Read Jim Botón y Lucas el Maquinista Online

Authors: Michael Ende

Tags: #Cuento, Aventuras, Infantil y juvenil

Jim Botón y Lucas el Maquinista (11 page)

BOOK: Jim Botón y Lucas el Maquinista
6.91Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

Los amigos miraron hacia la montaña estriada de rojo y blanco. La nube de polvo se había disipado algo y dejaba entrever el sepultado «Valle del Crepúsculo».

— ¿Cómo ha podido suceder esto? —murmuró Jim sacudiendo la cabeza.

— Seguramente el ruido de Emma se ha multiplicado tanto — contestó Lucas—, que las rocas se han derrumbado.

Se dirigió a la locomotora, la golpeó en el gordo vientre y le dijo cariñoso:

— ¡Ya ves lo que has hecho, mi tonta y vieja Emma!

Emma siguió en silencio y no dio ninguna señal de vida. Sólo entonces se dio cuenta Lucas de que había algo que no marchaba como era debido.

— ¡Emma! —exclamó asustado—. ¡Emma, mi buena, mi gorda

Emma!, ¿qué es lo que tienes?

Pero la locomotora no se movió. No se oía ni el más pequeño resoplido.

Lucas y Jim se miraron emocionados.

— ¡Cielos ! —balbuceó Jim—, mira que si Emma ahora... —No se atrevía a terminar la frase.

Lucas echó su gorra hacia atrás y gruñó:

— Entonces estaríamos frescos.

Sacaron en seguida la caja de herramientas de debajo del estribo. Allí había toda clase de destornilladores, martillos, tenazas, llaves inglesas, limas y todo lo que se puede necesitar para reparar locomotoras.

Durante un buen rato, Lucas estuvo golpeando calladamente y con extremo cuidado cada rueda y cada tornillo de la máquina y escuchando con atención. Jim miraba con ojos muy abiertos por el miedo y no se atrevía a preguntar nada. Lucas estaba tan ensimismado en su trabajo que casi se le caía la pipa de la boca.

No era buena señal. Finalmente se puso de pie y gruñó:

— ¡Rayos y centellas!

—¿Es muy serio? —preguntó Jim.

Lucas asintió lentamente.

— Me temo —murmuró con gravedad—, que se haya roto el pistón. Por suerte tengo uno de recambio.

De un envoltorio de cuero sacó un pistón de acero que no era mayor que el pulgar de Jim.

— Es esto —dijo sosteniéndolo entre los dedos—. Pequeño pero importante. Es el que lleva el compás de la marcha de Emma.

— ¿Tú crees —preguntó Jim lentamente—, que lo sabrás colocar?

Lucas se encogió de hombros y dijo, preocupado:

— De todas formas lo tenemos que intentar. Y no podemos perder ni un minuto. No sé si Emma podrá soportar esta reparación tan difícil. Puede ser que sí y también puede ser que no... No podemos cometer ni un error, por pequeño que sea, si no... Me tienes que ayudar, Jim. Yo solo no lo podría hacer de ninguna manera.

— A la orden —contestó Jim.

Sabía que Lucas no hablaba en broma y no volvió a preguntar nada más. Parecía que Lucas no tenía muchas ganas de hablar.

Se pusieron a trabajar en silencio.

Entretanto se había hecho de noche y Jim tuvo que alumbrar con una linterna. Lucharon mudos y ensimismados por la vida de su vieja y buena Emma. Pasaron horas y horas. El lugar del pistón estaba muy en el interior y tuvieron que desmontar lentamente toda la locomotora y separar pieza por pieza. Era un trabajo que requería unos nervios muy sólidos.

Hacía rato que había pasado la medianoche. Había salido la luna, pero estaba oculta detrás de las nubes. Sólo una débil e incierta luz crepuscular iluminaba el desierto «El Fin del Mundo».

— Las tenazas —exclamó Lucas a media voz. Estaba debajo de las ruedas de la locomotora.

Jim se las alcanzó y en aquel momento oyó un zumbido muy raro en el aire. Le siguió un horrible graznido. Se repitió el estruendo y volvió a repetirse otra vez, ya muy cerca. ¿Qué podía ser?

Jim intentó penetrar la oscuridad con la mirada. Vio vagamente unos bultos grandes que miraban fijamente con ojos brillantes.

Se volvió a oír el ruido. Un enorme pajarraco se posó en el techo de la cabina y empezó a mirar al muchacho con sus verdes ojos fosforescentes.

Jim tuvo que hacer un esfuerzo para no chillar por el terror.

Sin dejar de mirar al siniestro y gigantesco pájaro, susurró:

— ¡Lucas, eh, Lucas!

— ¿Qué pasa? —preguntó Lucas desde debajo de la locomotora.

— Hay unos pájaros muy grandes —murmuró Jim —. Una cantidad enorme. Se han posado alrededor de nosotros y parecen querer algo.

—¿Qué aspecto tienen? —quiso saber Lucas.

—Tienen cara de pocos amigos —contestó Jim—. El cuello sin plumas, el pico curvado y ojos verdes. En el techo hay uno que no me quita la vista de encima.

— ¡Vaya! —dijo Lucas — , ¡si son buitres!

— ¡ Ah! —opinó Jim con tono lastimero. Al cabo de un rato añadió—: Me gustaría saber si los buitres son o no peligrosos.

¿Tú qué crees?

Lucas le aclaró:

— Cuando uno está vivo no le hacen nada. Esperan a que esté muerto.

— Bien —dijo Jim, pero a los pocos momentos preguntó:

— ¿Estás muy seguro?

— ¿Seguro de qué? —preguntó Lucas desde debajo de la locomotora.

— ¿Estás seguro —volvió a decir Jim— de que no hacen excepciones con los niños negros? A lo mejor a los niños negros los devoran más a gusto vivos.

— No —dijo Lucas—, no tienes porqué tener miedo. A los buitres se les llama «Los Sepultureros del Desierto» porque sólo se lanzan sobre lo muerto.

— ¡Bueno! —murmuró Jim — , entonces estoy tranquilo.

Pero en realidad no lo estaba. El buitre del techo tenía un aspecto tan hambriento, que Jim seguía teniendo la impresión de que tal vez los buitres acostumbraban hacer una excepción con los chicos negros...

Si Emma no se arreglaba, ¿qué sucedería? Se verían obligados a quedarse en el desierto «El Fin del Mundo» junto a esos horribles sepultureros que, posados allí cerca, esperaban ya.

Lucas y él estaban lejos de cualquier ayuda humana y a una distancia increíble de Lummerland. Esto sería el fin y nunca más volverían a su isla. ¡Nunca más!

Después de pensar en todo esto experimentó una terrible sensación de desamparo y no pudo impedir que del pecho le saliera un sollozo desesperado.

Lucas salió arrastrándose de debajo de Emma y se limpió las manos en un trapo.

— ¿Pasa algo, muchacho? —preguntó mirando, discretamente hacia un lado porque había notado en seguida lo que le sucedía a Jim.

— No —contestó Jim — , sólo tengo... me parece que tengo hipo.

— Ah, bien —gruñó Lucas.

— Lucas, dime honradamente —quiso saber Jim—, ¿hay esperanzas todavía?

Lucas, pensativo, miró muy serio a Jim a los ojos y dijo:

— ¡Escúchame, Jim Botón! Eres mi amigo y no te puedo mentir. He hecho todo lo que he podido, pero no puedo sacar el último tornillo. Sólo se puede sacar desde el interior y para ello habría que meterse en la caldera. Pero yo no quepo. Soy demasiado grande y demasiado gordo. ¡Es un endiablado asunto!

Jim miró al buitre del techo y a los demás buitres que se iban acercando lentamente y que alargaban, curiosos, sus cuellos desnudos. Luego dijo, decidido:

—Me meteré yo.

Lucas asintió muy serio.

— Es realmente la última oportunidad que tenemos, pero es peligrosa. Tendrás que trabajar dentro de la caldera, debajo del agua. No la podemos sacar porque aquí no encontraríamos más.

Por otra parte no podrás disponer de luz y tendrás que guiarte solamente por el tacto. Piensa bien si quieres hacerlo. Te comprendería perfectamente si me dijeras que no.

Jim meditó. Sabía nadar y bucear y además Lucas había dicho que era la última oportunidad. No quedaba otro remedio.

— Lo haré —dijo.

— Bien —dijo Lucas—. Toma esta llave inglesa. Creo que te será útil. El tornillo tiene que ser, más o menos, de esa medida.

Desde el exterior le enseñó el lugar, en la parte inferior de la caldera, en el que tendría que trabajar. Jim se fijó bien y se encaramó a la locomotora. El buitre del tejado le miraba asombrado. De pronto la luna salió de las nubes y se hizo un poco más claro.

Todo aquel que ha visto una locomotora, sabe que detrás de la chimenea hay una especie de cúpula que parece una segunda chimenea, algo más pequeña. Esta cúpula se puede abrir y entonces se descubre el agujero que lleva a la caldera.

Jim se quitó los zapatos y se los tiró a Lucas. Luego se metió por la cúpula abierta. El paso era muy estrecho y el corazón de Jim latía desesperadamente. Apretó los dientes y siguió deslizándose con los pies por delante. Cuando ya sólo le sobresalía la cabeza, saludó a Lucas y sintió que sus pies tocaban el agua. Estaba bastante caliente todavía. Jim aspiró profundamente y se dejó caer.

Lucas permaneció junto a la locomotora esperando. Parecía imposible, con su piel untada y teñida por el aceite y el hollín que estuviese tan pálido.

Si a Jim le sucedía algo, ¿qué haría? Tendría que permanecer allí sin poder hacer nada porque le era imposible entrar en la caldera.

Se secó dos gotas de sudor heladas que le resbalaban por la frente.

Oyó algo que hacía ruido en el interior de la caldera, luego lo volvió a oír. Entonces, algo cayó al suelo.

— ¡Esto es el tornillo! —exclamó Lucas—. ¡Jim, sal de ahí!

El que no aparecía era Jim. Lucas, por miedo, no se atrevía a pensar en lo que podía estar haciendo su pequeño amigo. Se subió a la locomotora y asomándose a la cúpula, gritó:

— ¡Jim, Jim, sal en seguida! ¿Dónde estás?

Por fin apareció la carita negra, toda mojada, en busca de un poco de aire. Lugo apareció una mano. Lucas la agarró y estiró a su amigo hasta sacarle. Le cogió en brazos y bajó de la locomotora.

— ¡Jim —repetía—, mi querido Jim!

El muchacho jadeaba. Sonrió casi sin aliento y escupió un poco de agua. Por fin susurró:

— ¿Te das cuenta ahora, Lucas, de lo bien que hiciste trayéndome contigo?

— ¡Jim Botón! —dijo Lucas—, eres un chico extraordinario, sin ti yo ahora estaría perdido.

— ¿Cómo crees que me ha ido? —suspiró Jim—. Al principio fue todo bien. Encontré en seguida el tornillo y lo saqué con facilidad.

Pero después no podía encontrar la salida. Por fin lo conseguí.

Lucas le quitó la ropa mojada y lo envolvió en una manta. Luego le dio un poco de té caliente, del termo del emperador.

— Bien —dijo—, ahora a descansar. Lo demás lo puedo hacer solo.

De pronto se dio con la mano en la frente y exclamó horrorizado:

— ¡Rayos y truenos! ¡El agua está goteando, sale por el agujero del tornillo!

Era cierto. Pero por suerte había salido muy poca. Alrededor de medio litro.

Lucas cambió rápidamente el pistón roto y pudo meter el tornillo sin dificultad desde el exterior. Luego cuidadosamente volvió a montar todas las piezas de la vieja Emma. Cuando estaba poniendo la última rosca exclamó:

— ¡Bueno, Jim! ¿Qué me dices ahora?

— ¿Qué es lo que tengo que decir? —quiso saber Jim.

— ¡Escucha! —exclamó Lucas alegremente.

Jim escuchó.

Efectivamente: Emma volvía a resoplar. Eso sí, muy bajo, casi no se la oía, pero no se podía dudar de que resoplaba.

— ¡Lucas! —gritó Jim, contento—. Emma está otra vez completa y sana. ¡Estamos salvados!

Y los dos amigos se dieron la mano riendo a carcajadas.

Los buitres pusieron cara de desilusión, pero no parecía que hubiesen perdido del todo las esperanzas. Sin embargo, se alejaron un poco hacia el desierto.

— Bien —dijo Lucas, tranquilizado—, ahora Emma tiene que descansar para recobrar fuerzas y creo que lo mejor será que nosotros hagamos lo mismo.

Se subieron a la cabina y cerraron bien la puerta. Comieron un poco de fruta y unos dulces del cesto de provisiones y bebieron algo de té del termo de oro. Luego Lucas fumó una pipa.

Jim se había dormido. Tenía en los labios una sonrisa de orgullo, como sólo puede tener el que haya arreglado una locomotora poniendo en peligro su vida.

Lucas le tapó con una manta y le apartó de la frente el pelo rizado y todavía húmedo.

— ¡Jim, qué gran muchacho eres! —murmuró con cariño.

Vació su pipa y volvió a mirar por la ventanilla.

Los buitres se habían posado en círculo a cierta distancia y la cruda luz de la luna les iluminaba. Habían juntado las cabezas y parecían estar deliberando.

— ¡Enhorabuena! —gruñó Lucas—. A nosotros no nos cogeréis.

Se echó, suspiró profundamente, bostezó y se durmió.

CAPÍTULO QUINCE
EN EL QUE LOS VIAJEROS LLEGAN A UN EXTRAÑO LUGAR DE PESADILLA Y ENCUENTRAN UNA PISTA SINIESTRA

A la mañana siguiente, Jim y Lucas se despertaron algo tarde.

Era natural, porque se habían acostado mucho después de medianoche. El sol estaba ya alto en el cielo y hacía mucho calor.

En un desierto en el que no hay ni un árbol, ni un arbusto que proporcione un poco de sombra, el aire se calienta muchísimo en poco tiempo, como en un horno.

Los dos amigos desayunaron de prisa y partieron. Se dirigían, resoplando, siempre hacia el norte. Como no disponían de brújula, el único punto de referencia que tenían era la montaña «La Corona del Mundo». Habían decidido viajar de modo que la montaña estuviera siempre a su derecha. Según sus previsiones, yendo hacia el norte tenían que dar forzosamente otra vez con el río Amarillo y siguiendo después río arriba debían llegar a la Ciudad de los Dragones. El mapa no les servía ya, pero con este sistema les iría muy bien.

Emma estaba en perfecta forma. Por lo que parecía se había recobrado completamente de la reparación tan sena a que la habían sometido. A pesar de su edad y de su gordura era una locomotora muy buena y muy sólida.

El sol fue subiendo y subiendo. El calor hacía centellear el aire del desierto. Lucas y Jim cerraron las ventanillas. En realidad, en el interior de la cabina y debido al fuego, el calor era muy grande pero era soportable comparado con la temperatura exterior.

De vez en cuando se veían blancos esqueletos de animales. Al pasar, los dos amigos los miraban pensativos.

Debía de ser más o menos mediodía, cuando de pronto Lucas exclamó sorprendido:

— ¡Arrea!

— ¿Qué pasa? —preguntó Jim, sobresaltado. Cansado por el calor, se había amodorrado.

— Me parece que hemos perdido el rumbo —refunfuñó Lucas—.

Mira por la ventanilla de la derecha —dijo—, hasta ahora la montaña había estado siempre allí y ahora está al otro lado.

Sucedía exactamente lo que Lucas decía: por la ventanilla de la derecha se veía el lejano horizonte del desierto vacío, y por la izquierda la montaña con estrías rojas y blancas.

BOOK: Jim Botón y Lucas el Maquinista
6.91Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

Other books

Beast Denied by Faye Avalon
Dead Wrangler by Coke, Justin
The Warmest December by Bernice L. McFadden
The King's Bastard by Daniells, Rowena Cory
Night Prey by Sharon Dunn
Amber House: Neverwas by Kelly Moore, Tucker Reed, Larkin Reed