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Authors: Michael Ende

Tags: #Cuento, Aventuras, Infantil y juvenil

Jim Botón y Lucas el Maquinista (9 page)

BOOK: Jim Botón y Lucas el Maquinista
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— ¿Podríamos ver la carta? —preguntó Lucas.

El sabio buscó entre sus papeles y le tendió a Lucas una hojita doblada. Lucas la desdobló y leyó en voz alta:

«¡Querido desconocido!

Quienquiera que seas, lleva este mensaje lo más rápidamente posible a mi padre Pung Ging, el muy poderoso emperador de China. Los 13 me han raptado y vendido a la señora Maldiente. Hay muchos otros niños aquí. Por favor, salvadnos porque este cautiverio es terrible. La señora Maldiente es un dragón y mi dirección actual es:

Princesa Li Si (en casa de la señora Maldiente)

Kummerland, Calle Vieja número 133

Piso tercero izquierda.»

Lucas dejó caer la tarjeta y se abandonó a sus pensamientos.

— ¿Maldiente...? —murmuró— . ¿Maldiente...? ¿Kummerland...? Esto lo he oído yo en algún sitio.

— Kummerland es el nombre de la Ciudad de los Dragones — aclaró el sabio—. Figura en un libro antiguo.

Lucas se quitó la pipa de la boca, dio un silbido de sorpresa y exclamó:

— ¡La historia empieza a ser interesante!

— ¿Por qué? —preguntó Jim, asombrado.

— ¡Escucha, Jim Botón! —dijo Lucas gravemente—, ha llegado el momento de que te enteres de un gran misterio, el misterio de tu llegada a Lummerland. Eras entonces demasiado pequeño y no te puedes acordar de nada. Llegaste en un paquete postal que nos trajo el cartero.

Y le contó a Jim, cuyos ojos se volvían cada vez más grandes por la sorpresa, lo que sucedió en Lummerland. Por último dibujó en un pedazo de papel la dirección que había en el paquete.

— Detrás, como remitente, había solamente un gran número 13 —dijo, y dio por terminado su informe.

El emperador, Ping Pong y los hombres cultos habían escuchado con atención y comparado la dirección escrita por Lucas con la de la carta de la princesa.

— ¡No hay duda alguna! —anunció un sabio de los de la clase de los bajos y gordos que era un experto en tales asuntos—, no cabe duda de que se trata de la misma dirección. Sólo que la de la princesa esta clara y bien escrita, mientras la de Jim Botón procede de alguien que casi no sabe escribir.

— ¡Pero entonces la señora Quée no es mi verdadera madre! — exclamó Jim de repente.

—No —contestó Lucas—, esto le ha causado siempre una pena muy grande.

Jim permaneció un rato en silencio y luego preguntó temeroso:

— ¿Entonces quién es mi madre? ¿Crees que puede ser la señora Maldiente?

Lucas sacudió la cabeza pensativo.

—No lo creo —dijo—, la princesa escribe que la señora Maldiente es un dragón. Antes habría que averiguar quiénes son esos «13». Son ellos los que mandaron el paquete donde estabas tú.

Pero nadie sabía quiénes eran los «13 ». Ni siquiera los «Flores de la Sabiduría». Es comprensible que Jim estuviera nervioso. Puede uno imaginarse lo desconcertante que debe de ser enterarse tan de repente y tan inesperadamente de hechos de tanta importancia sobre uno mismo.

— De todas formas —dijo Lucas— , ahora es necesario que vayamos a la Ciudad de los Dragones para otro asunto. No sólo para liberar a la princesa Li Si, sino también para descubrir el misterio del nacimiento de Jim Botón.

Siguió fumando pensativo y continuó:

— ¡Es verdaderamente asombroso! Si no hubiéramos venido a China no hubiéramos dado nunca con esta pista.

— Sí —dijo el emperador—, aquí hay seguramente un gran misterio.

—Mi amigo Jim Botón y yo lo descubriremos — dijo Lucas, serio y decidido—. ¿Dónde está Kummerland, la Ciudad de los Dragones?

Se adelantó un sabio de los de la clase de los encogidos con frente grande. Era el geógrafo mayor de la corte y conocía de memoria todos los mapas del mundo.

—Muy honorables extranjeros —dijo con semblante afligido—, desgraciadamente ningún mortal conoce la situación exacta de la Ciudad de los Dragones.

— ¡Claro! —dijo Lucas—, porque si no, el cartero la hubiera encontrado.

—Pero suponemos —continuó el sabio— , que tiene que estar más allá de la montaña estriada de rojo y blanco. Como la botella que contenía el mensaje de la princesa llegó aguas abajo por el río Amarillo, la ciudad tiene que estar aguas arriba. Pero sólo conocemos el curso del río Amarillo hasta la montaña con estrías rojas y blancas. En aquel lugar sale de una gruta muy profunda. Nadie sabe dónde nace realmente.

Lucas estuvo un rato pensativo, echando grandes nubes de humo hacia el techo del salón del trono.

— ¿Se puede entrar en la gruta? —preguntó por fin.

—No —contestó el sabio— , es absolutamente imposible. El agua sale de ella con demasiada violencia.

— Bueno, pero en algún sitio el río tiene que nacer — dijo Lucas— ¿No se puede ir al otro lado de la montaña para investigar?

El sabio desdobló delante de Jim y de Lucas un gran mapa.

— Este es un mapa de China —aclaró el geógrafo mayor de la corte—. Como es sabido, la frontera del reino está constituida por la mundialmente famosa muralla de China que rodea al país por todas partes menos por el lado del mar. Tiene cinco puertas: una al norte, una al noroeste, una al este, una al sureste y una al sur. Pasando por la puerta del este se llega al «Bosque-de-lasmil- Maravillas». Atravesando este bosque se llega a la montaña con estrías rojas y blancas que se llama «La Corona del Mundo». Por desgracia es absolutamente inescalable; pero algo más al sur, existe una garganta que lleva el nombre de «El Valle del Crepúsculo». Esta garganta nos ofrece la única posibilidad de cruzar la montaña. Pero hasta hoy nadie lo ha intentado. «El Valle del Crepúsculo» está lleno de voces y sonidos misteriosos y resulta tan terrible escucharlos que nadie es capaz de soportarlo. Más allá de este valle se supone que se extiende un inmenso desierto. Lo llamamos «El Fin del Mundo». Siento no poder decir nada más porque allí empieza un territorio completamente inexplorado.

Lucas miró atentamente el mapa y volvió a meditar. Luego dijo:

— Pasando por el «Valle del Crepúsculo» hasta el otro lado de la montaña y siguiendo siempre hacia el norte, forzosamente hay que volver a encontrar en algún sitio el río Amarillo. Entonces se podría seguir su curso aguas arriba hasta llegar a la Ciudad de los Dragones. Quiero decir en caso de que esté realmente junto al río Amarillo.

—No lo sabemos con certeza —dijo el sabio, cauteloso— , pero lo suponemos.

— Bueno, de todos modos lo intentaremos —aseguró Lucas—. Me gustaría llevarme el mapa, por si acaso. ¿Quieres preguntar algo, Jim?

— Sí —contestó Jim—. ¿Cómo son los dragones en realidad?

Se adelantó un sabio bajo y gordo, con las posaderas planas y dijo:

— Soy el decano de los profesores de biología de la corte imperial y estoy enterado de lo referente a todos los animales del mundo. Por lo que se refiere a la especie de los dragones, tengo que admitir que desgraciadamente la ciencia está a oscuras. Los escritos que he consultado son sumamente inexactos y están tan llenos de contradicciones que se le ponen a uno los pelos de punta. Aquí tienen ustedes algunas ilustraciones, pero no puedo decirles si se ajustan o no a la realidad.

Y les entregó las ilustraciones.

—Bueno —dijo Lucas y siguió fumando ilusionado—, cuando volvamos les podremos decir cómo son exactamente los dragones. Por ahora creo que ya sabemos todo lo necesario. ¡Muchas gracias, señores «Flores de la Sabiduría»!

Los veintiún hombres más cultos de China se echaron respetuosamente al suelo sobre el vientre, luego recogieron sus papeles y abandonaron el salón del trono.

— ¿Cuándo estaréis en condiciones de emprender el viaje, amigos? —preguntó el emperador cuando estuvieron solos.

—Yo creo que mañana por la mañana temprano — contestó Lucas —, muy temprano, antes de salir el sol. Tenemos que hacer un viaje muy largo y no conviene que perdamos tiempo.

Luego se dirigió a Ping Pong y le rogó:

— Consígueme una hoja de papel, un sobre y un sello, por favor. Lápiz ya tengo. Tenemos que escribir sin falta una carta a Lummerland antes de salir hacia la Ciudad de los Dragones. Nunca se sabe lo que puede suceder.

Cuando Ping Pong le hubo entregado lo que deseaba, Lucas y Jim escribieron una carta muy larga. En ella le decían a la señora Quée y al rey Alfonso Doce-menos-cuarto el porqué se habían marchado de Lummerland, explicaban que Jim conocía ya la historia del paquete y que marchaban hacia Kummerland, la Ciudad de los Dragones, para liberar a la princesa Li Si y descubrir el misterio del nacimiento de Jim. Para terminar añadían saludos cariñosos para el señor Manga. Lucas firmó, y debajo, Jim dibujó una cara negra.

Luego metieron la carta en el sobre, pegaron el sello, escribieron la dirección y se fueron los cuatro a la gran plaza a echarla en el buzón. Allí, a la luz de la luna, estaba Emma, sola y abandonada.

— ¡Ahora que pienso en ello! —dijo Lucas y se volvió hacia el emperador y Ping Pong—. Emma necesita agua fresca y además tenemos que llenar el ténder de carbón. Cuando se emprende un viaje hacia lo desconocido, nunca se sabe si se podrá encontrar un combustible decente.

En aquel momento, el cocinero mayor Schu Fu Lu Pi Plu, salió por la puerta de la cocina para contemplar la luna. Cuando vio a los extranjeros, al emperador y a Ping Pong junto a la locomotora, les deseó humildemente unas buenas noches.

— ¡Oh, querido señor Schu Fu Lu Pi Plu! —dijo el emperador—, ¿verdad que usted podrá darles a nuestros amigos agua y carbón de su cocina?

El cocinero mayor asintió amablemente y todos se pusieron a trabajar. Lucas, Jim, el cocinero mayor y el mismo emperador transportaron cubos llenos de carbón y de agua desde la cocina hasta la locomotora.

Ping Pong no quiso parecer inactivo y ayudó también, aunque, naturalmente, sólo pudo llevar un cubito que era casi del tamaño de un dedal.

Por fin estuvo el ténder lleno de carbón y la caldera de Emma llena de agua.

— ¡Bien! —dijo Lucas, satisfecho—. ¡Muchas gracias! Ahora vayámonos a dormir.

— ¿No queréis pasar la noche en palacio? —preguntó el rey, asombrado.

Pero Lucas y Jim dijeron que preferían dormir en la locomotora. Allí estaban muy cómodos y estaban acostumbrados a ella.

Se despidieron y se desearon buenas noches. El emperador, el cocinero mayor y Ping Pong prometieron volver a la mañana siguiente, muy temprano, para desearles buen viaje. Entonces se separaron.

Lucas y Jim subieron a la cabina de la locomotora, Ping Pong y el cocinero mayor se fueron a la cocina y el emperador desapareció en palacio. Todos se durmieron en seguida.

EN EL QUE EMPIEZA EL VIAJE HACIA LO DESCONOCIDO Y LOS DOS AMIGOS VEN «LA CORONA DEL MUNDO»

— ¡Jim, despierta!

Jim se incorporó, se frotó los ojos y preguntó medio dormido:

— ¿Qué sucede?

— Es la hora —dijo Lucas— . Tenemos que partir en seguida.

Jim acabó de despertarse. Miró hacia afuera por la ventana de la cabina. La plaza estaba desierta. Amanecía pero todavía no se veía el sol.

Entonces se abrió la puerta de la cocina y salió el señor Schu Fu Lu Pi Plu. Llevaba un paquete en la mano y se dirigió hacia Emma; le seguía el pequeño Ping Pong con una carita muy triste, pero se esforzaba para adoptar un aspecto solemne.

—Aquí traigo —dijo el cocinero mayor— unos bocadillos que he preparado para los honorables extranjeros. Los he hecho según una receta lummerlandesa. Espero que les gusten.

— Gracias —respondió Lucas—. Le agradezco mucho que haya pensando en esto.

De repente Ping Pong se puso a llorar. A pesar de su buena voluntad no podía ocultar su pena.

—Huhuhu, honorables extranjeros —gimió mientras se secaba las lágrimas que resbalaban por su minúscula cara—, perdónenme por estar llorando. Pero los niños de mi edad — huhuhu — lloran muchas veces sin saber por qué...

Lucas y Jim sonrieron emocionados y Lucas dijo:

— Lo sabemos, Ping Pong. ¡Adiós, amigo y salvador nuestro!

Por último llegó el emperador. Estaba más pálido que de costumbre y parecía muy serio.

—Amigos —dijo— , que el cielo os proteja a vosotros y a mi hijita. De ahora en adelante no me preocuparé sólo de Li Si, sino también de vosotros. He empezado a quereros.

Lucas, por la emoción, lanzó grandes nubes de humo por su pipa y gruñó:

—Todo irá bien, Majestad.

—Aquí os traigo té caliente —dijo el emperador entregándole a Lucas un termo de oro—. El té caliente es muy adecuado para los viajes.

Lucas y Jim dieron las gracias, subieron a la locomotora y cerraron las puertas de la cabina. Jim abrió la ventanilla y exclamó:

— ¡Hasta la vista!

— ¡Hasta la vista...! ¡Hasta la vista! —contestaron los que se quedaban. Emma se puso en movimiento y todos saludaron con la mano hasta perderse de vista.

Había empezado el viaje hacia Kummerland, la Ciudad de los Dragones.

Primero cruzaron las calles desiertas, luego llegaron a la llanura y dejaron atrás los tejados de oro de Ping.

El sol empezaba a salir y el tiempo era todo lo maravilloso que se puede desear para una expedición.

Viajaron todo el día sin ninguna interrupción, a través de las tierras de China, hacia el misterioso «Valle del Crepúsculo».

Al segundo día pasaron por extensos jardines, campos y pueblos donde los campesinos y las campesinas con sus niños y los niños de sus niños les saludaban agitando las manos. Nadie tenía ya miedo de Emma. La noticia de que dos extranjeros con una locomotora iban a liberar a la princesa Li Si, se había extendido por todo el país como un reguero de pólvora.

Al tercer día, los dos amigos pudieron admirar uno de los famosos castillos chinos de mármol blanco. Se levantaba en el centro de un lago. Sostenido por graciosas columnas, parecía flotar sobre el agua. En él vivían jóvenes damas nobles. Lucas y Jim pudieron ver a las muchachas que les saludaban con sus abanicos de seda y contestaron a sus saludos con los pañuelos.

Cuando se detenían, la gente se acercaba y les llevaba grandes cestos con frutas y golosinas de todas clases para ellos y agua y carbón para la locomotora.

Al séptimo día de viaje llegaron por fin a la puerta oriental de la gran muralla. Los doce soldados que estaban de centinela y que se parecían mucho a los de la guardia de palacio, arrastraron una gigantesca llave, tan grande que tres hombres casi no podían con ella. La metieron en la cerradura y la hicieron girar con un esfuerzo enorme. Las formidables hojas de la puerta oriental se abrieron con un chirrido imponente. Nadie recordaba que esto hubiera ocurrido jamás.

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