divorcio en el estado de Nueva York?

—He leído algo en internet. Sé que cada uno de nosotros necesita un abogado para preparar la documentación y presentarla en los juzgados. Cuando haya transcurrido un año cualquiera de los dos puede pedir el divorcio de mutuo acuerdo si todavía lo queremos.

—Sí, más o menos. Pero eso es sólo si te quieres separar legalmente. ¿Es lo que quieres hacer?

—Sí. ¿Me representarás?

—Sabes que sí, aunque no es mi especialidad. Todo depende de lo enrevesado que sea todo. Si surgen problemas relativos a la pensión, al régimen de visitas de los hijos, al reparto de bienes, cosas por el estilo, se puede complicar mucho.

Ella asiente.

—Lo entiendo. No quiero negarle a Harry el derecho a ver a Johnny. Eso los mataría a los dos. En cuanto a los bienes y la pensión, lo hablé por encima con Harry. No quiero nada suyo, tengo mi propio dinero.

—¿Qué hay de los bienes?

—De eso nos ocuparemos más adelante. Harry dijo que accedería a todo lo que pidiera.

—Eso no lo dudo, pero por lo visto, es bastante habitual. Al principio la gente se suele amoldar a los deseos del otro, con la esperanza de que cambie de opinión. Con el tiempo eso puede cambiar; la gente se enfada y da muchos problemas. Por eso es buena idea que los abogados lo expliquen todo bien de antemano. Las cosas se pueden poner feas.

Ella cierra los ojos un instante.

—Muy bien, Walter. Haz lo que tengas que hacer.

Asiento.

—Y ahora ¿qué?

—¿Ahora? Ahora me voy a ir a casa a intentar averiguar qué hacer con el resto de mi vida. La otra noche, cuando te fuiste, me quedé pensando que, aparte de ti, ya casi no tengo amigos propios. Prácticamente todas las personas a las que conozco las he conocido por Harry. Eso me hizo sentir muy sola y me deprimió.

—Harás nuevas amistades.

—No es eso. Es sólo que mi existencia se ha fundido hasta tal punto con la suya que es muy poco lo que ha quedado de mi vida.

—Suena algo duro.

—¿Sí? No lo sé. Desde luego a mí me lo parece. —Se levanta—. Gracias otra vez por todo, Walter. Sé que no tengo que decirte lo agradecida que te estoy por esto y, bueno, por todo. No podría haberlo hecho sin ti.

Sin darme tiempo a decir nada, me abraza. Siento su familiar mejilla en la mía, el olor a miel de su pelo.

—¿Quieres que me pase esta noche? —pregunto.

Maddy sonríe y me pone la mano en el brazo.

—No, mejor no. Tengo que empezar a plantearme la vida sola. No puedo apoyarme siempre en ti.

—Lo entiendo. De todas formas pensaba asistir a una charla sobre arte bizantino en el club —miento.

—Vale. Bueno, ahora tengo que salir de aquí. Necesito fumarme un cigarrillo.

La acompaño también a ella hasta los ascensores y nos damos un abrazo.

—Te llamo mañana —digo cuando las puertas se cierran.

Y se va, llevándose, como siempre, un pedazo de mi corazón.

7

—Eres un capullo de mierda.

—Vamos, Cissy. No te cebes con él, ha tenido un día duro.

—¿Que ha tenido un día duro? ¿Y qué hay del día que ha tenido Maddy? ¿Y del mes? ¿Te has parado a pensarlo?

—Tiene razón, Ned —tercia Harry—. Me merezco todo lo que dice Cissy.

—Vamos, Harry, cierra el pico —espeta ella.

Lleva cabreada con él desde que llegó. Cada vez que coincidían en una habitación, ella le lanzaba miradas asesinas y le daba respuestas cortantes, pero al enterarse de que Maddy se quiere separar, revienta. Y le saca todavía más de quicio que él se quede sentado sin más, encajando sus insultos.

—¿Queréis hacer el favor de cerrar la puta boca los dos? —dice Ned, la corbata floja en torno al grueso cuello. Están sentados a la mesa de la cocina—. Cissy, cariño, Harry sabe que ha sido un idiota, no hace falta que lo sigas machacando. No le hace ningún bien a nadie.

—Me da lo mismo. Estoy muy cabreada contigo, Harry.

—Yo también estoy cabreado conmigo, Cissy.

—¿Necesitas un abogado? —pregunta Ned antes de que su mujer diga nada.

—Sí. Lo normal sería que le pidiera consejo a Walt, pero es evidente que está de parte de Maddy.

—No lo culparás, ¿no? —espeta Cissy.

—No, claro que no. Me habría sorprendido si hubiera hecho otra cosa.

—Te está bien empleado —apunta ella al tiempo que sale de la cocina.

—Es posible que pueda buscarte a alguien. Un compañero del trabajo pasó por esto el año pasado. Dijo que su abogado no era idiota del todo.

—Gracias.

Desde la otra habitación Cissy llama a Ned, enfadada, y cierra la puerta del dormitorio de un portazo.

Ned mira a Harry, luego al techo.

—Está bastante enfadada contigo. —Se levanta—. Será mejor que vaya a verla.

—No te preocupes. Los matrimonios en apuros mejor de uno en uno, ¿eh? —responde Harry con una sonrisa descafeinada.

—Ahora mismo vuelvo.

Harry se queda en la mesa de la cocina, jugueteando con el salero y el pimentero. Ned vuelve al poco.

—Cissy está demasiado enfadada contigo para cocinar. Dice que si queremos comer, que nos las apañemos. Le he dicho que estaba siendo una bruja, se ha mosqueado y dice que se va a acostar. ¿Y si salimos a cenar algo?

En el restaurante piden una copa.

—Las mujeres pueden perdonar casi cualquier cosa menos lo que tú has hecho, ¿sabes? Y se lo toman prácticamente igual de mal cuando le pasa a otra, porque tienen miedo de que les pase a ellas. Desde que estás aquí, Cissy no para de ponerte verde y de preguntarme si soy feliz en nuestro matrimonio y de decirme cuánto me quiere. Y que sepas, tío, que hacía años que el sexo no era tan bueno. —Se ríe, y Harry sonríe—. Bueno, ¿y con quién fue? —pregunta Ned como si tal cosa, mientras da sorbos de su escocés con hielo.

Harry sabe por dónde van los tiros. Se revuelve en la silla, incómodo.

—Prefiero no decírtelo.

Ned arquea las cejas y después mueve la mano como si despejara el aire.

—Bah, olvídalo, no es importante. Pero, escucha, tengo que hablarte de algo.

—¿Qué?

—Bueno, ya sabes que Cissy está bastante cabreada contigo. Eres mi mejor amigo, y si de mí dependiera, podrías quedarte todo lo que quisieras. Pero ella es mi mujer, y me ha dicho que no te quiere en casa. De eso es de lo que estábamos hablando antes de salir. Te puedes quedar esta noche, pero mañana te quiere fuera. Lo siento, tío.

—No, no pasa nada. Lo entiendo. Ya habéis hecho bastante dejándome quedar tanto. Ha sido una gran ayuda.

—Y ¿qué piensas hacer?

—No lo sé. Supongo que meterme en un hotel barato y buscar algún sitio para alquilar.

—¿Necesitas dinero?

—No, gracias. No creo. Me siguen llegando cheques. Y mi agente dice que hay un estudio con ganas de comprar el libro, lo cual me daría un dinero.

—¿Cuándo sabrás si sale adelante?

—No hay manera de saberlo. Por lo visto estas historias tardan una eternidad. Aún tienen que decidir un montón de cosas: porcentajes, derechos, otros detalles, no sé. Muchos estudios compran un libro por un buen puñado de dinero y luego ni siquiera ruedan la película, ¿sabes? Una locura, pero con suerte se sabrá algo en primavera.

—¿Significa eso que irías a Hollywood?

—No lo sé. Puede. Sí. Para asistir a una reunión o dos. Hace años que no voy. Cuando estaba destinado en Twentynine Palms, Maddy y yo íbamos a Los Ángeles de vez en cuando. Sólo está a un par de horas. Maddy tenía una prima lejana que vivía en Brentwood, una anciana loca cuyo padre fue un director famoso en su día. Trabajó con tipos como Errol Flynn y Bogart. Era una auténtica borracha, pero muy divertida. Vivía en un caserón destartalado con un golfista profesional rubio que era más joven incluso que nosotros. Había gatos y perros por todas partes, hasta una tortuga grande. Solíamos quedarnos con ella, y nos llevaba a fiestas salvajes en sitios como Venice y Santa Mónica.

—¿Aún vive?

—No, murió hace años. Pero con ella la diversión estaba asegurada.

—Ya. Bueno, pues buena suerte. Más te vale que me invites al estreno.

—Te pondré en primera fila.

Sin embargo, Harry estaba siendo optimista, como de costumbre, con su situación económica. La verdad, según supe más tarde, era que se había gastado gran parte de sus ingresos. Había estado con Maddy tanto tiempo, y siempre dependiendo de su dinero para salir adelante, que en cuestión de finanzas era como un adolescente que vive de lo que le pasan sus padres. El dinero que había conseguido apartar había ido a parar a las manos de los gestores de Maddy. Como muchos otros inversores, habían perdido dinero con la reciente caída de los mercados. No obstante, las ventas de su libro habían contribuido a compensar gran parte de las pérdidas.

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