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Authors: Michael Ende

Tags: #Cuento, Aventuras, Infantil y juvenil

Jim Botón y Lucas el Maquinista (21 page)

BOOK: Jim Botón y Lucas el Maquinista
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Durante todo el día se pudo conseguir gratis todo lo que se deseaba en las tiendas, porque nadie tenía ganas de pagar en una jornada de alegría como aquélla. La gente se hacía multitud de regalos, porque los chinos son así cuando se sienten felices.

Detrás del dragón, aunque naturalmente a respetuosa distancia, se formó una comitiva de chinos que cantaba, reía y bailaba tan alegremente que sus zuecos sonaban como castañuelas. Y a medida que la locomotora se acercaba al palacio imperial, más largo se iba haciendo el cortejo.

La plaza ante el palacio estaba repleta de gente jubilosa. Cuando, por fin, Emma se detuvo delante de los noventa y nueve escalones de plata, se abrieron las hojas de la gran puerta de ébano, y el emperador, con las ricas vestiduras reservadas para las solemnidades, bajó corriendo la escalera. Detrás de él se veía a Ping Pong que se había agarrado a un extremo de la capa imperial para poderle seguir.

— ¡Li Si! —exclamó el emperador—, ¡mi pequeña y querida Li Si!

— ¡Padre! —exclamó Li Si saltando de la locomotora.

El emperador la abrazó, la estrechó con fuerza contra su pecho y la besó una y otra vez. Todos los chinos de la plaza estaban emocionados y se secaban los ojos porque los tenían llenos de lágrimas.

Entretanto, Lucas y Jim saludaban al pequeño Ping Pong y contemplaban maravillados la pequeña túnica de oro que llevaba puesta. Ping Pong les explicó que había sido nombrado superbonzo en lugar del depuesto Pi Pa Po. Los amigos le felicitaron de todo corazón.

Cuando el emperador terminó de acariciar a su hija se volvió hacia Lucas y Jim y les abrazó. La alegría casi no le dejaba hablar. Dio la mano a todos los niños y dijo:

—Ahora entrad, queridos míos, os servirán un buen desayuno. Debéis de estar hambrientos y cansados. Podéis pedir lo que más os apetezca.

Iba a volverse para conducir a sus huéspedes a palacio, cuando Ping Pong le tiró de la manga y susurrándole algo le señaló a Emma.

— ¡Claro! —exclamó el emperador, consternado—, ¿cómo he podido olvidarme?

Hizo una seña hacia la puerta de ébano. Aparecieron dos guardias de Corps. Uno traía una gran estrella de oro puro, tan grande como un plato sopero. El otro sostenía una gigantesca cinta que colgaba de la estrella. Era de seda azul y en letras de plata llevaba bordadas unas letras. Delante ponía:

A EMMA

LA MEJOR LOCOMOTORA DEL MUNDO,

EN SEÑAL DE ADMIRACIÓN Y GRATITUD

DE PUNG GING, EMPERADOR DE CHINA

Luego el emperador pronunció este breve discurso:

— ¡Querida Emma! No existe hoy en todo el mundo un hombre más feliz que yo y lo soy porque he recuperado a mi hija. En tu cara abollada veo que para salvarla has corrido muchos peligros y sostenido muchas luchas. Como pequeña muestra de mi inmenso agradecimiento, te concedo con placer esta condecoración. La había mandado hacer por nuestros joyeros de la corte en espera de vuestro feliz retorno. No sé si las locomotoras dan mucho valor a las condecoraciones. Pero me gustaría que en el futuro todo el mundo viese y supiese que eres una locomotora fuera de lo corriente. ¡Por esto te ruego que la aceptes y que la luzcas!

Mientras los dos guardias de Corps le ponían a Emma la banda con la estrella, los miles de chinos presentes prorrumpieron en gritos de «¡Viva!»

Entretanto, Ping Pong, que por la nerviosidad no hacía más que saltar y correr de un lado para otro y no podía estar quieto ni un momento, había mandado recado al jefe de los guardianes del zoo imperial para que acudiera en seguida con sus ayudantes a fin de recoger al dragón. La ceremonia de la imposición de la condecoración acababa de terminar, cuando llegó el jefe con seis criados muy fuertes y una jaula gigantesca montada sobre ruedas y arrastrada por cuatro caballos. El dragón estaba tan abatido que cuando Lucas le quitó las cadenas, entró en la jaula sin oponer resistencia. Cuando el vehículo se puso en movimiento, Lucas preguntó:

— ¿A dónde lo lleváis? Tengo que hablar con él todavía.

— Le encerraremos provisionalmente en la vieja casa del elefante —contestó Ping Pong con tono de persona importante—. Le podrás visitar cuando quieras, honorable maquinista de una locomotora condecorada.

Lucas asintió tranquilizado y siguiendo al emperador y a la princesita entró con Jim en palacio para desayunar a gusto.

Naturalmente, Emma no podía ir con ellos y se tuvo que quedar en la plaza; pero durante todo el día los chinos se apiñaron a su alrededor. Ahora ya no le tenían miedo. La untaron con aceite, porque un sabio había leído en un libro que a las locomotoras les gusta el aceite, la limpiaron por todos sitios, la lavaron y le quitaron la suciedad, la frotaron con trapos limpios hasta que la dejaron brillante y reluciente como si fuera nueva.

Entretanto el emperador y Li Si y sus huéspedes estaban sentados al sol en la terraza del salón del trono y desayunaban.

Tal como les había dicho el emperador cada uno pudo pedir lo que más le apetecía. Por ejemplo, el pequeño esquimal comió filetes de ballena y bebió una gran taza de aceite de hígado de bacalao.

El joven piel roja tuvo su pan de maíz, filetes de búfalo asados y luego fumó cuatro veces en su pequeña pipa de la paz en dirección a los cuatro puntos cardinales. Resumiendo, cada niño comió cosas de su tierra. Se trataba de cosas que habían estado deseando durante mucho tiempo. Lucas y Jim se regalaron con unos panecillos con miel y un gran tazón de cacao. Y por primera vez desde hacía mucho tiempo, el emperador comió de lo lindo.

Cuando apareció el cocinero mayor de la corte, Schu Fu Lu Pi Plu, para preguntar a los honorables huéspedes si les gustaba lo que les había preparado, Jim y Lucas le saludaron con exclamaciones de alegría. Para celebrar la solemnidad del día, el cocinero mayor de la corte se había puesto el gorro más grande, uno del tamaño de un almohadón.

El emperador le preguntó si se quería sentar un rato con ellos para oír las historias de los niños y de los dos amigos y el señor Schu Fu Lu Pi Plu, que disponía de tiempo, se sentó muy contento.

Todos, por orden, fueron explicando sus aventuras al emperador, que les escuchaba en silencio muy interesado. Cuando terminaron y se sentaron, Lucas dijo:

— Amigos, propongo que nos acostemos. No hemos pegado ojo en toda la noche, yo ya no puedo más y no me tengo en pie por el cansancio.

La mayor parte de los niños había bostezado muchas veces y el más pequeño de todos hacía rato que se había dormido sobre su almohadón.

Por eso todos acogieron muy contentos la idea.

— ¡Una pregunta solamente, amigos míos! —dijo el emperador—. ¿Os gustaría quedaros aquí un par de semanas como invitados míos, para reponeros del todo? Os invito de todo corazón. —Y añadió— : ¿O bien preferís regresar en seguida a vuestros países?

— Por favor, si es posible —contestó el pequeño piel roja — , preferiría volver a casa lo más pronto posible.

— ¡Yo también, yo también! —exclamaron los demás niños.

— Bien —dijo el emperador haciéndose cargo de sus deseos—, me gustaría que os quedarais una temporada con nosotros, pero claro está, comprendo que queráis volver a vuestras casas. Mi superbonzo Ping Pong ordenará que se prepare inmediatamente un barco.

— ¡ Gracias! — dijo el pequeño indio con un suspiro de alivio.

Entretanto los criados habían preparado para cada uno de los viajeros una habitación con una maravillosa cama con dosel.

Es fácil imaginar lo bien que durmieron sobre cojines de seda, los pobres niños que habían estado durmiendo tanto tiempo en camas de piedra.

Naturalmente, para los dos amigos se había preparado una sola habitación con una cama de dosel de dos pisos. Jim se quitó los zapatos y subió por una escalerita a la cama superior. En cuanto se echó sobre las sábanas de seda, se quedó dormido.

En cambio, Lucas, sentado en el borde de la inferior, apoyó pensativo la cabeza en la mano. Se le ocurrían muchas preguntas y todas muy difíciles.

La princesita era feliz junto a su padre. Los demás niños volverían a sus casas. Hasta aquí todo iba bien. ¿Pero qué sería de él y de Jim? Ellos no podían volver a Lummerland. Esto por la sencilla razón de que el rey Alfonso estaría seguramente muy enfadado puesto que se habían marchado con Emma sin decir nada y desobedeciendo sus órdenes. Había pocas probabilidades de que sin más les permitiera regresar. Y aunque al rey se le hubiera pasado el mal humor, no podían regresar porque volverían a presentarse los mismos problemas que cuando decidieron abandonar el país. Lummerland entretanto no había crecido.

¿Tendrían que dejar quizás a la vieja y gorda Emma en China y volver los dos solos a la isla? Lucas se imaginó lo que sería de él solo, sin Emma, en Lummerland. Sumido en sus pensamientos, sacudió la cabeza. No, no se podía separar de Emma y menos ahora, después de las aventuras que habían vivido juntos y en las que se había portado tan lealmente y había demostrado ser tan valiente. Esto no era una solución. Pero quizás al emperador le agradaría que se quedaran y tendieran una línea de ferrocarril que cruzara toda China. Sin embargo, era bastante triste porque a pesar de todo, China era un país extranjero; pero no tenían otro recurso y en un sitio u otro tenían que quedarse a vivir si no querían andar siempre rodando por el mundo.

Lucas suspiró, se puso en pie y salió de la habitación sin hacer ruido, para ir a hablar con el emperador. Lo encontró sentado debajo de una sombrilla en la terraza del salón del trono y leyendo un libro.

— ¡Perdóneme si molesto, Majestad! —dijo Lucas.

El emperador cerró el libro y exclamó contento:

— Querido Lucas, me parece estupendo poder hablar por lo menos una vez a solas con usted. Me gustaría solucionar un asunto de la mayor importancia.

— A mí me sucede lo mismo —contestó Lucas mientras acercaba una silla para sentarse frente al emperador—, pero diga usted primero lo que le preocupa.

— Es posible que usted recuerde —empezó el emperador—, que me comprometí públicamente en conceder a mi hija como esposa a aquél que la liberara de la Ciudad de los Dragones.

— Sí, Majestad, usted lo prometió —contestó Lucas.

— Pero ahora me encuentro con que sois dos los que la habéis liberado —añadió el emperador—. ¿Qué tengo qué hacer? ¿A cuál de los dos he de dar mi hija?

— Es muy sencillo —dijo Lucas con prudencia—. Al que ella prefiera y sea además el primero a quien haya dado un beso.

— ¿Y quién es? —preguntó el emperador, impaciente.

— Naturalmente, Jim Botón —dijo Lucas —. Si no me equivoco, los dos se gustan —y sonriendo añadió—: aunque no están demasiado de acuerdo sobre algunas cosas, como por ejemplo, sobre si es necesario o no aprender a leer y escribir. De todos modos opino que se llevan muy bien y además ha sido Jim el liberador de Li Si. En eso no cabe duda. Emma y yo solamente ayudamos un poco.

— ¡Ah, me alegro! — contestó el emperador, satisfecho—, además estoy de acuerdo con usted en todo. Los dos se llevan realmente muy bien. Claro que son demasiado jóvenes para casarse, pero primero se pueden prometer.

— Será mejor que dejemos que decidan ellos mismos —exclamó Lucas.

— Muy bien —asintió el emperador—, no nos metamos demasiado en el asunto. Pero ahora, dígame, querido Lucas, ¿cómo les puedo agradecer lo que han hecho? Desgraciadamente sólo tengo a esta hija, porque si tuviera otra se la daría a usted por esposa. Pero no puede ser y lo siento de verdad. ¿Tiene algún deseo que yo pueda satisfacer? ¡Por favor, dígamelo! Pero tiene que ser algo que usted desee de verdad muchísimo.

— Mi mayor deseo no puede usted satisfacerlo, Majestad — contestó Lucas moviendo lentamente la cabeza—, porque es el de volver a Lummerland con Jim y Emma. Usted ya sabe por qué nos marchamos de allí. La isla no era lo bastante grande para que viviéramos todos en ella. Sería verdaderamente un milagro conseguir que lo fuera. Pero tengo otro deseo, Majestad: déjeme tender una línea de ferrocarril que atraviese toda China. Sería útil para usted y para sus súbditos y mi buena y vieja Emma volvería a ir por fin sobre verdaderos carriles.

— Mi querido amigo —dijo el emperador con los ojos llenos de lágrimas — , le agradezco su deseo de quedarse con nosotros. Me da usted una gran alegría. Ordenaré en seguida que construyan el tendido de vías mejor y más largo del mundo con las estaciones más hermosas que se hayan visto jamás. Espero poder así ayudarle a olvidar poco a poco su amada isla natal.

— Gracias —contestó Lucas—. Me ha comprendido usted, Majestad. Ha sido muy amable.

En aquel momento apareció en la terraza Ping Pong; se inclinó profundamente y pió:

— Poderoso emperador, el barco para los niños ha entrado en el puerto y esta tarde, al caer el sol, estará preparado para zarpar.

— Muy bien —contestó el emperador y saludó con la cabeza a Ping Pong—, eres realmente un superbonzo fuera de lo corriente.

Lucas se puso de pie.

— Me parece que no tenemos nada más que decirnos, Majestad. Si me lo permite me iré a dormir. Estoy muerto de cansancio.

El emperador le deseó un buen descanso y Lucas volvió a la habitación con la cama de dosel de dos pisos. Jim, que no había notado la ausencia de su amigo, dormía respirando tranquila y profundamente. Lucas se echó en la cama y cuando estaba a punto de dormirse, de repente pensó: «¿Qué opinará Jim de que nos quedemos aquí y de que no volvamos a Lummerland? ¿Preferiría acaso volver solo a casa y separarse de mí y de Emma? Si esto ocurriese, lo comprendería.»

Lucas suspiró y se durmió.

EN EL QUE LA SEÑORA MALDIENTE SE DESPIDE Y LLEGA UNA CARTA DE LUMMERLAND

Sería el mediodía cuando unos fuertes golpes en la puerta despertaron a Lucas y a Jim.

— ¡Abrid, abrid! ¡Es muy importante! —oyeron que decía una vocecita.

— Es Ping Pong —dijo Jim, que bajó del primer piso y fue a abrir la puerta.

El minúsculo superbonzo, casi sin aliento, entró corriendo y les dijo:

— Perdonad, honorables amigos, si interrumpo tan bruscamente vuestro descanso, pero os traigo el saludo del dragón, que os ruega que vayáis a verle en seguida, para algo muy urgente.

— ¡Vaya! —gruñó Lucas, molesto—. ¿Qué significa esto? —Y después añadió—: Hay que tener paciencia, ¡iremos!

— Me dijo —agregó Ping Pong—, que deseaba despedirse de vosotros y que quería deciros algo.

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