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Authors: Michael Ende

Tags: #Cuento, Aventuras, Infantil y juvenil

Jim Botón y Lucas el Maquinista (15 page)

BOOK: Jim Botón y Lucas el Maquinista
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La tierra se estremecía continuamente y en el aire retumbaban truenos y rumores sordos. De pronto se sintió una fuerte sacudida y en la tierra, con estruendo, se abrió una enorme grieta. Los volcanes próximos empezaron a hervir y la masa incandescente volvió a llenar lentamente la sima. Pero ya en otro sitio se abría una nueva grieta y en la lejanía se levantaba un pico gigantesco. Debía de tener unos mil metros de altura. Éste también lanzaba al cielo una altísima columna de humo.

Lucas y Jim contemplaron en silencio el pavoroso espectáculo, durante largo rato.

— Quisiera saber —dijo por fin Jim— qué pasaría si esa gran montaña del fondo empezara a hervir. Quizá llenaría todo el lugar de masa incandescente. ¿Qué opinas, Lucas?

— Es posible —contestó Lucas.

En aquel momento estaba entregado a pensamientos muy distintos.

— En algún sitio, por aquí, debe de estar la Ciudad de los Dragones —murmuró—. ¿Pero dónde?

— ¿Sí, dónde? —dijo Jim — . Tendríamos que saberlo.

— Aunque lo supiéramos —añadió Lucas — , no nos serviría de mucho. ¿Cómo podremos llegar hasta ella?

— Sí, ¿cómo? —dijo Jim — . No podemos seguir aquí; quedaríamos cogidos en esa masa incandescente o nos hundiríamos en una grieta porque no se sabe nunca dónde aparecen.

— Y aunque lo supiéramos —dijo Lucas — , tampoco nos serviría de nada. No nos podemos mover porque no tenemos carbón.

— ¡Oh! —contestó Jim, horrorizado — , en eso no había pensado.

Eso es muy desagradable.

— Endemoniadamente desagradable —gruñó Lucas—. Además parece que por aquí no hay madera. Al menos no alcanzo a descubrir nada que se parezca ni de lejos a un árbol.

Se sentaron y comieron un par de panecillos con mantequilla y bebieron el té del termo de oro del emperador de China que les había preparado el gigante-aparente. Debían de ser más o menos las cuatro de la tarde o sea la hora del té. Sentían un hambre tremenda porque no habían almorzado.

Cuando hubieron terminado y Lucas estaba encendiendo la pipa y Jim enroscaba la tapa del termo, oyeron de repente un ruido.

— ¡Pst! —dijo Jim —, ¡escucha!

Escucharon y lo volvieron a oír. Sonaba como si en algún lugar llorara un cerdito.

— Parece una voz —murmuró Jim.

— Seguro —dijo Lucas—, como si fuera un cochinillo o algo parecido. Vamos a ver qué es.

Se levantaron y siguieron la dirección del ruido. En seguida encontraron el lugar. El quejido salía de un volcán muy cercano.

Pero el volcán parecía apagado. No vomitaba fuego, no salía de él una masa incandescente, tampoco echaba humo.

Lucas y Jim treparon por la colina, que no era más alta que una casa pequeña y miraron hacia abajo por el agujero del cráter. El llanto se oía muy claro. Los dos amigos lograron entender unas palabras.

— ¡Oh, no puedo más, sencillamente no puedo más! ¡Ooooh, pobre de mí...!

Pero no se distinguía nada. El interior del volcán estaba oscuro como boca de lobo.

— ¡Eh! —gritó Lucas — , ¿hay alguien ahí?

Reinaba un silencio de muerte. Los lloros habían terminado.

— ¡Eh, eh! —exclamó Lucas con voz clara—, ¿quién está ahí?

¿Quién acaba de decir pobre de mí?

Al principio todo siguió en silencio; pero de pronto resonó un chillido terrible. En el interior del cráter se oyó un alboroto y ruidos sordos. Los dos amigos se echaron atrás por miedo de que saliera fuego o lava incandescente.

Pero no sucedió nada de esto; apareció en cambio una cabeza gorda con dos grandes ojos redondos, una cabeza que recordaba a un rinoceronte, sólo que tenía motitas amarillas y azules. La cabeza pertenecía a un cuerpecillo blando que llevaba, en el otro extremo, una larga cola delgada, exactamente igual a la de los cocodrilos pequeños. Este bicho extraño se colocó delante de Lucas y Jim con las patas abiertas, apoyó sus bracitos en las caderas y chilló lo más salvajemente que pudo:

— ¡Soy un dragón! ¡Pufff!

— Me alegro —dijo Lucas —, yo soy Lucas el maquinista.

— Yo soy Jim Botón —añadió Jim.

El dragón miró azorado a los dos amigos, con sus ojos redondos, y con voz chillona de cerdo preguntó:

— ¿Y no me tenéis miedo?

— No —contestó Lucas — . ¿Por qué habíamos de tenerlo?

Entonces el dragón empezó a llorar desesperadamente y de sus ojos saltones salieron grandes lágrimas.

— ¡Uh, uh, uh! —sollozaba el pequeño monstruo—, es lo que me faltaba. Los hombres nunca me toman por un verdadero dragón.

Hoy es un día desdichado para mí. ¡Uh, uh, uuuuuuuuuh!

— Claro que creemos que eres un verdadero dragón —dijo Lucas para consolarle—. Si tuviéramos que tener miedo de algo en el mundo, lo tendríamos de ti. ¿No es cierto, Jim?

Y le hizo una seña a su amigo.

— Claro —confirmó Jim—. Pero da la casualidad que somos personas que nunca tienen miedo. De lo contrario, te lo tendríamos a ti y no poco.

— Sí —se lamentó el dragón, e hipó preocupado—, lo que queréis es consolarme.

— De verdad que no —le aseguró Lucas — . Tienes un aspecto terrible.

— Sí —opinó Jim —, eres muy feo, eres horroroso.

— ¿En serio? —preguntó el dragón, dudando, pero su cara gorda empezó a iluminarse por la satisfacción.

— Seguro —dijo Jim — . ¿Hay alguien que pueda creer que no eres un verdadero dragón?

— ¡Sí, uhuuuuuuuuuuuhuuuuuuuu! —contestó el dragón y empezó a sollozar amargamente — . Los dragones de pura raza no me dejan entrar en la Ciudad de los Dragones. Opinan que no soy más que medio dragón. ¡Y eso porque mi madre era un hipopótamo! Pero mi padre era un verdadero dragón.

Lucas y Jim cruzaron una mirada significativa que quería decir:

¡Ah, este medio dragón les podría decir qué tenían que hacer para seguir adelante!

— ¿Por eso eres tan desgraciado? —preguntó Lucas.

— ¡Oh, no! —aseguró el medio dragón — , pero hoy es un día muy desgraciado para mí. Mi volcán se ha apagado y no consigo volverlo a encender. Lo he intentado todo y no lo he conseguido.

— Déjanos ver qué es lo que pasa —le propuso Lucas — . Somos maquinistas y entendemos en las cosas que tienen algo que ver con el fuego.

El medio dragón se secó las lágrimas y abrió desmesuradamente los ojos.

— ¡Oh, sería maravilloso! —chilló — . Os estaría terriblemente agradecido. Es un deshonor para nosotros que se nos apague el volcán.

— Comprendo —dijo Lucas.

— ¡ Ah! — continuó el medio dragón—, todavía no me he presentado. Me llamo Nepomuk.

— Es un nombre muy bonito —dijo Lucas.

— Pero es nombre de persona —objetó Jim —. ¿Sirve para un dragón?

— Mi madre, el hipopótamo —contestó Nepomuk—, me puso este nombre. Vivía en un jardín zoológico y trataba mucho con personas. De ahí viene todo. Los dragones suelen llamarse de otra manera.

— ¡Ah, bien! —dijo Jim.

Se metieron uno tras otro por el cráter del volcán y cuando llegaron al final, Lucas encendió una cerilla y miró a su alrededor.

Estaban en una caverna muy espaciosa. Una parte estaba ocupada por una montaña de carbón y al otro lado había un gran horno descubierto. Sobre el horno colgaba una cadena con una olla muy grande. Todo estaba muy negro por el hollín y olía tan terriblemente a azufre y a otras materias que quitaba el aliento.

— Esto es muy agradable, Nepomuk —dijo Lucas alegre y mirando pensativo hacia el montón de carbón.

— ¡Pero si no tienes cama! —añadió sorprendido Jim.

— Es que —dijo Nepomuk, el medio dragón—, duermo mejor sobre el carbón. Se ensucia uno deliciosamente y no se tiene que embadurnar cada mañana.

Los dragones lo hacen al revés que las personas. Los hombres se lavan cada mañana y cada noche para estar siempre limpios; en cambio, los dragones se embadurnan cada mañana y cada noche para estar sucios. Esto se hace solamente entre los dragones.

Entretanto, Lucas estaba trabajando en el horno. A los pocos minutos ya había encontrado la falla.

— ¡Ya está! —dijo — , la rejilla se ha caído y está obstruido el tiraje.

— ¿Tardará mucho en estar arreglado? —preguntó Nepomuk y pareció que iba a volver a llorar.

Lucas le aseguró que no era difícil pero se le ocurrió otra cosa.

Dijo:

— Voy a ver qué se puede hacer. A lo mejor no tiene remedio.

Deberías hacerte con un horno nuevo. Pero a lo mejor consigo hacer algo. Has tenido la suerte de encontrar a dos maquinistas.

Tenía un plan y por eso necesitaba exagerar las cosas.

— Jim —añadió con cara muy seria—, vuelve a subir y ve corriendo a la locomotora y trae la caja de los instrumentos especiales, ya sabes, y no olvides la lámpara de pilas.

— A la orden —respondió Jim, también muy serio. Subió y en un santiamén volvió con la caja de herramientas y la linterna.

— Bien, querido Nepomuk —dijo Lucas frunciendo las cejas — . Ahora deberías dejarnos solos durante un rato, por favor. Mi ayudante y yo no podemos trabajar bien cuando alguien nos está mirando.

Nepomuk lanzó una mirada asustada al cajón en el que brillaban misteriosas herramientas. Luego salió del volcán y se sentó a esperar junto a la boca del cráter. Pronto empezó a oír martillazos y ruidos sordos. ¡Verdaderamente los dos maquinistas parecían ser unos hombres poderosos y capaces!

En realidad, Lucas había vuelto a colocar en su sitio la rejilla con un ligero movimiento de la mano y luego había limpiado el tiro.

Todo volvía a estar en orden. Los dos amigos se sentaron tranquilamente el uno junto al otro sonriendo satisfechos y siguieron golpeando con martillos y limas el horno y la olla para que sonara como una herrería.

Al cabo de un rato, Nepomuk preguntó desde arriba:

— ¿Va bien?

— Es más difícil de lo que creía —exclamó Lucas mirando hacia arriba —. Pero espero conseguir algo.

Y siguieron golpeando y martilleando. Jim tenía que aguantar la risa. Nepomuk permanecía arriba junto a la boca del cráter, oía sus esfuerzos y estaba muy agradecido por haber encontrado a los dos maquinistas en el momento justo.

Al cabo de un rato Lucas le dijo a Jim:

— Me parece que basta.

Dejaron de golpear y Lucas encendió el fuego en el horno. Las llamas se elevaron y la humareda empezó a salir por el agujero.

Todo funcionaba perfectamente.

Cuando Nepomuk vio salir el humo se puso fuera de sí por la alegría. Había dudado de que los maquinistas pudieran reparar una avería tan importante. Ahora bailaba junto al agujero y chillaba con su voz porcina.

— ¡Estupendo, estupendo! ¡Mi volcán vuelve a arder! ¡Viva! ¡Funciona!

Lucas y Jim subieron y se acercaron a él.

— ¡Mil gracias! —dijo Nepomuk cuando estuvieron a su lado.

— De nada, lo hemos hecho muy a gusto —contestó Lucas con prudencia—. Pero ahora te tengo que pedir un favor.

— ¿Sí? ¿Qué es? —preguntó Nepomuk, el medio dragón.

— Mira —dijo Lucas — , casi hemos terminado el carbón y tú tienes una hermosa montaña de él. ¿Te molestaría que llenáramos nuestro ténder con el que tienes en depósito?

— ¡Claro que no! —exclamó Nepomuk con la sonrisa más ancha que le permitió su boca gigantesca—. Yo mismo me ocuparé de ello.

Jim y Lucas quisieron ayudar pero Nepomuk insistió en hacerlo solo.

— Vosotros habéis trabajado mucho para mí, ahora tenéis que descansar.

Luego bajó a su volcán y volvió a salir en seguida con un gran cubo de carbón; corrió con él hacia Emma y lo vació en el ténder. Luego volvió a su gruta, llenó otra vez el cubo y repitió esto hasta que el ténder estuvo completamente lleno. Los dos amigos le contemplaban y sintieron remordimientos.

Pronto terminó el medio dragón.

— ¡Uff! —jadeó secándose el sudor de la frente—. ¡Me parece que hay bastante! ¡Ya no cabe más!

— ¡Muchas gracias, Nepomuk! —dijo Lucas, avergonzado — . Has sido de verdad muy amable. ¿Quieres cenar con nosotros?

Se había hecho muy tarde y el sol bajaba hacia el horizonte.

— ¿Qué tenéis? —quiso saber Nepomuk con ojos ávidos.

—Té y bocadillos —contestó Jim. Nepomuk se sintió decepcionado.

— Oh, no, gracias —dijo — , mi estómago no soporta esas cosas.

Prefiero comer mi ración de lava.

— ¿Qué es Java? —quiso saber Jim — , ¿sabe bien?

— La lava es el alimento preferido por los dragones — explicó Nepomuk con mucho orgullo — . Es una masa incandescente de hierro líquido, azufre y otras cosas muy sabrosas. Tengo una gran olla llena. ¿Queréis probar?

— Es mejor que no —dijeron Lucas y Jim a la vez. Los dos amigos fueron a buscar sus provisiones a la locomotora y Nepomuk trajo su olla llena de lava. Luego se sentaron para cenar. Nepomuk no era un compañero de mesa muy agradable. Hacía ruidos con la lengua, sorbía y salpicaba la masa incandescente a su alrededor, tanto, que Jim y Lucas habían de tener cuidado para que no les manchara o les quemara. Nepomuk era solamente un medio dragón pero se esforzaba por comportarse como un dragón de pura raza.

Cuando estuvo harto volcó el contenido de la olla en una grieta y luego se lamió los labios, se golpeó el vientre repleto y eructó.

Después le salieron por las orejas dos anillos de humo amarillentos de azufre.

Los dos amigos también habían terminado su comida. Jim llevó los bocadillos que habían quedado y el termo a la locomotora mientras Lucas preparaba la pipa. Luego se entretuvieron un rato hablando de esto, de aquello y de lo de más allá. Por fin, sin darle importancia, Lucas dijo:

— Nos gustaría ir a la Ciudad de los Dragones. ¿Sabes tú cómo se puede llegar a ella?

— Claro que sé cómo se llega —respondió Nepomuk—. ¿Qué queréis hacer allí?

Le explicaron por encima su plan. Cuando hubieron terminado, Nepomuk dijo:

— Los dragones nos tendríamos que ayudar los unos a los otros y en realidad no tendría que deciros nada. Pero me habéis ayudado y los dragones de Kummerland han sido siempre muy poco amables con nosotros los medio dragones y no nos dejan entrar en la ciudad. Me pondré de vuestra parte para fastidiarles. Me vengaré. ¿Veis aquel pico tan alto?

Señaló con una pata el gigantesco volcán que se erguía en el centro de la región.

— En aquella montaña —añadió — , está la Ciudad de los Dragones. El pico está abierto por arriba. En realidad es un cráter.

— ¿Qué es un cráter? —quiso saber Jim.

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