Su manera de gastar era lo que más había mermado siempre su patrimonio. El Cessna había sido un capricho. Recuerdo que Ned, que trabajaba en banca, le dijo que más le valía que invirtiera el dinero, pero Harry desechó la idea.
«Tengo que comprarme ese avión, Ned. Fue una promesa que me hice a mí mismo. Además, es un bellezón.»
A la mañana siguiente Ned ya se ha ido cuando Harry entra en la cocina con su equipaje. Cissy está junto a la pila, lleva un albornoz largo y mira por la ventana mientras se toma una taza de café.
—Siento molestarte, Cissy. Me voy.
Ella no dice nada, se limita a subir la barbilla.
—Gracias por todo. Cuando llegué, esperaba que todo esto saliera de otra manera, en serio. Supongo que me equivocaba en muchas cosas. Sólo quería decirte, por si te interesa, que sigo queriendo a Maddy y que haré todo lo que pueda por recuperarla.
Sin mirarlo, Cissy responde:
—¿Por qué hacen esto los hombres? ¿Por qué les joden la vida a los demás sólo porque quieren echar un polvo? —Se vuelve hacia él—: ¿Eh? ¿Podrías responderme? Tú lo has hecho. ¿Por qué?
—No…, no lo sé —balbuce Harry.
—¿Cómo que no lo sabes? ¿Tan poco te importaba tu matrimonio que te metiste en la cama con una fulana sin ningún motivo?
—No. Es más complicado.
—¿Complicado? ¿Cómo de complicado? Porque a mí me parece bastante simple: estabas casado. Y, para colmo, con Maddy, por el amor de Dios. ¿Es que no era lo bastante guapa? ¿Lo bastante buena? ¿No era lo bastante buena madre? ¿Lo bastante rica? Dime, ¿qué era eso que no te daba y que tuviste que ir a buscar a otra parte? Dímelo, porque de verdad que me gustaría saberlo.
—No, con Maddy lo tenía todo.
—Entonces ¿qué fue? ¿Querías más? ¿No te bastaba con ser un escritor de éxito y un padre, con amigos que te querían? ¿Con una mujer que te adoraba? ¿Te creías demasiado especial para vivir según las reglas de todo el mundo? ¿O es que no pensaste en las consecuencias que traerían tus actos? ¿Que tu egoísmo se lo cargaría todo? Así es como piensan los niños, Harry. No como piensa un hombre hecho y derecho.
Él no es capaz de decir nada.
—Me pones mala. Anda, ¿por qué no te marchas ya? —Lo dice con lágrimas en los ojos.
Esa tarde Harry me llama.
—Sólo quería que supieras que ya no estoy con Ned y Cissy.
Me cuenta que ha encontrado una habitación en un hotel barato en la calle 20 Este. No lo conozco.
—Está lleno de familias alemanas —añade—. Soy el único huésped que no lleva unas sandalias Birkenstock ni va con mochila.
—Por si tuviera que ponerme en contacto contigo, ¿cuánto tiempo piensas quedarte?
—No lo sé. Cuesta unos doscientos dólares la noche, así que no está tan mal. Tengo intención de ponerme a buscar piso hoy mismo.
—No olvides que ha de tener una habitación para Johnny —le recuerdo—. De lo contrario es posible que un juez no permita que se quede contigo.
Unos días después llama de nuevo, esta vez para informarme de que ha encontrado un piso de un dormitorio en Murray Hill, cerca del túnel. La tarde siguiente es el partido de hockey. Me pregunta qué hacer: ¿está bien que vaya a casa a buscar a Johnny? Le contesto que lo consultaré con Maddy y lo llamaré.
Marco el número de Maddy y espero a que salte el contestador. Conozco a Maddy: odia el teléfono y nunca se molesta en cogerlo.
—Maddy —le digo—. Maddy, soy yo. Si estás ahí, cógelo, por favor.
—Hola, Walter.
Como suponía, esperaba junto al teléfono mientras decidía si cogerlo o no.
—Mañana por la tarde es el partido de hockey. Harry quiere saber si puede pasar a recoger a Johnny. Si te incomoda, puedo llevarle yo al Madison Square Garden.
Ella profiere un suspiro.
—No, no pasa nada. No hace falta que me hagas de recadero. Dile que puede venir.
—Vale. ¿Por qué no salimos tú y yo a cenar mientras ellos están fuera? Te invito.
—Gracias, me gustaría.
Al día siguiente llego a casa de Maddy a las siete menos cuarto. Harry ha quedado en ir a las siete.
—Pasa —me invita Maddy, y me ofrece la mejilla.
Johnny me mira con esa cara de desilusión que tan bien conozco al ver que, una vez más, no soy su padre. Lleva su polo de los Rangers. Le alboroto el pelo.
—Pásatelo bien, ¿eh?
—Si quieres, ponte una copa, Walter —me dice Maddy.
—Buena idea. ¿Tú quieres algo?
—No, gracias.
Me acerco al mueble bar y me preparo un martini.
Suena el timbre.
—¡Papá!
Johnny va corriendo a la puerta y se tira a los brazos de su padre.
—¡Papá, papá!
Harry abraza a su hijo con fuerza, lo levanta, entierra el rostro en el cuello del niño.
—Johnny —musita—. Te he echado mucho de menos.
—Y yo a ti, papá. Te quedas, ¿no?
Harry mira a Maddy y deja en el suelo a Johnny. Tras inclinarse para ponerse a su altura, le coge la mano y contesta:
—La verdad es que no puedo, muchachote. Todavía tengo que acabar unas cosas en Roma. Sólo he venido para verte y, bueno, tengo que coger el avión de vuelta en cuanto termine el partido.
—Ah.
—Johnny, ve a buscar el abrigo —le dice Maddy, y le pone una mano a su hijo en el hombro—. No vayáis a llegar tarde al partido.
El niño sube corriendo mientras dice:
—Ahora mismo bajo, papá.
—No se lo has dicho.
Maddy tiene una expresión glacial en la cara.
—No, creí que sería mejor que se lo contaras tú.
—¿Yo? —Harry ladea la cabeza y a continuación se mira los pies, conteniendo las emociones, sabiendo que no tiene derecho a protestar—. Si es lo que quieres…
—Es lo que quiero, sí. Si le digo que ya no vas a volver aquí, me echará la culpa a mí, y yo no soy el malo de esta película, ni pretendo serlo. Y, francamente, no estoy de humor para ser de esos padres que fingen estar unidos. No me parece honesto.
—Ya. Hola, por cierto. Estás muy guapa.
—Gracias.
—Hola, Walt.
—Harry.
—¿Qué crees que es lo mejor que le puedo decir?
—Tú eres el escritor. Estoy seguro de que darás con algo.
Harry adelanta el labio inferior y asiente.
—Vale.
Johnny baja la escalera corriendo, salva los dos últimos peldaños de un salto y planta los pies en el suelo. Pocas cosas hay que les gusten más a los niños que meter ruido.
—¡Listo!
—Muy bien, campeón. Vamos.
—Adiós, mamá. Adiós, tío Walt.
—Adiós, cariño. Que te diviertas.
La puerta se cierra tras ellos. Maddy se vuelve hacia mí y me dice:
—Si quieres puedes prepararme esa copa ahora, Walter.
Estamos en el salón, de espaldas al jardín. Maddy, fuma. Cuando Johnny se encuentra en casa ella suele salir.
—No sabía que sería tan duro —confiesa—. No sabía que nada pudiera ser tan duro. —Hay lágrimas en sus ojos—. Mierda —añade, y se las limpia con la mano—. No quiero llorar.
—¿Es que no has llorado?
Ella sacude la cabeza.
—La verdad es que no. No como sé que necesito hacerlo.
—Pues quizá debieras.
—He estado tan enfadada que no tenía ganas de llorar. Pero al ver a Johnny con Harry me ha entrado una tristeza horrorosa. Teníamos una familia, ¿sabes? Éramos felices. Y ahora nada. No es justo. ¿Cómo ha podido hacerlo?
Me levanto y le doy mi pañuelo. Ella se suena la nariz.
—No lo sé, Maddy. La verdad es que no lo sé. Claro que estas cosas están a la orden del día, pero nunca creí que pudiera pasaros a Harry y a ti.
Echa la cabeza hacia atrás, por fuera de la silla.
—Mierda. Intentaba ser fuerte. Por Johnny, por mí y, en cierto modo, por Harry.
—¿No te estabas pasando?
—No lo sé. Puede. Me refiero a que ¿qué se hace en estas situaciones? Mi padre se divorció tres veces, pero ninguna de las tres se puede decir que fuera un matrimonio en toda regla. Yo era demasiado pequeña para acordarme de mi madre. Su segunda esposa, ¿te acuerdas? Nancy. Puf, ésa sí que era una bruja. No sabes cuánto me alegré cuando se fue. Y la última, Ingrid, entraba y salía cuando nosotros íbamos a la facultad. Casi ni hablé con ella.
Me acordaba de las dos últimas, las dos guapas, pero tan disolutas como el padre. Su vida parecía ser una ronda sin fin de alcohol y pastillas. La segunda esposa era conocida por irse a la cama con cualquiera. Maddy incluso le había puesto un mote: la Bici, porque todo el mundo se había montado en ella.
—No hay instrucciones. Tienes que hacer lo que creas que es mejor para ti…, y para Johnny. Estás enfadada con Harry. Es más, crees que ya no te puedes fiar de él y que no puedes seguir casada con él.
—Supongo.
—Pero te importa que tuviera una aventura, ¿no?
—Claro.
—Y que te mintiera al respecto.
—Claro.
—Pues no seas demasiado dura contigo misma. Esto no ha sido culpa tuya.
—Pues es lo que no paro de preguntarme: ¿y si fue algo que hice? Me refiero a que sé que ya no nos acostábamos tanto como antes, pero Harry nunca se quejó.
—¿Y si lo único que quería era sexo? Ya se sabe que los hombres pasan por una crisis a los cuarenta. Ésta podría ser la suya.
—¿Sabes qué? No creo que me importara si sólo fue sexo. Pero me mintió, Walter. Y a veces lo notaba distante. ¿Te acuerdas de cuando fuiste a vernos a Roma en Navidad? Presentiste que algo iba mal, pero yo no estaba dispuesta a admitirlo. No paro de pensar que tuvo que ver con el libro y con estar en Roma.
—Me acuerdo.
—Lo que de verdad me pone mala es que tal vez se enamorara de otra.
No digo nada. Es una idea que me resulta inconcebible.
—Es la única excusa, ¿no? —continúa—. Quiero decir que no fue una cana al aire. Estaba fuera todo el tiempo, y mentía al respecto. No me importaría tanto si hubiera sido un ligue de una noche, pero la historia ha durado meses.
—¿Cómo sabes que no era nadie de Roma? Nadie sabe aún quién fue la mujer. Yo no me he puesto a curiosear porque tú no parecías tener mucho interés. Si quieres, puedo averiguarlo.
—No, no, Walter. Ya lo haré yo cuando esté lista.
—¿Cómo?
—Se lo preguntaré a Harry sin más. Se siente tan mal que creo que me diría todo lo que quisiera saber.
—¿Cómo sabemos que no sigue viendo a esa mujer? Si sentía algo por ella, ¿crees que la dejaría así como así?
—El Harry que yo conozco es un romántico…, y un poco bobo. Así que sí, es posible que la siga viendo. Incluso lo haría movido por el sentido del deber. Y ¿qué se lo impide? Después de todo le he pedido la separación, ya no tiene por qué andar escondiéndose.
—El otro día hablé con Ned. Harry estaba en su casa, ya lo sabes.
—Sí. Cissy y yo hemos hablado.
—Entonces sabrás que lo echó de casa.
—No fue sugerencia mía. Hasta le pedí que le dejara quedarse, pero no podía. Creo que está incluso más enfadada con él que yo.
—Sí, bueno, Ned me dijo que Harry está destrozado, de verdad. No salió una sola vez de noche y apenas de día.
—Lo que quiere decir ¿qué?
—Lo que quiere decir que no se ha comportado exactamente como un marinero de permiso. Si estuviera enamorado de otra, la estaría viendo, esté donde esté, no paseándose por casa de Ned y Cissy como una alma en pena.
Maddy apaga el cigarrillo.
—No lo sé. Puede. Escucha, no quiero seguir hablando de esto. Creí que habías dicho que me ibas a invitar a cenar.
A lo largo de los años he tenido algunas experiencias románticas con mujeres, pero en su mayor parte éstas han sido desterradas de mi vida, lejanas como estrellas. Esto pasaba más cuando yo era más joven y cuando las chicas de mi edad y mi círculo salían a cazar a los hombres que les convenían. No me cabe duda de que las madres convencieron a algunas de ellas de que yo era un buen partido. Una vez estuve a punto de comprometerme, con Agatha, Aggie, como la llamaban. Tenía unas piernas preciosas y una sonrisa siempre a punto, y creo que le gustaba la idea de ser la señora de Walter Gervais, por lo menos la parte que venía con una gran casa en los Hamptons, un apellido importante, los clubes apropiados y dinero en abundancia.
No era codiciosa, la habían educado demasiado bien para eso, pero por aquel entonces yo ya tenía la suficiente experiencia en Derecho para reconocer una fusión hostil en potencia cuando la veía. En lugar de hincar la rodilla como ella esperaba que hiciera, me fui de viaje —a ver a Maddy y a Harry, por cierto—, y cuando volví le dije que tal vez fuera mejor que viéramos a otras personas. Se lo tomó bastante bien. Me di cuenta de que se había llevado un chasco, todos sus dulces deseos se habían quedado en agua de borrajas, pero con el corazón roto no estaba. La vi varios años después. Vivía en Darien y tenía tres niños, estaba casada con uno que trabajaba en Wall Street. Llevaba el pelo más rubio, y daba la impresión de jugar mucho al golf. Era evidente que tenía lo que quería y no me guardaba rencor.
—¿Y tú, Walt? —me preguntó—. ¿Cómo estás? ¿Todavía tienes esa preciosidad de casa?
Le respondí que sí.
—¿Hijos?
—No, por desgracia no. Supongo que sigo buscando a la chica adecuada.
Me obsequió con una sonrisilla condescendiente, una mezcla de triunfo y compasión.
—Pobre. Bueno, la verdad es que no me sorprende. Desde luego no parecía interesarte mucho lo de casarte.
Era cierto, sí. Me figuro que ése es uno de los motivos por los que no me afectó demasiado cumplir los cuarenta y muchos, y seguir aún soltero. Para mí sólo había una mujer, y ya estaba cogida. La idea de casarme con otra me resultaba impensable. Lo que más me fastidiaba de las citas era que siempre veía el final de la relación. Al cabo de un tiempo me pareció inútil, y quizá incluso un poco cruel, dejar que alguien estrechara unos lazos que al final se romperían.
No todas las mujeres con las que salí se lo tomaron tan bien como Aggie. A menudo hubo lágrimas y reproches. Protestas. Cabreos. Algunas veces fueron ellas incluso las que me dejaron, pero rara vez puse unos peros más allá de lo que dictaba la buena educación. El motivo, por supuesto, que ninguna de esas chicas era Maddy. Era demasiado esperar que alguna lo fuera, de modo que al final dejé de probar, sin más.
Por consiguiente, la verdad es que no tenía ni idea de lo que suponía romper con alguien a quien se quería. Maddy y yo nunca habíamos sido pareja, así que no había nada que romper. Basándome en mis limitados conocimientos, sólo me podía imaginar lo que estaban sufriendo ella y Harry. Pero Maddy y yo seguíamos siendo amigos, que era lo que a mí más me importaba, sólo por detrás de su felicidad. Tampoco sabía lo que le pasaba a Harry por la cabeza cuando pensaba en Claire, aunque por aquel entonces yo aún no sabía que ella estaba implicada.