Y entonces la tabla fue sobrescrita de nuevo. El software del satélite, que no había sido programado para discernir sino para obedecer, inmediatamente disparó sus propulsores realineando el vehículo en una nueva órbita. A medida que su altitud disminuía, su enorme antena se arrastraba por la atmósfera apresurándolo hacia delante. Volcó y la antena ralentizó su caída actuando como un paracaídas de frenado hasta que se prendió fuego y ardió formando un brillante destello. Se precipitó en picado, ardiendo y cruzando el cielo de Filadelfia cubierto de luz y humo.
Algunos de los que lo vieron se temieron un ataque chino; otros, el fin del mundo. Otros nunca lo vieron.
Voló sobre la presa Franklin y chocó contra la orilla más alejada con la precisión de un misil guiado, produciendo una avalancha de vapor y olas en el río. Siguió avanzando y abriendo una zanja a lo largo de casi cuarenta kilómetros hacia la orilla opuesta hasta que la fuerza de su impacto se disipó.
Y el río lo siguió, precipitándose por la zanja y vertiéndose sobre las vacías llanuras de Nueva Jersey. Se extendió sobre la tierra como una sombra cada vez mayor, alejándose de la ciudad en dirección al mar.
Hoy he querido tocarme la cara y lo he hecho. Me he metido el dedo en el ojo y ha dolido, pero ha sido divertido. Mamá se ha reído. Dice que no me preocupe por lo de mover las manos y los pies porque se necesita práctica. No sabe si aprenderé a caminar o no, pero me dice que espere a ver.
Mamá me ha dado un nombre. Es Caroline Ruth Coleson. Caroline por la mujer llamada Carolina que fue como mi otra mamá, pero que se paró. Ruth es por la mamá de mi mamá, que también se paró. A Sammy le habrían gustado mis nombres, pero él también se paró.
No puedo mover el cuerpo muy bien, pero puedo hacer muchas otras cosas. Hoy tengo un gran trabajo que hacer. Mamá dice que me dará una chuchería de chocolate si hago un buen trabajo. Me gusta que me den chucherías.
Quiero a mi mamá. Ella no tiene ni mamás ni papás ni bebés que amar, excepto a mí, así que solo estamos las dos para querernos. Quiero que mi mamá esté orgullosa, así que trabajaré duro.
Ahora es el momento de hacer mi gran trabajo.
Mark apretó la mano de Lydia. Estaban sentados con las cabezas echadas hacia atrás, con los ojos entrecerrados por el sol y mirando el gigantesco anillo piezoeléctrico instalado sobre la nueva torre construida para sujetarlo. Praveen Kumar estaba en el aire sobre una plataforma de servicio y tenía la voz amplificada. Los que no querían acabar con dolor de cuello podían verlo de cerca a través de una holopantalla levantada para la ocasión.
—El anillo proporciona el campo de presión acústico dentro de los tanques —explicó Praveen a la multitud, una mezcla de combers y rimmers reunidos en lo alto de la orilla este—. Después, el generador de neutrones... —Señaló un componente separado unido a un lateral de la torre—. Dispara neutrones en los tanques en un momento preciso de la fase. El resultado es la cavitación de millones de burbujas de vapor dentro del tanque, cada una de las cuales representa una diminuta reacción de fusión.
La plataforma de servicio lo bajó hasta la multitud y, al hacerlo, el holograma mostró a Praveen cada vez más grande.
—Las emisiones nucleares de la cavitación de una única burbuja pueden suponer un exceso de dos millones y medio de electronvoltios, ¡más energía de la que Filadelfia haya visto jamás! —Con cada frase fue aumentando el holograma de Praveen hasta convertirse en una imagen mucho más grande de lo que un holograma así podría haber contenido. Mark y Lydia sonrieron. Se habían estado esperando algún truco de Caroline. Cuando Praveen llegó al nivel del suelo, su enorme imagen apareció y desapareció como una pompa de jabón. La multitud aplaudió y se rió—. Por supuesto —continuó Praveen—, algún día esta tecnología estará disponible en aparatos portátiles en lugar de en enormes torres de hormigón. Podemos captar solo un diminuto porcentaje de la energía producida; por muy brillante que sea el presente, el futuro lo será aún más.
Entusiastas aplausos sucedieron al discurso del joven. Aunque Praveen no era más que uno de los muchos que habían contribuido a la nueva tecnología, su implicación lo había convertido en un héroe local. La mano de obra comber había construido las torres y la nueva presa, y la energía barata aumentaría la calidad de vida de todos.
Después, Praveen siguió al concejal Hoplinson, uno de los nuevos miembros del Consejo Comber, al que todos se referían como «Alegre». Mark no entendía por qué, pues se había mostrado serio y soberbio mientras hablaba sobre los grandes proyectos que se estaban trazando para reconstruir la ciudad, proyectos que levantarían algunas de las industrias de Filadelfia y que generarían muchos puestos de trabajo. Lo seguía el concejal Halsey, que hablaba básicamente de lo mismo.
Cuando terminó la inauguración y se extinguieron los últimos aplausos, un jetvac de tamaño infantil se posó junto a Mark.
—¿Qué te ha parecido, Mark?
Ahora su voz era clara, con un tono infantil. A sus dos años, Caroline poseía un vocabulario mucho más extenso que el de cualquier otro niño. Durante meses, el habla la había frustrado; había sido una mente aguda intentando forzar palabras a través de unos poco desarrollados labios y una lengua de bebé. Ahora sonreía ampliamente y sus rubios rizos danzaban alrededor de su cara.
La tecnología modi le había cerrado el cráneo y le había hecho crecer el cabello, pero no había podido sustituirle la mente. Un visor la mantenía conectada con la parte de sí misma que seguía en línea, una mente que le pertenecía por completo, pero que retenía gran parte de los recuerdos y el vocabulario de Sammy. Habían estirado y dado forma a sus piernas y brazos, pero había quedado destruida tanta parte de su cerebro que no podía controlar bien sus extremidades. Al menos, todavía no.
—Ha sido maravilloso —reconoció Mark—. La mitad del público se ha agachado para cubrirse.
—Al señor Praveen le ha gustado. Dice que soy muy inte... —Unos diminutos labios luchaban por pronunciar la palabra.
Inteligente,
le dijo a la mente de Mark.
—Utiliza tu voz, cielo —le dijo Marie, cuando Pam y ella se unieron a los demás—. Nada de atajos —dijo mirando a su hija con orgullo.
—Ha mejorado mucho —dijo Lydia—. ¿Qué tal van sus ejercicios?
—Hoy se ha tocado la cara —respondió Marie. Caroline se rió y madre e hija compartieron una íntima mirada de alegría.
Praveen gritó su nombre y la niña se marchó corriendo.
—Es difícil saber cómo ocuparse de ella —dijo Marie—. No tiene dos años, pero tampoco tiene cinco. Sigue siendo un bebé en aspectos físicos, pero comprende intuitivamente más de la red que yo. Eso hace que actúe como una temeraria.
—Y que tú te mueras de preocupación —dijo Lydia.
Las mujeres se abrazaron y Marie apartó las caderas para evitar el abultado vientre de Lydia. Mark se rió.
—Cada día resulta más difícil —dijo él.
—Puede ser ya, en cualquier momento, ¿verdad? —preguntó Pam.
Hablaron sobre la fecha en que salía de cuentas, sobre ropa premamá y los preparativos para la llegada del bebé. Mark dejó que la entrañable conversación lo empapara mientras veía a Caroline botando alrededor de Praveen, riéndose, controlando su diminuto jetvac con la precisión de un astronauta.
A veces le resultaba difícil mirarla: era la niña que Carolina tanto había deseado. Sabía que llevaba la sangre de Marie y no tenía resentimientos por la felicidad que le daba amarla. Se alegraba de que le hubiera puesto el nombre de Caroline. Pero cada vez que la veía, se acordaba de estar jugando con su hermana cuando eran niños, recordaba a Carolina sentada nerviosa en su habitación mientras le decía que estaba embarazada. Esa también era la hija de Carolina.
Mark reclamó la atención de Lydia y, juntos del brazo, subieron la colina hasta la torre. Apoyados en ella contemplaron Filadelfia mientras el viento sacudía su pelo y su ropa. Como siempre, las inmensas mansiones del Rim daban paso a las abarrotadas calles de la ciudad y, de ahí, al desbarajuste de tejados que formaba los Combs, pero había cambios: al otro lado del lago Schuylkill había varios vecindarios de casas asequibles allí donde muchas habían quedado destruidas. Un poco más arriba de la ladera, nuevos rascacielos apuntaban hacia las estrellas, evidencia de que la economía estaba creciendo. Las huellas de la destrucción seguían visibles en los Combs, pero gracias a Sammy Coleson, los Combs seguían en pie.
¿Sería el comienzo de una nueva era? ¿Podrían los rimmers y los combers trabajar codo con codo en los consejos, o la balanza volvería a moverse hacia los ricos? Mark pensó en Darin y en su idealismo y se preguntó qué futuro habría tenido.
Lydia le apretó el brazo.
—¿En qué estás pensando?
Mark dibujó una sonrisa pesarosa con sus labios.
—¿En qué estoy pensando siempre?
Ella lo miró a los ojos.
—Lo que necesitas es una penitencia.
—¿Qué? —A menudo le había dicho que la muerte de Darin no era culpa suya, que no debería sentirse culpable por ello, pero eso era algo nuevo—. ¿Qué quieres decir con penitencia?
—La ciudad —dijo—. Si quieres que el fantasma de Darin descanse, deja que Filadelfia sea el medio para hacerlo. Sé la persona que Darin debería haber sido. Defiende la causa de los combers.
La idea le atrajo, pero...
—Yo no soy político.
—Mucho mejor —respondió Lydia con una sonrisa—. Si fuera tan fácil, no sería una penitencia.
Mark la abrazó con fuerza.
—¿Estás burlándote de mí?
—Jamás.
La pequeña Caroline pasó con su jetvac, riéndose y sacudiendo su rubia melena. Mark se rió a carcajadas.
—¿Qué? —preguntó Lydia.
Mark asintió hacia la niña.
—Solo verla me hace pensar que he hecho algo bueno con mi vida.
—Y lo has hecho —respondió Lydia. Le agarró las manos e hizo que se posaran sobre su abultado vientre—. Y esto es solo el principio...
David Walton nació en Pensilvania, Estados Unidos. Tras varios años escribiendo relatos de ciencia ficción y fantasía de notable calidad (recopilados en la antología
When Worlds Collide),
Walton salta a la fama en 2008 al ganar el prestigioso premio Philip K. Dick por su novela
Terminal Mind.
Ese impulso, así como las fantásticas críticas recibidas, han hecho que se decida a escribir su segunda novela,
Quintessence.
Ha recibido además varios premios por sus relatos, como el Jim Baen Memorial y el Phobos.
Influenciado por dos de los grandes del género, Alastair Reynolds y Ursula K. Leguin, los expertos le auguran un gran futuro literario.
[1]
N. de la t.: Vehículo aéreo personal y plegable propulsado por un motor de vacío.
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[2]
N. de la t.: O «maglev», transporte urbano de levitación magnética.
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[3]
N. de la t.: Administrador de sistemas.
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[4]
N. de la t.: En inglés, bird, que también significa «satélite» en el lenguaje coloquial.
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[5]
N. de la t.: Vehículos que levitan en los campos magnéticos del mag.
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[6]
N. de la t.: Referencia al poema de Tennyson, La carga de la brigada ligera.
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[7]
N. de la t.: Bugs, en inglés. En el lenguaje informático, bug es un error o un fallo de
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